sábado, 22 de octubre de 2022

El periodismo como mercantilización de la mentira


La revista “Pronto” apenas dijo nunca una verdad en portada y durante años vendió un millón de ejemplares. Según datos oficiales, aún mantiene una tirada de 650.000.

En “Primera Plana”, película de Billy Wilder sobre la prensa que protagonizaron en 1974 Jack Lemon y Walter Matthau, hay una secuencia rodada en una sala de prensa en la que la cámara repasa uno a uno a todos los periodistas presentes transmitiendo un hecho que acaba de suceder a sus respectivas redacciones. Cada uno lo hace a su manera pero coinciden en una cosa: ninguno cuenta la verdad de lo sucedido.

En “Ausencia de malicia”, de Sydney Pollack con Paul Newman y Sally Field como protagonistas principales, el abogado del periódico donde trabaja la protagonista, con problemas porque acaba de publicar sin saberlo una noticia falsa filtrada por la fiscalía, dice textualmente: “En lo que respecta a la ley, la exactitud de lo que se cuenta en un artículo no tiene importancia. No sabemos que la historia sea falsa, por lo que hay AUSENCIA DE MALICIA. Hemos sido razonables y, por tanto, no ha habido negligencia. Podemos decir lo que queramos del señor Gallagher y él no puede perjudicarnos. La democracia es así”.

¿Les suena esta música? Nada nuevo bajo el sol, verdad?

“Ausencia de malicia” es de 1981, cuando hacía ya seis años que en Estados Unidos habían echado a Richard Nixon de la presidencia por corrupto “gracias a las investigaciones de la prensa”, pesquisas que los más escépticos continúan poniendo en solfa. También en 1981 ganó el premio Pulitzer una mujer llamada Janet Cooke gracias a un reportaje que al final resultó ser inventado en el que contaba la historia de un niño de ocho años adicto a la heroína. Tuvo que devolver el premio, pero la credibilidad del oficio sufrió un duro golpe. Otro más. Aunque en el fondo, lo que hizo esta señora lo que denota es que la atmósfera en la que se desenvolvía lo hacia posible.

En aquellos años se fraguaba en España la transición política, una época en la que la connivencia entre periodistas y parlamentarios estaba a la orden del día. Aquel compadreo no nos trajo nada bueno y de hecho sus modos tramposos crearon “monstruos” como Pedrojota, Jesús Cacho, Alfonso Rojo, etc. que a día de hoy continúan incordiando todo lo que pueden junto a esos muchos discípulos aventajados que, tras ser criados a sus pechos, han enturbiado más que nunca la atmósfera política y periodística que se respira en nuestro país.

Durante la transición en España es cierto que se hizo mejor periodismo que en la dictadura, faltaría más. Nacieron medios modernos y progresistas, pero fueron muchos los casos en los que solo cambió la manera de mentir… o de ocultar. Antonio Asensio, en los momentos más gloriosos de interviu, se guardaba en el cajón reportajes que demostraban las malas prácticas financieras de un determinado banco si este se avenía a concederle un sustancioso crédito…

Otras veces se recurría a la mentira como única solución para los “callejones sin salida”. Cierto año en que ganó el Nobel de literatura un africano desconocido en España hasta entonces, Luis del Olmo se empeñó en abrir “Protagonistas”, su programa matinal de radio, con un poema del recién premiado. Tras horas de desesperación en su equipo porque nadie conseguía dar con un escrito del flamante galardonado,
Luis Cantero
encontró la solución: a espaldas del jefe se puso a la máquina de escribir, redactó un poema sobre la belleza, los atardeceres y el amor que del Olmo leyó encantado al comienzo de la emisión. Se desconoce si aquel locutor estrella fue o no consciente del fraude, pero eso… era otro problema.

