sábado, 27 de julio de 2019

Cuando Sánchez parafraseó a Los Chunguitos

Si todo podía salir bien, ¿por qué todo ha salido mal? Hablo con gente de mi entorno, gente de bien, leída e implicada, que tras vivir pegados al televisor las tres jornadas de investidura de esta semana, tras chuparse las intervenciones completas de todos los políticos que han subido a la tribuna, andan estos días sumidos en profunda depresión. Unos son votantes del PSOE, otros de Podemos, otros votantes del PSOE que votaron a Podemos y una cuarta facción nada despreciable: votantes de Podemos que votaron al PSOE por miedo a Vox. Pues bien, todos están cabreados. Les une una amarga sensación de estafa que los tiene preguntándose aún qué demonios ha podido pasar para que todo salte por los aires.

No solo los entiendo, sino que he de reconocer que yo mismo padezco desde el lunes un ardor de estómago que acabó de rematar la sesión celebrada en el Congreso de los Diputados. Atiborrado de Almax ando y no hay manera. Ni las interesantes etapas de los Alpes en el Tour de Francia han ayudado; ni a mí, ni a los amigos con los que me he reunido para verlas, ese grupo plural al que me refería al principio, casi todos bebedores de tarde noche que desde hace tres días empezamos ya con los gintonics a las cuatro de la tarde. Tampoco beber ayuda. ¿Qué hacer? Todavía faltan veinte días para que empiece el fútbol y después de Wimbledon ya no hay tenis en condiciones. Necesitamos un sucedáneo, rápido, algo que nos ayude a olvidar la pesadilla política de esta semana.

Cuando el viernes el PP se hizo con el gobierno de la región de Murcia, la depre que nos envuelve subió unos puntitos más: la derecha poniéndose de acuerdo con la ultraderecha, autonomía tras autonomía, sin que se les caigan al suelo los anillos de casado (o de casada), y la izquierda cogiéndosela una vez más con papel de fumar, caminando de desencuentro en desencuentro hasta el desastre final.

Seguro que todo tiene su explicación, pero cuando tanta gente anda como zombie preguntándose cómo es posible que, habiendo podido salir bien, todo haya salido mal, es que alguien tenía que haber hecho algo que no ha hecho. Cuando uno no quiere, dos no se entienden, reza el dicho, pero ¿quién es ese uno? ¿Unidas Podemos? Con toda honestidad, no lo creo, tengo razones para pensar que si hubieran visto un mínimo de luz habrían tirado hacia delante, como en algún momento pareció. Algo grave tuvo que ocurrir, algo que aún desconocemos y que en su momento se sabrá. Porque cuando se puede, como en Navarra, se hace.

Entonces, ¿qué ha fallado? La respuesta, sin duda, la tiene Pedro Sánchez, quien durante la sesión del jueves en el Congreso, remedando la célebre canción de los Chunguitos que Carlos Saura utilizó como banda sonora en su película “Deprisa, deprisa”, proclamó que si le daban a elegir entre el gobierno de España y sus convicciones, elegía sus convicciones. ¿Qué convicciones pueden ser esas? ¿Las cosas que dice o las que hace? ¿lo que promete o lo que cumple?, ¿lo que parece o lo que es? Si me das a elegir, ¡ay Pedro!, me siento engañado. Si me das a elegir entre quien te quiere y quien no, entre lo que representas y lo que presentas, entre lo que dices que son tus convicciones y lo que realmente son, si me das a elegir, ¡ay Pedro!, me siento estafado. Tanto yo como mis colegas los que te votaron, o los que votaron a Podemos convencidos de que acabaríais entendiéndoos.

Como se entiende la derecha sin tanto rollo, como se van a acabar entendiendo en la Comunidad de Madrid, pactando hasta los sobresueldos, que diría Rufián, para rematar la faena de celebraciones que llevan encadenadas gracias a las prácticas suicidas con que la izquierda tiende a resolver sus diferencias desde tiempos inmemoriales.

Había motivos para que en estos momentos tuviéramos mucho que celebrar y en cambio aquí andamos todos, con cara y maneras de funeral, pendientes del Tour que ya se acaba y buscando distracciones que nos permitan evadirnos de tanta miseria. ¿Hace otro gin tonic? Venga, y brindemos por Gabriel Rufián y por Aitor Esteban, los únicos que el jueves supieron estar a la altura.

