sábado, 26 de marzo de 2022

El Congreso del PP y la Semana Santa sevillana


Treinta y dos años. El próximo viernes uno de abril, cuando en Sevilla dé comienzo el congreso de “investidura” de Alberto Núñez Feijóo, se cumplirán treinta y dos años justos del día en que José María Aznar se convirtió, también en la capital andaluza, en presidente del Partido Popular. Aquel día no era viernes sino domingo, y faltaban justo siete días para el comienzo de la Semana Santa. Las confluencias astrales han querido (¿o no es casualidad?) que esta vez, y a pesar de que esos días de celebración cambian cada año, nos encontremos ante una especie de repetición de la jugada en el mismo sitio y por las mismas fechas.

El domingo anterior al comienzo de la Semana Santa se conoce como domingo de pasión en el calendario católico, y en Sevilla es desde hace muchos años una jornada solemne, el día en que las calles ya huelen a azahar, músicos y costaleros acaban sus ensayos  y la luna va creciendo a medida que se termina la cuenta atrás. Abril en Sevilla es sensualidad pura. Por eso después de dos años de horrible paréntesis, este 2022 hay más ganas que nunca de recuperarlo todo y disfrutarlo hasta no poder más. Aunque a los forasteros les suene raro, el pistoletazo de salida de todo esto es, créanme, un pregón, el pregón que, con el Teatro Maestranza a rebosar, anuncia la llegada de la Semana Santa, de las fiestas de primavera que se prolongarán desde esa misma jornada hasta el final de la feria de abril un mes después.

Fuera de aquellos lares puede sonar raro, pero quienes conozcan mínimamente los entramados de la sevillanía sabrán de sobra que ese día ningún otro acto debe atreverse a ensombrecer lo que para ellos es considerado todo un acontecimiento. Da igual quién sea el pregonero, contraprogramarlo es una osadía imperdonable. Columnas de opinión de los periódicos andaluces, cuyos autores en su mayoría andan adscritos (por no decir entregados de pies y manos) a la causa pepera, llevan semanas rasgándose las vestiduras y presionando para que el domingo de los pregones no coincidiera con la proclamación de Feijóo como presidente del Partido Popular ¿Tan fuerte es el amor a la tradición? Puede, pero aún así lo que manda en esta ocasión es el cálculo, los votos que puede costar quitarle clientela al pregón, y más después de dos años de paréntesis por culpa de la pandemia. “¡Sólo faltaba ahora, escribió hace pocos días un columnista del Diario de Sevilla, que tras tanto tiempo de espera viniera un gallego a fastidiar el gran día!

En 1990 Manuel Fraga y José María Aznar “profanaron” esa fecha. Esta vez, treinta y dos años más tarde, Feijóo y los suyos no se han atrevido. Así que renuncian a la gloria de los telediarios domingueros y clausuran el congreso el sábado día dos porque de lo contrario perjudicarían los intereses de su querido Juanma Moreno, que se juega muchos votos en unas elecciones andaluzas que ni él ni su partido querrían tener tan cercanas.

En tiempos de Fraga y Aznar, el PP andaluz apenas tenía fuerza, pero treinta y dos años después las cosas han cambiado mucho. Moreno Bonilla y los suyos, además de tener mayor robustez y predicamento en el partido, necesitan hacerse fotos aplaudiendo a los pregoneros a ver si así, además de ganar votos, alejan malos recuerdos. Javier Arenas ganó las elecciones andaluzas un domingo de pasión de 2011 pero el pacto entre Psoe e IU sumaba más papeletas, así que se quedó el hombre con las ganas de presidir la Junta. También era domingo de pasión cuando en 2008 se celebraron elecciones generales y Rodríguez Zapatero ganó por mayoría absoluta. Tal como anda el patio, con una díscola Ayuso sembrando la discordia y una ultraderecha cada vez más crecida, les ha debido parecer mejor no tentar demasiado la suerte y dejarle a los andaluces despejado el calendario en una fecha para ellos tan señalada como el llamado domingo de pasión. De “Pasión” ¿no es maravilloso?

