lunes, 16 de septiembre de 2024

Ser radical

Los extremos son malos, el extremismo nunca trae nada bueno, hay que apostar por la centralidad, en el equilibrio está el acierto. He aquí algunas de las perversas máximas que, desde la Transición hasta nuestros días, nos han ido haciendo desembocar en el momento que vivimos en nuestro país. Por lo general, quienes denuestan y demonizan a quienes defienden postulados de izquierdas, quienes los llaman radicales, no suelen ser los ultraderechistas sino más bien los amantes de lo políticamente correcto ¿Y qué es lo políticamente correcto? ¿Apostar porque parezca que las cosas cambien para que todo siga igual, quizás?


Le doy vueltas a este tipo de reflexiones porque de un tiempo a esta parte percibo, entre algunas gentes que me rodean, cierta sensación de alivio, por ejemplo, porque la izquierda que ganó las elecciones en Francia no presida el consejo de ministros, porque el revulsivo que supuso Podemos en nuestro país hayan conseguido desactivarlo, porque la izquierda que ha ganado en Reino Unido sea desesperadamente moderada o porque Trump pierda algún que otro punto en las encuestas frente a Kamala Harris. Todo parece valer merced a la coartada de frenar el avance del fascismo y claro, eso acaba derivando en un conformismo social y político donde no importa que la lucha por los derechos sociales y laborales en el mundo permanezca estancada e incluso, en algunos casos, retroceda de manera alarmante.


Ni el racismo, ni la homofobia o la violencia machista van a desaparecer con las políticas que llevan a cabo quienes gobiernan solo gracias al miedo al fascismo. No avanzarán tampoco en la lucha contra la desigualdad ni contra las injusticias. Partidos políticos como el PSOE o el PP llaman radicales de izquierdas a las formaciones que pelean por sacudirse la tutela de entidades financieras, jueces, militares y curas; a quienes pugnan por avanzar en conquistas sociales que llevan mucho tiempo esperando. Ellos sabrán lo que hacen.


Llamar radicales a los partidos de izquierdas que exigen el respeto a los derechos humanos es una insidia. Equipararlos a los ultraderechistas (aquello tan manido de radicales de izquierdas y radicales de derechas), una calumnia. Pero la técnica es persistir en la demonización, buscar que el ciudadano medio tienda a inquietarse cuando alguien reivindica derechos que no están dentro de los esquemas tradicionales. Esta manipulación suele desembocar en la confrontación con el vecino, en la crispación y el mal rollo permanentes. 


La obligación de quienes gobiernan es representar a todos, ¿no? ¿o solo a quienes les votan? Su deber es mejorar el clima social y favorecer la avenencia y la concordia, por eso es tan grave que personajes como los socialistas Page o Lambán se dediquen a insultar a los catalanes que no piensan como ellos solo para preservar su caladero de votos. Apostar por los votos en lugar de por mejorar la coexistencia entre las distintas sensibilidades que conforman el Estado español es una siembra tan peligrosa como estéril, sobre todo porque no representa la mayoría. Aquí conviven desde siempre múltiples maneras de entender la vida, idiomas diferentes, raíces históricas muy distintas, así que no queda más remedio que ponerse de acuerdo ¿Algún día lo entenderán? 


Emplear el término radical con carácter peyorativo para definir a aquellos conciudadanos que defienden ideas que tienen poco que ver con las de los dos partidos mayoritarios no ayuda a mejorar las cosas. Ahora se ha puesto de moda hablar de normalización en Catalunya. ¿De qué normalización habla esta gente?, se preguntaba el pasado 11 de septiembre Lluís Llach durante la celebración de la Diada. Y es cierto, no puede ser normal solo lo que una parte considere normal. No te puedes dedicar a despreciar e insultar a quienes no piensan como tú. No puedes bombardear a diario la atmósfera social con mentiras, bulos y fakes cada vez más descarados. No puedes ni debes hacerlo desde los tribunales ni desde los medios de comunicación. Mucho menos desde el poder político. 


En el diccionario de la Lengua, radical se define como algo que resulta fundamental, sustancial, básico, primordial. Usar el término con carácter peyorativo es, además de inexacto, inútil. No ha habido ninguna otra manera de avanzar a lo largo de la historia. ¿Fueron radicales quienes consiguieron la jornada laboral de ocho horas? ¿Lo fueron quienes lucharon hasta ganar el derecho de las mujeres a votar o la eliminación de la segregación racial? Los derechos se conquistan y, con muy pocas excepciones, siempre se conquistan en la calle. Así fue y así continuará siendo. Si eso es ser radical, bienvenida sea la radicalidad.


J.T.




lunes, 9 de septiembre de 2024

El fútbol, esa pasión


Puedes ser la persona más brillante y habilidosa del mundo, la más competente, la más trabajadora y resolutiva. Bien, pues siempre habrá alguien enfrente dispuesto a romperte las piernas. Eso es el fútbol, o en eso han convertido el fútbol, y quizás por eso este espectáculo al que muchos se empeñan aún en llamar deporte tenga tanto éxito, quizás por eso giren en torno a él tantos intereses y se mueva tanto dinero.