J.T.

domingo, 21 de julio de 2019

Semana solemne


Es el momento que las izquierdas imaginaron la noche del 28 de abril y aquí está, llamando a la puerta desde el viernes pasado. Tres meses más tarde, regresa el estado de ánimo de aquella noche electoral en que a las derechas de la foto de Colón no les salieron los números. Tres meses ya de aquella madrugada fría y desolada en la sede del Partido Popular y de alboroto en Ferraz, donde se coreaba “Con Rivera, no” y Sánchez no sabía muy bien qué cara poner. El momento ha llegado. Parece que PSOE y Unidas Podemos van a ser capaces de ponerse de acuerdo y si a eso sumamos los apoyos y las abstenciones previsibles tendremos, por fin, el primer gobierno de coalición en España desde que, hace cuarenta años, se aprobara la Constitución vigente.

Hay tantos días históricos ya en el calendario que me resisto a tirar de estereotipos, pero qué duda cabe que el jueves 25 de julio tendrá lugar una oportunidad inédita en el Congreso de los Diputados para alumbrar una nueva era política. La solemnidad de las sesiones de investidura que comienzan este lunes es indiscutible. El momento merece el máximo respeto y es de esperar que sus señorías sepan estar a la altura y ningún gamberro desluzca la ceremonia. En campaña electoral y durante los tres últimos meses cada cual actuó como creyó conveniente, con mejor o peor fortuna. Pero este lunes llega el momento de ponernos serios.

Lo que suceda puede convertirse en referente. Si Sánchez resulta investido el próximo jueves, conoceremos poco después los nombres de quienes conformarán el gobierno de coalición. Y serán momentos de sensaciones nuevas, de ilusión para unos, de incertidumbre para otros, y de rabia también para según quiénes, qué duda cabe. Fuera nos mirarán con lupa durante un tiempo, como hicieron durante la Transición: en el resto de Europa con cierto escepticismo, como entonces, y en Latinoamérica quizás con envidia, también como entonces.

Se comprobará que había una política social y económica pendiente de aplicar a la izquierda del PSOE, y que quienes la van a llevar a cabo no solo no tienen rabo ni cuernos sino que saben cómo hacerla. Una de las razones por las que la derecha ha procurado que el gobierno de coalición no fuera posible es porque muy pronto la ciudadanía va a descubrir, como ha comenzado a intuir con la subida del salario mínimo a 900 euros, que les va a ir mejor que antes, porque es mentira que la economía peligre si no se gestiona como siempre. Ya no cuela meter miedo, sobre todo si quienes lo hacen son compañeros de partido de ladrones encarcelados.

Las conversaciones de estos cuatro días entre socialistas y Unidas Podemos pueden ir rápido: primero porque cada equipo lleva largo tiempo trabajando para hacer política de Estado juntos (Catalunya incluída) si llegaba este momento; y segundo porque, a pesar de los muchos incumplimientos por parte del Gobierno en los pactos que propiciaron la moción de censura a Rajoy en mayo de 2018, han estado catorce meses cooperando y poniéndose de acuerdo en asuntos de calado como la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado, cuyo rechazo en el Congreso acabó precipitando la convocatoria de elecciones.

Si los presupuestos se hubieran aprobado, PSOE y Podemos estarían aún colaborando juntos en una legislatura de gobierno monocolor a la que le quedaba vida hasta bien entrado el año 2020. El resultado de las elecciones anticipadas dictaminó gobierno de coalición. A por él, pues ¿Lo de los nombres? Pues sí, es importante, qué duda cabe, pero si la inteligencia política que imagino se practica estos días en las conversaciones a dos bandas está a la altura de la que propició la moción de censura del año pasado, es de esperar que no exista ningún escollo que imposibilite el acuerdo.

A pesar de todo, es bueno mantener la cautela hasta que tengan lugar las votaciones. Es cierto que se ha producido una especie de elipsis entre la noche del 28 de abril y el pasado viernes, también lo es que se percibe una cierta ilusión en el mundo de la izquierda, una cierta sensación de que por fin vamos a poder celebrar la capacidad de dos fuerzas políticas de este país para ponerse de acuerdo y conformar un gobierno de coalición. Pero esperemos un poco más, amigos, tan solo un poco, antes de poner el cava a enfriar.

