lunes, 28 de septiembre de 2020

La deslealtad de Madrid

La deslealtad de Díaz Ayuso y sus secuaces con el Gobierno de coalición es un capítulo más en la operación de acoso y derribo iniciada contra Sánchez y sus ministros ya el mismo día de la toma de posesión, allá por el mes de enero. En el Partido Popular no renuncian a buscar huecos por donde continuar con el raca-raca porque aún deben andar convencidos que pueden conseguir su objetivo. No dan con la tecla y cada vez les quedan menos flancos, menos argumentos y menos conejos en la chistera.

Encanallaron el parlamento y el ambiente ciudadano hasta conseguir meternos el miedo en el cuerpo durante los primeros meses de pandemia, pero nada les valió para conseguir tumbar el gobierno, única aspiración de quienes no se resignan a chupar banquillo y utilizan a la presidenta de la Comunidad de Madrid como una de las últimas balas que les deben quedar en la recámara. Hasta ahora siempre les ha salido el tiro por la culata pero ahí continúan, inasequibles al desaliento. 

Las encuestas les siguen siendo desfavorables y a Casado su estrategia gamberra apenas le ha venido a sumar unos votos más según los sondeos, votos que le quita a una ultraderecha cuya presencia en los medios, Televisión Española incluida, se encuentra muy por encima de la que se le otorga a los fascistas en cualquier otro país europeo. 

La situación de Catalunya tampoco parece que de momento vaya a perjudicar mucho las expectativas de supervivencia del Gobierno de coalición, mientras que las de PP, Ciudadanos y Vox quedan por los suelos. Ni los postulados de la derecha, ni los que defienden los radicales de Vox, calan ni calarán nunca en zonas de España que nada tienen que ver, por ejemplo, con Madrid, Toledo o Valladolid. 

El país que tendremos en el futuro se está inventando a medida que van creciendo los hijos y nietos de quienes aún no tenían edad de votar cuando se convocó el referéndum de la Constitución en 1978. Son ya muchos los jóvenes, y no tan jóvenes, a quienes les suena a chino buena parte de los temas con los que la derecha continúa empeñada en hacer oposición. 

Los mantras fascistas son un rebrote que acabará diluyéndose en la medida en que este Gobierno de coalición se consolide. Recurrir a ETA a estas alturas para desvirtuar los acuerdos a los que se llega en el Congreso con algunos diputados vascos es un desfase, es situarse a años luz de las preocupaciones de la calle. Sería bueno no demorar la aprobación de los Presupuestos, para hacer perder toda esperanza a quienes todavía trabajan para impedir la continuidad del Ejecutivo. 

Gestionar las nuevas cuentas facilitará el trabajo del Gobierno y dotará de mayor eficacia las políticas sociales, fiscales y laborales que se podrán poner en marcha. Tales actuaciones mejorarán la vida de la gente y eso es lo que teme la derecha. Por eso se agarran a la pandemia como tabla de salvación, sin tener demasiado en cuenta que ese tozudo enconamiento puede que acabe costando miles de vidas. 

Entre las soluciones más urgentes para acabar con los desatinos madrileños no puede estar aplicar en la región nada que se la parezca al artículo 155 de la Constitución. Por mucho que Ayuso y su esperpéntico séquito, con el silencio cómplice de Casado, parezcan estar pidiéndolo a gritos. Los Presupuestos son la clave. Sería bueno aprobarlos cuanto antes. 

J.T.

Publicado en "La Última Hora"

sábado, 26 de septiembre de 2020

El lobby periodístico madrileño

Al lobby periodístico madrileño le ocurre lo mismo que a Díaz Ayuso, que andan por la vida convencidos de que ellos y solamente ellos son en sí mismos España entera (“Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?”) En los círculos periodísticos madrileños llevan haciéndose favores los unos a los otros desde que, a finales del siglo XVII, salió a la calle el primer número de La Gaceta de Madrid.

Los periodistas que se mueven por los cenáculos políticos, sociales y económicos de la capital tienen desde entonces una característica común: la mayoría no son de Madrid, pero entre todos han conseguido que la vida del país entero gire en torno a lo que sucede en la Puerta del Sol. Y así seguimos a día de hoy. O así parece que quieren que sigamos.