En la vida puedes cambiar de todo menos de pasión, decía un personaje de la película “El secreto de tus ojos” como clave para buscar, y finalmente encontrar en la cancha de su equipo favorito, al asesino que buscaban. Pasión. Igual hubo un momento en que el fútbol fue solo pasión y sentimiento, pero aquello ya es historia ¿Por qué quienes presiden un club de fútbol suelen andar por lo general metidos en turbios enredos económicos? ¿Por qué esta actividad posee la capacidad de atraer a tanto personaje siniestro? ¿Por qué los términos fútbol y corrupción andan emparentados en tantísimas ocasiones? 


Ser hincha del club de tu ciudad exige al aficionado medio realizar un ejercicio de abstracción. Has de defender al equipo de tus amores a pesar del constructor de turno que lo preside, cuando no del representante de un país al que le sobra el dinero y ha elegido el fútbol como vehículo de proyección internacional. Pagas el abono tapándote la nariz y acudes al campo intentando no mirar al palco para evitar contaminarte. Pero no dejas de ir, ni de celebrar las victorias, ni de entristecerte cuando pierde. Es tu pasión. ¿Lo es también de quienes se sirven del palco presidencial para la conspiración y el tráfico de influencias?


Luego tenemos el fenómeno de los hinchas ultras ¿Cómo es posible que se haya alentado, y financiado, la proliferación de este fenómeno? Los biris sevillistas, los boixos nois culés, los ultrasur madridistas… Y tantos y tantos otros, que a veces hasta se pegan antes de los partidos, como aquel caso de infausto recuerdo entre miembros del Frente Atlético y del Riazor Blues que acabó con la muerte de uno de estos últimos, tras ser arrojado al río Manzanares. ¿A quién beneficia que en el fútbol se aliente la xenofobia y el racismo, cómo es posible que estemos tardando tanto en poner en marcha una legislación que acabe con todo esto?


Por no hablar de esos dos jóvenes apellidados Rodri y Morata, a quienes no se les ocurrió nada mejor, tras ganar la Copa de Europa, que ponerse a reivindicar Gibraltar durante la celebración de la victoria. Qué manera de perder el norte, que inconsciencia, qué descerebre! Aunque he de confesarles que desde aquel día ando preguntándome hasta dónde este tipo de desafueros andan instalados no solo entre los jugadores de la selección española sino entre buena parte de las gentes de su generación. 


La homofobia y el machismo, tan comunes también en esa atmósfera, no hacen más que redondear la faena en esta estridente caja de bombas. Casos como el Dani Alves o Rafa Mir (presunto este último) reflejan la sensación de impunidad con la que según qué jugadores famosos se mueven por el mundo. Luego está la Liga de Fútbol Profesional, presidida por un señor con acreditadas filias ultras o la Federación, que cuenta con dos presidentes empurados después de los lamentables episodios ocurridos tras la victoria de la selección femenina en el mundial de Sidney… Como todo el mundo habla de Florentino y de su capacidad para mover hilos judiciales, periodísticos y políticos desde el palco del Bernabéu, me limitaré a citarlo para evitar redundancias en este asunto. Pero es grave. Porque no se trata solo del presidente madridista, o de Rubiales, Tebas y algunos responsables arbitrales “presuntamente” a sueldo de según que equipos. Hay bastantes más.


¿Y qué me dicen ustedes de la información deportiva? Si en el mundo de la política el periodismo está cada día más contaminado, en el del fútbol la prostitución es ya explícita. No se tapan siquiera un poquito. No les da ninguna vergüenza ir a saco para defender los intereses de quienes parten el bacalao. Machismo, racismo y homofobia en todo su esplendor, ninguneo a los equipos humildes y exaltación de los poderosos. Sonroja escuchar a la mayoría de comentaristas cuando retransmiten partidos. Les importa un rábano que se perciban sus filias y sus fobias, están blindados por aquellos a quienes deben la comida de cada día ¿El lector, el espectador, el oyente, eso qué es? Y en cuanto a las tertulias de esos presuntos programas deportivos donde todo el mundo se grita sin parar debatiendo nimiedades sin trascendencia alguna, pues mejor ni hablar.


Como en el pasaje bíblico donde se cuenta la historia de Sodoma y Gomorra, encuéntrame diez personas justas y no quemaré esas ciudades. Quizás nos quedaríamos sin fútbol si este episodio se trasladara a lo que sucede en ese mundo. Claro que, como en la película del argentino Juan José Campanella, ni así creo que estuviéramos dispuestos a renunciar a nuestra pasión. Porque de pasión, según parece, nunca se cambia. Aunque resulte preocupante que la esencia de este espectáculo, antes deporte, sea admitir que por muy brillante que seas siempre vas a tener enfrente alguien dispuesto a romperte las piernas. La vida misma.


J.T.




lunes, 2 de septiembre de 2024

Inmigración. El enredo infinito


Necesaria. Ese es el término: la inmigración es necesaria. Pedro Sánchez proclamó esta verdad indiscutible en su gira africana de la semana pasada y acto seguido Núñez Feijóo se le tiró a la yugular acusando al presidente del Gobierno de azuzar el “efecto llamada”. A partir de ahí, el enredo infinito. Me tienen muy harto los unos y los otros con este infame teatrillo. Los dos grandes partidos del 78 mienten más que hablan porque tanto PP como PSOE saben que con las mafias no se acaba de un día para otro. Y las mafias existen porque la demanda existe. Los acontecimientos, como sucede siempre, van por delante de la capacidad de gestionarlos y quienes a día de hoy hablan de deportaciones masivas o de regulación urgente dejan al descubierto su impotencia para plantar cara de manera democrática a uno de los filones más jugosos con que cuentan xenófobos y fascistas.