J.T.

lunes, 15 de julio de 2019

Pedro Sánchez en la radio

La tostada estaba muy rica y el café en casa es bueno. Así que la causa de que me sentara mal el desayuno este lunes no podía ser otra que tener puesta la radio, esa inseparable compañera tanto en la salud como en la enfermedad, a la hora en que Pedro Sánchez era entrevistado en la Ser: me revolvió literalmente el estómago cuando, desde el primer segundo, empezó a disparar como los malos actores en las películas de tiros.

“Estoy sorprendido y algo frustrado -arrancó- por lo que ocurrió el pasado viernes cuando conocí por los medios una consulta que a todas luces supone la ruptura de las negociaciones que el señor Iglesias tenía con el Partido Socialista. Creo que el señor Iglesias está utilizando esta consulta trucada para justificar una votación contraria a mi investidura, para justificar por tanto el no, coincidiendo por tanto con la ultraderecha”.

Sin duda lo había ensayado, pero quería parecer tan cabreado que no consiguió dar con el tono. Titubeaba, tartamudeaba y no lograba disimular la falta de verdad que transmitían sus palabras. A medida que fue avanzando la entrevista se percibía que pugnaba por ser contundente, pero no lo conseguía, sobre todo cuando se veía en la obligación de torear alguna pregunta comprometida y buscaba como loco los argumentos de referencia que cada vez que los repetía resultaban menos creíbles: “votarán contra mí, igual que la ultraderecha, son ellos los que han dado por rotas las negociaciones, la consulta es una mascarada.”

Se le notaba el entrenamiento para proporcionar los cortes que los medios adictos (casi todos) se apresuraron a reproducir en boletines informativos, telediarios y shows varios. Escuchados fuera de contexto, esos cortes enmascaran el nerviosismo y la escasez de enjundia con la que la mañana de este lunes se ha desenvuelto el presidente en funciones. Recomiendo escuchar la entrevista completa y prestar atención al momento en que intenta despejar sin demasiado éxito esa patata caliente llamada artículo 155 de la Constitución: “Yo no quiero tener que aplicar un nuevo 155, pero mi deber es contemplarlo. Ojalá no tenga que aplicarlo”.

La radio transmite el alma de la persona que habla mejor que la tele porque ahí no cuenta el disfraz del traje, ni el corte de pelo, ni la puesta en escena, solo la modulación de la voz, la cadencia, los silencios, los titubeos, el énfasis. Y lo que a mí me transmitió Sánchez desde que empezó a hablar es que ni él mismo se creía la mayor parte de las cosas que estaba diciendo.

Parecía un mal opositor recitando dubitativo ante el tribunal frases ensayadas, consignas que en un mitin igual funcionan pero que en la radio sonaban ridículas: "Es la primera vez en cuarenta años que el candidato a presidente del gobierno hace una propuesta de este tipo (coalición con ministros de Podemos de perfiles técnicos) y se encuentra la respuesta de que es una 'idiotez”. "Ya lo hizo (Iglesias) en 2016 y ahora parece que quiere volver a votar en contra de un candidato socialista". Y vuelta a una cantinela que los socialistas se empeñaron en repetir mil veces y que el primero que sabe que es mentira es el propio Pedro Sánchez, ¡qué pesados!

Lo reconoció él mismo cuando, defenestrado por sus propios compañeros de partido, acudió a llorar al programa de Jordi Évole: “Mi error fue firmar solo con Ciudadanos y no con Podemos”; “Me equivoqué al tachar a Podemos de populistas”; “Responsables empresariales trabajaron para que hubiera un gobierno conservador”, “Medios progresistas me dijeron que si había entendimiento con Podemos irían en contra”; “Se constata que se deciden cosas en despachos que corresponderían a los ciudadanos”.

Bueno, pues ya estamos en las mismas, solo que el que en estos momentos ocupa el sillón de la Moncloa es él, gracias a los oficios de Iglesias, por cierto, gracias al apoyo de formaciones que hoy intenta evitar a pesar de haber hecho suyo sin pudor buena parte de un discurso de izquierdas del que ahora reniega, en el que ya no cree. O no le dejan creer, que no sé que es peor. En fin, a ver si se me arregla la descomposición de estómago.

