domingo, 30 de mayo de 2021

Indultos, concordia y discordia


Una de las palabras más manoseadas en esta semana que ahora termina ha sido el término “concordia”. Si alguien, como ha hecho estos días Pedro Sánchez, se ve en la necesidad de invocar la concordia con tanto ahínco, quizás sea porque conseguirla no lo ve precisamente fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que, desde hace ya año y medio, vivimos en discordia permanente.

El partido que en otros tiempos, cuando le tocaba ser oposición, reclamaba ser llamado “leal oposición” hace mucho que no existe; ahora practica el frentismo puro y duro y no contribuye para nada a lo que debería ser su obligación: que los ciudadanos podamos vivir relajados por sabernos en manos de políticos con sentido de la responsabilidad. Pura quimera, porque hace tiempo que sufrimos la peor derecha posible últimamente rematada con una peligrosa ultraderecha que cada día que pasa pone en mayor peligro la calidad democrática de nuestro país.

Todo les importa un pimiento salvo una cosa: tumbar cuanto antes al Gobierno de coalición. Machacan y machacan haya o no excusa para ello. Si durante los peores momentos de la pandemia mantuvieron una actitud canalla e irresponsable, no están quedando atrás cuando ha habido que abordar cuestiones de calado internacional como la crisis marroquí o el reparto de los fondos europeos. No podemos extrañarnos, pues, de que ahora, cuando empieza a aparecer en el horizonte la posibilidad de los indultos a los presos del “procés”, vuelvan a elevar el diapasón de la discordia, nueva convocatoria en la Plaza de Colón incluida.

Concordia, proclama y reclama Pedro Sánchez; Discordia, replican a coro no ya solo Abascal y sus huestes, para quienes solo se puede desear que acaben cociéndose en su propia rabia, sino también el lechuguino de Pablo Casado y la desahuciada Arrimadas. Las tres formaciones “arrimadas” ahora al ascua del Rosa Díez, Fernando Savater y María San Gil, que menudo trío de la bencina.

El Poder Judicial no parece quedarse atrás en esta perversa dinámica. “Inaceptable”, escribió el Supremo tras dictaminar su rotunda negativa a la posibilidad de un indulto. “No se puede aceptar” remató Lesmes ante los micrófonos poco más tarde por si quedaba alguna duda.

¿Qué quiere decir con eso al Presidente en funciones del Tribunal Supremo de España y el Consejo General del Poder Judicial? ¿Que si el gobierno, legitimado sin ambages para otorgar indultos, decide liberar a los dirigentes catalanes que llevan tres años y siete meses en la cárcel, puede acabar viéndose en algún tipo de apuro? ¿En más apuros todavía? ¿Es eso, se trata de una amenaza? ¿No se cansan de presionar, no les parece ya suficiente la paralización y el eterno torpedeo a la renovación de los órganos judiciales? ¿Hasta cuándo esta democracia semisecuestrada por el poder judicial con el plácet de una oposición torticera y desnortada? ¿Cómo es posible que no quieran entender que hay que poner las bases para que empiece de una vez a vérsele el final a una pesadilla que cumple ya, entre unas cosas y otras, nada menos que once años? ¿Cómo es posible que no lo quieran entender tampoco Guerra, ni Felipe ni los demás jarrones chinos socialistas que no dejan tampoco de apostar por la discordia?

Puede que cualquier gobierno, aquí, en Francia o en los Estados Unidos tenga menos poder del que se le presupone, pero la derecha y la ultraderecha parecen empeñadas en que ese poder, por poco que sea, esté siempre en sus manos. Por supuesto, jamás indultarían a los presos catalanes, por mucho que fuera un gobierno de José María Aznar el que firmara en su día la libertad para Vera y Barrionuevo.

Aunque Sánchez haya abusado esta semana de la palabra concordia para justificar el posible indulto, aunque las razones que le lleven a plantearse promulgarlo sean sobre todo no perder el favor de Esquerra en el Congreso de los Diputados, hay que convenir que apostar por la discordia permanente no nos lleva a ningún sitio.

¿Qué queremos, andar a palos toda la vida? La historia está plagada de gobernantes intransigentes que actuaron contra la voluntad mayoritaria de la gente sin reparar en medios a la hora de conseguir sus objetivos. ¿Es eso lo que queremos, o qué? Negar la evidencia no sirve de nada ni esperar creyendo que el tiempo se encargará de arreglar las cosas, tampoco.

Por eso, que desde el Gobierno de coalición se apele a la concordia, incluso aunque se abuse del término, es una buen a noticia, un buen comienzo, quizás el mejor de los posibles, por mucho que pataleen los partidarios del cuanto peor mejor, los irredentos hooligans de la discordia que ya han anunciado para el domingo 13 de junio la segunda edición del frentismo inaugurado hace dos años en la Plaza de Colón.

J.T.

Publicado en La Última Hora


sábado, 29 de mayo de 2021

Frente a los discursos de odio, objeción de conciencia

“Permitidme una pregunta: cuando un facha, o un hater, un bot o como quiera que se llame difunde una mentira escandalosa, un bulo infumable, ¿por qué nos empeñamos en promocionarlo proporcionándole una cancha “viral” perfectamente evitable?” El eco de esta pregunta difundida a través de mis cuentas en redes, así como el elevado número de comentarios y “me gustas” que obtuvo me ha hecho pensar que igual es bueno insistir en esta idea todo lo que se pueda.

Veamos: aunque hayan pasado ya unos cuantos días, puede que merezca la pena analizar las recientes visitas de Santiago Abascal a Ceuta. Por una vez y sin que sirva de precedente voy a escuchar a mis tripas, a las emociones más primarias que el espectáculo fascista me hizo sentir durante la crisis de El Tarajal. Miro y remiro la foto del líder ultraderechista rodeado de micrófonos y no doy crédito. ¿Qué estaba haciendo ese hombre ahí? ¿a qué fue? ¿a ayudar quizás, a construir, a contribuir a encontrar lo mejor para su país, tan patriota él como presume ser? Ni por asomos.