A quienes los derechos humanos importan un pimiento tienen en el fenómeno migratorio un yacimiento de votos que explotan de manera miserable. Juegan con el miedo de un ciudadano medio inseguro y de escasa formación, pero no les basta con ello: la ultraderecha apuesta sin disimulos por el odio y la crispación porque esa es su esencia, porque la hostilidad con el diferente funciona como combustible eficaz para hacer crecer el falso atractivo de sus políticas fascistas. Es lo que lleva ocurriendo desde hace décadas en muchos países de Europa, un cóctel cuyos ingredientes además del racismo son el machismo, la homofobia, la violencia o la intolerancia, y al que en España hay que añadir la nostalgia de la dictadura franquista.


La dejadez de muchos años, el exceso de confianza del bipartidismo durante tanto tiempo ha dejado crecer el monstruo. Hasta que la inmigración no ha aparecido en los sondeos como una de las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos, los dos principales partidos de nuestro país no se han puesto a la tarea. Y lo están haciendo de la peor manera posible, a tortazo limpio entre ellas, diciendo un día una cosa, al siguiente la contraria y siempre con la vista puesta en las encuestas porque, en el fondo, el problema en sí se las trae al pairo. Lo que cuenta es la curva estadística donde se refleja la intención de voto, los datos, las prospecciones.


El PP continúa creyendo que siendo más facha cada día les irá mejor, solo así se entienden desatinos como el tuit de García Albiol criminalizando a un grupo de inmigrantes que viajaba en un barco desde Baleares a Barcelona y el refrendo de Cuca Gamarra ponderando la valentía del alcalde de Badalona al poner por escrito lo que muchos en su partido piensan. Esto ha sido declarado nada menos que por la secretaria general del principal partido de la oposición ¡Ea! Encuestas, encuestas, encuestas, utilicemos el miedo para llegar al poder, que no nos quiten los votos aquellos que son más ultras que nosotros todavía, cuando gobernemos ya veremos, y entonces si conviene decir lo contrario, pues se dice. Claro que no les hace falta llegar al poder para eso: el portavoz parlamentario Miguel Tellado que en su día reclamó, no lo olvidemos, la intervención de la Armada, ya se encarga de soltar a diario una cosa o la contraria según por donde venga el viento. Terrible.


Terrible sobre todo porque jugar con la inmigración no se puede ni se debe. Ni en broma, ya se esté en Gobierno o en el principal partido de la oposición. Como escribía el otro día el colega Ángel Munárriz, parece como si hubiéramos tomado nota de todos los errores cometidos durante años en el resto de Europa a propósito del debate migratorio… para acabar cometiéndolos ahora también aquí. Cuando, como repite una y otra vez Fernando Clavijo, presidente canario que gobierna con el PP, “la inmigración no es un problema político ni territorial; es un drama humanitario".


No es que rechazar a los inmigrantes sea un pecado grave, como acaba de decir el Papa Francisco, aportando así su particular guinda a este peliagudo asunto, es que los inmigrantes son necesarios. Los estudios hablan de 24 millones en España para dentro de 30 años si queremos sostener la actividad económica, la fiscalidad, las pensiones… Los partidos políticos lo saben, entonces, ¿a qué juegan? ¿A demonizar solo a los africanos que llegan en patera? Cuando Santiago Abascal sostiene que tendremos que defendernos por nosotros mismos, ¿se refiere acaso a hacerlo frente a las decenas de miles de ricos latinoamericanos que sacan el dinero de sus países de origen y compran pisos a mansalva en el madrileño barrio de Salamanca? ¿o a los fondos buitre? ¿o a las empresas extranjeras que hacen caja aquí y pagan sus impuestos en países menos estrictos?


El problema no está solo en Gambia, Senegal o Mauritania. Tampoco en La Restinga, el puerto canario de la isla de El Hierro al que más inmigrantes llegan últimamente. Por los aeropuertos, principal vía de entrada de extranjeros, no llegan ciudadanos de esos países. Contratar en origen suena muy bien, ayudar a los países sin recursos también, pero la maquinaria para poner todo eso en marcha es mucho más lenta que la necesidad de sobrevivir. Por el momento, la única manera de migrar a España es con un visado de turismo o jugándote la vida en el mar en un cayuco. Están en esa situación, como recuerda Ione Belarra, porque no les estamos permitiendo ninguna vía legal y segura para migrar, pero quede claro que nadie quiere estar trabajando sin derechos. 


Como no se le pueden poner puertas al campo, intentar ganar votos y elecciones a costa de la deshumanización o la falta de solidaridad con los más débiles es, además de una infamia, pan para hoy y hambre para mañana. El Gobierno y el principal partido de la oposición tienen la obligación de coger ese toro por los cuernos.Ya. El odio fascista no puede acabar ganándole la partida a los derechos humanos.


