domingo, 25 de junio de 2023

Cosas que no pienso olvidar cuando vaya a votar


No me olvido, ni me pienso olvidar nunca, de las miles de mentiras con las que la derecha ultra y la ultraderecha consiguieron convertir esta legislatura en un auténtico infierno. 

No me olvido, ni me pienso olvidar de los presuntos periodistas que han apostado por agitar el odio sin parar hasta conseguir acabar metiéndonos en un fango maloliente que hace que quienes nos dedicamos a la información sintamos auténtica vergüenza. 

No me quiero olvidar del miedo que las derechas nos hicieron pasar cada vez que comparecían en el Congreso durante los primeros meses de la pandemia, ni de cuantos convirtieron en prioridad absoluta tumbar a toda costa al Gobierno de coalición. 

No me olvido del boicot a cada iniciativa que el ministerio de Sanidad se veía obligado a adoptar en los días más espantosos del confinamiento. 

Tampoco de las pegas irresponsables a los calendarios de vacunación. 

Ni de los muertos en las residencias. Ni del criminal aprovechamiento comercial de la escasez de mascarillas. 

Ni de las caceroladas fascistas. 

Ni de los viajes a Europa del PP para poner dificultades a la llegada a nuestro país de los fondos europeos. 

Ni de la demonización sistemática de las políticas de Igualdad. 

Ni del voto en contra de la subida del salario mínimo, las pensiones o el ingreso mínimo vital. 

No me quiero olvidar de quienes votaron una y otra vez contra la adopción de medidas sociales imprescindibles y urgentes para ayudar a los más desfavorecidos. 

Sé, y lo valoro, que la existencia del Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos ha supuesto un alivio para buena parte de la ciudadanía en unos años de contratiempos como los que acabamos de vivir y aún vivimos. Pero tampoco me olvido que continúan, implacables, los desahucios; que hay cantantes en la cárcel por criticar la monarquía, que la legislatura se acaba con leyes sin aprobar y con otras que iban a ser liquidadas y han acabado despachándose con ridículos remiendos. 

Tampoco me olvido de las tropelías del rey emérito ni del trabajo conjunto PSOE-PP para evitar investigarlas en el Congreso. Ni de la controvertida y estomagante televisión pública que padecemos. 

Ni de la laxitud del ministerio del Interior para con las manifestaciones fascistas, nada que ver con la contundencia aplicada en las protestas de las izquierdas. 

Ni de las críticas de Feijóo a los impuestos a eléctricas, bancos y grandes fortunas, aunque ahora su partido plantee matices. Ni de las astracanadas de tanto pepero, ni de sus alarmantes pactos con Vox que solo anuncian el más espantoso de los futuros si ganan las elecciones el próximo 23 de julio. 

Que, en este contexto, las derechas y las ultraderechas avancen en intención de voto sólo puede ser atribuible a una falta de memoria colectiva o a que nos hemos vuelto todos locos. Cuesta creerse las encuestas. 

La ciudadanía sabe cómo está, y también cómo estaría, si la gestión de los múltiples contratiempos sufridos en los últimos tres años hubiese corrido a cargo de un gobierno compuesto por las derechas y las ultraderechas. 

Tampoco me olvido del lodazal en el que nos han obligado a movernos los medios de comunicación públicos y privados, envenenando a diario el ambiente con toda sarta de mentiras, bulos y fake news

No me olvido de las zancadillas a las políticas de fiscalidad. 

Tampoco me olvido de tanto juez injerente, ni de las maolientes cloacas, ni de esa enfermiza obsesión de las derechas por malmeter en el seno de familias, sobre todo humildes, intentando enfrentar a los jóvenes que solo consiguen salarios precarios con sus abuelos pensionistas porque cobran más que ellos. 

No me olvido del silencio cómplice de la iglesia católica, que ha desaprovechado en los últimos tiempos mil oportunidades de demostrar públicamente su preocupación por los más débiles. 

La vía neoliberal fracasó ya en la anterior crisis y naufragó estrepitosamente en el Reino Unido hace pocos meses, pero aquí las derechas continúan erre que erre, insistiendo en la aplicación de una política económica que ha evidenciado su ineficacia para resolver problemas como los derivados de una pandemia, de un volcán, de una guerra... 