Todo lo que Abascal soltó en aquellos canutazos fue antipatriótico, frentista, desestabilizador, su actitud en sí misma suponía una amenaza y una dificultad más para quienes desde el Gobierno de coalición trabajaban para encontrar una solución pacífica cuanto antes, una vía que no pusiera en riesgo ni la convivencia entre ceutíes ni las relaciones de vecindad de España con Marruecos.

Asustaba aquella actitud desafiante, pecho abierto en camisa entallada, ademanes que evidenciaban el desconocimiento de las reglas básicas que se aprenden en un servicio militar que él no cumplió y gestos bravucones que ni los más altaneros legionarios osarían esgrimir. En cualquier cuartel, y más en la Ceuta donde quien esto firma  hizo la mili en su día, tal manera de proceder hubiera acabado sin contemplaciones con los huesos del chulito en el calabozo.

Por no tener no tiene ni paso marcial, por no saber no sabe ni sacar pecho, sin olvidar que su manía de vestir dos tallas menos de la que le corresponde le lleva a marcar pezón de la manera más ridícula. Por eso, cuando los micros acuden a él como moscas al panal de rica miel para que suelte por su boca la habitual retahíla de insustancialidades a las que nos tiene acostumbrados es cuando se impone la reflexión moral sobre un fenómeno que me temo lleva tiempo yéndosenos de las manos.

Recapitulemos: con un incendio de dos pares de narices, el vecino país dando suelta a adolescentes engañados que atravesaban la frontera a nado, guardias civiles salvando bebés y voluntarios de Cruz Roja consolando a quienes llegaban exhaustos, vas tú y te pones a hablar de invasión y de muros infranqueables ¿Invasión? Es decir, ¿que Interior tendría que haberse comportado como en tiempos del PP, a balazos en el Tarajal contra ocho mil personas, era eso? En un momento de crisis así, por muy facha que seas y por muy en desacuerdo que estés con el gobierno de tu país, ¿qué demonios haces tú, patriota de pacotilla, echando más leña al fuego?

Esto pone sobre la mesa, una vez más, un tedioso debate del que convendría extraer conclusiones cuanto antes: ¿los medios de comunicación han de aceptar ser instrumentos al servicio de mensajes de odio, de declaraciones que destruyen la convivencia y amenazan el trabajo humanitario, político y diplomático? ¿los medios han de proporcionar voz a quienes se empeñan en violentar la convivencia?

La respuesta es un no como una casa. La respuesta, inequívoca y rotunda, es que los medios no pueden ser altavoces del odio. Quienes para propagarlo invocan la libertad de expresión están prostituyendo el concepto, el espíritu de lo que realmente es la libertad. No puede ser libertad lo que se hace para acabar con ella, ¿o es que nos hemos vuelto todos locos?

No hay que tener miedo a las críticas de los intolerantes. Abascal y su peligrosa cohorte, como demostraron el pasado lunes regresando a Ceuta y volviendo a provocar a pesar de la prohibición expresa de la delegación del Gobierno, están utilizando las reglas del juego democrático para acabar con la democracia y eso ha de tener un tratamiento informativo a la altura del desafío.

No son un partido democrático sino un partido dentro de las reglas de juego de la democracia a la que quieren subvertir, lo que es muy distinto. Por eso no podemos ejercer por más tiempo de tontos útiles ni de altavoces generosos a sus gratuitas invectivas. Ni con canutazos en la calle, ni con los tiempos que se les dedica en las televisiones, ya sea en informativos o en debates, tertulias o programas de entretenimiento. Las consignas frentistas y los mensajes de odio no pueden tener barra libre. Hasta los responsables de redes como twitter y facebook le cortaron las alas al mismísimo Donald Trump cuando este se pasó varios pueblos utilizando sus canales para difundir mentiras, odio y frentismo.

A quienes creemos firmemente en el derecho a una información plural y contrastada no tiene que seguir dándonos miedo decir a los fascistas que hasta aquí hemos llegado. No hay ninguna duda de que somos mayoría. Pero ninguna sociedad es inmune al contagio de las canalladas administradas tacita a tacita, al incesante goteo de mensajes racistas, xenófobos, machistas, violentos e insolidarios.

Como se preguntaba hace unos días en redes Óscar Camps, fundador de Open Arms, “si se podía ejercer la objeción de conciencia para no ir a la mili, bien se podría objetar cubrir los discursos de odio.” Se podría, se puede y se debe objetar, añado yo. Ya estamos tardando.

J.T.

sábado, 22 de mayo de 2021

La insoportable deslealtad de Casado


Ni agua. Esa es la consigna. Y si no lo es, al menos lo parece. Mira que Pedro Sánchez no es santo de mi devoción, mira que me sacó de quicio el martes la grandilocuencia de su declaración institucional tras la llegada en tromba a Ceuta de miles de marroquíes (“Seremos firmes ante cualquier desafío, cualquier eventualidad y bajo cualquier circunstancia”, pero aquí tienes 30 millones por debajo de la mesa…) Aún así, guste más o guste menos, estamos hablando del presidente del Gobierno de coalición legítimamente elegido.

Que Pablo Casado carece de escrúpulos a la hora de hacer oposición lo tiene sobradamente demostrado en el último año y medio, con su manera de encabezar sin pudor alguno la crispación política y ciudadana durante toda la pandemia. Nos faltaba verificar que también carece de sentido de Estado, aunque ya apuntó maneras cuando se negociaban los fondos europeos.

Al margen de cuál sea la ideología de quienes nos representan en el parlamento, hay ocasiones en que los ciudadanos necesitamos comprobar que existe un mínimo de lealtad entre ellos cuando se abordan asuntos que nos conciernen a todos. Necesitamos al menos ese alivio para no vivir siempre acojonados. Ya contamos con los exaltados de Vox, ya sabemos del porcentaje de racismo y xenofobia con el que, de un tiempo a esta parte, nos toca lidiar a diario en nuestro país. Pero cuando al vecino marroquí le da por tocarnos las narices, esta vez con la excusa de que un hospital español está atendiendo al líder del Frente Polisario enfermo de Covid, ¿no sería esperable que la oposición cerrara filas con el Gobierno en lugar de poner palos en las ruedas al trabajo político y diplomático que este necesita desarrollar?