Los bien pensados atribuyen solo a un error de verificación una primera página de El País el 24 de enero de 2013 en la que abría a cuatro columnas con la foto de un señor entubado cuyo pie decía textualmente Hugo Chávez, durante el tratamiento médico recibido en Cuba". Luego resultó ser falso pero el director, Javier Moreno, continuó un año largo más en su puesto y el relevo no se debió a esa portada ni mucho menos. Por no hablar del periodismo canalla y miserable que se practicó en España tras los atentados en la estación madrileña de Atocha en marzo de 2004. El espectador no quiere estar informado –solía repetir sin pudor Roger Ailes, el siniestro personaje fundador de Fox News- lo único que quiere es “sentirse informado”.

El periodismo como la mercantilización de la mentira, como si existiera una especie de convenio tácito entre quien consume información y quien la proporciona, algo así como “no me importa que sea verdad lo que me cuentan, sino que me conmuevan haciéndolo de una manera que me resulte creíble”.

Yo no creo que esto sea así en absoluto, y hay medios como este en el que tengo el honor de colaborar que lo demuestran, pero he de reconocer que son muchos los presuntos colegas que parecen empeñados a diario en dejar en evidencia a nuestro oficio, o nuestra profesión, como les gusta decir a los más rimbombantes. Oficio o profesión, el caso es que las asociaciones la prensa en contadas ocasiones salen a la palestra y cumplen la función para la que en principio se supone que existen: denunciar tanta falta de vergüenza y tanta impunidad.

¿Se puede hacer información de manera decente y honesta, se puede respetar al lector, al espectador como es obligado hacerlo? Claro que sí, pero cuesta. Cuesta mucho. Los programas basura siguen batiendo récords de audiencia y “Pronto” continúa superando el medio millón de ejemplares de tirada.

J.T.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Caso juez Alba: Esto fue lo que pasó



Hay que dejar clarito lo del juez Alba y no dar por supuesto que todo el mundo conoce el caso. Resumamos pues:

  1. Cuando @vickyrosell pide la excedencia como jueza en Canarias para dedicarse a la política, es sustituida por el tal Alba.
  2. José Manuel Soria le pide a Salvador Alba que le busque la ruina a su antecesora porque es una competidora seria para sus intereses políticos.
  3. Alba accede y decide usar el falso testimonio de un empresario al que se le promete quitarle causas pendientes si declara haber dado dinero a un familiar de Rosell.
  4. Rosell se ve obligada a frenar su carrera política y a afrontar una implacable persecución judicial y política que dura varios años.
  5. La película cambia cuando se descubre que la extorsión de Alba al empresario fue grabada.
  6. Alba es condenado y se resiste como gato panza arriba a cumplir la sentencia.
  7. Finalmente, y aunque sea por una vez y después de un suspense de película, los malos no ganan y Alba entra en prisión. 
  8. Toda mi solidaridad y mi más cordial enhorabuena, admirada Vicky Rosell.
  9. Seis años y medio de condena tiene Alba, además de haber sido expulsado de la carrera judicial. A ver cuánto tiempo cumple.
  10. ¿Quién será el siguiente? Porque habrá siguiente, ¿verdad? Con la de papeletas que han comprado en la tómbola algunas togas de apellidos sobradamente conocidos, así debería ser si el Estado de derecho funciona.
J.T.

Publicado como hilo en twitter el 19.10.22

sábado, 15 de octubre de 2022

Jerga militar y católica hasta en la sopa


Asumir la jerga de aquello de lo que se informa es olvidar que el periodismo consiste en hablar lo más clarito posible sobre algo que el común de los mortales no conoce y nosotros le queremos contar.

Los profesionales de la información estamos básicamente para eso: para servir, masticado y a ser posible bien digerido a quien no entiende algo, aquello que tenemos la oportunidad de conocer de primera mano.

Estamos para hablarle bien clarito a los lectores, a los oyentes, a los televidentes. Sin contaminarlos. Nuestra obligación es que no queden dudas sobre lo que contamos a aquellas personas a quienes puede interesar una determinada información. Y para eso tenemos que emplear el lenguaje de la calle: ni tecnicismos, ni perífrasis, ni frases enrevesadas ni jergas empleadas por grupos o instituciones cuya información estemos cubriendo.