J.T.

domingo, 20 de marzo de 2022

Feijóo y sus titubeos


Los titubeos de Alberto Núñez Feijóo no se alejan mucho de los de Pablo Casado. Las cosas que viene diciendo últimamente desconciertan tanto o más de lo que lo hacían las del aún presidente del PP ¿Tanta alforja para tan poco viaje? Algo chirría en el extraño advenimiento del presidente gallego a los predios de Génova, 13. Quienes lo conocen bien afirman que nada es nuevo, que así es Feijóo, pero que en el resto de España no se le conocía. De resultar esto cierto, la cara B del llamado a comandar el nuevo Partido Popular no ha podido salir a flote de manera más inquietante: 

Por un lado asegura que el gobierno se forra con los impuestos a la luz, el gas y el petróleo. Horrible el empleo del verbo “forrar”, máxime cuando, como él sabe mejor que nadie, esos impuestos recalan en su mayor porcentaje en las comunidades autónomas. Por otro grita su amor a Madrid por las esquinas: “Madrid ama la libertad, y por eso quiero volver a vivir a Madrid”, proclamó hace unos días, cargándose así de un plumazo cuatro legislaturas de identificación con los electores de su tierra solo para hacerle la pelota a una Isabel Díaz Ayuso que no se cortó ni un pelo a la hora de soltarle la primera insolencia en público apenas tuvo la más mínima oportunidad. Madrid tiene "poca paciencia para las tonterías" y "poco aguante para las imposiciones", le dijo a la cara al tiempo que Enrique Osorio, portavoz de su gobierno, aseguraba en otro acto público no saber dónde demonios están en la Comunidad de Madrid el millón y medio de pobres que le atribuye Cáritas.  

Calla Feijóo ante Ayuso y su entorno como hasta antes de ayer callaba Pablo Casado, y eso no augura nada bueno. Salvo que sea una táctica estudiada cuyo maquiavelismo en este momento a mí al menos se me escapa, lo que se percibe es que, quien en apenas dos semanas será investido como nuevo líder del Partido Popular, es propietario de los mismos miedos e inseguridades que Pablo Casado: miedo a que Ayuso le quite el protagonismo y miedo a que Vox consiga el sorpasso

Lo de Castilla y León no tiene nombre, ni el primer pacto anunciado ni sus consecuencias, y eso que todavía Alfonso Fernández Mañueco no ha sido investido presidente. Aun así, ya han anunciado que van a tumbar, merced a ese primer acuerdo con los ultras de Vox, el buen trabajo desarrollado por sus predecesores para luchar contra la violencia machista. Hace casi doce años, el gobierno de Juan Vicente Herrera (PP) promulgó una ley aún en vigor en cuyo preámbulo se reconoce que "la violencia de género constituye, sin duda, la manifestación más grave de la desigualdad, del dominio y abuso de poder de los hombres sobre las mujeres”. 

Pues bien, todo esto se irá directamente al baúl de los recuerdos, dado que el acuerdo entre PP y Vox para formar gobierno e investir presidente a Mañueco pasa por derogar esa ley y aprobar otra que la niega. Las mujeres castellano leonesas víctimas de violencia de género continuarán manteniendo los derechos reconocidos en la legislación española, pero todo se complica y se hace más enrevesado y detestable.  

Sobre todo porque los titubeos de Feijóo sobre este asunto empiezan a ser más que preocupantes. Esta semana llegó a asumir públicamente el postulado de Vox respecto al maltrato machista y lo hizo recurriendo a un caso ocurrido en Galicia que no especificó: “Hace un tiempo, dijo, hubo en Galicia un asesinato producido por un padre que, por un problema con su pareja, asesinó a sus dos hijas”. “Eso no es violencia machista, añadió, eso es violencia intrafamiliar”. Cuando vio que todo el mundo se le echaba encima, el presunto líder pepero se vio en la obligación de recular y recurrió a twitter para matizar su posición. 

Hay otro cargo del PP que también esta misma semana la soltó aún más gorda: “El concepto violencia familiar, declaró Jesús Aguirre, consejero andaluz de Salud, es preferible al de violencia de género: es más representativo”. Las cercanas elecciones autonómicas tienen al gobierno andaluz en un sinvivir. Aún así, la consejera andaluza de Igualdad, Rocío Ruiz, no tardó en salir al paso y declarar que su compañero del Consejo de Gobierno “no se había explicado bien”. Aunque Juanma Moreno no ha salido al quite en esta ocasión, quizás convenga recordar que el presidente de la Junta andaluza siempre ha sostenido, al menos hasta ahora, que sus diferencias con Vox en la manera de abordar la violencia de género es uno de los puntos que más dificultan el entendimiento.  