¿De verdad es más urgente acabar con Sánchez que estar unidos cuando se trata de hacer frente a un asunto que afecta a 47 millones de españoles, hayamos votado a quienes hayamos votado? ¿De verdad nos merecemos una jefatura de la oposición tan desleal, un Casado que un día juega con nuestra salud, y al siguiente se pone de perfil cuando hay que resolver asuntos que trascienden los intereses españoles e incumben a toda Europa?

Es verdad que esta vez no ha habido en el PP unanimidad contra el Gobierno de Sánchez. De hecho el presidente gallego, Núñez Feijóo, llegó a declarar que “en este momento lo importante es la unidad. Tenemos un problema de Estado, -añadió textualmente-, y los problemas de Estado se resuelven con altura y con política de Estado”. Estos días las hemerotecas han rescatado el sentido de Estado con el que Rodríguez Zapatero se comportó en 2002 cuando, como líder de la oposición socialista, apoyó sin fisuras el gobierno de José María Aznar durante la célebre y vergonzosa escaramuza de la isla de Perejil, al alba y con viento de levante. Lo de esta semana ha sido mucho más inquietante que aquello, aunque cuando te enteras que alguien en Marruecos hizo correr la voz de que en Ceuta se iba a jugar un partido de fútbol importante donde estaría Cristiano Ronaldo y que, tras este anuncio, ningún gendarme impidió que miles de adolescentes se lanzaran al agua para atravesar la frontera, ya no sabes si reír o llorar.

Lo de esta semana ha sido más serio que lo de Perejil pero ¡ay!, no gobierna el PP, y ya sabemos lo que suele suceder cuando no gobierna el PP. Leña al mono sin descanso al gobierno progresista con cualquier excusa, ya sea echando mano del terrorismo, de Catalunya o de lo que haga falta con tal de liarla parda. Cuanto peor mejor, que ya vendremos luego nosotros y lo arreglaremos… cargándonos derechos y privatizando como si no hubiera un mañana. Y como vale todo, a Casado no le dolieron prendas este jueves a la hora de utilizar un tuit de hace seis meses en el que Pablo Iglesias se hacía eco de la resolución de la ONU en 1995 donde se insta a “celebrar sin demora un referéndum libre, limpio e imparcial para la libre determinación del pueblos del Sáhara Occidental”. No sabe vivir sin recurrir al comodín del ex vicepresidente aunque este ya no esté.

Tal disparate venía a sumarse al grotesco recital del día anterior en el Congreso. El show del líder de la oposición este miércoles durante la sesión de control al Gobierno fue de vergüenza ajena: según él, Sánchez no puede defender la presencia del Ejército en Ceuta mientras Bildu la rechaza ni defender la soberanía española sobre Ceuta y Melilla mientras negocia la autodeterminación con Esquerra ¿Alguien entiende algo? Fue tal el desafuero que incluso dentro de las filas del Partido Popular, además de Feijóo, hubo quienes admitieron también que Casado había estado demasiado agresivo y “debería haberse mostrarse más cordial ante un conflicto tan grave”.

En palabras de mi admirado José María Izquierdo, la sesión de control de los miércoles en el Congreso se ha convertido en una patochada infamante, un ridículo espectáculo circense para que el pimpollo Casado luzca sin recato su absoluta incapacidad política para aunar fuerzas con el resto de partidos y lograr que entre todos podamos salir de los muchos problemas que agobian a los españoles, atónitos espectadores de la verbena semanal que reúne unos cuantos saltimbanquis y payasos sin gracia de la derecha empeñados en boicotear cualquier intento de construir un mínimo camino de futuro.

La deslealtad de Pablo Casado, además de ridícula e inquietante, empieza a ser insoportable.

J.T.

domingo, 16 de mayo de 2021

¿Cuándo dejarán los jueces de hacer política?


Miércoles, 12: “La Justicia mantiene el nombre Caídos de la División Azul en el callejero de Madrid porque apela al nazismo y no al franquismo”. 

Jueves, 13: “La Justicia salva la calle de Millán Astray al no probarse de manera "inequívoca" que participara en el golpe de 1936”. 

 “¿Por qué tantos magistrados tienen un sesgo ideológico tan conservador que les lleva a hacer oposición política a un Ejecutivo progresista salido de las urnas? ¿Debe la sociedad democrática aceptar sus abusos de poder?” Estas frases, que podían estar escritas perfectamente a día de hoy, pertenecen a un artículo que Ignacio Sánchez Cuenca firmó en El País en marzo de 2010, cuando aún gobernaba Rodríguez Zapatero, ¿no es maravilloso?  

Faltaba en ese momento más de un año para el 15-M, no existía Podemos ni Vox, y Ciudadanos apenas era un bebé nacido poco antes en Catalunya. Nadie sabía quiénes eran Abascal, ni Pablo Iglesias, ni Arrimadas, ni Ayuso, ni siquiera Casado. Mil años parecen haber pasado y ahí está el sistema judicial, como hace once años, como hace más de cuarenta… inasequible al desaliento, desesperando a quienes soñamos con la imprescindible legitimación de un estamento cuyas prácticas no encajan en la Europa a la que pertenecemos desde hace ya… ¡36 años! "Justicia y política, la pareja infernal", se titulaba un libro que Patrick Maisonneuve publicó en 2015.

“El principio de división de poderes debería impedir, escribía Josep Ramoneda no hace mucho, que un poder entrara en el terreno del otro por cuestiones que no le corresponden. Y así como el poder político no debe condicionar las decisiones de los tribunales, el poder judicial no debería intervenir en el normal quehacer de las decisiones políticas.” 