J.T.

sábado, 13 de julio de 2019

Y en estas, llegó la consulta a las bases

“Creo que es difícil explicar que lo que los socialistas han hecho en diez capitales de provincia, diez diputaciones y en siete autonomías, que es gobernar con Podemos, con sus confluencias y con partidos nacionalistas, no lo haga en el gobierno de la nación. No entiendo qué dificultad tiene ahora Pedro Sánchez en pactar con Podemos".

Como sin duda el lector conoce, el autor del entrecomillado del párrafo anterior es el mismísimo Pablo Casado Blanco, líder del Partido Popular, cuyo comedimiento durante los últimos días confieso que me tiene bastante intrigado. No sólo empuja sin disimulo a un gobierno de coalición de los socialistas con Podemos, sino que lo hace sin proferir insulto alguno ni adornarse con invectivas sobre Venezuela, Irán, ETA y demás muletillas a las que tan habituados nos ha tenido durante tanto tiempo. ¿Qué estará tramando?

En Ciudadanos, tras la resaca del pollo de Arrimadas en el Orgullo y la gastroenteritis de Alberto Carlos, la semana se les ha ido sin apenas entrar en harina en lo que concierne al sinvivir de Sánchez. Esos dos asuntos les han venido de perlas para dejar pasar los días a ver por dónde van los vientos.

Tras las calabazas de la derecha a su petición de abstenerse en la investidura, al presidente en funciones se le agotan los cartuchos para evitar lo que de verdad le provoca auténtico pánico: verse obligado a conformar un gobierno de coalición. En Podemos han decidido conocer la opinión de las bases, y si estas respaldan la opción, acabará produciéndose un curioso fenómeno. Todos, hasta Pablo Casado, de acuerdo en que se deje de milongas y tire para delante de una vez. Todos menos Sánchez, que se resiste como gato panza arriba a remangarse antes de que le pille el toro y alumbrar por fin el primer gobierno bicolor de la nación tras el periodo histórico nacido en 1978.

Me desconcierta también el momento elegido por Teresa Rodríguez y Ramón Espinar para exponer al aire libre sus discrepancias con la manera de plantear la consulta a las bases de Podemos. Es verdad, probablemente hubiera que haber hablado de negarse a negociar para entrar en un gobierno con el PSOE, pero en ese caso, ¿por qué no propusieron consultar tal opción a las bases hace un par de meses, antes de que se iniciaran los contactos entre Iglesias y Sánchez?

¿Es el empleo de twitter la mejor manera de ayudar a que este país tenga alguna vez un gobierno que no sea monocolor del PP o del PSOE? “Insulto a la inteligencia”, escribe Rodríguez; “no tiene un pase”, remata Espinar. Y yo me pregunto ¿Es que no hay manera de lavar los trapos sucios en casa? ¿No resulta que se nació para cambiar las cosas, para modificar los usos y costumbres de los políticos de este país y preocuparse por mejorar la vida de la gente?

Más vueltas le doy, menos le veo la parte positiva a los barrenos de Rodríguez y Espinar ¿Por qué no dejan que los pollos los monten Arrimadas y compañía y ahora que hay una oportunidad histórica, arriman el hombro para, en la medida de lo posible, evitar que acaben gobernando los de siempre una vez más?

Miedo me da como finalmente sea imposible el acuerdo y vuelvan a convocarse elecciones. La derecha con los cuchillos preparados y la izquierda con las facas ya llenas de sangre.

J.T.

domingo, 7 de julio de 2019

La política de "la puntita nada más"

La periodista alemana hizo la pregunta más sencilla y todo el mundo puso cara de asombro: “Si ustedes son un gobierno que se autoreclama como progresista, ¿por qué no puede ser el primer gobierno que realmente hace un gobierno de coalición? En Alemania es lo normal. Se hace un contrato y se sigue este contrato”.

Tuvo que preguntarlo una periodista alemana, porque aquí estamos tan abducidos por la inercia del farragoso día a día en que vivimos, que acabamos perdiendo perspectiva hasta a la hora de intervenir en las ruedas de prensa con la ministra portavoz del gobierno. Quiero pensar que esa es la razón, porque cualquier otra explicación posible creo que me gustaría bastante menos. Como si se tratara de un remedo del cuento del traje invisible del emperador, nadie hasta ahora se había atrevido a preguntar lo obvio. Hasta que lo hizo la colega alemana, para quien seguro hay otro montón de cosas que no entiende de la situación política española, aunque la siga con una mínima regularidad.