Tampoco me quiero olvidar de tantos momentos en los que los socialistas, con su secretario general a la cabeza, dejaron a los pies de los caballos a sus socios de coalición. 

Quiero, pero no puedo olvidarme, del cainismo vivido en las izquierdas durante los últimos meses. Me gustaría que tantas heridas innecesarias, tantas dificultades hasta lograr un acuerdo a mi entender débil y cogido con pinzas no acabe pasando tremenda factura en las próximas elecciones generales. 

J.T.

Detengamos los tentáculos de la intolerancia


Hay una cosa en esto de cómo Vox va ganando terreno que no consigo entender: la pasividad del personal.

No es que parezca que viene el lobo, es que el lobo ya está aquí y continuamos actuando como si la cosa no fuera con nosotros, como si esta colección de enemigos de las libertades nos estuvieran gastando una broma. Pesada de narices, pero broma.

Y no, no es ninguna broma la manera como están extendiendo sus tentáculos por toda la geografía del país con su performances de odio y alcanfor, por mucho que tal distopía nos resulte difícil considerarla verosímil.

Como muchas de las cosas que los ultramontanos plantean suenan tan ridículas, parece como si no quisiéramos acabárnoslas de creer, como si se tratara de un mal sueño del que pronto vamos a despertar. Resulta difícil tomarse en serio algunos de los pilares en que la ultraderecha sustenta su doctrina, causantes de los primeros estragos que vamos teniendo noticia.

Menos creíble resulta aún que el Partido Popular entre en esa dinámica sin que se les caiga la cara de vergüenza: no a los gays, no a las lesbianas, no a los inmigrantes, eso de la violencia de género es una quimera, lo del cambio climático una ridiculez, la tierra es plana, vivan los toros, las romerías, arriba el patriotismo de pulsera, el himno, la bandera franquista, viva Ejpaña, cara al sol con la camisa nueva que tú bordaste rojo ayer… Nos fumigan con esta retahíla sin parar, se trata ya de fuego real y aquí estamos, acojonados y sin reaccionar.

En una semana han puesto patas arriba casi ciento cincuenta ayuntamientos, presiden los parlamentos de Baleares y Aragón, gobiernan en Castilla y León, y en la Comunidad Valenciana. Son necesarios en Murcia; la han liado parda en Extremadura.. No, ya no es que viene el lobo, es que el lobo esta aquí, ¿es que no lo vemos?

En Castellón y otros muchos ayuntamientos desaparecen las concejalías de Feminismo, LGTBI, Transición Ecológica o Memoria Democrática; en municipios como Alicante, Elche, Alba de Tormes, Torrijos o Gijón ya han hecho verdaderos estragos ¡En solo una semana transcurrida desde que tomaron posesión!

Comento estas cosas con observadores externos, con amigos extranjeros que no dan crédito a lo que está sucediendo aquí, tras una legislatura en la que el Gobierno de coalición se ha dejado el pellejo para que saliéramos a flote cuando, sorteando los mayores contratiempos ocurridos desde que recuperamos la democracia, estábamos amenazados de ruina pura y dura.

Me niego a asumir que el Partido Popular, por mucho que haya perdido el norte, por muchos radicales que pululen entre su militancia, esté favoreciendo el crecimiento de este monstruo antidemocrático llamado Vox porque, aunque en sus filas haya una jugosa retahíla de corruptos y ladrones impresentables, el PP hasta ahora había respetado el juego democrático.

Una parte de la población está votando fascismo y sesudos analistas llevan miles de páginas escritas intentado explicarse el fenómeno. Pero los ultras ni son mayoritarios, ni sus representantes (Abascal, Buixadé y compañía) pueden actuar como si lo fueran. En el Partido Popular hay gente de bien que no está por expulsar a los inmigrantes sin contemplaciones, ni por eliminar la expresión violencia de género, ni por demonizar la homosexualidad; en el PP conozco personas que no quieren caminar juntos con Vox en gobiernos municipales y autonómicos, ni pegarle hachazos a derechos sociales y laborales que tanto costó conquistar. Entre los populares hay gente de bien nada conforme con abrazar postulados que apestan a naftalina y nos retrotraen a décadas lejanas, tiempos de sumisión y miedo.