Las palabras de Aguirre, todo un personaje por cierto, tienen la pinta de ser un perverso globo sonda para ir preparando el terreno si en su momento se ven obligados a pactar con los fascistas como ha ocurrido en Castilla y León. A todo esto Feijóo, como en la vieja canción, titubeando, titubeando, titubeando... 

J.T.

sábado, 19 de marzo de 2022

El avance de las izquierdas en América Latina


Nuestras miserias domésticas y el desastre de Ucrania copan el espacio mediático hasta tal punto que apenas parece quedar lugar, y por lo visto tampoco tiempo, para dedicar a América Latina la atención que merece lo mucho que por allí está ocurriendo. La llegada a la presidencia de Chile de Gabriel Boric el pasado 11 de marzo fue sin duda un acontecimiento de primera magnitud cuya repercusión aquí, tanto en periódicos como en televisiones, tuvo un perfil vergonzosamente bajo. Sí, lo sé, ha pillado en un mal momento, pero la guerra comenzó hace menos de un mes y el desinterés de los medios españoles por lo que ocurre en nuestras tierras hermanas hace ya mucho que está muy por debajo de lo que sería preceptivo.

La toma de posesión de Boric tuvo un poder simbólico y un componente emotivo que pedía una mayor atención. El golpe militar contra Salvador Allende de hace cincuenta años no solo nos conmovió sino que su repercusión tanto en España como en el resto de Europa fue enorme. Ahora se cierra el ciclo y lo contamos de refilón. El momento en que, antes de entrar en el Palacio de la Moneda para tomar posesión de su cargo, el presidente electo rompió el protocolo y se dirigió a saludar la estatua de Allende situada en una esquina de la plaza de la Constitución de Santiago, estuvo cargada de un alto componente simbólico no solo para su país sino para quienes en su día vivimos y sentimos los crímenes de la dictadura de Pinochet como lo que eran, algo trágico y muy cercano.

¿Qué ha pasado para que todo ahora parezca mucho más lejano?¿Por qué hemos dejado de interesarnos por América Latina? ¿Quién sabe, por ejemplo, quién es Pedro Castillo, aquel maestro de escuela que llegó a la presidencia de Perú hace solo ocho meses? Como mucho nos acordamos de su sombrero pero poco sabemos del acoso al que está sometido por los poderes de siempre. Un acoso que le ha obligado a modificar su equipo gubernamental cuatro veces ya en tan corto período de tiempo merced a los exagerados poderes con los que cuenta el Congreso. ¿Quién sabe que el próximo día 28 esos mismos poderes lo van a someter a lo que allí llaman “moción de vacancia” (una especie de impeachement) para intentar echarlo del poder y la única esperanza para evitarlo es que los desestabilizadores no consigan los dos tercios de representantes necesarios para ello?

¿Quién está al tanto de que, por primera vez en la historia, Colombia puede tener un presidente de izquierdas en el mes de junio si Gustavo Petro, el candidato del bloque progresista llamado Pacto Histórico consolida los datos obtenidos en la consulta no obligatoria del pasado domingo día 13 donde consiguió más de cuatro millones y medio de votos, el doble que el bloque uribista?

¿Sabemos que la presidenta de Honduras desde el pasado 27 de enero se llama Xiomara Castro, es la primera mujer que lo consigue en ese país, y se propone, además de luchar contra la corrupción institucionalizada, desarrollar las políticas de izquierdas que en su país dejaron de existir cuando Manuel Zelaya fue víctima de un golpe de Estado hace casi trece años?

De Brasil sí sabemos algo más, conocemos el enorme poder del lawfare, que persiguió sin descanso a Lula da Silva y a Dilma Rouseff hasta conseguir expulsar a esta última de la presidencia del país en 2016 y encarcelar a su antecesor durante más de un año. Acusados de la financiación ilegal de su partido, en diciembre de 2019 fueron absueltos pero el daño ya estaba hecho y las políticas ultraderechistas de Bolsonaro han destrozado Brasil y torpedeado los avances sociales que en su día conquistó el Partido de los Trabajadores. Si hacemos caso a las encuestas, todo puede cambiar el próximo otoño cuando Lula, el mejor situado en los sondeos, vuelva a ocupar de nuevo la presidencia.

