El objetivo es intimidar. Que profesionales que hacen bien su trabajo, periodistas que le están devolviendo a RTVE la dignidad durante tanto tiempo perdida no se sientan cómodos, que se encuentren cada día con el aliento de la intolerancia amenazando su estabilidad y su futuro. Con tanta presión es muy complicado trabajar, es un peso molesto, muy molesto, una carga que no se merecen quienes están demostrando que, por primera vez en mucho tiempo, la televisión pública del Estado vale la pena ser sintonizada.
Están recuperando el interés de la audiencia y lo hacen con el respaldo de la dirección. Y, claro, para algunos eso no se puede tolerar. Para intentar evitarlo confluyen muchos intereses, no solo los de la derecha ultra y la ultraderecha, también juega en contra la vocación funcionarial de una parte de la plantilla, algunos de cuyos representantes apelan a la legislación vigente para cercenar la frescura que se respira en algunos programas de actualidad. Con medios reaccionarios y ultras, como ABC u OKdiario, encantados de hacerles de altavoz de sus zancadillas.
Demasiada libertad para ser permitida. No conozco ningún otro cometido laboral donde un profesional esté sometido a tanta presión. Un arquitecto, un ingeniero, un médico hacen su trabajo y lo único que tienen que procurar es aplicar lo mejor posible sus conocimientos. En periodismo no.
No quieren que se pueda ir más allá en Televisión Española, donde queda aún faena, donde no todo ha mejorado lo que sería deseable porque en los informativos todavía no se ha llegado a la excelencia necesaria, tampoco en el canal de 24 horas. Queda mucho por hacer, pero no quieren que se haga. Tampoco el endogámico Consejo de informativos rema precisamente a favor, más bien al contrario. Le ha puesto la proa al equipo directivo, por si a este le faltaba alguna hostilidad a la que hacer frente.
No es de recibo que la derecha ultra hable de TVE en el Congreso con tono despectivo llamándola Telepedro, tampoco que la ultraderecha amenace con entrar con lanzallamas y motosierras en Prado del Rey y Torrespaña apenas gobiernen. No hay derecho, como decía antes, a que Silvia Intxaurrondo, Javier Ruiz o Jesús Cintora se vean obligados a trabajar bajo tanta presión, no hay derecho a que Andreu Buenafuente o Marc Giró, dos catalanes que llevan toda la vida divirtiéndonos con shows inteligentes, se vean señalados por la intransigencia y el odio.
Abascal y su correveidile Mariscal no solo quieren tener voz y espacio en la televisión pública. Lo que quieren es ser ellos quienes únicamente la tengan. Con mucha más elegancia de la que se merecen sus comportamientos altaneros y mafiosas, el presidente de RTVE le contestó al diputado de Vox en la Comisión de Control que no iba a entrar en el y tú más por respeto a quienes trabajan en las televisiones autonómicas que las derechas tienen colonizadas y cuyas tertulias son un claro ejemplo de falta de pluralidad.
Aquí lo expresaremos con menos comedimiento: las televisiones autonómicas de aquellos lugares donde gobiernan las derechas ultras son directamente impresentables. Son la mayor de las vergüenzas para los profesionales decentes que trabajan en ellas y para los espectadores. En eso quieren volver a convertir Televisión Española tanto Vox como el PP, en un medio amorfo con programación infumable, como sucede en Canal Sur, en Valencia, Galicia o Castilla y León. Por supuesto, con audiencias ridículas, para que las privadas en donde se propagan bulos y se ensalza el fascismo no vean mermados sus sustanciosos ingresos.
Si por algo habría que luchar en materia televisiva habría de ser por promover que todos los medios públicos puedan ofrecer informativos y programas de actualidad dignos y porque los políticos dejen de meter sus sucias manos en ellos. Espacios plurales, abiertos, donde aquellos a quienes no les gusta lo que se ofrece puedan expresarlo en libertad incluso en la misma televisión que critican. Que quien amenaza con entrar con lanzallamas lo pueda decir en la misma pantalla que aspira a prostituir. ¿Habría que luchar por esto… o no? Reconozco que hay veces que lo dudo.
Porque a ver, ¿hay que ser tolerante con los intolerantes?, nos preguntamos una vez más ¿Hay que dar voz a quienes promueven el señalamiento del que piensa diferente, a quien amenaza con hundir barcos humanitarios, a quien exalta al franquismo y se dedica a enfrentar territorios y ciudadanos, a quienes difunden bulos racistas, a quienes niegan la violencia de género y el cambio climático? He aquí la pregunta del millón para quienes nunca dejaremos de planteárnosla.
J.T.
diferencia
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