Tantos ayuntamientos y tantas autonomías con los ultraderechistas campando por sus respetos no son ya un laboratorio de pruebas, ni un ensayo, son una maldita realidad a la que solo se puede parar diciendo hasta aquí hemos llegado. Las izquierdas tienen que trabajar día y noche por esto, y si las encuestas sobre cómo van a quedar las cosas tras el 23J son verosímiles, si de verdad Feijoó fuera quien encabezase la lista del partido más votado, este hombre tiene la obligación de marcar claras distancias con el fascismo y dejarse cuanto antes de ambigüedades, de matemáticas, que si el 8 por ciento, que si el doce por ciento… Ya está bien. No es verdad que se necesite a los fascistas para gobernar, como no es verdad que la mejor manera de evitar que te asfixie una serpiente pitón es dejarla que se te enrosque.

Hemos ido demasiado lejos jugando con fuego y aún andamos silbando como si no pasara nada. Que suenen bien fuerte las alarmas, por favor, que todo el mundo demuestre que el ultraderechismo y sus ridículas propuestas, que sus métodos de encono y frentismo tienen que dejar de amenazar nuestras vidas y nuestro futuro. Merecemos una convivencia en paz porque nos lo hemos trabajando durante mucho tiempo ¡Fuera el odio de nuestras instituciones!

Las izquierdas no deberían, ni en broma, contemplar la posibilidad de perder las elecciones generales. Si continuamos cediendo terreno, acabaremos devorados por el monstruo.

J.T.

sábado, 17 de junio de 2023

Los "patrioteros de pulsera" van ganando


Admito que me extrañó el pasado jueves escuchar a todo un delegado del gobierno socialista en Madrid arremetiendo contra los "patrioteros de pulsera mientras ponía en valor el trabajo parlamentario de EH Bildu o ERC durante la legislatura que ahora acaba. Me resultaba demasiado bonito para ser verdad: “Esos supuestos enemigos de la patria, de España, -afirmó Francisco Martín en un desayuno informativo organizado por Nueva Economía Fórum- a lo largo de estos últimos cinco años han hecho mucho más por todos los españoles y españolas, es decir, por España, de lo que han hecho todos los patrioteros de pulsera juntos”.

La verdad es que me extrañó tanta contundencia, tanta honestidad, tanta verdad en boca del representante de un partido que tiende siempre a templar gaitas, pero recordé al expresidente Rodríguez Zapatero el lunes en la Cope poniendo en su sitio a Herrera y sus tertulianos cuando estos cuestionaban la desaparición de ETA y por un momento pensé que los socialistas por fin habían decidido dar un puñetazo en la mesa, dejarse de medias palabras y empezar a llamar a las cosas por su nombre.

Esos supuestos enemigos de España, -añadió Martín- han contribuido a salvar miles y miles de vidas de ciudadanos españoles, han contribuido a dignificar la vida de millones de pensionistas, a mejorar las condiciones laborales de millones de ciudadanos y ciudadanas de todo nuestro país o a posibilitar la aprobación presupuestaria que materializaba todas las anteriores cuestiones”.

Y remató: “Por tanto, mi pregunta no es con quién se ha pactado, sino cómo es posible que esos patrioteros de pulsera no estuvieran remando a favor de España durante todos estos años. Esa es para mí la gran reflexión de esta etapa y creo que tendría que estar encima de la mesa en las próximas elecciones”.

Sonaba demasiado bonito para ser verdad. Así que cuando solo habían transcurrido unas cuantas horas… mi gozo en un pozo. Como se sabe, la alegría dura poco en casa del pobre y, antes de que cantara el gallo, el autor de una de las reflexiones más honestas en boca de un socialista (Zapatero aparte) en los últimos tiempos salió de nuevo a la palestra para humillarse, negarse a sí mismo tres veces y pedir perdón. Solo le faltó flagelarse en público. Al pobre.

Si uno tiene que desdecirse de ser honesto, esto es una ruina. Si uno se acojona a las primeras de cambio apenas Almeida o Ayuso abren la boca para regañarnos, es que este país está mucho peor de lo que nos temíamos. Nunca es bueno templar gaitas, pero en tiempos electorales mucho menos. Hay que plantar cara, decir las verdades sin miedo y no dejarse comer el terreno jamás.