Cuando un periodista cuenta una historia o elabora una información salpicada de frases ininteligibles, cuando usa expresiones propias de la jerga específica del acontecimiento que cubre puede ser por una de las siguientes razones:

1. Se ha dedicado a repetir como un papagayo lo que ha anotado en su cuaderno sin entender lo que está contando.

2. Se ha limitado a copiar y pegar.

3. Le interesa más la opinión que sobre su trabajo tienen sus fuentes que la que puedan tener sus lectores.

4. Está reproduciendo mensajes mediante el uso de una jerga concreta... Y si hace esto último puede ser por dos cosas:

- porque apuesta conscientemente por ese enfoque, que suele ser especializado y confuso como ocurre en buena parte de las informaciones económicas o judiciales

- o porque ha sido abducido por el ambiente, la emoción o el entorno. Una especie de síndrome de Estocolmo que le impide mantener la perspectiva necesaria para informar sobre lo que está viendo, que no protagonizando.

Repito: los informadores no podemos permitirnos el lujo de hacernos eco de la jergas si queremos hacer bien nuestro trabajo.

Un profesional de la información no debe usar expresiones como "santo padre" o "santísima virgen” cuando cubren una información religiosa, ni lenguaje militar cuando elabora una pieza sobre el ejército o la fiesta del 12 de octubre. En todos los medios, no solo en los que son propiedad de la iglesia o afines a la ultraderecha, se oyen expresiones así. Cuesta escuchar una sola información elaborada con la prescriptiva y deseable distancia y esto no puede ser.

¿Qué es lo que pasa aquí?, ¿se trata de una abducción generalizada, de un síndrome de Estocolmo colectivo?; ¿hemos entrado los periodistas en un lamentable ataque de amnesia y hemos olvidado reglas tan elementales en el oficio como que en las informaciones correctamente elaboradas no caben los adjetivos, ni los juicios de valor, ni las palabras de uso interno de una organización por muy militar o católica que esta sea?

El país plural y laico que preconiza nuestra Constitución merece informaciones asépticas y objetivas que, de momento, no se ofrecen siquiera en los medios públicos, ya estemos hablando de la fiesta del 12 de Octubre o del mismísimo Papa de Roma. 

J.T.

Cosas que no pienso olvidar


No me olvido, ni me pienso olvidar, del miedo que Casado, Abascal y sus huestes me hicieron pasar cada vez que comparecían en el Congreso durante los primeros meses de la pandemia, cuando tumbar al gobierno de coalición era para ellos una prioridad que estaba por encima de la preocupación por nuestra salud.

No me olvido del boicot a cada iniciativa que el ministerio de Sanidad se veía obligado a adoptar.

No me olvido del intento de ridiculizar las comparecencias de Fernando Simón.

Tampoco de la pegas irresponsables a los calendarios de vacunación.

Ni de los muertos en las residencias.

Ni del criminal aprovechamiento comercial de la escasez de mascarillas.

Tampoco de las surrealistas manifestaciones en Núñez de Balboa pidiendo “libertad”.

Ni de las caceroladas fascistas.

Ni de los viajes a Europa del PP para poner dificultades a la llegada a nuestro país de los fondos europeos.

Ni de la demonización de las políticas de igualdad.

Ni del voto en contra de la subida del salario mínimo, las pensiones o el ingreso mínimo vital.

No me olvido de nada, pero en un artículo no hay más remedio que abreviar:

No me olvido de quienes votaron y votan contra la adopción de medidas sociales imprescindibles y urgentes para ayudar a los más desfavorecidos.

Sé, y lo valoro, que la existencia de un gobierno de izquierdas ha supuesto un alivio para la mayor parte de la ciudadanía en unos años de contratiempos como los que acabamos de vivir y aún vivimos.

Pero tampoco me olvido que continúan, implacables, los desahucios; que hay cantantes en la cárcel por criticar la monarquía, que tenemos pendientes leyes como la de vivienda o la mordaza, prometidas hace más tres años y todavía no cumplidas...

Tampoco me olvido de los muertos de Gürtel, ni del misterioso suicidio de Miguel Blesa.

Ni de las tropelías del rey emérito.