Tanto en Chile como en Perú, Colombia, Honduras y Brasil los problemas son muy distintos, pero todos necesitan consolidar los pilares del bienestar: salud, educación y protección social. En palabras de Ramón Jáuregui, “la aproximación ideológica de los nuevos gobiernos en el sur de América podría permitir abordar con más realismo y menos tensiones nacionales su integración regional y dar pasos así en favor de armonizar sus ordenamientos jurídicos para hacer posible la libre competencia de sus servicios, para atraer inversiones y para desarrollar grandes infraestructuras físicas y tecnológicas comunes".

Todo es muy complejo, es cierto, y cualquier análisis exige la mayor de las prudencias, pero lo que está ocurriendo en América Latina es un síntoma del fracaso de las políticas neoliberales y demuestra la fuerza del voto de quienes durante años han sido sus víctimas. Los poderes que no se presentan a las elecciones se resisten con todas sus fuerzas y sus adláteres mediáticos, financieros, jurídicos y empresariales (¿les suena?) hacen todo lo posible por torpedear cualquier avance social. Está bien que nos estén dando toda una lección.

Como le dijo Pepe Mujica a Gabriel Boric por videoconferencia pocos días antes de la toma de posesión de este último, “una sociedad puede tener un gran éxito económico pero a la vez también una enorme deuda social terrible ¿Qué sentido tiene –añadió el ex presidente uruguayo- el crecimiento de la economía si no se eleva el fondo de la sociedad y si la prosperidad no se reparte?".

J.T.

sábado, 12 de marzo de 2022

Íbamos a salir mejores




El lunes se cumplen dos años del día en que se decretó el confinamiento tras la declaración oficial de pandemia global hecha pública por la Organización Mundial de la Salud tres días antes. De ahí íbamos a salir mejores, repetíamos como un mantra al tiempo que aplaudíamos puntualmente a los sanitarios todos los días a las ocho de la tarde. Aunque el número de contagiados, y de muertos, aumentaba sin parar, pronto se vio que, ni aún así,  parecía haber demasiado interés en eso de salir mejores En el mundo de la política y el periodismo, dos servicios públicos cuya obligación era aliviar la angustia que se vivía en tantas casas, no solo no supieron estar a la altura sino que se dedicaron a acojonarnos con tertulias distópicas en los platós o con peleas a cara de perro en el Congreso de los diputados cada vez que tenían que prolongar el estado de alarma.

No se desaprovechó ni una sola oportunidad que valiera para crispar el ambiente. Primero fue la carencia de mascarillas, las dificultades para surtirnos de ellas y la utilización política de tal circunstancia para atacarse sin piedad los unos a los otros, negocios presuntamente sospechosos aparte. Luego llegaría el asunto de las vacunas. Por un lado los negacionistas dando la turra, por otro que si hay que repartir mejor porque a mí me has dado menos que a otros… el proceso de vacunación fue impecable pero nadie en la oposición tuvo la decencia de reconocerlo. Íbamos a salir mejores.

Se pusieron en marcha los ERTES y otras medidas para paliar el desastre económico que estaban viviendo muchas familias, en Europa se llegó a acuerdos para inyectar fondos que ayudaran a la recuperación y lo que tenía que haber sido un gran alivio, se vivió en cambio con la ansiedad que producía comprobar los torpedeos intentados en Bruselas por el PP, demostrando así los responsables de este partido, además de un nulo sentido de Estado, una carencia absoluta de sensibilidad.

Dos años después continuamos con las mascarillas puestas, hemos sobrevivido dentro de un orden a  espantos varios y no estamos dispuestos a desesperarnos, pero hay algo que ya tenemos claro: no estamos saliendo mejores ni mucho menos. Y no estamos saliendo mejores no solo porque Rusia haya invadido Ucrania y andemos ahora angustiados también con la posibilidad de una tercera guerra mundial, no solo porque durante ocho meses hayamos asistido a la erupción de un volcán y ahora exista un preocupante período de sequía, no solo porque la inflación se haya disparado, la gasolina esté ya a dos euros el litro y los precios de la luz sean directamente pornográficos, sino porque parece que no nos importe que muchas de las libertades que disfrutamos, y que costó sangre conquistar, estamos a punto de volver a perderlas.