Pues nada, pasan los días, los meses, los años.. y ahí siguen los jueces con su dinámica de siempre, gobierne quien gobierne. En los últimos tiempos no hay mañana en la que no nos desayunemos con alguna decisión judicial que interfiera de lleno en el terreno de la política. El amigo Pedro Vallín se tomó hace unos días la molestia de recordarnos algunas de las más recientes, titulares que siempre empiezan con el mismo sujeto:  

"La Justicia decide suspender la semipeatonalización del centro de Madrid, conocida como Madrid Central; La Justicia desestima los recursos de amparo de los condenados por sedición del 1-O; la Justicia decide que la situación en Navarra no justifica la decisión del ejecutivo autonómico de establecer toque de queda y horario de cierre de los locales de hostelería; la Justicia pide seis meses de prisión para el secretario de Organización de Podemos por un caso anterior a la fundación del partido; la Justicia admite el recurso de la diputada andaluza Teresa Rodríguez por su expulsión del grupo parlamentario en la Junta de Andalucía; la Justicia avala que los ayuntamientos establezcan tasas para las empresas de telefonía fija e internet; la Justicia rechaza las medidas anticovid decididas por el Gobierno de Canarias… " 

Todas estas noticias se han publicado durante esta semana que ahora acaba, y a ellas hay que añadir las dos decisiones con las que encabezábamos este artículo ¿Esto es impartir justicia o hacer política? ¿Nadie va a poner pie en pared a esto de una vez? Una cosa es la separación de poderes y otra que unos señores que están donde están sencillamente porque aprobaron unas oposiciones, dictaminen a diario contra poderes legislativos democráticamente elegidos.  

Surrealista e impresentable, por muy legítimo que sea. Sobre todo cuando la derecha y la ultraderecha se dedican a utilizar estos mecanismos cada vez que pueden para frenar, o directamente dinamitar, avances democráticos, decisiones políticas de calado. Así de encanallada está nuestra convivencia; que los jueces funcionen de esta manera no ayuda a crecer, ni a mejorar nuestras vidas, ni tampoco a ser respetados como país democrático. 

Nadie duda que existen razones técnicas que permiten que esto sea posible; tampoco que, a la vista de los hechos, parece terriblemente complicado desmontar esta perversa dinámica, pero resulta urgente hacer algo. Como tantos otros asuntos que el bipartidismo jamás resolvió -cloacas, democratización de la policía, ejército…-, la no modernización del aparato judicial dificulta nuestra convivencia en paz.  

Parece incontestable que no conseguiremos tener un país decente hasta que no dispongamos de una justicia independiente y democrática que se dedique a desarrollar sus cometidos y se abstenga de condicionar las decisiones políticas ¿Es pedir demasiado? Hasta ahora, parece que sí.  

J.T.

Publicado en La Última Hora

sábado, 15 de mayo de 2021

Con Iglesias en el Gobierno vivían -y dormían- mejor


Quiero imaginarme, la noche del pasado 4 de mayo a Marhuenda, Rosell, Moreno, Inda, Ferreras, Losantos, Herrera, Alsina y demás artilleros mediáticos en el momento en que Iglesias anunciaba que dejaba todos sus cargos. Quiero imaginármelos pero no acabo de ver con claridad cuál pudo ser su reacción porque no creo que se pusieran a saltar de alegría precisamente. ¿Qué creen ustedes que hicieron, descorchar cava satisfechos o tomarse unos minutos para digerirlo intuyendo que igual no había tanto que celebrar?

Como ninguno de ellos es precisamente tonto, no debieron tardar en recordar aquel manido dicho: “cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla”. De pronto, se habían quedado sin su objetivo predilecto al que dedicar improperios, invectivas y sonoros insultos a diario. Quizás no sea descabellado aventurar que, desde la noche electoral madrileña, andan sumidos en una especie de desconsolada orfandad.

Los ataques al hasta ese día líder de Podemos por parte de este renovado “sindicato del crimen” mediático del siglo XXI solían partir de un reconocimiento previo: ninguno de ellos ponía en cuestión la preparación intelectual de Iglesias, ni su capacidad dialéctica, todos reconocían, porque son listos, que tenían enfrente a un animal político con tantas lecturas como disposición a ir de frente y llamar a las cosas por su nombre, ninguno se atrevía a cuestionar su arrojo ni su compromiso. En resumen, eran y son plenamente conscientes que se enfrentaban a un personaje llamado a pasar a la historia de nuestro país.

Por eso se dedicaron a revolver pequeñeces, a hurgar en lo personal, a dotar de altavoz triquiñuelas judiciales sin sustancia que meses después acababan siempre archivándose. Tomados uno a uno, Pablo se los ha merendado siempre, y quizás por eso acabaron convertidos en piña mediática capaz de generar un discurso tan tramposo como eficaz. Desde Quintana y Griso al último reportero de calle se impuso una dinámica en la que solían dirigirse a Pablo en unos términos en  que nunca osan hacerlo con ningún otro líder político.

Aunque le faltaban el respeto en muchas ocasiones, sabían que serían contestados con educación y solvencia, cualidades estas más difíciles de encontrar en personajes como Arrimadas, Casado, Ayuso o García Egea, por ejemplo, por no hablar de cualquier integrante del partido de la ultraderecha.

¿Por qué fue creciendo tanto la inquina hacia Pablo Iglesias? ¿Era producto de la envidia, de la impotencia, de la rabia por no conseguir que él entrara en sus pérfidos juegos, era una mera cuestión personal de cada uno de los gurús que iban a por lana cuando se metían con él y acababan trasquilados? ¿Era solo eso o se trataba también de la necesidad de complacer a instancias más altas donde, como en el lejano oeste, se había decretado la caza y captura del líder de Podemos y hasta es posible que fijado una sustanciosa recompensa a quien acabara consiguiéndolo?

Como ya sabemos que no son tontos, a pesar de la marcha de Iglesias tienen la mosca detrás de la oreja, no acaban de creérselo, no les encaja. En sus últimas semanas de vida política, cada movimiento que iba haciendo les pillaba con el pie cambiado, lo que les obligaba a replantear estrategias constantemente. Quizás por eso no acaban de creerse que haya dado de verdad un paso al lado y continúan alerta, sin renunciar a las pullas, pero obligados a espaciar su periodicidad. Tras años machacándolo sin piedad, parece que no se atreven a cantar victoria y, a juzgar por cómo han ido las cosas en los últimos días, episodio del corte de pelo incluido, dan la impresión de andar tentándose la ropa intentando descubrir cuál es la misteriosa carta que Iglesias puede todavía tener guardada en la manga.