J.T.




lunes, 26 de agosto de 2024

Los ultras, a calzón quitado

Mienten tanto que no les queda sitio para la verdad. Si los principales medios de la madrileñidad tóxica, que extienden su veneno a través de las ondas y los pocos quioscos que van quedando, se equivocaran algún día y difundieran una verdad, serían pocos quienes les creerían. Hasta su más adicta parroquia sabe que mienten, y por eso les jalea, porque hacen el trabajo sucio que necesita para preservar sus privilegios. Los portavoces de la mentira por sistema lo tienen difícil para mantener alto el pabellón desde que ciertos alumnos aventajados les han rebasado por la más extrema de las derechas enfangando las redes sociales con bulos ofensivos y rastreras noticias falsas. El incalificable linchamiento del que fue víctima hace unos días mi compañero y amigo Raúl Solís desborda los límites de lo admisible para devenir en delincuencia pura y dura.


Me niego a reproducir más veces las monstruosidades que ese eurodiputado ultra apellidado Pérez y el repugnante escudero con nombre de mafioso que tiene a su servicio, le han dedicado a mi colega periodista porque seguro que el lector, si no las conoce ya, tiene dónde consultarlas. Quizás el lector conozca también que, como consecuencia de las maldades vertidas contra Solís, decenas de miles de seguidores de estos fascistas de libro procedieron acto seguido a proferir contra él todo tipo de improperios rematados con amenazas intolerables.


No sé que piensan ustedes, pero esto no puede continuar así. De ninguna manera. Tamaña escalada de odio no augura nada bueno. Y si deleznable es esta peligrosa espiral, más lo es aún el silencio de buena parte de medios y opinadores en general a propósito de este infame episodio. Tanto si callan por miedo como si justifican su silencio aduciendo que carecen de datos suficientes, no creo que ignoren que así están labrando su propia fosa. La persecución y hostilidad contra Raúl Solís es solo uno de los primeros pasos en una estrategia que llegará hasta donde, quienes continúan actuando con inaceptable impunidad, se propongan llegar.


La homofobia y el racismo, señas de identidad de la ultraderecha más irredenta, han turbado el tradicional sosiego que solía caracterizar a la tercera semana de agosto en materia de actualidad política. Los ultras no parecen dispuestos a descansar en su camorrista empeño de hacer más honda cada día la brecha entre las eternas dos Españas, envenenar así la atmósfera social y dificultar todo lo posible nuestra convivencia en paz. La incalificable campaña racista que tuvo lugar, también hace unos días, a propósito del asesinato en Mocejón, Toledo, de un niño de once años, corrobora la escalada canalla de una amoralidad militante practicada por sistema para no darnos respiro, desestabilizar el ánimo ciudadano y añadir mayores dosis de crispación a ese cansino suma y sigue cuya finalidad última es acabar con el Gobierno de coalición cuanto antes y como sea.  


El odio no puede ni debe ser negocio. Cada vez que veo por escrito el nombre del tal Pérez, creo que andamos contribuyendo al crecimiento icónico del infame personaje. Al tiempo parece claro que la opción no puede ser comportarse como si este no existiera ¿Qué hacer? ¿Cómo atajar tamaña afrenta? No hay que olvidar además que el objetivo de la violencia fascista es deshumanizar y destruir a quienes le plantan cara. Lo hicieron con Mónica Oltra, con Pablo Iglesias, con Irene Montero, Vicky Rosell y tantos otros; lo hacen ahora con Martina Velarde y con Raúl Solís y, como ha dicho él mismo, lo seguirán haciendo si quienes pueden escribir en el BOE continúan durmiendo el sueño de los justos. Raúl ha puesto en manos de la fiscalía tanto las acusaciones de pedofilia que han vertido contra él en redes cuentas con cientos de miles de seguidores como las amenazas de toda índole que le han dedicado miles de  “incondicionales” de estos profesionales del incendio social. Veremos.


Esperemos que se decidan de una vez a investigar en los perfiles de redes y cuentas de mensajería de quienes difunden bulos y atrocidades a diario, a ver si así consiguen averiguar las posibles vinculaciones políticas o asociativas, los referentes ideológicos y también intelectuales. Es algo, como recuerda Carlos Hernández, que viene haciéndose con todos los terrorismos, salvo inexplicablemente con el de ultraderecha. Al menos hasta ahora. Que mañana mismo pueden cambiar la ley para acabar con la impunidad en redes, afirman quienes parecen olvidar que esas mismas mezquindades se difunden también en la mayoría de periódicos, radios y televisiones. Cambiar la ley… ¿para que la aplique quién?  Y hasta entonces, ¿qué? Menos estrategias de dilación, menos palabras bonitas, menos lobos y al turrón. 


Tras su famosa carta a finales del pasado mes de abril, el presidente del Gobierno se fue a reflexionar cinco días y reapareció con una palabra mágica por bandera: regeneración. Pues sea lo que sea lo que para él signifique ese término, ya está tardando, por mucho que el consejo de ministras y ministros comenzara a legislar mañana mismo. Que, por cierto, a ver cómo lo harían sin acabar cuestionando derechos de todos.Tarea complicada. Mientras tanto los ultras, erre que erre, ahí continúan con su estrategia de desestabilización. A calzón quitado y sin perder un minuto. Algunos de ellos incluso, con sus credenciales de prensa colgadas al cuello, sembrando cizaña por los pasillos y en la sala de prensa del mismísimo Congreso de los Diputados.