Ni del torpedeo Psoe-PP para investigarlas en el Congreso.

Ni de la controvertida y estomagante televisión pública que padecemos.

Ni de la laxitud de Interior para con las manifestaciones fascistas comparada con la contundencia aplicada en las protestas de las izquierdas.

Ni del encarcelamiento a políticos independentistas que tanto han dañado  el futuro de la política territorial en el Estado Español.

Ni de las críticas de Feijoó a los impuestos a eléctricas, bancos y grandes fortunas.

Ni de los intentos de demonización de las políticas de Igualdad.

Que, en este contexto, las derechas y las ultraderechas avancen en intención de voto sólo puede ser atribuible a una falta de memoria colectiva. Cuesta creerse las encuestas.

La ciudadanía sabe cómo está, y también cómo estaría. si la gestión de los múltiples contratiempos sufridos en los últimos tres años hubiese corrido a cargo de un gobierno compuesto por las derechas y las ultraderechas.

Tampoco me olvido del lodazal en el que nos han obligado a movernos los medios de comunicación públicos y privados, envenenando a diario el ambiente con toda sarta de mentiras, bulos y fake news.

No me olvido de las zancadillas a las políticas de fiscalidad.

Ni del estúpido debate sobre si los escaparates han de estar encendidos o apagados.

No me quiero olvidar de ninguna tropelía de la derecha.

De esa obsesión por malmeter en el seno de familias, sobre todo humildes, intentando enfrentar a los jóvenes que solo consiguen salarios precarios con sus abuelos pensionistas porque cobran más que ellos.

No me olvido del silencio cómplice de la iglesia católica, que ha desaprovechado en los últimos tiempos mil oportunidades de demostrar públicamente su preocupación por los más débiles.

La vía neoliberal fracasó ya en la anterior crisis y acaba de naufragar estrepitosamente en el Reino Unido, pero aquí las derechas continúan erre que erre, insistiendo en la aplicación de una política económica que ha evidenciado su ineficacia para ayudar a resolver los problemas que la pandemia y la guerra nos están haciendo vivir.

Y en cuanto a los jueces… mejor ni hablamos.

J.T.

sábado, 8 de octubre de 2022

La “podemización” del Gobierno, según Bendodo


Tanto el discurso como la base ideológica de Unidas Podemos, que desde enero de 2020 forma parte del Gobierno de coalición, contienen una solidez de la que carecen formaciones como Ciudadanos o Vox, nacidas para ayudar a cortarle el paso a un planteamiento político de verdadera izquierda y evitar que germinara un proyecto como el que Podemos puso en marcha en 2014. No lo han conseguido.

Los casi tres años de este Gobierno de coalición están siendo los más fructíferos de un ejecutivo español en mucho tiempo, tanto en producción legislativa como en capacidad de capear temporales adversos inéditos; lograron además superar los desacuerdos entre socios (que han sido muchos y muy serios) sin romper la baraja, y han respondido con hechos y decisiones firmes a las invectivas de una derecha que no acaba de encontrar su sitio tras quedar estigmatizada por tanto escandaloso episodio de corrupción heredado, y aún con juicios pendientes.

Elías Bendodo, el fichaje estrella de Núñez Feijoó, anda por esos mundos intentando desacreditar al Gobierno de coalición con un argumento tan infantil como manido: afirma el coordinador general del Partido Popular que el ejecutivo de coalición se ha “podemizado”, y cuando utiliza el término lo hace transmitiendo un aire entre la descalificación y el desprecio. Él ya no les llama perroflautas pero debe seguir pensando que huelen mal.

Podemos caca, Podemos lo peor, Podemos comunistas, Podemos guarros… ¿Cómo puede un partido tan "decente" como el PSOE –deben pensar Bendodo y compañía-, con el que siempre nos hemos entendido tan bien, haberse aliado con tamaños zarrapastrosos? No se bajan del burro. Piensan que demonizando así a Unidas Podemos desacreditan al Gobierno de coalición. Pues parece que no lo consiguen, por mucho que el sector socialista se empeñe en marear la perdiz en asuntos tan importantes y urgentes de resolver como la legislación sobre vivienda o la ley mordaza.