No puede ser que las izquierdas, por muy “light” que sean, se dejen comer la tostada mientras los fascistas van introduciendo fichas en las instituciones, ocupando espacios, desplazando demócratas y proclamando programas como el que han dado a conocer PP y Vox esta semana tras pactar el gobierno de la Comunidad Valenciana. No quiero ni imaginarme la que se nos viene encima tras la avalancha de ultras que a partir de este sábado entran en más de un centenar de ayuntamientos de todo el país.

De un tiempo a esta parte, las izquierdas no hacen más que dejar espacio libre a la ultraderecha sin que nadie salga a decir, alto y claro, que este no puede ser el camino de ninguna de las maneras ¿Es así como espera ganar el PSOE, echándose atrás cada vez que se pone sobre la mesa una verdad y se desenmascara una campaña de mentiras que solo conduce a alejar el foco de donde verdaderamente debe estar?

Echo de menos que alguien de Sumar no haya salido inmediatamente a decir que no puede ser que alguien del PSOE se desdiga tras haber soltado verdades como puños. Repito: se les está regalando a los ultras el relato, el espacio, la gestión... se les están ofreciendo en bandeja, en definitiva, los puñales con los que destrozarán sin miramiento alguno el mundo de libertades que tanto nos ha costado construir.

No quiero partidos de izquierdas timoratos a la hora de defender una actividad legislativa en el parlamento de la recién terminada legislatura que ha conseguido mejorar la vida de la gente. No quiero por más tiempo, a la izquierda del PSOE, una izquierda que no proclame ya, sin más dilación, que hay que parar cuanto antes el peligrosísimo avance de la ultraderecha y de la derecha ultra.

No puede ser que solo Zapatero parezca estar facultado para decir las cosas que tendríamos que estar escuchando a todos los socialistas y a todos los miembros del recién nacido Movimiento Sumar ¿Nadie más va a salir a la palestra a decir que ya está bien de usar a ETA como argumento electoral, que ese terrorismo fue derrotado hace una docena de años y ya no existe, que siempre se abogó porque quienes un día practicaron la violencia abrazaran las reglas del estado de derecho y decidieran hacer política dentro del marco constitucional?

¿Nadie más va a proclamar, todo lo alto que sea posible, que es intolerable establecer un paralelismo entre los pactos del Gobierno de coalición con EH Bildu y los acuerdos que Núñez Feijoó está perpetrando en ayuntamientos y comunidades autónomas colocándole la alfombra roja a los fascistas de Vox para que estos campen a sus anchas y acaben triturando la democracia?

¿Acaso no es verdad todo lo que dijo el delegado del gobierno de Madrid? ¿Acaso no es verdad que los patrioteros de pulsera siembran el odio, la desafección, el miedo, y que por el camino que vamos, las cosas no solo no van a mejorar sino que nos vamos a ver de nuevo metidos en la noche de los tiempos?

J.T.

sábado, 10 de junio de 2023

Alberto Primero el derogador


No propone nada, no explica nada, no ofrece ninguna alternativa, cada vez que abre la boca o se le dilatan las pupilas es para confundir algo, Extremadura con Andalucía, La Palma con Las Palmas, Valencia con Barcelona pero da igual. Subido en la ola del trumpismo patrio, aupado por la esperpéntica atmósfera ambiente en que andamos sumidos y que tanto recuerda las mejores páginas literarias de Valle Inclán, Alberto Núñez Feijoó puede soltar sin problema la mayor burrada que le venga a la cabeza, algo para lo que tiene demostrada sobrada habilidad, sin que eso parezca que le vaya a pasar factura haciéndole perder votos.

No sabemos qué quiere construir, pero a sus hooligans eso les interesa más bien poco: lo importante es destruir, demoler, destrozar el trabajo del Gobierno de coalición, ese ejecutivo al que no se han cansado de denostar e insultar a pesar del trabajo realizado para que no nos pillara el toro en estos tiempos convulsos, a pesar de los avances sociales y laborales, de los reconocimientos internacionales… Nada, cuando ganemos las elecciones lo tumbaremos todo, acabaremos con todo, repiten él y sus mariachis en bolos preelectorales llenos del odio con el que a diario riegan hasta los más recónditos rincones del país.