J.T.



miércoles, 21 de agosto de 2024

El violín de Ala Voronkova y los 24 Caprichos de Paganini

Se trataba de un auténtico privilegio y lo sabíamos. Quienes nos encontrábamos el pasado viernes 16 de agosto en la Eglise Sainte Eugénie de Saillagouse éramos conscientes del carácter excepcional del concierto al que íbamos a asistir y así fue. La violinista Ala Voronkova superó con creces nuestras expectativas nada más subir al escenario para interpretar, uno tras otro, los 24 Caprichos de Niccolò Paganini, escritos por el compositor italiano entre 1802 y 1817. Antes de entrar, los más allegados a la intérprete me habían puesto al tanto: solo uno de cada mil violinistas se atreve con esta obra, me decían. Se necesita mucho talento y mucha disciplina, interminables horas de trabajo y entrenamiento para conseguir la destreza de Ala, para ejecutar tanto acorde imposible. Seis dedos hacen falta, cinco no son suficientes, advertía su hija María Voronkova, divulgadora musical, durante la presentación de la actuación de su madre. 


Y es cierto. Nada más aparecer en el escenario y regalarnos el primer compás del Capricho número uno de Paganini, la energía y el virtuosismo de Ala Voronkova nos cautivó. No se escuchaba ni respirar a nadie mientras el arqueto rebotaba sobre la cuerda como si se tratara de una pelota y la intérprete iba estirando la mano izquierda al máximo en dobles y triples cuerdas a la vez. Este efecto aumentaba en el segundo Capricho y continuaba ascendiendo hasta el quinto, uno de los más famosos y difíciles, porque aquí el genio italiano obliga a realizar un recorrido completo por todo el registro del violín, que en el caso de Voronkova se trata nada menos que de un Giao Paolo Maggini datado en 1600.


María Voronkova, maestra de ceremonias del acto certificó, durante las introducciones que realizaba en los intervalos del concierto, lo que me habían explicado antes del comienzo: el noventa por ciento de violinistas, dijo, afirman a día de hoy que el Capricho número 5 de Paganini es absolutamente imposible de interpretar. Pues Ala Voronkova lo interpretó, y lo hizo moviendo casi a velocidad de vértigo sus portentosos dedos mientras yo me preguntaba cómo era posible que de aquel memorable momento solo estuviéramos siendo testigos unas doscientas personas. Ya quisieran primeros violines de muchas sinfónicas poseer la madurez de Ala, su capacidad de transmitir y conectar con el alma de quienes la escuchan. No está probado que ni siquiera el mismísimo autor fuera en su día capaz de hacerlo mejor, por mucho que haya quien sostenga que él podía tocarla en una sola cuerda.


La primera vez que Voronkova ejecutó este concierto en un escenario fue en Santa Coloma de Gramanet hace quince años y desde entonces su relación con Paganini y sus Caprichos no ha dejado de estar siempre ahí. Forma parte de su amplio repertorio y cada cierto tiempo lo incluye en algún programa para deleite de quienes aman tanto la música del compositor italiano como la manera que nuestra violinista tiene de interpretarla. Parece que ni siquiera el autor fue capaz de ejecutar nunca sus 24 Caprichos en un único concierto. Ala sí lo hace. En la Eglise Saint Eugénie de Saillagouse los dividió en cuatro partes, con tres intervalos en los que los presentadores iban resumiendo lo que nos tocaba escuchar a continuación. Todos los Caprichos están escritos en forma de estudios, y cada número explora diferentes técnicas del violín.


Durante la segunda parte del concierto en Saillagouse, el Capricho número 9, llamado “La Caza”, me fascinó. Luego supe que este Alegretto, compuesto en Mi mayor, es uno de los más famosos de los 24, porque el efecto que buscaba aquí Paganini era un diálogo entre una pareja de flautas y otra de trompetas, una combinación de graves y agudos en escalas interpretadas a enorme velocidad. Mientras Ala lo tocaba, pude ver las caras de quienes se encontraban a mi alrededor, y en algún caso tuve la sensación de que iban a saltar del asiento sin poder evitar expresar la emoción que sentían. Estábamos disfrutando ni más ni menos que del resultado de un trabajo, el de Voronkova, que comenzó hace sesenta años en la escuela rusa, de la autodisciplina implacable con la que la artista se prepara a conciencia cada vez que sube a un escenario. 


A medida que el concierto avanzaba, aumentaba a su vez en la sala la emoción y la sintonía con la violinista quien, al llegar al Capricho número 20, nos asombró haciendo sonar el instrumento como si de una gaita se tratara. La recta final fue portentosa: el número 23, una auténtica exhibición de brillantez, un reto de octavas, grandes saltos y cromatismos que prepararon el ambiente para la llegada del Capricho por antonomasia, el número 24, escrito en la menor, la melodía más célebre de Paganini y quizás una de las piezas técnicamente más complejas jamás creadas para violín. Listz o Brahms, entre otros muchos creadores, han realizado desde entonces variaciones sobre este tema, una pieza que Voronkova interpreta dejándose literalmente el alma. 


Por fin había llegado el apoteosis, por fin la intérprete veía premiado su esfuerzo una vez más. Por fin se acababa el sufrimiento y sus dedos mágicos podrían ahora descansar satisfechos. Se la ve extenuada pero feliz por llegar hasta aquí y quizás también por constatar hasta qué punto ha hecho gozar a los asistentes. Mientras recoge un más que merecido ramo de rosas, saluda una y otra vez emocionada, agradecida… y aliviada. Nos ha brindado un espectáculo único, privilegio del que todos los que estábamos allí éramos plenamente conscientes.