La primera “podemizada”, según el esquema mental de Bendodo, podría ser Nadia Calviño, a juzgar por el contenido de su aplaudida actuación el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados, cuando consiguió su minuto de gloria más sonado al asumir como propios muchos de los avances sociales a los que en su día la vicepresidenta primera iba poniendo pegas a medida que los proponían sus socios de Unidas Podemos.

Hasta el ciudadano más ignorante, hasta el más colonizado ideológicamente, hasta el más arteramente manipulado empieza a constatar que algo no encaja entre las críticas de PP y Vox al gobierno de los “podemitas” y lo que se percibe en la vida diaria, donde suben las pensiones y el salario mínimo, los jóvenes firman contratos indefinidos, se bonifican los transportes y se le suben los impuestos a los ricos mientras estos patalean y maldicen el momento en que Podemos dejó de ser solo una idea y comenzó a empujar desde el ejecutivo para que quienes siempre han hecho lo que les ha dado la gana en este país lo tengan cada día un poco difícil.

Hasta el más despistado empieza a percibir que les están engañando quienes les venden que Unidas Podemos y su capacidad de presionar desde dentro del Gobierno (que tampoco es tanta) son los causantes de todos sus males. El apocalipsis inminente que tanto tiempo llevan anunciando los agoreros de la derecha y la ultraderecha no acaba de llegar, no les han valido los bulos, ni los acosos, ni la persecución de los jueces, ni la búsqueda sistemática del descrédito, ni siquiera el ninguneo. Ha costado que la ciudadanía media dedujera que tanto ensañamiento no era normal. Han intentado ensuciar de tal manera que puede que al final acaben consiguiendo el efecto contrario.

Desesperados porque ven pasar los días y la catástrofe que ellos tanto desean no llega, ansiosos porque las elecciones se acercan y la coalición gubernamental no solo ha aguantado contra viento y marea, sino que ha sido capaz de ponerse de acuerdo para presentar en el Congreso sus terceros presupuestos anuales consecutivos, al PP solo se le ocurre proclamar que Pedro Sánchez se “podemiza”. Ya no hablan tanto de gobierno Frankenstein, coalición imposible o gobierno ilegítimo, pero ahí siguen erre que erre.

Bendodo y sus gaiteros hacen hincapié en las discrepancias internas entre lo que significa el proyecto Sumar y lo que en estos momentos es Podemos, ignorando que llevan juntos casi tres años sorteando en el Gobierno de coalición adversidades y contratiempos que nadie hubiera imaginado cuando comenzó la legislatura: una pandemia global, la erupción de un volcán, una guerra de incierto desenlace… Y todavía les queda un año largo.

J.T.

domingo, 2 de octubre de 2022

Basura televisiva en pantallas de alta definición.


A medida que las televisiones cuentan con mayores prestaciones, tienen más pulgadas, el color es más fidedigno y la definición más envidiable, más bazofia nos sirven. Como si el progreso tecnológico se hubiera propuesto acabar con la calidad de las propuestas. 

Para las retransmisiones en directo, los avances tecnológicos han contribuido sin duda alguna a un mayor disfrute de una buena película de cine, un partido de tenis o de fútbol, o una carrera de Fórmula Uno. Nada que ver con aquellos pesados mamotretos de veinticuatro o veintisiete pulgadas con los que en su día estábamos encantados, incluso en los tiempos del blanco y negro.  

Les voy a confesar, no obstante, una desazón: ¿hace falta tener un mega aparato presidiendo el salón de casa para ver Sálvame de luxe, Supervivientes o infectos programas conducidos por presuntos comunicadores como este tal Risto Mejide? ¿Es necesario ver tanta basura en pantalla grande? ¿A nadie de quienes promueven las ofertas televisivas se le ocurre que por la misma razón por la que se ofrecen esos bodrios podrían elaborarse programas que contribuyeran a enriquecer las vidas de quienes se sientan a verlos? 