Los cuarenta años de dictadura contribuyeron a consolidar estas prácticas transportando la doctrina oficial por las carreteras radiales desde el kilómetro cero hasta el último rincón del país. Los quioscos de La Coruña, los de Barcelona, Bilbao, Sevilla o Las Palmas (aquí, claro está, llegaban en avión), ofrecían todos el mismo producto, los mismos periódicos madrileños a los que, salvo escasas excepciones, se sumaba un diario local que pertenecía a la llamada Prensa del Movimiento. Rotativo local que se confeccionaba con los teletipos remitidos por Efe, Cifra o Pyresa, agencias madrileñas controladas por el franquismo. Las portadas de los periódicos “de provincias” hablaban más de la guerra del Vietnam o de las sesiones de la ONU que de la información de la zona, donde solían ceñirse a las audiencias que concedía el gobernador civil, los sucesos, deportes, esquelas, cartelera de cine... y la lista con las farmacias de guardia.

En radio solo se podía escuchar lo que decidía Madrid, que centralizaba su información para todo el país a través de los diarios hablados de Radio Nacional de España, de conexión obligada. Cuando nació la televisión, contaban lo que ocurría en la calle Alcalá o en Gran Vía sin molestarse en precisar jamás que estaban hablando de Madrid. ¿Para qué, quién osaba dudarlo?

Poco después de la muerte de Franco, la casta periodística que se había ganado la vida durante cuarenta años gestionando esta manera de hacer circular la información, veteranos con bigote fascista, purito después de comer y petaca de whisky en el bolsillo del chaleco, fue sustituida por una variada remesa de aguerridos jovenzuelos con ganas de comerse el mundo en aquella época de transiciones y componendas varias. Las calvas fascistas fueron sustituidas por barbudos treintañeros que extraían sus informaciones de sabrosas confraternizaciones con gentes también jóvenes que a su vez acababan de llegar al mundo de la política, las finanzas y las conspiraciones.

En aquellos compadreos hemos de buscar la génesis de la situación que vivimos ahora. Se recuperó la libertad de prensa, nacieron periódicos y revistas audaces con temas inéditos para la letra impresa, disfrutábamos titulares llamativos, el monopolio de Radio Nacional sobre la información pasó a mejor vida, y hasta en Tve se abrieron algo las ventanas. Una sola cosa continuó como siempre: el ombligo de España entera seguía siendo Madrid.

Con el paso del tiempo, aquellos periodistas de los primeros años de democracia se acabaron creyendo más protagonistas que testigos de la evolución que estaba experimentando el país. Algunos responsables de medios influyentes empezaron a perder la perspectiva, se olvidaron de su verdadera función y les dio por jugar a intentar cambiar gobiernos. Los medios madrileños empezaron a perder credibilidad y ventas, y las tiradas iban disminuyendo a medida que crecía la indignación de los ciudadanos “de provincias”, hartos ya de verse obligados a desayunar cada mañana con las conspiraciones y contubernios de Madrid.

Contra lo que hubiera cabido imaginar, la instauración de las autonomías no solo no acabó con el centralismo informativo sino que en cierta manera puede que hasta lo reforzara. La mayoría de las televisiones autonómicas tienen muy poca fuerza frente a la invasión por tierra, mar y aire de las cadenas generalistas que emiten desde Madrid, ya sean públicas o privadas.

Ni siquiera Tve sabe aprovechar el enorme patrimonio que supone contar con un centro territorial en cada autonomía y Madrid continúa siendo el ángulo, el foco, el filtro por el que no queda mas remedio que pasar. Sede de las principales instituciones del Estado, no hay manera de sacudirse las informaciones sesgadas e interesadas que nacen a diario de tanto pasillo infestado de periodistas mal pagados, la mayoría bajo las órdenes de viejos lobos de mar aún al mando de naves incluso digitales, periodistas de hace cuarenta años convertidos ahora en manipuladores sin escrúpulos que no tienen ni idea ya de lo que es la España real de hoy.

Esa España real es la que refleja el grupo de partidos que hizo posible el actual Gobierno de coalición, una España que se abre paso a codazos entre las limitaciones de la Ley D´Hont y la resistencia de los poderes de siempre a que las cosas, como dejó claro la voluntad de la mayoría, dejen de ser como hasta ahora han sido.