Lo de Castilla y León es una verdadera calamidad, por mucho que haya quien equipare el pacto PP-Vox para gobernar esa comunidad con el del Psoe-UP para formar el Gobierno de coalición y diga textualmente que “no alcanza a entender cuál es el drama”.  Da mucha pereza, y también cierto pudor, tener que argumentar una y otra vez las enormes diferencias que existen entre un partido que respeta la democracia y otro que aspira a tumbarla. Cansa mucho tener que insistir sin parar en que no puede ser lo mismo una formación política como Unidas Podemos que trabaja, y lo demuestra, por mejorar la vida de las personas, que otra como Vox, a la que le sobran los inmigrantes y los homosexuales, niega la violencia de género, criminaliza a los Menas, rechaza derechos fundamentales de la mujer y se opone frontalmente a la reivindicación de la memoria histórica entre otras muchas lindezas.

Los todólogos enrabietados parecen reproducirse por esporas y da mucha pena escucharlos repetir argumentos pactados en las reuniones de maitines dispuestos a defender unos ideales políticos que apuestan por el ultranacionalismo, el monopolio de la identidad nacional, la criminalización de los opositores, el recorte de derechos o la persecución de las minorías. Son muchas las voces que piensan, y no precisamente en la izquierda, que a todo esto se le ha abierto la puerta con el pacto entre Vox y el Partido Popular, ese partido ahora destrozado que no sabemos cómo resurgirá de sus cenizas pero que de momento, al legitimar a la extrema derecha, ha roto el pacto constitucional.

Hasta Donald Tusk, jefe del Partido Popular Europeo y expresidente del Consejo Europeo, ha descalificado el acuerdo del PP con Vox en Castilla y León: “Para mí es una triste sorpresa, dijo este jueves textualmente, a fin de cuentas es una capitulación. Espero que se trate solo de  un incidente o un accidente, y no de una tendencia en la política española”. Al francés Michel Barnier, otro peso pesado del PP Europeo, con las elecciones en su país a la vuelta de la esquina, tampoco le ha hecho ninguna gracia la manera de debutar de Núñez Feijóo. Y Aitor Esteban, el diputado del PNV que jamás da puntada sin hilo, ha dejado también estos días una frase para el recuerdo: “Los grandes partidos españoles tienen luces cortas pero no luces largas a la hora de conducir en la política. Son incapaces de ver más allá de las elecciones próximas o del día próximo”.

No hay que darle vueltas. Lo de Castilla y León es un error, un inmenso error, una tragedia que pagaremos cara todos. Menos el emérito que, merced a los tiempos de estrépito que vivimos, ha conseguido salir de rositas judiciales y seguir viviendo tan ricamente en Abu Dhabi sin que apenas hayan trascendido  los muchos delitos que se le atribuían en el auto de archivo de sus causas judiciales.

Dos años se cumplen el lunes del día en que se decretó el confinamiento. De todo esto, ¿recuerdan?, íbamos a salir mejores.

J.T.

domingo, 6 de marzo de 2022

11M. Cuando el PP institucionalizó la mentira descarada


Dieciocho años ya de los atentados de Atocha. El próximo viernes se cumplen. El documental sobre el 11M que desde hace unas semanas se puede ver en Netflix es muy oportuno en estos momentos. No solo por recordarnos aquel espanto, no solo por brindar un excelente resumen de lo que pasó aquel día a quienes son demasiado jóvenes para recordarlo o para haberlo vivido, ni tampoco únicamente para que se nos vuelvan a poner los pelos como escarpias recordando la tragedia. 

Es oportuno también porque nos ayuda a no olvidar con qué derecha nos estamos jugando los cuartos en este país desde entonces. Ya llevaban tiempo entrenando, pero fue a partir de esos días cuando el Partido Popular institucionalizó en nuestro país la mentira descarada. 

Que tres días antes de unas elecciones generales el gobierno de José María Aznar decidiera mantener una versión falsa sobre la autoría de los atentados en cuatro trenes que acabaron con la vida de 192 personas e hirieron a otras 1.500 es sin duda una de las mayores vergüenzas históricas que se han producido en este país. Que por razones electorales se empeñaran en atribuir a ETA lo que a todas luces era un atentado de Al Qaeda fue imperdonable entonces y lo sigue siendo aún más a medida que v transcurriendo el tiempo.  