¿Las entendemos nosotros? ¿Nos podemos creer algo de lo que nos cuentan? Por ejemplo, el paripé de Murcia. ¿Alguien se cree que la ultraderecha no va a acabar dándole el gobierno a PP y Ciudadanos, sus familiares políticos? O en la Comunidad de Madrid, ¿hasta dónde va a aguantar Ciudadanos con su pose antes de tragar con lo que imponga la ultraderecha y hacer presidenta a la inefable Díaz Ayuso?: “Yo no negocio con Vox”, claman en el desierto. Eso de “la puntita nada más” no se lo creen ni ellos. Lo malo es que la práctica de esos remilgos parece contagiosa y ahí tenemos al PSOE jugando a lo mismo en la Comunidad Foral de Navarra: que no negocian con Bildu, dicen, refrescando una demonización que ya suena añeja y hasta ridícula, si contamos con que la formación política de la que reniegan ha gobernado en las principales instituciones navarras durante los últimos años con absoluta normalidad.

Planea sobre toda esta impostura la sombra de los apoyos que Sánchez necesita para ser investido y resuena de nuevo la pregunta de la periodista alemana. ¿Cuál es el problema para pactar entre progresistas si se pueden conformar gobiernos de progreso? ¿Por qué no saca pecho el PSOE? ¿Qué secretos tan inconfesables ha conocido Sánchez durante el ejercicio del poder que lo han hecho tan timorato? ¿O venía así de fábrica? Porque lo de Catalunya suena a excusa; lo del miedo a los independentistas que le contó la otra noche a Pedro Piqueras no cuela. Que no quiere depender de las fuerzas nacionalistas, afirma. ¿Es mejor entonces depender de Ciudadanos, del mismo partido que pacta con los filonazis así lo nieguen una y mil veces? En la misma entrevista dijo Sánchez que “el mundo no gira en torno al asunto catalán”. Entonces, ¿a qué vienen tantos remilgos? Excusa, todo suena a excusa. Teatro, todo es puro teatro. La puntita nada más.

La verdadera razón del cortejo de Pedro Sánchez a las derechas para que lo invistan con su abstención, es posible que no la conozcamos. ¿Qué nos esconde? ¿Qué pasa por plantar cara como se merecen a quienes han propiciado gobiernos de retroceso en lugares clave como Andalucía o el Ayuntamiento de Madrid? Gobiernos como el de Moreno Bonilla o el de Martínez Almeida en los que, sin careta y sin vergüenza, van cargándose conquistas sociales y ciudadanas cada día que pasa, y no hay jornada en que alguno de sus miembros, sueltos de lengua como son, no deje alguna perla para la posteridad?

Cuando se practica la tolerancia con los intolerantes, lo sabe bien Pedro Sánchez, estos últimos acaban comiéndote en pepitoria. Los números dan, ¿verdad? La izquierda puede gobernar, ¿no? Pues a pactar se ha dicho, que lo demás son pamplinas, fuegos de artificio, excusas remilgonas, “la puntita nada más”.

Hoy más que nunca, PP, Ciudadanos y Vox han de tener claro que un gobierno de izquierdas responsable y solvente puede hacer frente a los problemas que el país tiene sobre la mesa. Que los puede afrontar, y resolver, mucho mejor de lo que lo harían ellos, sin duda alguna. Con más serenidad y eficacia, y lejos de esa crispación donde la derecha histérica ha decidido instalarse desde aquel día de junio del año pasado en que perdió el poder.

J.T.

miércoles, 3 de julio de 2019

Carta a Juande Mellado, nuevo director general de la RTVA

Apreciado Juande,

Te felicité por las redes el día en que se hizo pública la propuesta con tu nombramiento y lo reitero cuando se hace efectiva. Con un añadido: mi admiración por tu valentía. Yo no sería capaz. Poner orden en esa balsa de pirañas exige un acero en los nervios del que muchos carecemos y un estado de salud a prueba de estrés y sobresaltos que espero certifique tu chequeo más reciente.

Te recuerdo cabal, mesurado y eficaz cuando coincidimos en el Diario 16 Málaga que yo dirigía y que luego dirigió tu padre. Han pasado casi treinta años de aquello y hemos coincidido en escasas ocasiones desde entonces, pero en todas ellas ratifiqué la opinión que tenía de ti: un profesional competente y honesto. Das el perfil, no me cabe duda, por lo que felicito a quienes se han puesto de acuerdo para designarte director general de la RTVA.