La única España real, la España real verdadera, es la que aglutina sensibilidades, la que desde la búsqueda de los derechos y la igualdad quiere sumar y no excluir. El bloque que apoyó al gobierno de coalición refleja la España libre, plural y diversa que defiende la mayoría, una España que nada tiene que ver con quienes se empeñan en patrimonializar de manera excluyente una bandera que es de todos, con quienes se llenan la boca de términos como Dios, Patria y Rey para defender sus privilegios sin más poso ideológico que el odio y la confrontación.

Pero ya la España real poco tiene que ver con todo eso, por mucho que nostálgicos desubicados se empeñen en madrileñizar y encanallar la información usando para ello a jóvenes, y no tan jóvenes, mercenarios sin escrúpulos dispuestos a venderse por un mísero plato de lentejas.

J.T.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Pero… ¿en manos de quién estamos?


Es difícil no sentir miedo cuando, ante una situación que amenaza de manera indefinida nuestra salud y nuestras vidas, sigue sin haber respuestas ni explicaciones que proporcionen un mínimo de tranquilidad. O peor, cuando la manera de responder de quienes tienen en sus manos buscar soluciones no nos convence en absoluto porque sus respuestas son oscuras, balbuceantes, ambiguas…

Necesitamos certezas y nos sirven bochornosas puestas en escena; buscamos datos y orientaciones que nos serenen y nos anuncian, rodeados de banderas, que han decidido constituir una comisión. ¡¡Una comisión, socorro!! Una comisión, el manido recurso del que siempre se echa mano cuando no se sabe qué demonios hacer.

¿Cómo no vamos a estar acojonados? Hasta ayer negaban que nos encontráramos en una segunda ola de la pandemia y hoy ya lo admiten sin tapujos. “Vienen tiempos duros, tenemos por delante semanas complicadas y difíciles, mejor quedarse en casa…” ¡Ea!. Ya estamos instalados en el día de la marmota. ¿De qué ha valido todo lo que llevamos pasado? ¿De qué ha valido que hayamos sido disciplinados y cuidadosos? No, no vale agarrarse al comporamiento de cuatro descerebrados que se pasan las normas por el forro. La mayoría nos hemos comportado, y continuamos comportándonos, como nos han dicho que teníamos que hacerlo. Entonces, ¿qué está pasando? ¿qué puñetas estamos, o más bien están, haciendo mal?

Tras los seis meses de ansiedad e incertidumbre que llevamos vividos, ha llegado el momento de no pasar ni una más a quienes gestionan nuestro destino. Tenemos derecho a sentir miedo no solo por estar a merced de un enemigo invisible sino por estar también en manos de quienes estamos. A estas alturas no puede ser ya cuestión de colores políticos, sino de decencia y competencia por parte de quienes tienen la capacidad de administrar los recursos económicos, técnicos y humanos con los que cuentan. Y que no nos vengan con más milongas. Esos recursos son muchos y van a ser muchos más. Así que no hay razón para disculparles que no espabilen de una vez.

Nos están vacilando sin escrúpulos. Unos y otros, y si no es así, no hacen nada para que no lo parezca. En lugar de remangarse desde el minuto uno con las prioridades básicas claras, se han dedicado durante meses a echarse los muertos en cara los unos a los otros y a entretenerse en nimiedades al lado de la que nos estaba cayendo encima.

Quienes desde marzo hemos necesitado acudir al médico por otras razones al margen de la pandemia lo hemos hecho con el miedo en el cuerpo, o sencillamente hemos postergado ese momento también por miedo. O nos han anulado las citas programadas.

Sí, tenemos miedo y razones para sentirlo. Yo lo noto en el supermercado, en las colas que hay que guardar cuando he tenido que ir a Correos, a la papelería a comprar el periódico o a la farmacia. Besamos y abrazamos a nuestros seres queridos con miedo. O, ante la duda, prescindimos de hacerlo confiando en que no tarde mucho en pasar esta pesadilla. Por miedo nos hemos convertido también, en cierta manera, en policías los unos de los otros, lo que inevitablemente desemboca en que nos acabamos ocultando información para evitar rechazos, regañinas o desconfianzas que no te apetece sentir. Paranoia, histeria, miedo en definitiva, claro que sí.