Podría concluirse pues que la dimisión de Iglesias ha dejado un amplio reguero de huérfanos. La jauría mediática anda desconcertada por mucho que lo disimule porque han perdido la batalla. Disparar a Iglesias era parte de la estrategia, pero no toda la estrategia de una guerra de mayor envergadura. Ellos quieren liquidar al gobierno y ahora se ven obligados a ponerse a trabajar para dirigir los ataques hacia otros nombres y apellidos. Puede que sus nuevas tácticas de provocación no tengan el mismo éxito, que el juego sucio de la justicia y las cloacas no dé más de sí, y haya que ponerle precio, ya sin disimulo alguno, a la mismísima cabeza del presidente del gobierno.

Por otra parte también hay que considerar que Pedro Sánchez, que no consiguió objetivos en Catalunya, se equivocó en Murcia, su partido en Madrid ya no es siquiera el primero de la oposición y en Andalucía tiene abierta una guerra interna que no sabe si ganará, empieza a entender la necesidad de actuar con mayor contundencia si no quiere acabar siendo derrotado antes de tiempo en todos los frentes. Por mucha capacidad de resucitar que haya demostrado hasta ahora, andar cada día en el disparadero mediático no le conviene en absoluto.

Tanto los asesores monclovitas de Sánchez, los mandamases del partido en Ferraz, como el propio presidente del Gobierno de coalición, seguro que han pensado ya en todo esto. Y no creo equivocarme mucho si aventuro que en algún momento, como le ocurre al frente mediático, han llegado a concluir que, con Pablo Iglesias en el gobierno, todos vivían, y dormían, mucho mejor.

J.T.

lunes, 10 de mayo de 2021

Susana tiene ganas de guerra


Me cuesta trabajo imaginarme lo que debe estar pasando por la cabeza de Susana Díaz en estos momentos. Con la experiencia que tiene en política, si se tira a la piscina como lo ha hecho, debe ser porque sabe que algún agua hay. Vivió muchos años de su vida rodeada de aduladores, es verdad, pero desde que se vio obligada a abandonar San Telmo hubo muchos, preocupados por su futuro, el de ellos, no el de ella, que viraron hacia donde se encontraban los pedristas otrora estigmatizados.

Además de perder profesionales de la lisonja, a Susana dejó de sonarle el teléfono con la frecuencia que lo hacía cuando era presidenta de la Junta de Andalucía. Por eso, si a pesar de la cura de humildad a la que ha sido sometida en los últimos dos años y medio, decide de nuevo volver a la arena, es que puede que haya partido. No creo que sea porque ha perdido la perspectiva.

Los últimos acontecimientos han debido contribuir a animarla en su vuelta a los ruedos. El trabajo del sanedrín monclovita le está resultando eficaz a Sánchez, pero no parece que funcione con la misma solvencia cuando sale de gira. En Catalunya fue Moncloa quien pilotó la campaña de Illa; los socialistas resultaron los más votados, pero de momento ahí quedó todo. Cuando fueron a por lana a Murcia y promovieron una moción de censura, salieron escaldados ellos y achicharrados los de Ciudadanos, presuntos socios de conspiración. En Castilla León tampoco hubo suerte. Y en Madrid, donde también se empeñaron en meter cuchara, son responsables directos de la estrepitosa derrota de Gabilondo.

Susana ha debido pensar que ahora le toca a ella cobrarse viejos agravios, pero aquí el asunto se presenta algo más complicado. Fue ella quien disparó primero cuando, en octubre del 2016 se convirtió en la jefa de los golpistas que descabalgaron a Sánchez de la Secretaría General porque el PSOE quería investir a Rajoy y Pedro se negaba. Lo echaron sin compasión alguna y, mientras la gestora propiciaba el espaldarazo socialista a un gobierno del PP, el desahuciado Pedro tomó su coche y se paseó pueblo por pueblo haciendo campaña en cada Agrupación con el objetivo de recuperar el puesto cuando se convocaran primarias en el partido. Se convocaron, se presentó él y se presentó Susana, quien durante la campaña interna no se cortó un pelo a la hora de insultarlo y menospreciarlo -“Tu problema eres tú, Pedro”, ¿recuerdan?-. Contaba ella con la aquiescencia de la vieja guardia socialista al completo, empezando por González y Guerra, continuando por Rubalcaba y Bono y terminando por Zapatero. Con tales mimbres ¿cómo no iba a ganar?, pensaban. Pues no ganó. Lo hizo Pedro, que recuperó la secretaria general, echó a Rajoy moción de censura mediante y, tras ganar dos elecciones seguidas, año y medio más tarde conformó el primer Gobierno de coalición desde que se recuperó la democracia en España.

No obstante, Sánchez cometió un error que en política se suele pagar caro: dejó viva a su rival, y ahí esta ella de nuevo, dispuesta a brindar al respetable nuevos episodios de un enfrentamiento con aires de culebrón. Susana sabe que Pedro no la quiere ver ni en pintura, menos aún como candidata a la Junta, pero ha decidido plantar cara en la lucha por la secretaría general del partido en Andalucía. Si fuese Sánchez quien se enfrentara de nuevo a Susana, el morbo estaría servido y su victoria, la de él, casi asegurada, pero como no tiene más remedio que delegar ahí empiezan los problemas, porque últimamente no da una. El rival elegido, Juan Espadas, no hace demasiado honor a su apellido mientras que Susana tiene sobrada práctica en el arte de sostener el cuchillo entre los dientes y utilizarlo cuando llega el momento con la destreza de todo superviviente.

Espadas no es Illa, quien sin ser precisamente la alegría de la huerta, tiene un cierto tirón del que el alcalde de Sevilla carece. Transmite buen rollo, eso sí es verdad, pero también Gabilondo inspiraba ternura y miren ustedes la que se ha liado en Madrid por haberse empeñado en mantenerlo de candidato.

No, Pedro Sánchez no está acertando en sus elecciones territoriales y descabalgar a Susana casi tres años después del momento en que debió de hacerlo le va a costar, si es que lo consigue, muchos más sudores de los que en principio pensaban tanto él como el equipo de estrategas a su servicio que comanda Iván Redondo.