Derogaré, derogaré, derogaré… primera persona del singular del futuro imperfecto de indicativo en un verbo que el ínclito líder igual no sabe ni conjugar pero anda todo el día en la boca con él: derogaré la ley del sí es sí, derogaré la ley de Memoria, derogaré la ley de Vivienda, derogaré la ley Trans; la de eutanasia y la de Educación ya veremos, o también, qué demonios. Derogaré el sanchismo, pregona encantado cada vez que usa esta ocurrente frase-eslogan fabricada por su belicista equipo de propaganda.

Derogar, derogar, derogar, hacer no sé bien qué haré pero me voy a pasar todo el día derogando, borrando cualquier vestigio de la existencia de este Gobierno de coalición del que por fin vamos a conseguir librarnos. Nunca nadie proponiendo tan poco y dejando tan a la vista sus escasas entendederas consiguió tanto. Le basta con estarse quieto porque todo se lo dan hecho, se lo proporcionan en bandeja quienes lo eligieron para estar donde está, para interpretar el patético papel que le han adjudicado.

Casado se quiso mover y lo borraron de la foto, Ayuso se ha pasado de frenada y de momento la tienen callada recordándole que mucha chulería, pero que ha perdido  más de 33.000 votos en Madrid. Feijoó y sus mentores en cambio creen tener el santo de cara, o al menos así lo piensan cuando elaboran encuestas y abren informativos con unos datos que nos obligan a preguntarnos dónde están los millones de personas beneficiadas durante estos tres años y medio por las políticas del Gobierno de coalición.

No sé qué pensarán los pensionistas y los currantes de a pie que votan al PP sobre lo que significa el verbo derogar en boca de Núñez Feijoó ¿Se habrán planteado que se acabaron las subidas de pensiones, el aumento del salario mínimo, han pensado que disminuirá en un plis plas su poder adquisitivo, que se acabó la posibilidad de soñar con una vivienda decente, un alquiler asequible, una vida laboral que permita tener hijos y hacer planes de futuro? ¿Qué demonios pensará el elector medio que quiere decir Feijoó cuando habla de derogar el sanchismo? El término “sanchismo” no me acaba de gustar, pero entiendo que con él se pretende definir la política que nos ha permitido sobrevivir más o menos a los años terribles que hemos sufrido, deduzco que con “sanchismo” se refieren a todas esas leyes pensadas para mejorar la vida de los más desfavorecidos que el gobierno de Sánchez ha ido aprobando gracias entre otras cosas a la tenacidad de unos socios de coalición, Unidas Podemos, cuyos méritos nadie les quitará nunca por mucho que ahora no se hayan reflejado en las urnas lo suficiente.

No me cabe duda de que el tiempo terminará poniendo las cosas en sus sitio, pero para que acabemos entendiendo la magnitud de lo conseguido por el Gobierno de coalición da la impresión de que el requisito indispensable es que durante un tiempo nos gobierne una caterva de fachas que, hacha en mano, se disponga a destruir el trabajo realizado durante los últimos años por quienes se han visto obligados a lidiar con los contratiempos probablemente más complicados sufridos en España durante las últimas décadas.

Y al preclaro líder de la derecha que se nos viene encima no se le ocurre otra cosa que esgrimir el verbo derogar como santo y seña de lo que va a ser su política: derogaré, derogaré, derogaré. Sin más explicaciones, sin más datos. Me cuesta mucho entender el momento que estamos viviendo; siempre me escandalizó que personajes tan peligrosos como Donald Trump, cuyo estilo cada vez parece estar más presente en la manera de hacer política y periodismo en España, puedan jactarse de no perder votos aunque apuñalaran a alguien en pleno centro de Nueva York ¿De verdad que aquí también estamos en esas mismas?

“Derogaré, derogaré, derogaré… Suena a cantinela torpe de un candidato limitadito, pero no: se trata de algo muy peligroso porque solo quien se sabe respaldado para soltar ese tipo de simplezas se atreve a repetirlas una y otra vez con tanta soltura, con tamaño desahogo. Un desparpajo tal, solo se concibe cuando quien lo practica se sabe impune. E inmune.