No ayudan nada los periódicos, las radios y las teles, empachándonos de información que por una lado no somos capaces de digerir y por otro nos asusta aún más cuando comprobamos cómo nos mienten en la cara sin pudor. O peor, cuando en casos como los de Trump o Bolsonaro, los vemos instalados en su intolerable grosería, empeñados en continuar negando la evidencia mientras se les sigue muriendo la gente a granel.

Tampoco tranquiliza mucho atender las explicaciones de científicos y epidemiólogos. Escuchas sus hipótesis, sus instrucciones, sus argumentos y lo único que acabas sacando en claro es que no tienen ni idea de nada, que andan más perdidos que tú mismo y que más te vale acomodarte a este estado de indefinición y provisionalidad que nos ha tocado vivir.

Y no puedes evitar asustarte seriamente, por mucho que sepas de sobra que el miedo beneficia a los poderosos, que lo vienen usando a favor de sus intereses desde el principio de los tiempos: el miedo a lo desconocido, a la enfermedad, a la muerte, al infierno… Y mire usted por dónde, quienes tienen que dar con la tecla para acabar con esta maldita pandemia, son los mismos a quienes beneficia nuestro miedo, ¿no es maravilloso?

J.T.

martes, 15 de septiembre de 2020

M. Rajoy, "ese señor del que usted me habla"

M. Rajoy puso de moda en su momento el término chisgarabís cuya definición, según el diccionario, es “persona informal, entrometida o de poco juicio”. Chisgarabís es sinónimo de chiquilicuatre, “persona frecuentemente joven, algo arrogante y de escasa sensatez”, según la RAE.

Tales calificativos, a día de hoy, parecen hechos a medida para aplicárselos al todavía líder del Partido Popular. La escasa altura parlamentaria de Pablo Casado, su zafia manera de hacer oposición, impide que los adversarios políticos le puedan replicar sin correr el riesgo de ponerse a su nivel. Ha perdido seis meses preciosos, oportunidad única para ejercer una oposición constructiva y útil y ahora, cuando salta esa especie de Watergate en el que Jorge Fernández Díaz y Cospedal aparecen presuntamente implicados, le pilla desfondado. Ni más ni menos que el antiguo y piadoso ministro del Interior y Dolores de Cospedal, el hada madrina a quien debe la presidencia del partido ¡Menuda faena!

Para echar una mano, Marhuenda navega como puede haciendo malabarismos con las informaciones de La Razón; ABC y El Mundo quedan a diario en evidencia y los submarinos que el PP dejó en los informativos de Televisión Española, que ahí siguen los chicos todo aplicados, se las ven y se las desean para que tamaño torpedo salpique lo menos posible a Casado y su florido equipo de lechuguinos.

Los tertulianos apenas consiguen contrapesar el desconcierto reinante en la sede de Génova 13, estos días con los pasillos llenos de zombies y de rumores sobre su posible venta, y se limitan a echar mano de frases de manual: “Puede que acabe en nada, solo en pena de telediario”. En pena de telediario, hace falta ser cínicos, ¡tendrán queja del guante blanco con el que vienen siendo tratados desde hace veinticinco meses!

Muy mal deben andar las cosas en el PP para que Francisco Martínez, el otrora Secretario de Estado de Interior, se atreva ahora a recuperar la memoria, dar pelos y señales del operativo de espionaje montado en su día en torno a Luis Bárcenas y anunciar a los cuatro vientos en primera página de periódico dominical que piensa contarle al juez todo lo que sabe, todo lo que en su día ejecutó y calló por “lealtad” a Fernández Díaz y a M. Rajoy.

¿Está débil el PP? En aquellas instituciones donde conserva el poder, sean autonomías o ayuntamientos, ya empieza a pasarles factura el despropósito que supuso aceptar la condiciones de la ultraderecha para sentarse en la poltrona. En Ciudadanos, esa formación naranja, inodora e insípida, están jugando una vez más a demasiadas bandas. ¿Acabará habiendo mociones de censura?

¡Qué arte tienen todos para ir dejándose tirados los unos a los otros! Viene de lejos, porque en los tiempos en que salió a flote el oscuro asunto de los GAL, ya alguien acabó dejando tirado a alguien. En el caso Kitchen, nuestro particular Watergate cañí, ¿dejó tirado Fernández Díaz a Francisco Martínez? ¿Hizo o hará lo propio M. Rajoy con Fernández Díaz? ¿Dejará tirado ahora Casado a M. Rajoy? “Caerá quien tenga que caer”, ha asegurado este lunes. Proveámonos de palomitas.