¿De verdad que la demanda ciudadana quiere esto o lo ve porque no le queda otra? ¿De verdad que quienes aspiran a informarse quieren que se les mienta como bellacos, se les proporcione más opinión que información y se les trate como subnormales impidiéndoles que sean ellos quienes saquen las conclusiones de lo que están viendo o escuchando? ¿Es necesario insultar la inteligencia del ciudadano medio sin pudor ni vergüenza alguna? 

La televisión ha acabado siendo interesante solo cuando está muda, las retransmisiones se ven mejor sin voces en off que te distraigan de lo que verdaderamente te interesa, porque lo que te cuentan son milongas y, por supuesto, no se preocupan en documentarse para aportarte datos interesantes.  

El ejemplo más reciente ha sido la manera de comentar los fastos que rodearon a la muerte de la reina de Inglaterra. Pasa igual con los partidos de fútbol, mejor oírlos sin sonido, y las declaraciones de los futbolistas tras los encuentros también, porque las cuatro lugares comunes que van a soltar son tan predecibles que te lo sabes tú mejor que ellos. 

En cuanto a los rótulos, mejor ni hablamos. Además de estar plagados de faltas de ortografía, de las que habría que denunciar sin demora en el juzgado de guardia más cercano, suelen resaltar obviedades o deformar lo que realmente está sucediendo. Aquí si que hay un problema, porque por mucho que quites el sonido, de los rótulos no te libras. 

No creo que sea tan difícil mejorar la televisión que vemos, adecentar los informativos, elegir las cosas que realmente importan, contar buenas historias, respetar al espectador… No me puedo creer que eso que llaman audiencia, es decir todos nosotros, seamos tan zafios como para merecernos la putrefacción con la que nos invaden. 

Seguro que los prebostes televisivos empiezan a percibir que hay mucha gente que ha dicho hasta aquí hemos llegado, que se acabó… y han decidido apostar, no solo por otras maneras de informarse, sino también de entretenerse. Qué gran paradoja, como decíamos al principio, que la calidad de los contenidos televisivos haya acabado siendo inversamente proporcional a los avances tecnológicos. 

Si de verdad la televisión se está muriendo, ya podía por lo menos hacerlo con una cierta dignidad.  

J.T.

sábado, 1 de octubre de 2022

Las obligaciones de una televisión pública


 Televisión Española tiene nueva presidenta y algunos sectores de la casa se han puesto inmediatamente en guardia: “Si los presentes o inmediatos movimientos en RTVE tienen por objetivo someter a este servicio público a intereses partidistas, los trabajadores no lo permitiremos" -ha escrito el Consejo de Informativos en un comunicado urgente-. Con todos los respetos, queridos amigos, ¿y por qué lo habéis estado permitiendo hasta ahora?

"Si detectamos adulteración del relato informativo al dictado de cualquier consigna, los trabajadores no nos plegaremos”, añaden. Puede que no se hayan "plegado" como afirman, pero he de confesar que me chirría tanta desconfianza en esta nueva etapa a las primeras de cambio, tras año y medio casi sin protestas contra unos telediarios mucho más beligerantes con el gobierno de coalición que con la derecha y la ultraderecha. En fin...

Así las cosas, quizás no sea mal momento para repasar, sobre todo pensando en quienes leen estas líneas sin ser expertos en la materia, algunas de las obligaciones de una televisión pública. Son muchas, pero a mi entender podrían resumirse en dos:

1. Hay que contar las cosas que interesan a la gente y no las que solo interesan a los políticos.
2. Si no se puede ser neutral ni objetivo, por lo menos hay que ser decente y coherente.

Una televisión pública, por mucho que dependa de un parlamento, no debe ser un altavoz de la institución. Los políticos deben aparecer cuando sus intervenciones ayuden a aclarar, no a confundir. Lo primero es y ha de ser siempre el espectador, a quien hay que ofrecerle información y datos sobre los asuntos que le preocupan.