Nada más saltar a la arena, Susana ha dejado claro que piensa pelear duro. Igual que Ayuso ninguneó a Gabilondo, ella hace lo propio con el melifluo Espadas y dirige sus primeros dardos envenenados directamente a Sánchez y a su laboratorio monclovita: de cobrar peaje en las carreteras, nada, qué se han creído, y ese Rasputín que maneja los hilos de la vida de su eterno adversario, ese tal Iván, qué se piensa, ¿que todo es diseño y planificación desde los despachos? No, señor. Las victorias se trabajan en las casas del pueblo. Y claro, uno no puede menos que sonreír al escuchar esto y recordar que fueron precisamente las bases quienes apostaron por Sánchez frente a ella en las primarias del PSOE que redimieron al proscrito.

Aún así, vaya usted a saber cuál puede ser el desenlace. Es llamativo comprobar la mucha carne en el asador que están poniendo solo para ver quién lidera el socialismo en Andalucía. Porque para volver a San Telmo tanto Sánchez como Susana o Espadas saben que, sea quien sea finalmente el candidato socialista a la Junta, les queda una larga travesía del desierto por pasar todavía antes de volver a ganar.

J.T.

Publicado en Confidencial Andaluz

sábado, 8 de mayo de 2021

Una digestión larga y pesada

Si alguien dudaba de la trascendencia, más allá de sus límites geográficos, que iban a tener las elecciones en la Comunidad de Madrid, una vez finalizado el escrutinio la noche del 4M quedaron pocas dudas de que lo que acababa de suceder marcaría un antes y un después en la política española.

Repasemos:

Proyecto progresista. Tocado
Ciudadanos. Hundido
Gobierno de la nación. Tocado
Catalunya. Concernida
Unidas Podemos. Tocado
Vox. Frenado
Psoe. Tocado
PP. Descompuesto

Isabel Díaz Ayuso ha sido el ariete, el instrumento al que el sistema decidió recurrir apenas se conformó el Gobierno de coalición para abanderar el enfrentamiento. De hecho Miguel Ángel Rodríguez se incorpora como jefe de gabinete al equipo de la presidenta madrileña en enero de 2020. Se han tirado año y medio bombardeando sin parar y los cañonazos, en un principio, parecía que no iban a surtir efecto.

A los grandes poderes les iba fallando cuanto intentaban para acabar con el gobierno Sánchez durante los momentos más graves de la pandemia. Los enfrentamientos en el Congreso cada vez que había que prolongar el estado de alarma se aproximaban al guerracivilismo, se perdieron las formas, se insultaba sin rubor y con el mayor de los desahogos. Se llegó incluso a promover un gobierno de concentración… Pero nada, se estrellaban con todo el equipo.

La colección de portadas de los periódicos madrileños desde enero del año pasado hasta este último lunes pasará a la historia como una de las mayores ofensas infligidas al oficio periodístico en España de manera tan continuada. Los cocineros socialistas del Gobierno de coalición tampoco contribuían demasiado a contrarrestar estos ataques. Sus estrategias iban encaminadas a salvar la cara del PSOE durante la pandemia, aplazar lo pactado con Unidas Podemos y convertir a sus socios en lo más irrelevantes posible dentro del ejecutivo. Los utilizaron para unir voluntades a la hora de aprobar presupuestos y, una vez conseguido esto, comenzaron a urdir otras estrategias que nada tenían que ver con la buena convivencia en el gobierno.

El laboratorio monclovita decidió mojar en todas las salsas: en las elecciones catalanas salvaron los muebles por los pelos, aunque tampoco parece que les haya servido de mucho. Luego llegó Murcia y se estrellaron. Intentaron desbancar al PP de la presidencia de la Región y les salió el tiro por la culata. A los socialistas y a Ciudadanos, que empezaron a acercarse al abismo un poquito más de lo que ya estaban desde su fracaso en Catalunya; chasco también en Castilla y León… Hasta llegar a las elecciones madrileñas, donde el PSOE y su melifluo candidato han mordido literalmente el polvo. Ciudadanos ha desaparecido de la Asamblea, Vox apenas puede presumir de sus datos y el líder de Unidas Podemos decide abandonar la política institucional. Una escabechina en toda regla.

Todo el mundo sabía lo que iba a ocurrir, vocean ahora a toro pasado agudos analistas de tres al cuarto. Entiendo que esto lo pregonen según qué mamporreros de los ganadores pero, que entre los perdedores se extienda esta misma impresión, me cuesta asumirlo. Si lo visteis venir, ¿cómo es posible que no hicierais nada para evitarlo?

Hay que persuadir más y regañar menos, se atrevió a decir en la Ser este jueves Íñigo Errejón sacando pecho por una pírrica victoria que molesta poco al PP y alivia bastante a los socialistas. Si hay que persuadir más, ¿por qué no lo hizo con mayor dedicación para obtener unos resultados que convirtieran a Más Madrid en relevante de verdad? ¿Qué es persuadir? ¿Qué te baile el agua el grupo Prisa, que La Razón, El Mundo y el ABC no te dediquen portadas infames mintiendo como bellacos, que te dejen vivo porque apenas dices nada que les moleste y vais de chicos buenos todo el rato? ¿Por qué hay tanta gente que, aún ganando una miseria, han votado a Ayuso y no a Mónica García? ¿Cómo no habéis conseguido persuadirlos?

Tendremos que digerir e intentar entender por qué muchos de aquellos a quienes iban dirigidas las políticas de ayuda en tiempos de pandemia, autónomos que han recibido ayudas, o trabajadores que cobraron ertes, han decidido votar a Ayuso en lugar de a quienes hicieron posible esas ayudas. Si después de tantos sudores para mejorar la vida de los más desfavorecidos, lo que acaba calando es que te puedes tomar una cervecita fresca a las ocho de la tarde, el problema no creo que sea solo de persuasión.

¿En qué nos hemos equivocado mientras construíamos un marco de convivencia con el que pensábamos que no volveríamos a las andadas de hace ochenta años? ¿Qué ha fallado? ¿La educación, la ausencia de expectativas? ¿Dónde está el error, qué fue lo que lo torció todo? Alguien dijo que, a la hora de votar, lo primero que cuenta es el estómago, lo segundo el corazón, y en último lugar la cabeza.

Me niego a lamerme las heridas y hacerme portavoz de quejas y lamentos porque esto tiene que tener solución. Por muy sucia que sea la política, por muy corrompido y zafio que sea el mundo del dinero, por mucho que la iglesia esté siempre en medio complicándolo todo, la solución no puede ser votar a Ayuso.