A M. Rajoy en esta ocasión, llamar “chisgarabís” a su sucesor seguro que le sabe a demasiado poco. Lo que son las cosas, ahora es él quien se ha convertido en “ese señor del que usted me habla”.

J.T.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Verano obsceno

La fuga de Juan Carlos de Borbón ha sido la madre de todas las obscenidades que nos ha tocado soportar durante este verano que por fin despedimos. Si la primavera nos sumió en la histeria y el desconcierto, el verano ha sido desmadre y obscenidad.

Agosto de 2020 pasará a la historia como la fecha en que quedó al descubierto el verdadero talante de quien durante casi cuarenta años fue Jefe del Estado español y Capitán General de los Ejércitos. Cada vez que me viene a la memoria alguna frase de sus discursos, en especial las de sus sermones navideños, no puedo dejar de preguntarme cómo el ahora huido a Abu Dhabi fue capaz de tener el cuajo preceptivo para engañar a tantos durante tanto tiempo.

Nos ha tomado el pelo el autodesterrado y nos lo han tomado los antiguos ministros y demás cargos públicos que firmaron una carta apoyándolo; también los medios de comunicación engañando y manipulando como si no hubiera un mañana… Obscenidad en los tejemanejes judiciales, en la putrefacta fetidez que va a saliendo a flote de las cloacas policiales, en la declaración de Martín Villa ante una juez argentina y en las cartas de apoyo, ha sido el verano de las cartas de apoyo, que los expresidentes del gobierno español aún vivos  le dedicaron; obscenidad en el pábulo concedido a las acusaciones contra Podemos de un tal Calvente, que este mismo acabó calificando de “rumorología”…

Una vez dicho esto, si hubiera que buscar un sinónimo de obscenidad, ese sería “Partido Popular”. Su filibusterismo produce vergüenza ajena. Las cloacas no solo las usaron cuando estaban en el poder para espiar a partidos políticos adversarios, sino también para buscarse la ruina entre ellos mismos, los unos contra los otros. Yo era diputado por Ávila, a mí que me registren, argumenta el todavía primer espada; yo no soy ya un personaje público, declara su antecesor…

Qué feo asunto, ¿no les parece? Son mezquindades que durante el verano que ahora acaba han coexistido con una pandemia de duración indefinida y con el vergonzoso y preocupante espectáculo que nuestros representantes políticos brindan al respetable cada vez que se reúnen en sesión parlamentaria. La pandemia nos tiene a todos de los nervios, y a ellos tirándose los trastos a la cabeza entre partidos, entre comunidades autónomas, entre ayuntamientos… ¡Qué obscenidad!

En el horizonte, casi todo por resolver: ley mordaza, reforma laboral, percepción del Ingreso Mínimo Vital, los Presupuestos Generales y qué criterio emplear para adjudicar las ayudas europeas; la reforma de los órganos de gobierno del Poder Judicial, del Tribunal de Cuentas o de Televisión Española, cuya situación de “provisionalidad” mantiene en el cargo a su Administradora Única desde hace más de veinticinco meses… Obscenidad. Y de la desconsideración de los socialistas con su socio de gobierno en asuntos de calado, como la fuga de Borbón o la fusión Caixabank-Bankia, ¿qué me dicen?

Mientras todo esto va pasando, al ciudadano de a pie le cuesta cada vez más trabajo organizar su vida porque no sabe qué puede ser de ella a medio plazo. Teme por su salud y le preocupa que cada día que pasa acabe resultándole más difícil llegar a fin de mes si el extraño momento que vivimos se prolonga durante demasiado tiempo.

No solo los políticos, también televisiones, periódicos y radiopredicadores, se empeñan en otorgarle más bombo a la defenestración de una tal Cayetana o a los rifirrafes parlamentarios que al mundo real. Otra obscenidad más, como la tediosa lentitud con que se mueve la justicia y las controvertidas actuaciones de algunos de sus titulares. Digo obscenidad por no decir pornografía, que quizá sea un término que lo defina mejor.

De las obscenidades en el mundo del fútbol, Liga por aquí, Federación por allá, Messi se va, Messi se queda… de todo eso, que tan entretenidos nos ha tenido también este verano, mejor hablamos otro día si les parece.

J.T.