Como sostiene alguien en el documental, si en aquel momento el gobierno del PP hubiera reconocido la verdad, hubiera llamado a la oposición, y juntos hubieran comunicado a la ciudadanía la necesidad de condenar unidos la monstruosidad que acababa de ocurrir, si hubieran apostado por hacer política de Estado en definitiva, el 14 de marzo de 2004 habrían ganado ellos las elecciones. Pero no. Decidieron mentir, y pagaron el precio. Se les echó del gobierno después de vergonzosas comparecencias los dos días anteriores de Ángel Acebes, ministro del Interior y Eduardo Zaplana, portavoz del gobierno, en las que se les notaba en la cara que ni ellos mismos se creían lo que decían. El electorado, claro está, no les perdonó la desfachatez y votó en consecuencia. 

Lo lógico hubiera sido que a partir de entonces el Partido Popular tomara nota de lo caras que salen las mentiras y hubiera decidido cambiar de táctica, ¿verdad? Pues contra lo que pueda parecer, no solo no ocurrió nada de eso, sino que se empeñaron en sostenella y no enmendalla con la ayuda de los palmeros de cabecera. Con Pedro Jota y Jiménez Losantos al frente, la derechona mediática y política de este país estuvo años sembrando la duda y empeñándose en que ETA había tenido algo que ver con los atentados de Atocha. Ni siquiera después de celebrarse el juicio donde se condenó a los responsables que quedaban vivos dejaron de dar la turra; solo transcurridos bastantes años, algunos de ellos decidieron pedir perdón, pero no todos ni mucho menos. Aznar jamás se bajó del burro, y su modos y manera de funcionar por la vida parecen haber dejado buena impronta en quienes le sucedieron después. 

Tanto la derecha desgajada del PP y ahora convertida en ese partido ultramontano llamado Vox como los que siguen en Génova 13, hace tiempo que se han instalado en la mentira sistemática bien para ocultar una corrupción que les sale por las orejas, bien para atacar al gobierno, bien para sacar petróleo de la divulgación de mentiras disfrazadas de verosímiles. 

En los tiempos de Zaplana y Acebes aún no existía, o no lo conocíamos, el término fake news, pero sin duda alguna ellos fueron los precursores de esta manera de proceder. Ellos, con el boss Aznar al frente, fueron los que dejaron los moldes que han derivado en un parlamento encanallado o en la difusión de bulos por todos los medios a su alcance, redes sociales, periódicos, radios y televisiones públicas y privadas. 

Ni mintiendo sobre el Gobierno de coalición, ni llamándole social comunista o ilegítimo, han conseguido sacar del foco sus propias miserias ni tampoco dejar de devorarse entre ellos como acaba de quedar patente durante las últimas semanas. La aparición en su día en la escena mundial de un amoral como Donad Trump vino a redondear la faena, y desde entonces han surgido personajes que no hay día que no nos asombren con sus desprecios, sus groseras descalificaciones o sus mentiras. Abascal, Ayuso, Olona, Almeida, Smith y compañía parecen dispuestos a superar con creces la perfidia de sus antecesores. Ni Aznar o Esperanza Aguirre se atrevieron a tanto, quizás por eso miran ahora orgullosos a su aventajada prole sin poder disimular la alegría que les produce que les hayan salido tan aplicados. 

Como nos enseña el documental sobre el 11M, actuar así les supuso perder unas elecciones y puede que les cueste algunas más si se empeñan en continuar mintiendo como bellacos. El nominado Feijóo dice que viene a ganar y no a insultar, pero sobre si seguir usando mentiras o no, sobre eso, al menos que yo sepa, aún no se ha pronunciado. 

J.T.

sábado, 5 de marzo de 2022

En las guerras existen pocas certezas


Quienes nacieron en España al acabar la guerra civil tienen ya 83 años si es que aún viven. Desde entonces en nuestro país la guerra ha sido siempre algo que ocurría fuera. Esta vez… eso de que ocurra fuera, empieza a no parecer tan claro. Quienes nacieron cuando se lanzaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki tienen ya 77 años. Quienes nacimos después nos hemos pasado la vida temiendo que eso volviera a ocurrir pero pensando, en el fondo, que pasarían muchos años más antes que llegara ese momento y que, en todo caso, nos pillaría lejos. Pues no, mire usted: la guerra de Ucrania ha puesto sobre la mesa la amenaza nuclear y  nos hemos quedado noqueados porque hemos empezado a entender que no nos pilla tan lejos.