J.T.

lunes, 5 de junio de 2023

Todavía estamos a tiempo de arreglar esto


La historia de España está llena de momentos en que las elecciones municipales lo pusieron todo patas arriba y este 28 de mayo volvió a ocurrir. El proceso de acoso y derribo que se inició el mismo día en que tomó posesión el gobierno de coalición, allá por enero de 2020, cristalizó el pasado domingo con unos resultados electorales que lo cambian casi todo. En el PSOE empezaron a afilar cuchillos aquella misma noche, aunque la eléctrica reacción del presidente del gobierno convocando elecciones generales inmediatas no parece haber conseguido acallar las veleidades golpistas en la vieja guardia de su propio partido, la que lo echó en octubre del 16 y no parará hasta volver a conseguirlo. Leer a Alfonso Guerra pidiendo la cabeza de Pedro Sánchez en un panfleto ultraderechista y desestabilizador como “The Objective”, permite intuir la dimensión de un operativo en el que participan también espectros como Rodríguez Ibarra o Redondo Terreros, quienes han vuelto a obtener los honores de aparecer en la primera página del ABC por poner a caldo al presidente del Gobierno.

Sánchez se ha ganado a pulso el cabreo que tanta gente tiene con él: por su falta de determinación para poner pie en pared con rtve o con la renovación del Poder Judicial, por respaldar una política de Interior como la de Marlaska, por mantener en vigor el espíritu de la ley Mordaza de Rajoy, por bajarse los pantalones ante las presiones para cambiar la ley del Solo Sí es sí, por mantener el predicamento de la Iglesia católica, por darle alas sin parar a la monarquía… Pero aún así hay que reconocer que le ha echado narices a más de una decisión política de las que se han tomado durante los últimos tres años y medio a instancias siempre, eso sí, de su socio de gobierno Unidas Podemos. Para cualquier análisis pasado, presente o futuro, conviene no olvidar nunca esto. Porque es justo lo que no se le perdona a la formación política con más agallas en el ejercicio parlamentario y gubernamental desde la muerte de Franco.

Que Unidas Podemos consiguiera llegar, con solo seis años de vida, a ostentar una vicepresidencia del gobierno y cuatro ministerios era para el sistema una anomalía de tal calibre que todas las fuerzas telúricas se confabularon para dinamitarla. Hasta tal punto se le pusieron los pelos de punta a tantos miles de vividores de copa y puro que el proceso para acabar cuanto antes con aquellos osados se puso en marcha a toda máquina, aunque la verdad es que tampoco lo tenían tan difícil. Mintieron y crisparon mucho más de lo que necesitaban porque la eterna propensión de las izquierdas a devorarse entre ellas les ha facilitado bastante el trabajo.

Además de la convocatoria de elecciones generales, entre los efectos inmediatos de ese terremoto llamado 28 de mayo está la desaparición de Ciudadanos, pero iremos descubriendo más consecuencias a medida que transcurran los días. Me consta que a más de uno en el PP le han temblado la piernas esta semana porque no las tienen todas consigo. Querían adelanto de elecciones, pero ahora ya no saben muy bien si lo querían o no; han tenido que tirar a la basura toda una hoja de ruta de acoso y derribo diseñada para seis meses y han de ponerse a trabajar, en pleno verano, pobres, para inventar nuevas insidias, bulos y eficaces consignas. De momento no acaban de dar con el tono que les permita sentirse cómodos en la nueva situación

En cuanto a Podemos, el correctivo ha sido tan grande como injusto; Compromis, En Comú Podem o Más Madrid, fuerzas en la órbita del recién nacido Movimiento Sumar, también han llevado su correspondiente varapalo… Solo hay una solución y lo saben: unirse y desplazar a segundo plano el resto de prioridades. De lo contrario Sánchez les robará la cartera como ya ha empezado a hacer de alguna manera, atribuyéndose en exclusiva los logros del Gobierno de coalición como si hubiera gobernando en solitario e intentando por otro lado apropiarse sin pudor del argumentario político de Unidas Podemos. Por ahí anda ya pregonando el hombre mensajes y consignas impensables en su boca hace solo unos días. De pronto parece haber descubierto, cual capitán Renault redivivo, que en este país, los medios de comunicación… ¡manipulan!, ¿no es maravilloso? Ha decidido volver a reencarnarse en el Sánchez que le lloraba a Évole tras ser decapitado por su propio partido. Si ahora vuelve a colar, es que los votantes no tenemos remedio.