Dicho esto, permíteme que te pregunte: ¿tú sabes dónde te metes, amigo? ¿Tú sabes lo que significan treinta años de aire viciado, treinta años de estafa al espíritu con el que se fundó la corporación que pasa ahora a estar a tu cargo? Como creo que sabes, pertenecí al equipo que puso en marcha Canal Sur en 1989 y fui uno de los ingenuos que se creyó el proyecto. Se trataba de vertebrar Andalucía, nos decían, de conectar la historia de un andaluz de Huelva con la de otro de Almería, de enriquecer los conocimientos de ambos y ser un instrumento cultural de primer orden. Me engañaron, Juande, me engañaron desde el minuto uno.

El primer equipo directivo, el de Salvi y Paco Cervantes, tardó menos de seis meses en ser defenestrado y muchos de mis compañeros de aquel staff abandonaron también el barco. A mí me convencieron para quedarme y lo hice. No fue una buena decisión: Manuel Melero, el nuevo director general, no tenía ningún interés en ser útil a los andaluces, así que no tardó en dejar claro que él estaba allí para perpetuar en el poder a quienes entonces gobernaban la Junta de Andalucía.

Como editor de los servicios informativos, tenía enfrentamientos con él casi a diario. Ni sabía lo que era una noticia ni le importaba: había que sacar a los consejeros en la tele todos los días y con cualquier excusa, hablar de inversiones, proyectos, alguna que otra inauguración, nada de problemas, actuar en definitiva como un eficaz vehículo de propaganda descarado y explícito. Yo quería hacer información decente para mi madre, mi vecina, mis amigos, para la gente de a pie en definitiva, que era lo que me habían enseñado quienes me iniciaron en el oficio, pero pronto entendí que en Canal Sur aquello sería imposible. Me había metido en una trampa de la que tenía que salir cuanto antes, por lo que cuando me llegó la propuesta del Grupo 16 de fundar y dirigir la edición malagueña del periódico vi el cielo abierto. Pedí la cuenta y me marché a tu tierra temiendo lo peor para la RTVA. Y lo peor sucedió.

Sucedió, amigo Juande, y ha continuado sucediendo durante las tres últimas décadas. En Canal Sur el periodismo lleva todo ese tiempo en la sala de espera. No quiero, y menos a estas alturas, señalar a nadie de quienes durante todo ese tiempo han trabajado allí. Yo sé lo que cuesta plantar cara cuando tienes hijos por criar e hipotecas por pagar. No me siento con ninguna autoridad moral para esperar de ninguno de ellos, y menos de gente a la que aprecio, que tuvieran que comportarse como lo hice yo. Pero el caso es que, por una cosa o por otra, ahora que pasas a hacerte cargo de la empresa, podría decirse que todo, o casi todo, está por hacer.

Se ha hablado tanto sobre la programación de Canal Sur que no creo que sea momento ahora de hacerse eco de ningún memorial de agravios: cualquier profesional tiene su propio diagnóstico, y el tuyo no tengo duda de que es serio y ajustado.

Si quienes te han nombrado te dejan trabajar aplicando criterios profesionales como tú sabes hacerlo y no se dedican a importunarte con llamaditas cada dos por tres ante cualquier cosa que no les guste, no tardarán en verse los frutos de tu trabajo. No me cabe la menor duda que vas a mejorar lo que hay, entre otras cosas porque dado el estado en que te las encuentras, cualquier cambio se notará en seguida, y para bien.

El problema son los vicios internos adquiridos durante treinta años de supervivencia que han generado desmotivación, falta de punch y un clima espeso y enrarecido. Comparado con la manera de funcionar en el oficio, los profesionales de Canal Sur han vivido muy bien y lo saben. Me alegro por ellos de que haya sido así, pero hace mucho tiempo que todo el mundo parece coincidir en que hay que modernizar la gestión, optimizar recursos y aplicar alguna que otra medida de las que no pueden gustar a todo el mundo.

Hasta ahora nadie se ha atrevido a ponerle el cascabel a ese gato; por eso te admiro, por aceptar el reto. Si tú consigues que la empresa levante cabeza, ofrecer una programación decente y que la información se elabore pensando en el ciudadano y no en los inquilinos de San Telmo, seremos muchos los que te aplaudiremos. Yo creo que lo puedes conseguir. Mucha suerte, Juande, y mis mejores deseos. Un fuerte abrazo.