Juan Tortosa 


Publicado en el periódico de Saillagouse el 20.08.24


lunes, 19 de agosto de 2024

El periodismo y la fuga de Puigdemont


¿Dónde estaban los periodistas en el momento de la fuga de Puigdemont? ¿A nadie se le pasó por la cabeza la posibilidad de que, al margen de lo anunciado oficialmente, existiera un plan B para esfumarse y escapar como finalmente sucedió? Las fuerzas de seguridad pueden ser torpes o estar conchabadas, pero… ¿los periodistas también estábamos todos abducidos?


¿Me quieren decir que no hubo una sola redacción de informativos en todo el país, ni un solo jefe con experiencia, ni un solo reportero intrépido a quien se le pasara por la cabeza que había que hacer lo posible para no perder de vista al ex president en ningún momento? ¿Me quieren decir que todos se dejaron seducir por la megafonía y sus  instrucciones de despiste cuando se pedía a los presentes permitir avanzar por el pasillo central a la comitiva -de la que presuntamente formaba parte Puigdemont- hasta llegar a la entrada del parque de la Ciudadela, sede del Parlament de Catalunya? ¿Me quieren decir que importaba tanto el morbo del momento de la detención que se prefirió pensar que el expresident avanzaba hacia el Parlament junto a Mas, Rull, Torra, Borrás, Batet, Llach y compañía? Muchos de los asistentes llegaron a creer lo que decían los altavoces más que lo que veían sus propios ojos, pero… ¿los periodistas también?


“No habíamos contemplado que Puigdemont escapara como lo hizo”, admitió al día siguiente el ya ex consejero de Interior de la Generalitat con lágrimas en los ojos. A juzgar por los resultados, parece claro que los periodistas tampoco. Obsesionados por captar la imagen de la detención, ningún medio pareció dispuesto a sacrificar una cámara de televisión o una máquina de fotos, ni siquiera alguien con un triste móvil para dedicarse a buscar, aunque solo fuera por si acaso, la otra cara de la luna. Cuando, como todo informador profesional sabe de sobra, la obligación de “buscar la otra cara de la luna” es una de las reglas de oro del periodismo.


Yo creo que si mi amigo Mariano Valladolid hubiera estado en esa cobertura, lo habría hecho. Son muchas las veces en que su manera de buscar otro ángulo del acontecimiento que le toca cubrir como reportero gráfico, renunciando así a captar la imagen que al final acaba teniendo todo el mundo, le ha dado excelentes resultados y el reconocimiento profesional del que goza entre sus compañeros. Mariano es free lance, trabaja en Andalucía y el secreto de su trabajo, además de estar dispuesto a volver a su casa sin haber grabado nada, es la discreción. Si le hubiera tocado cubrir el discurso de Puigdemont habría grabado, aunque fuera infiltrado y con un móvil. Y si no le hubieran dejado grabar, al estar presente podría al menos haber contado como testigo el momento camuflaje. Por supuesto lo habría hecho manteniéndose al margen, no inmiscuyéndose ni delatando a nadie, faltaría más. Pero tendríamos la secuencia. O su relato como testigo directo.


Esto no solo lo hace Mariano. Rosa María Calaf y su compañero el reportero gráfico de tve en Haití cuando Jean-Claude Duvalier se escapó del país en 2011, consiguieron captar la única imagen del dictador conduciendo el coche en el que se dirigía al aeropuerto para huir. Y lo hicieron apostando sencillamente por colocarse en el lado opuesto al que se encontraba el resto de sus compañeros de cobertura. Ella sabía que el dictador no se fiaba ni de los conductores, se arriesgaron… y ganaron. Es verdad que son muchas las veces en que haciendo esto te quedas a dos velas y, si no tiene las suficiente seguridad profesional, el miedo a la bronca de los jefes te lleva a apostar por lo que hace todo el mundo. Decenas de cámaras peleando por el mismo plano secuencia que a los pocos minutos van a distribuir todas las agencias, así es la cosa.


Dado que esta es la cera que arde a día de hoy en el periodismo de nuestro país, ahí tenemos los resultados. Como las imágenes del Congreso las pasa la institución una vez realizadas, hace tiempo que nos quedamos ya sin planos de gente durmiendo, votando por otro diputado o viendo porno. A veces en algún directo, el realizador falla y pincha algún plano que parece periodismo… pero por equivocación. Tampoco hay periodismo ya en los mítines electorales, cuya señal realizada suele ser un dechado de manipulación, tampoco en la mayoría de ruedas de prensa de los políticos… Hacen más periodismo los micrófonos abiertos por descuido que los periodistas.


El regalo a los medios de las señales realizadas, la desmotivación de muchos reporteros de a pie, que cada día que pasa están peor pagados, la mentalidad práctica mal entendida y la falta de tiempo y voluntad para trabajar con perspectiva y un mínimo sosiego han instalado en el mundo de las coberturas periodísticas un punto de relajación muy peligroso. Se nos escapan las mejores y se nos escapan porque andamos despistados, desanimados y colonizados por una envenenada tendencia a la burocratización que, como todo el mundo sabe, es la mayor enemiga del periodismo. 