Cuesta asumir que ya nada es como ayer. Nada es igual desde que el primer tanque ruso pisó tierra ucraniana la madrugada del pasado 24 de febrero. No es una invasión más, es la ruptura de todos los referentes por los que hasta entonces nos regíamos. Nos han hecho añicos el confort mental al que estábamos acostumbrados. Por eso extraña más la propensión, desde la perspectiva frívola e irresponsable que caracteriza a los medios de comunicación españoles, a utilizar Ucrania como excusa para seguir tirándonos los trastos a la cabeza entre nosotros: que si Pedro Sánchez “rectifica” y el lunes dice una cosa y el miércoles otra, que si Unidas Podemos se rompe porque una parte no cuestiona la decisión de mandar armas y la otra sí…

Miremos hacia arriba, por favor, no hagamos como en la célebre película Don’t look up. Está a punto de caernos la mundial, nunca mejor dicho, y nosotros nos empeñamos en seguir con nuestras miserias pueblerinas. Me dan mucho miedo quienes en momentos como este están tan seguros de todo y destapan su ardor belicista en tribunas parlamentarias o mediáticas, o sencillamente en las redes, mientras se ponen en casa el segundo cubata de la tarde ¿Acaso no existe el derecho a la duda? ¿hay que convertir forzosamente en sospechoso oficial a todo aquel que se le ocurra poner un pero? ¿de verdad quienes así lo afirman creen en serio que es una locura apostar por el diálogo y por la vía diplomática para resolver el conflicto cuanto antes? Si en estos momentos hay algo que sea lícito es la duda, porque ni el más listo de la clase sabe cómo demonios puede acabar esto. Hagamos lo que hagamos nos podemos estar equivocando.

Es muy difícil ponerse en la mente de un personaje como Putin, que afirma preocuparse por el futuro de los ucranianos mientras los masacra. Es muy difícil entender que pueda estar destruyendo instalaciones e infraestructuras de lugares en los que asegura aspirar a que exista un futuro mejor para sus gentes mientras los bombardea y estos tienen que salir huyendo. Pero aún así, ¿seguro que la solución es mandar armas? ¿seguro que es útil enviar ametralladoras, lanzagranadas antitanque y 700.000 cartuchos, que es lo que va a enviar España? ¿de verdad que este material, por mucho que se sume al que envíe la Unión Europea,  va a contribuir a alterar la correlación de fuerzas teniendo en cuenta la abrumadora superioridad de Rusia,?

Cuando un potente agresor agrede sin justificación alguna a un vecino mucho más débil, nadie puede invocar la resolución pacífica de los conflictos. Nadie puede poner en el mismo pie de igualdad al agredido y al agresor”, proclamó  Borrell en el Parlamento Europeo el martes 1 de marzo, rematando acto seguido con una admonición inequívocamente intimidatoria: “Nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”. Traducción: prohibido dudar por muy confusos que sean los momentos que estamos viviendo, o conmigo o contra mí, uf, cuánta arrogancia, qué miedo produce tanta certeza!

El general de División José Enrique de Ayala, en el programa La noche en 24 horas de tve , dejó claro el pasado jueves por la noche que enviar armas a Ucrania no va a conseguir ganarle la partida a Putin, que en todo caso retrasará el momento en que haya que apostar por una negociación. Y si hay que apostar por la negociación, vino a decir, ¿para qué hace falta que en el camino queden veinte mil muertos?  En esto de las armas, dijo también, "yo tengo muchas dudas y muy pocas certezas". Espero que estas palabras del general, comentó Enric Juliana, que se encontraba esa noche entre los contertulios , no deriven en un linchamiento público… Y se quedó ahí, en los puntos suspensivos. Un linchamiento público, añado yo, como el sufrido por Echenique, Belarra y Montero por expresarse más o menos en términos similares a los empleados por  el militar.

El mundo se derrumba y nosotros perdiendo el tiempo con las tediosas miserias de nuestra desabrida política doméstica.

J.T.