Trato de ver algo positivo en la nueva situación tras la apabullante victoria de la derecha y no se me ocurre nada. Cuando alguien con postulados ultraderechistas llega al poder, lo único que cabe desear es que quienes los votaron abran los ojos cuanto antes y no vuelvan a hacerlo. La pesadilla Trump ya es historia, esperemos que pronto le toque a Bolsonaro y otros sátrapas que en su día apelaron al estómago de sus votantes para ganar y acto seguido los estafaron sin piedad. La etapa de Jesús Gil en Marbella y sus tentáculos en otros municipios de la Costa del Sol acabaron también hace tiempo, gracias sean dadas al cielo. Faltaba Madrid. ¡Ea! Pues ya lo tenemos. Mi voto por una cerveza ¡Qué vergüenza!

¡Qué pesada y larga se está haciendo esta digestión!

J.T.

sábado, 1 de mayo de 2021

La campaña más canalla


No debe volver a pasar. Nadie sale ganando con una campaña a cara de perro como la que acabamos de vivir/sufrir en la Comunidad de Madrid. No sale ganando ni la ciudadanía, ni la convivencia, ni tampoco los partidos, aunque alguno de ellos crea que sí. Desde que recuperamos la democracia en 1977, nunca vivimos una campaña tan canalla y tan encanallada. 

¿Era necesaria tanta tensión, tanto insulto, tanta mentira, tanto bulo, tanta amenaza? ¿Han tenido algo que ver las limitaciones de la pandemia, no poder hacer mítines multitudinarios, sufrir restricciones en los horarios, en las efusiones, en las distancias… y hasta en los desahogos?

No parece, sobre todo si tenemos en cuenta que llevamos tres elecciones autonómicas durante la pandemia y en ninguna de ellas subió tanto la temperatura. Ni en Euskadi, ni en Galicia, ni mucho menos en Catalunya llegaron las cosas a ponerse tan feas como estos días en Madrid. Ni siquiera cuando Rivera y Abascal iban a provocar a Alsasua o a Vic.

Excepto en Galicia, el PP fracasó estrepitosamente en las otras dos convocatorias electorales. Para Casado, Ayuso y compañía sería la ruina naufragar también en Madrid. Para evitarlo, lo primero era que Vox no les comiera más terreno. El problema es que han sido ellos mismos quienes han ido engordando la bestia ultra. Tanto han soplado desde Colón para acá que el globo les ha acabado explotando en la cara.

Ayuso parece encontrarse en su salsa compitiendo con los ultras, pero ni con todas sus exageraciones, dislates y astracanadas va a conseguir dos de sus propósitos fundamentales: que Vox no llegara al cinco por ciento, y no tener que depender de este partido para gobernar aunque consiga escaños. 

Otro objetivo, por supuesto, era desarmar a la izquierda desacreditando sobre todo al candidato de Unidas Podemos. Esto último tampoco lo han conseguido, aunque lo han intentado por todos los medios, y nunca mejor dicho lo de medios, porque los periódicos se han entregado en cuerpo y alma a la causa Ayuso mintiendo como bellacos y redoblando los ataques a Iglesias como si no hubiera un mañana, igual que radiopredicadores y radiopredicadoras, igual que la nómina casi al completo de participantes en tertulias televisivas. Pocos le han hecho asquitos a la estrategia de Ayuso: bulos, mentiras, lugares comunes, insultos. Ha sido muy difícil, por no decir imposible, establecer en la mayoría de los casos dónde acababa la propaganda electoral y dónde comenzaba la información sobre las elecciones: todo ha sido campaña electoral.

Si Ayuso recurría a técnicas trumpistas, los medios se apresuraban arrobados a emplearlas; si Ayuso insultaba, los tertulianos insultaban, si Ayuso hacía una gracieta, todos los palmeros y palmeras se hacían eco encantados… No les era preciso jalear las exageraciones de Abascal y su cohorte, con Monasterio al frente, porque les bastaba con airear el perfil frentista del planteamiento electoral de Ayuso.

Tanto se jugó con fuego que acabó rompiéndose la baraja. Cuando empezaron a aparecer balas en sobres todo saltó por los aires. Ni en campañas tan agresivas como las de Trump o Bolsonaro se rebasaron esos límites. Se intentó volver a la casilla de salida pero ya nada ha sido igual. Desde entonces un buen porcentaje de la ciudadanía estábamos deseando que esta pesadilla acabara cuanto antes, los días de campaña se hicieron muchos más largos y los sondeos, confusos y enrevesados, tampoco han contribuido a iluminar el panorama.

Si alguna conclusión se puede sacar de todo esto es que los resultados del día 4 no están nada claros y que, hasta que no contemos el último voto, puede ocurrir cualquier cosa. Sin querer confundir los deseos con la realidad, hay algo que resulta ilustrativo: en la recta final de esta desastrosa campaña, buena cantidad de portavoces de la derecha y la ultraderecha han echado mano de otra de las técnicas de Trump: cuestionar el voto por correo. Eso significa que no están seguros de que los resultados les vayan a ser favorables. Si las izquierdas consiguen sumar, entonces la caverna en bloque, no lo duden, pondrá toda su artillería a cuestionar el resultado, a discutir la limpieza del proceso ¿Les suena?

Ocurra una cosa u otra, las lecciones que hemos de extraer de estas dos semanas que acabamos de vivir es que a partir del día después, del mismo miércoles 5, las fuerzas democráticas al completo deberían ponerse a trabajar para que una campaña tan bochornosa como la vivida estos días en Madrid no vuelva a repetirse en ningún otro sitio nunca más.

Urge dignificar la política, urge aislar al fascismo, urge acabar con el mito de la dichosa equidistancia, porque jamás puede haber equidistancia entre quienes hacen política para proporcionar derechos a los más desfavorecidos y quienes la utilizan para quitárselos. No podemos consentir esos perversos paralelismos, tenemos que repetirlo miles de veces hasta que se les meta en la cabeza a quienes se empeñan en repetir como papagayos este espantoso argumentario fascista.

