lunes, 6 de enero de 2020

Las horas pasan y los fachas se desesperan


Parece que hasta que no veamos a un ministro de Unidas Podemos con la bandera española en su despacho, muchos no van a acabar de caer en la cuenta de que esa bandera, al menos de momento, nos representa a todos. Ha llegado la hora de que determinados partidos políticos entiendan que no tienen ningún derecho a utilizarla como instrumento de agresión frente a aquellos compatriotas que no piensan como ellos. La bandera no es patrimonio de ningún sector, por mucho que haya quienes se empeñen en esgrimirla en la pulsera o colgada en los balcones como si se tratase de dardos envenenados. A unos les puede gustar más y a otros menos, pero la bandera española representa a todos mientras esté vigente. Esa secuencia en la que Angela Merkel aparece retirando una bandera alemana de un acto de su partido es toda una lección de democracia y respeto, una manera de actuar que nos vendría bien copiar y aplicar aquí cuanto antes.

Quizás lo que temen muchos de quienes gritan ¡Viva España! como si estuvieran diciendo ¡Arriba las manos! es que la llegada al gobierno de varios ministros de un partido a la izquierda del PSOE se produzca con absoluta normalidad democrática y sin que eso signifique que se va a acabar el mundo. Esa incorporación va a comportar cambios en según qué usos y costumbres, qué duda cabe, pero el mundo no solo va a continuar su marcha con absoluta normalidad sino que muchas cosas es posible que mejoren pronto, y eso es lo que en realidad temen los fulleros y predicadores del desastre que tanto nos calientan la cabeza en estos días. Como temen también que el asunto de Catalunya encuentre caminos de solución por la vía del diálogo y eso acabe despojándoles de una de sus coartadas favoritas para seguir metiendo follón y alentando el mal rollo.

A la derecha ultramontana le va a costar digerir que quienes hasta hace poco estaban protestando en las calles reclamando un cambio en la manera de hacer política puedan a partir de ahora andar representándonos por medio mundo con una bandera y un himno que ellos consideran solo suyos. Ese gobierno inédito, si finalmente sale adelante a pesar de los intentos de golpismo de estos días, partirá con un programa amplio y sólido, pensado para mejorar la vida de la mayoría, un ejecutivo que tendrá que adoptar medidas también inéditas con las que desarmar los vaticinios de tanto agorero desaforado. De tanto gamberro y vocinglero dedicado a poner a diario el grito en el cielo y que, si se consuma la coalición, no tendrá reparo alguno en elevar el listón de los ataques haciendo el mayor ruido posible y obligando al gobierno a defenderse de patrañas que le robarán mucho tiempo del que necesitan para hacer el trabajo para el que han sido elegidos.

Quienes atacan con saña el gobierno de coalición que puede formarse a partir de este martes lo hacen porque temen su solidez. Saben que quienes ocuparán las carteras en nombre de Unidas Podemos no son, ni mucho menos, cuatro indocumentados. Saben, además, que por primera vez, quizás, podrán levantarse según qué alfombras que llevan lustros pegadas al suelo y que, si eso se hace, puede que acabemos conociendo según qué cosas que quienes ocuparon el poder hasta ahora nunca quisieron que conociéramos. Ese es uno de los mayores miedos que tienen, que ha llegado el momento de pasar la ITV. Por eso se envuelven en la bandera de todos como si fuera exclusivamente de su propiedad, por eso ladran insensateces y llaman sin pudor a la rebelión de jueces, políticos y militares.

Destrozaron España y siguen empeñados en continuar haciéndolo. Y en el colmo de la ironía, acusan de querer romperla a quienes aspiran a poner un poco de esperanza en tanto desencuentro. Porque ¿cómo se puede romper lo que ya está roto? Lo que hay que hacer es recomponerlo, y para eso hace falta mucho trabajo y tiempo. Dos cosas que los ultras, con la ayuda de la Iglesia y tantos otros poderes que intuyen su pérdida de influencia, no quieren que el nuevo gobierno tenga ni en broma. Las horas pasan y los fachas se desesperan. El suspense, hasta el último minuto, será inevitable.

J.T.

domingo, 5 de enero de 2020

¡Cuánto quisimos a Eduardo Abad!


Los mejores periodistas que he conocido son fotógrafos. Ese era el caso de mi querido amigo Eduardo Abad, que llevaba el oficio en la venas y solfeaba periodismo puro cada vez que salía a la calle armado de su equipo fotográfico, cualquiera que fuese el tipo de noticia que le tocara cubrir ese día.