¿De verdad huyó Puigdemont en el coche blanco que nos dicen, de verdad se puso el célebre sombrero de paja? ¿Dónde está el documento, el plano secuencia que lo acredite con claridad? Me cuesta pensar que no existan esas imágenes, que a nadie del equipo del ex president se le encargara grabarlas. Existía un plan B y consiguieron engañar a los mossos, a la policía, a la guardia civil… y a los informadores. Si además alguien del equipo de Puigdemont lo grabó y ahora están midiendo los tiempos hasta que consideren que ha llegado el momento de difundirlo, el ridículo en que dejarían a la profesión periodística sería ya memorable. 


J.T.







lunes, 12 de agosto de 2024

Madrid no es el ombligo de España

Vive Madrid en una realidad paralela con respecto al resto de España. El punto de vista del Madrid mediático y político es cada día más tóxico y menos inclusivo. Ser la sede de las principales instituciones del Estado no otorga patente de corso para dictaminar cuál es el foco que hay que aplicar al resto de territorios. Mucho menos si se trata de un país tan diverso como el nuestro, tan distinto en maneras de entender la vida, la cultura y las costumbres, tan rico en idiomas y tradiciones y con políticos en cada comunidad que son elegidos por sus gentes para defender la singularidad de su tierra. No, Madrid no entiende esto ni quiere entenderlo.

El pasado jueves, en las inmediaciones del Arco del Triunfo de Barcelona, le daba vueltas a estas reflexiones cuando me encontraba a primera hora de la mañana entre las miles de personas que esperaban la aparición de Carles Puigdemont en escena tras casi siete años fuera de Catalunya. Cuando el ex president llegó, habló cuatro minutos y acto seguido se esfumó delante de nuestras narices pude imaginarme, por previsibles, cuáles serían los titulares del día siguiente en los periódicos madrileños. No me hizo falta esperar, porque sucumbí a la tentación de sintonizar según que emisoras de ámbito nacional y entre ellas parecían competir a ver quién soltaba mayores miserias. Los periódicos del viernes superaron mis expectativas: “Puigdemont vuelve a humillar al Estado con la complicidad del Gobierno”, titulaba ABC; Puigdemont se burla de España y un Illa cómplice es investido presidente”, podía leerse en la primera de El Mundo; “Puigdemont consuma una nueva afrenta al Estado ante el silencio del Gobierno”, pontificaban en El Confidencial… ¡Ea!


Como ha escrito Suso del Toro, el estilo agresivo que utiliza el periodismo español cuando se refiere a Puigdemont es “el mismo lenguaje denigratorio e infame que el franquismo utilizaba contra quienes cuestionaban el régimen. Mercenarios prácticamente unánimes al servicio del denunciante, Vox, y Llarena”. Sería bueno guardar a buen recaudo titulares, textos y grabaciones que permitan estudiar a conciencia, pasados unos años, la propaganda política totalitaria que nos toca soportar en estos tiempos. Quien califica de rebelde la manera de hacer política de Carles Puigdemont se olvida de llamar así a según qué jueces dedicados a truncar carreras de políticos a base de abrir sumarios donde claramente no hay caso, y años más tarde cerrarlos cuando ya han conseguido hundir a las víctimas. 


Conviene no olvidar que al partido de Puigdemont, el destino le regaló hace poco más de un año la posibilidad de ser decisivo para la supervivencia del Gobierno de coalición del Estado. Hacen mal quienes se dedican solo a burlarse y denigrar las tocatas y fugas de su líder. También sería bueno no olvidar que todos los países europeos donde en algún momento fue detenido se negaron a extraditarlo y que ha sido parlamentario en Bruselas y Estrasburgo sin ningún problema para ejercer sus funciones. Igual no es tan payaso ni está tan loco como en Madrid se empeñan en afirmar. En palabras de Gerardo Tecé, “en el mundo hay 195 países y hasta el pasado jueves Puigdemont podía circular libremente por 194. El 195 tocó ese día, y solo por pocas horas, así que igual la cosa no es para tanto”.


Pues claro que no es para tanto. La opción política que defiende Junts puede contar con mayor o menor respaldo, pero tiene exactamente la misma legitimidad que la de quienes, desde los cenáculos madrileños, aspiran a dictar las a su juicio irrebatibles verdades por las que debemos regirnos el resto ya seamos asturianos, andaluces, vascos o catalanes. Madrid se empeña en que España sea lo que ella quiere que sea. Y eso no solo no cuela ya, sino que colará cada vez menos. La oferta de Salvador Illa durante su debate de investidura como flamante president de la Generalitat, ofreciendo diálogo a todas las fuerzas que componen el Parlamento de Catalunya excepto a los fascistas intolerantes va justo por ese camino. 


Lo que hizo Puigdemont el jueves pasado puede gustar más o menos, pero fue un acto de indiscutible significado político protagonizado por el líder de una formación imprescindible para los dos grandes partidos del Estado. Pronto se cumplirán treinta años del día en que José María Aznar pasó del Pujol, enano, habla castellano a proclamar que él también hablaba catalán en la intimidad. También pactó con el PNV y hasta puso en marcha conversaciones con ETA. No es posible hacer política desde Madrid vituperando e intentando humillar al resto de territorios del Estado y lo saben.