La información política es importante, por supuesto, pero hay que intentar servirla explicando la otra cara de cada asunto sin limitarse, como sucede tantas veces, a ofrecer una batería de totales (declaraciones) concediéndole a cada partido su momento de gloria para intentar así que nadie proteste.

Salir en la tele se lo tienen que ganar y no pueden considerarlo un derecho. En los totales no pueden aparecer soflamas inconstitucionales, por muy diputado o diputada que sea quien las profiera. Si hay que divulgarlas por su interés, el presentador que recoja la noticia debería apostillar y explicar al espectador, con datos, que la afirmación que se acaba de hacer es inconstitucional.

El concepto de servicio público implica utilidad social. Si los maestros están para enseñar y los cirujanos para operar, el periodista de un medio público está para contar las cosas según unas elementales reglas sobradamente conocidas que permiten huir de la manipulación o el sectarismo. Quienes trabajan en las redacciones de las televisiones públicas las conocen y las usan cuando consiguen ejercer su trabajo sin condicionamientos. Solamente es preciso que los jefes de sección, y los responsables de información y de edición de los informativos, dejen hacer y no se entrometan en el trabajo de los profesionales.

Para eso, los jefes han de poder actuar (cosa que en la actualidad apenas sucede) con estricto criterio periodístico, eligiendo los temas en la agenda con ese enfoque y no con el propagandístico, elaborando unas escaletas donde prime el interés del espectador y ayudando a entender las noticias con pedagogía y didactismo. En una palabra, que hagan bien su trabajo, y no funcionen desde el comisariado político.

La televisión pública del Estado tiene la posibilidad de marcarle el camino al resto. Probablemente haya llegado el momento de reinventar la televisión pública, de reivindicarla tal como era hace no tanto tiempo: sobran los adjetivos, los verbos valorativos, las reiteraciones; hay que elaborar temas propios, aprovechar las reuniones de redacción para propiciar tormentas de ideas, no solo para repartir los temas que están en previsiones o para procurar que no se nos escape nada de lo que vaya a hacer la competencia.

La televisión pública, sobre todo Televisión Española, debe contribuir a la difusión de la literatura, el cine, la música o la ciencia, y ha de hacerlo de manera eficaz y atractiva sin que eso signifique ponerse al servicio de los intereses de las industrias que manejan el sector.

La televisión pública no va en el kit de quien gana las elecciones, tampoco en el de ningún otro: sindicatos, Consejo de Administración, comités de dirección y Consejos de Informativos han de velar porque el servicio público sea el mejor posible y no permitir que se repartan en pedacitos la parrilla de programación y las cuotas de poder.

Televisión Española tiene un presupuesto de 1.200 millones de euros al año, mientras que ayuntamientos de capitales de provincia como Ávila o Cuenca no pasan de los 60. El presupuesto de RTVE es 10 veces Ávila y Cuenca juntas. Con ese dinero, la televisión pública del Estado tiene la obligación de ofrecer un producto imbatible, cosa que no ocurre. Y más contando nada más y nada menos que con ¡6.500 profesionales!

Televisión Española es una máquina de triturar presidentes y su última víctima ha sido José Manuel Pérez Tornero. Esperemos que quienes asumieron la responsabilidad de gestionar la empresa el pasado 27 de septiembre lo hagan pensando, por encima de cualquier otra cosa, en el espectador. Basta con dedicarse a contar las cosas que pasan en la calle, serle útil al ciudadano en todo aquello que le afecta a su bolsillo, su salud y su educación, y hacerlo con el mayor respeto a quienes destinan parte de sus impuestos a financiar un medio de comunicación del que lo mínimo que cabe esperar es que los ilustre adecuadamente. 

En resumen: decencia, coherencia, honestidad, sabiendo que la neutralidad o la objetividad no existen, y ser implacables con el gamberrismo institucional o las proclamas ultraderechistas. Que un partido fascista cuente con representación parlamentaria no puede significar puente de plata para difundir proclamas antidemocráticas. Si eso es debatible vamos mal, si es querellable peor, y si un juez les da la razón, más vale que cerremos para siempre las televisiones públicas de una vez y nos dejemos de tonterías para siempre.

J.T.