Eduardo Abad murió el sábado y este domingo, durante su despedida en el tanatorio de Tomares, Sevilla, nos ha reunido a muchos de quienes compartimos horas y horas de guardia con él. En mi caso, disfruté además del privilegio de tener durante años mi despacho junto al suyo, lo que me permitió conocer de primera mano el esmero con el que seleccionaba cada foto que enviaba al servicio de abonados de la Agencia Efe. Me divertían sus discusiones, siempre profesionales, claro, con subordinados como Emilio Morenatti, Julio Muñoz, Sergio Caro o Chema Moya. Este domingo no faltaba ninguno, allí estaban todos ellos tras llegar unos de Girona, otros de Madrid, para rendir honores al maestro desaparecido y acompañar a su mujer, Carmen, y a sus hijos Alejandro y Alberto.

Abad era todo él periodismo. Sabía perfectamente separar el grano de la paja, dónde estaba la noticia y dónde lo prescindible y lo superfluo. Elegía siempre acertadamente lo que hacer o qué buscar cuando parecía que no había dónde rascar. Sabía cómo extraer petróleo de la actualidad cuando el día andaba seco, y también cómo dotar del lustre adecuado cualquier cobertura por insustancial que esta pareciera. Dominaba como nadie, desde su peculiar trastienda, la sala de máquinas. Se jubiló sin focos y sin que la empresa le reconociera ningún mérito. Eso sí, creo que le regalaron un reloj.

Menuda raza la de los fotógrafos de prensa, los foteros, como Eduardo reclamaba ser llamado. No le apasionaba demasiado el término “fotoperiodista”, él mejor que nadie sabía el pedazo de periodista que era, y quizás por eso rechazaba la rimbombancia de cualquier vocablo de moda. Su humildad lo hacía más grande todavía de lo que era, y el reconocimiento del que gozaba podía constatarse este domingo en Tomares al ver juntos, en su despedida, a tantos monstruos del periodismo gráfico de Andalucía: Laura León, Emilio Castro, García Cordero, Alejandro Ruesga, Marcelo del Pozo…

Me gustaría hacerle un homenaje con estas líneas a mi amigo desaparecido y no se me ocurre nada mejor que reflejar aquí algunas de las cosas que pienso sobre el periodismo y la fotografía, y que seguro tengo escritas ya por algún sitio: si el periodismo es saber resumir, el fotógrafo es el periodista que mejor resume; si el periodismo es acertar cuando seleccionas, cuando eliges, cuando apuestas... el fotógrafo es el periodista que más acierta; si el periodismo es tener reflejos, saber dónde está lo importante y desechar lo accesorio, en eso el fotógrafo nos gana de calle a los "plumillas"; si el periodismo es hablar entre líneas, en eso los fotógrafos son verdaderos maestros. No estoy refiriéndome a las célebres mil palabras que dice el tópico equivalen a una foto, sino a esa magistral capacidad de mirar que yo he visto en tantos compañeros foteros. Esa manera de ver algo que tú, a pesar de encontrarte en el mismo sitio, y a su lado, no descubres hasta que ves la foto hecha. Si el periodismo es ser testigo, el fotógrafo es el periodista por excelencia. Sin presencia en el lugar de los hechos no hay foto.

Un fotógrafo que quiere informar casi siempre estorba, me decía Eduardo, casi siempre lo están echando de los sitios. Salvo las fotos de familia y las ruedas de prensa, donde la vanidad de los protagonistas puede ayudarles en su trabajo, en el resto de informaciones el fotógrafo de prensa se lo suele currar luchando contra los elementos. Existen enviados especiales que han tenido la desfachatez de escribir sus crónicas sobre lo que estaba pasando en un determinado país sin salir del hotel en el que se alojaban: teléfono, teclado y punto, listo para enviar. El fotógrafo, no. El fotógrafo se tiene que chupar las guardias, los madrugones, estar en los sitios antes que lleguen los protagonistas, pasar frío o calor, intentar evitar los obstáculos con los que se encuentran, reticencias, groserías, insultos...

La mirada del fotógrafo de prensa será siempre imprescindible. Y para mirar hace falta un profesional que tenga esa chispa que imprime a su trabajo el valor añadido del punto de vista. Es preciso esa fe que les lleva a insistir, esperar y repetir hasta que tienen exactamente lo que quieren. Cuando lo digital arrasó y los programas de ordenador proliferaron parecía que fotógrafo podía ser cualquiera, pero el tiempo se va encargando de demostrar que nadie podrá sustituir la mirada del fotógrafo que lleva el periodismo en las venas. Una buena imagen ha de tener detrás un profesional con la vocación, el ánimo y el empuje que siempre caracterizaron a Eduardo Abad.

Un abrazo, compañero, te seguiré recordando hablando de periodismo y fotografía!

J.T.