Hemos tenido a nuestra disposición el único partido que llamaba a las cosas por su nombre y era capaz de presionar hasta sacar adelante políticas que han mejorado la vida de la gente y se lo hemos pagado dejándolos de votar, lo que significa respaldar el acoso y los ataques sistemáticos a los que sus dirigentes han sido sometidos sin piedad durante tres años y medio.

Todavía estamos a tiempo de arreglar esto. Tanto el PSOE como la derecha ultra y la ultraderecha solo se pondrán nerviosos si las izquierdas con motor Podemos –sí, con motor Podemos, como dice Iván Redondo- obtienen en julio los resultados necesarios para continuar trabajando en la línea en que han venido haciéndolo hasta ahora. Este país necesita profundizar en las políticas de progreso y no que los fascistas vuelvan al gobierno para retrotraernos a tiempos oscuros y siniestros. Parece tan obvio esto que hasta produce cierta vergüenza tener siquiera que plantearlo.

J.T.

jueves, 1 de junio de 2023

Podemos y los medios


La aparición en escena de Podemos les rompió los esquemas y desde entonces no se han repuesto. El nacimiento, hace ahora nueve años, de una formación política fresca, osada y resuelta pilló al universo mediático de nuestro país claramente con el pie cambiado. Acostumbrados como estaban a negociar a diario con sus fuentes de siempre, la súbita irrupción de una serie de jóvenes profesores universitarios que conectaban con la gente sin pedirles permiso a ellos, vacas sagradas de la comunicación habituadas a manejar el material informativo como les daba la gana, les desconcertó, no lo pudieron soportar. O sí, pero no estaban dispuestos a que el obsceno tinglado que tenían organizado desde hacía ya décadas corriera peligro. 

El asunto venía viciado desde muy atrás. En la banca había una inercia tácita que garantizaba el sometimiento de los partidos políticos merced a préstamos que pocas veces se cobraban y la prensa, por su parte, sabía qué tenía que decir y qué callar si quería seguir mamando de esas sabrosas tetas llamadas publicidad y subvenciones. Nunca se hizo un reportaje, por ejemplo, sobre por qué los dependientes de El Corte Inglés no llevaban barba, ni se osaba jamás cuestionar el funcionamiento de empresas como Iberdrola, compañía que durante años financió generosos viajes a primeros espadas de muchos medios de comunicación. 

Para formar parte de aquella obscena mesa de juego y poder sentarse a echar una partida parecía necesario pagar el correspondiente peaje y Podemos, la formación de aquellos jóvenes políticos recién llegados, no parecía dispuesta a hacerlo. Insoportable desvergüenza, como eso de negarse a pedir préstamos a los bancos, pero qué se habían creído.  

Se decretó pues sin excesiva demora la caza y captura de la nueva formación política, “el tiro al podemita” podríamos llamarlo, y desde entonces no han parado. Cuando el Psoe descubrió que se les había acabado el chollo de vivir pareciendo de izquierdas sin serlo recurrieron a los medios que les debían favores para que le pusieran inmediatamente la proa a aquellos insolentes recién llegados que amenazaban una parte del pastel electoral. El PP, por su parte, no tuvo que esforzarse mucho para que sus incondicionales turiferarios de siempre se dispusieran también a ello. Y en cuanto a los sindicatos, pelín aturdidos ellos para variar, decidieron ponerse de perfil, sobre todo los mayoritarios. Ahí siguen. 

No hubo ni un solo medio público o privado que no considerara una amenaza la aparición de Podemos. Les costaba entender que pronto alguien llevara la iniciativa en campos que hasta entonces habían sido un suculento y rentable coto cerrado. No tardarían en organizarse tertulianos, columnistas y directores de periódico para cerrar filas contra aquellos atrevidos jovenzuelos ¿Qué hicieron los periodistas en nómina de periódicos, radios y televisiones cuando vieron el panorama? Pues la mayoría someterse a los dictados de sus jefes y vender su dignidad por un plato de lentejas. Debieron entender que sus puestos de trabajo, o sus privilegios, estaban en juego si no se dedicaban a demonizar a conciencia a esos recién llegados, a los“radicales” de Podemos. Lo de los puestos de trabajo no era verdad, pero lo de la pérdida de privilegios era posible.  