J.T.

lunes, 1 de julio de 2019

Réquiem por la audacia de Sánchez

“Si usted puede esperar, España no puede”, dicen los socialistas arrogándose la representación total del país ¡¡TRAMPA!! Claro que no es bueno esperar, por eso hay que pactar. Y no basta con que no haya investidura en septiembre, porque repetir elecciones, como bien saben ellos, también lo alargaría todo indefinidamente. Pero para pactar hay que ser audaz, y si alguna vez lo fue, Sánchez ya no parece serlo.

Escribía este domingo Rafael Simancas que presionar a Sánchez, retrasar la investidura o repetir elecciones, son “juegos tácticos tan comprensibles como evidentes, pero absolutamente inaceptables desde la perspectiva del interés general.” ¡Pero si es lo que están haciendo los socialistas! ¿A quién quieren engañar? 

Tras superar golpismos en casa y furibundos ataques desde todos los ángulos del tablero, el actual presidente en funciones nos hizo creer que por fin el PSOE iba a hacer una política de izquierdas, pero eso parece que ya es historia. Ahí sigue cautivo de la larga sombra de los dinosaurios de plantilla (Felipe, Guerra, Bono, Lambán, Page y compañía) y de la presión de la maquinaria del aparato del partido en provincias, pueblos y buena parte de agrupaciones, donde se le continúa considerando un intruso.

Diseminados por las tertulias de todo color y condición, propagandistas disfrazados de tertulianos machacan mañana, tarde y noche para convencernos de la necesidad de lo que han dado en llamar "un gobierno europeísta y estable".

La Vanguardia apunta este lunes que el miedo a la discrepancias sobre Catalunya en el seno del Consejo de Ministros es "una de las razones de más peso" para rechazar un gobierno de coalición con Podemos. Se resucita así lo ocurrido en el comité federal del 28 de diciembre de 2015, cuando se prohibió expresamente a Sánchez pactar con quien en su programa llevara el reconocimiento del derecho a decidir. Pero mienten y lo saben, porque si no fuera esto, sería otra cosa.

Puede que, en algún momento, Pedro Sánchez piense que no cediendo ante Podemos se va a ganar a los muchos que no lo quieren en su partido, pero está muy equivocado. No han tenido más remedio que votarlo con la nariz tapada, pero no parecen dispuestos a retirarse a sus cuarteles y dejarlo trabajar tranquilo. Nunca lo van a querer porque no piensan perdonarle que los dejara en evidencia por dos veces, que les ganara el pulso cuando quisieron mandarlo a los infiernos para siempre y no tuvieron éxito.

Tiene la oportunidad ahora, si se atreve, de convertir al PSOE en un partido de futuro, pero le resultará difícil si su apuesta es molestar lo menos posible a quienes tantas veces le han hecho la cama. En el colegio electoral madrileño donde voté el 28A, me entretuve observando la edad de quienes elegían papeletas socialistas y muy pocos de los que lo hacían eran menores de cincuenta años. Si en el PSOE no entienden que solo con canas no se llenan las urnas, a medida que los pensionistas se vayan muriendo irán disminuyendo sus posibilidades.

Puede perder Sánchez una magnífica oportunidad de modernizar el partido y también de ilusionar al país. Tiene la obligación histórica de transmitir aire fresco en sus gestos, en sus modos y en sus actitudes. Como amagó hace un año, tras ganar la moción de censura, con el nombramiento de un gobierno competente y paritario.

No debe permitir que las trabas de esos poderes de los que tanto se habla en abstracto y en sordina impidan las innovaciones. Hacerlo así es tener miedo, y si hay un momento en que no debe haber lugar para el miedo es justo este que estamos viviendo.

Ahora que Europa está más presente que nunca en nuestro día a día y que nuestro país gana influencia en las decisiones de Bruselas, es necesario actuar con la mayor firmeza posible para enterrar para siempre el franquismo y encarar sin remilgos los problemas territoriales pendientes. No puede ser, una vez más, que Catalunya sea la coartada para no pactar ¿Qué fue de aquella audacia que en algún momento Sánchez nos hizo creer que tenía?.

J.T.