Para que el bulo, la mentira, la provocación, los insultos y las amenazas salgan de nuestra política, el primer paso ha de ser dejar de otorgarle cancha a los postulados nazis. Esa ha de ser la prioridad. Tanto para la izquierda como para la derecha civilizada, que seguro la hay. En estos momentos no parece que Ayuso y quienes la jalean estén por la labor pero, pase lo que pase el martes 4 de mayo, ese tiene que ser el reto. Cordón sanitario. Debemos planteárnoslo seriamente si no queremos que el día menos pensado esto acabe yéndosenos de las manos.

J.T.

Publicado en La Última Hora

¿En qué momento se jodió Madrid?


En “Como polvo en el viento”, la novela más reciente del escritor cubano Leonardo Padura, sus protagonistas repiten a lo largo de la trama una pregunta recurrente:

“¿Qué demonios nos ha pasado?”

Son un grupo de amigos treintañeros, un especie de “clan” con sólida formación universitaria a quienes hasta el 89 les sonreía la vida y a partir de la caída del muro de Berlín y la llegada del “Período Especial” en su país, todo se les tuerce hasta dimensiones inimaginables.

En el comienzo de “Conversación en la Catedral” Mario Vargas Llosa, que todavía no había girado del todo a la derecha, le hace pronunciar a uno de sus protagonistas una frase también recurrente que desde entonces ha pasado a la historia:

“¿En qué momento se jodió el Perú?”

Alguien tendrá que escribir, más pronto que tarde, la historia de lo que en estos momentos nos está pasando a los españoles, a qué es debida la histeria que vivimos en Madrid o por qué se eterniza el impasse en Catalunya entre otros conflictos ibéricos (Euskadi, Andalucía, Galicia…) Habida cuenta de los escasos días que quedan para votar en Madrid, hoy me centraré en este territorio, con permiso del lector y sin que sirva de precedente. Así que vamos a la pregunta:

“¿Qué demonios nos ha pasado, en qué momento se jodió Madrid?”

El problema es que no tenemos respuesta para esa pregunta. Quien la tenga que la explique, porque somos bastantes los que andamos perdidos. Hipótesis hay muchas pero certezas pocas. Por mi parte, y créanme que lo siento, lo que tengo son preguntas que no sé contestar:

¿Cómo se puede degenerar para ir pasando de Ruiz Gallardón a Esperanza Aguirre, de Aguirre a Ignacio González, de González a Cristina Cifuentes… y así hasta llegar a Isabel Díaz Ayuso?

¿Qué nos está pasando para que, después de escuchar durante dos años una extravagancia tras otra en boca de Ayuso, las encuestas predigan que, en las elecciones del 4 de mayo, la candidata del PP puede duplicar los apoyos con los que llegó al poder en 2019?

¿Cómo es posible que tras su insensata e irresponsable gestión de la pandemia, esto no le esté pasando factura?

¿En qué momento se empezó a minusvalorar su enfrenamiento con el gobierno de la nación y con los responsables autonómicos cuando se intentaba tomar medidas para rebajar los índices de contagio?

¿Cómo se puede correr un tupido velo sobre la irresponsable gestión de las residencias madrileñas, cómo hay quien pueda dar por buenas sus mentiras en este asunto cuando intenta desviar la responsabilidad de lo que era claramente competencia suya?

¿En que momento nos volvimos tan tarugos como para sonreír con las frikadas de Ayuso? ¿A quién se le ocurre quitarle importancia a burradas como sus loas a los atascos o a la contaminación?

¿De verdad que es toda una candidata quien se dedica a exaltar las cañas de cerveza y la dificultad para tropezarte con tu ex como argumentos electorales? ¿Cómo toleramos que nos expropie una palabra tan sagrada como el término “Libertad”? ¿Pero esto qué es, cómo nos dejamos tomar el pelo de esta manera? ¿Qué está pasando aquí? ¿El mundo al revés?

Decidme que este tipo de disparates no pueden calar, que todo esto es una pesadilla, queridos amigos, que no puede ser verdad que a base de mentiras, insultos, exabruptos y groserías se puedan ganar unas elecciones. ¿Dónde quedaron los programas, dónde nuestros verdaderos problemas del día a día, dónde la garantía de que nuestros hijos y nietas podrán crecer en una sociedad más justa y más igualitaria? Decidme que no es verdad, que esto es una distopía, un mal sueño…

Movimientos sociales varios, sindicatos todos, ¿no vamos a aprovechar este primero de mayo para darle un buen meneo a todo esto y despertar las conciencias de quienes aún no se hayan dado cuenta de lo que nos estamos jugando? ¿Es posible que alguien olvide que, si gana la ultraderecha, quedaremos en manos de cuatro desaprensivos que harán con nuestras vidas lo que les dé la gana sin que nadie les tosa?

¿De verdad vais a votar a vuestros verdugos, de verdad vais a propiciar que si los populares necesitan sumar para conseguir la mayoría absoluta, echen mano de otro partido aún más intolerante, y más decidido a acabar con derechos y libertades que tanto nos costó conquistar?

Decidme que esto no es posible, por favor. Decidme que llevamos razón quienes pensamos que somos más los que no podemos permitir que eso suceda, que somos más los necesitados de políticas más justas y menos desiguales. Decidme que el próximo día 4 vais a votar todos los que tenéis claro que, a quienes ahora están en el poder, les importan un pimiento vuestros problemas.

Decidme que, por muy cabreados que podáis estar con la política en el momento que vivimos, el 4 de mayo y aunque sea haciendo un esfuerzo, vais a salir de casa, os vais a acercar hasta vuestro colegio electoral y vais a ejercer el derecho más hermoso que tenemos en democracia: votar cualquiera de las tres opciones de izquierdas que, sumadas, pueden acabar con la pesadilla que la derecha nos lleva haciendo vivir durante veintiséis años en la Comunidad de Madrid

Reconozco que, a día de hoy, no sé contestar a la pregunta de en qué momento se jodió Madrid. Pero si a partir del martes próximo la ultraderecha gana las elecciones, sí tendré claro a partir de qué momento dejamos pasar la oportunidad de cambiar las cosas y no lo hicimos.

Esperemos que no nos acabe pasando como a los protagonistas de la novela de Leonardo Padura, ni tengamos que andar preguntándonos durante los próximos años:

“¿Qué demonios nos ha pasado?”

J.T.