Años y años recibiendo cajas de vino y jamones por navidad en las secciones de Economía, discos y libros todo el año en las de Cultura, generosos sobres los cronistas de toros o viajes de ensueño en secciones de moda, deportes o motor, por poner solo algunos ejemplos, no es algo a lo que se pueda renunciar de la noche a la mañana porque aparezca una formación política predicando la decencia.  

Cuando en 2016 Podemos se plantó en el Congreso de los Diputados con 69 escaños acabaron saltando todas las alarmas, y tanto políticos como periodistas se revolvieron visiblemente incómodos, llevaban dos años intentando cargárselos y habían fracasado. Intentaron entonces sin éxito colocarlos en el gallinero para quitarles visibilidad, y políticas como Celia Villalobos o periodistas como Pilar Cernuda llegaron incluso a decir que los nuevos diputados olían mal. Les molestaba su desenvoltura, su indumentaria, les fastidiaba en definitiva su existencia. Eran como agentes extraños que, para los periodistas y políticos que tan cómodamente habían coexistido por los predios parlamentarios durante cuarenta años, no encajaban en aquel plácido y alcanforado ecosistema. 

Abdicó el rey, hubo golpes de estado internos en los partidos, del PP se desgajó una facción ultraderechista, nació y murió Ciudadanos, ese “Podemos de derechas” con el que bancos, eléctricas y petroleras quisieron contrarrestar el impacto de los morados, se repitieron elecciones generales en dos ocasiones, jueces por un lado y medios digitales fachas que se reproducían por esporas por otro pusieron en marcha un implacable lawfare al que acabaron sumándose los medios de siempre… Había no solo que diluir la capacidad de seducción del mensaje de un partido que al final había logrado calar hasta propiciar que fuera posible formar el primer gobierno de coalición en ochenta años, sino que había también que dedicarse a desprestigiarlo a toda costa hasta conseguir acabar con él. 

El Gobierno de coalición cumplió en enero su tercer año de existencia y la gota malaya contra Podemos continúa. Contrarrestar sus efectos exige un esfuerzo enorme pero no es imposible. Saludo con todo mi afecto la aparición de Canal Red, me gusta mucho su trabajo y hago votos porque su manera de hacernos ver la otra cara de la luna permita, a tanta gente como la echa de menos, contar con una información a la que tiene derecho y que, a día de hoy, resulta muy difícil, por no decir imposible, encontrar en ninguna otra parte.  

J.T.

Diez consideraciones de urgencia


1. Nada de victimismos que nos distraigan de lo sustancial: el 23 de julio es una oportunidad que no se puede desaprovechar.

2. Cualquier análisis de lo sucedido este pasado domingo  precisa una buena distancia si queremos realizarlo con la perspectiva necesaria. Si nos acercamos demasiado, perdemos foco.

3. Los medios, los jueces, las cloacas y la instrumentalización de la mentira no pueden tener la culpa de todo. Aquí está pasando algo más. Y conviene diagnosticarlo cuanto antes.

4. Generales y municipales no son la misma cosa. Ni mucho menos.

5. El electorado no puede ser tonto solo cuando vota a las derechas y listo cuando no lo hace.6. Suponiendo que en la abstención resida parte del problema, que tampoco es nunca exactamente así, lo que se impone es estudiar con urgencia cómo conseguir que esta disminuya.

6. Suponiendo que en la abstención resida parte del problema, que tampoco es nunca exactamente así, lo que se impone es estudiar con urgencia cómo conseguir que esta disminuya.7. La crispación nunca es el camino.

7. La crispación nunca es el camino.

8. Aunque el odio pueda ser un medio para alcanzar el poder, resulta más complicado que lo sea para gestionar el día a día.

9. Nos hemos caído, ¿verdad? Pues toca levantarse y dejarse de tonterías.

10. Hay mucho trabajo por hacer de aquí al 23 de julio. Y merece la pena.

J.T.