“Con mi encarcelamiento, ustedes han decidido que yo no pueda ver crecer a mis dos hijos, pero no van a impedir que les pueda dejar la dignidad de haber defendido unas ideas legítimas y nobles, no van a impedir que les de testimonio de mi compromiso. La esperanza siempre es más poderosa que el miedo y después de nosotros siempre vendrán más”. Quien pronunció estas palabras cuando fue juzgado en el Supremo se llama Josep Rull, estuvo en prisión tres años y cuatro meses y, a día de hoy, es el presidente del Parlament de Catalunya. El mundo mediático-político madrileño puede no estar de acuerdo con sus ideas, pero no tiene ningún derecho a discutir su legitimidad. Mucho menos a menospreciarlas o intentar ridiculizarlas. 


J.T.


lunes, 5 de agosto de 2024

La retina de Núñez Feijóo

Pasan los meses, años ya, y Núñez Feijóo sigue sin encontrar el foco. Hacer oposición como partido de Estado, que es lo que dice ser la formación que lidera, no puede consistir en crispar el ambiente por sistema sin preocuparte jamás por explicar cuál es el proyecto político que tienes para gobernar tu país. Hacer oposición no puede resumirse en ir colgando medallas a mandatarios fascistas de ultramar que insultan al presidente de tu gobierno, ni tampoco en viajar a Venezuela para intentar liarla parda allí también. Más de lo que ya está.

La democracia en España necesita una derecha constructiva y capaz de pactar, una derecha que se atreva de una vez a pararle los pies al fascismo trasnochado. Si los intolerantes continúan siendo la única pareja de baile posible de los populares, y así es ahora por mucho que hayan cambiado las cosas –de momento- en algunas autonomías, a Núñez Feijóo y los suyos les va a costar ser creíbles alguna vez como alternativa democrática de gobierno.


Tanto en Catalunya como en Euskadi, el PP continúa siendo irrelevante porque solo se opone y nunca propone. Se mantiene instalado en los mensajes carcas y trasnochados de aquella España grande y libre de infausta memoria. Cuando gobernemos derogaremos, cuando gobernemos expulsaremos, cuando gobernemos recortaremos, ¿a qué aspiran con semejante oferta? ¿Dónde están las propuestas para mejorar la vida de la gente? ¿de verdad piensan que el camino correcto es apoyar la sanidad y la educación privadas en detrimento de lo público? ¿o acaso se trata de fomentar las corridas de toros, negar el cambio climático y la violencia de género o arremeter contra los inmigrantes? 


Merced a tamaño despendole, la izquierda descafeinada que ahora mismo ejerce el poder cuenta con un amplio margen de maniobra que aprovecha para avanzar –tímidamente- en mejorar  aspectos sociales sin tener que molestarse en cuestionar la OTAN o condenar el genocidio de Gaza, por ejemplo. Sin tener que acabar con la ley mordaza, sin renunciar a una política armamentística ni cuestionar a países que violan los derechos humanos; sin tener tampoco  que plantarle cara a los bancos que, a pesar de exhibir sin pudor sus astronómicos beneficios, continúan sin devolvernos el dinero del rescate que nos deben. Como baja el paro, sube el PIB y bajan las hipotecas, por ahí Núñez Feijóo y los suyos no encuentran la manera de hincar el diente. Como pasan los meses y España no se rompe, cada día andan más de los nervios. Aún no han entendido que Pedro Sánchez reside en la Monlcoa, entre otras cosas, porque la ciudadanía votó mayoritariamente para evitar un gobierno ultra. 


De momento, si algún día los populares llegan al poder, habrá de ser de la mano de Vox y lo que es peor, del tal Alvise, cuyas expectativas de voto continúan aumentando. En enclaves que conozco bien, como el Poniente almeriense, ya dieron un serio aviso en las elecciones europeas. En feudos tradicionalmente de los populares, entre Vox y SALF les han quitado ya más del 25 por ciento de la clientela. Allí y en tantos lugares donde ocurre algo parecido, no es que la izquierda tenga poco que rascar, es que Núñez Feijóo no les convence… por blando. Los mensajes populistas y ultramontanos han calado en un sector de la ciudadanía, sobre todo joven y con escasa formación. El PP no encuentran la manera de contrarrestar esto, la izquierda light ni lo intenta y la otra anda llorando por las esquinas. Una ruina.


Para rematar la faena, a Núñez Feijóo y los suyos no se les ocurre nada mejor que subirse al carro de esos jueces despendolados que se pasan la vida abriendo y cerrando sumarios imposibles. En el PP ya están descubriendo que eso solo les sirve para que quienes aparezcan en los informativos patrimonializando el asunto sean los de Hazte Oír, Manos Limpias y Vox, peleándose entre ellos por un protagonismo ante los micrófonos y las cámaras que nunca se les debe otorgar a quienes aprovechan los altavoces para envenenar la convivencia. Que esa es otra, la infame labor de los medios, tanto públicos como privados, en todo este tinglado. 


La reciente operación por desprendimiento de retina, a la que ha sido sometido hace unos días, igual ayuda a Núñez Feijóo a dar con la tecla y encontrar el foco. La convivencia precisa de una derecha que deje de gritar a cada instante que viene el apocalipsis. No se lo creen ni ellos, pero ahí andan con el raca-raca sin parar. El PP tienen la obligación  política de trabajar para neutralizar a la ultraderecha. Mientras crean que la única manera de frenar el crecimiento de los ultras es competir con sus mensajes sin encontrar tono propio, estarán perdidos tanto ellos como los que no pensamos como ellos. El futuro de nuestro país no puede acabar estando en manos de los intolerantes.


J.T.