jueves, 31 de octubre de 2019

Nadia Calviño y la mochila austríaca


Me extraña la escasa repercusión que han tenido estos días unas recientes declaraciones de Nadia Calviño en las que apuesta sin medias tintas por propinarle un hachazo de muerte al estado del bienestar en nuestro país. “Hay que explorar, dijo el otro día la ministra de Economía y Empresa en un Foro organizado por el Consejo General de Economistas de España, la posibilidad de introducir un sistema como el de la mochila austríaca”.

¿Qué es la mochila austríaca? Pues un timo de la estampita en toda regla que si saliera adelante acabaría triturando buena parte de los derechos laborales que aún quedan vigentes en España. Se trata de lo siguiente: el empresario te descuenta de la nómina un porcentaje al mes (en Austria es del 1,53 por ciento), a continuación lo mete en un fondo privado y con el paso del tiempo, lo aportado mas sus correspondientes intereses es lo que acabarás cobrando cuando te despiden o te jubilas. Solo eso. En resumen y traducido a roman paladino: despido gratis y muerte lenta de la pensión pública de jubilación. Pero, eso sí, te puedes cambiar de empresa voluntariamente y no pierdes derechos de antigüedad, afirman sus defensores con toda su cara de cemento armado. El empresariado encantado, aunque algunos incluso así ponen en duda su viabilidad económica; el sindicalismo descolocado y los currantes mirando a ver quién los protege de un robo a mano armada más, de los muchos ya sufridos, y cuyo objetivo es extinguir derechos conquistados con sangre durante décadas.

Atención al eufemismo: a la mochila austríaca la llaman Sistema de Cuentas Individuales de Capitalización para la Movilidad, ¿no es maravilloso? Esto ya lo propuso Calviño hace meses en Bruselas (por cierto, sin la anuencia del ministerio de Trabajo) y ha vuelto a manifestarlo en público dos días antes del comienzo de la campaña electoral. Ahí queda eso, por si alguien tenía dudas aún de por dónde irán los tiros después del 10 de noviembre si los números le dan a los socialistas para entenderse con el PP o con Ciudadanos. Con Ciudadanos, por cierto, ya hablaron de la mochila austríaca en los primeros meses del 2016, aquellos en que acabaron firmando un pacto para gobernar con 130 escaños, aquel hecho consumado con el que se empeñaron en contar con la bendición de Podemos.

No solo no han tenido jamás intención los socialistas de derogar la reforma laboral perpetrada por el gobierno de Soraya y Rajoy sino que, siempre tan dispuestos Sánchez y su gabinete a apostar por la tranquilidad, la centralidad y la estabilidad, proponen ahora sin disimulo, aunque con tímido bombo, apretar un poquito más la tuerca, pero hacia abajo, faltaría más.

Existe ya una planificación, Agenda del Cambio la llaman, en la que se plantea la posibilidad de aplicar la mochila austríaca en nuestro país, de manera gradual, a partir del 2020. Es decir, que apenas se pueda los nuevos contratados vayan ya aceptando abrir ese tipo de cuentas. La justificación técnica de los promotores de la mochila austríaca no deja tampoco de tener su miga: “si se hace, afirman, se reduciría la brecha de costes entre trabajadores fijos y temporales” ¡Ea! ¿Por qué no lo llaman claramente socialización de la precariedad, que es lo que es, y dejan de insultar nuestra inteligencia?

Ni Guindos ni Montoro se atrevieron a tanto. Si los socialistas ganan con holgura estas elecciones, nadie podrá extrañarse que, además de mantener la reforma laboral que iban a derogar, además de no atreverse a subirle los impuestos a las grandes compañías como prometieron ni ser capaces tampoco de frenar la escandalosa subida de los alquileres, además de todo eso, los economistas del PSOE acaben practicando una política conjunta y pactada con el Partido Popular.

¿Escucharon este miércoles a Cayetana Álvarez de Toledo? “Es probable, dijo, que los resultados electorales próximos obliguen a una nueva forma de entendimiento entre el Partido Popular y el Partido Socialista.” La excusa es Catalunya, pero el trasfondo va mucho más allá: una política económica conjunta en la que tanto la educación como la sanidad y la dependencia continúen privatizándose, y la mochila austríaca acabe debutando con todos lo honores, a cara descubierta ya y no por lo bajini como hasta ahora. En resumen: si los socialistas consiguen formar un gobierno sin contrapesos por la izquierda, no me cabe duda que tendrán pocos reparos en blindar el bipartidismo y promover la reforma laboral soñada por los grandes poderes.
J.T.

sábado, 26 de octubre de 2019

Los Franco, unos gamberros


El perfil, por desgracia, nos resulta demasiado familiar: chulos, pendencieros, maleducados y faltones. Crecieron creyéndose los amos del mundo y como tales se empeñan en continuar actuando, groseros y convencidos de que todo les está permitido por llamarse como se llaman. Tenían prohibido grabar y grabaron; tenían prohibido gritar y gritaron, hasta se permitieron ningunear a la representante del gobierno… ¿qué hubiera hecho su abuelo en un caso similar?

Alguien podría argumentar que han vivido durante toda su existencia carentes de perspectiva, y que eso les mantiene inhabilitados para tener conciencia real del mundo en el que están. Hasta los aristócratas los desprecian, por advenedizos, y en ningún lugar parecen encontrar fácil acomodo. Fueron niños ricos desde la cuna merced a su abuelo el sátrapa, crecieron desconociendo sus desmanes y nunca supieron muy bien lo que significa trabajar para ganarse el sustento.

Pensaba yo estas cosas el pasado jueves en Cuelgamuros, ante la verja que da entrada al Valle, entre periodistas guiris y dispositivos de seguridad innecesarios. Hacía frío esa mañana en la carretera de El Escorial y, a las puertas de la verja de entrada al complejo, donde la policía había fijado el límite de acceso, había más periodistas internacionales que fachas nostálgicos. Hasta más vacas conté, en la finca de enfrente, que alborotadores patéticos junto a nosotros, camorristas cuya irrelevancia numérica ponía de manifiesto la atronadora soledad en la que la familia del dictador iba a llevar a cabo el traslado de los restos de su criminal antepasado.

Pensaba esto mientras veía llegar, escoltadas por la guardia civil, las tres furgonetas (del Parque Móvil) en que viajaban los herederos gamberros del genocida al que en pocos minutos iban a desalojar del lugar que nunca debió ocupar. En silencio y con mucho frío la familia del dictador llegó sola, estuvo arriba sola y se marchó sola.

Sola y derrotada, tras año y medio incordiando para intentar retrasar lo más posible lo que no tenía más remedio que acabar sucediendo, una reparación histórica que necesitaba ser consumada de una vez. Los vi pasar, a Francis Franco con la bandera fascista y a los demás con caras de circunstancias, quizás pensando en la pasta que podrían sacar vendiéndole a la revista Hola unas imágenes que tenían prohibido tomar.

Apenas las furgonetas que los trasportaban pasaron por mi lado de vuelta, en dirección a Mingorrubio, y el helicóptero con los restos del dictador se preparaba para despegar, emprendí el camino hacia el Pardo carretera de la Coruña abajo. Aparqué a casi un kilómetro del cementerio, cuando me encontré con el cordón de seguridad donde otros cuatro frikis, apenas un centenar –nada de trescientos, e incluso seiscientos, como llegaron a decir en alguna tele- intentaban inquietar sin éxito a los escasos guardias que vigilaban unas vallas de contención que apenas eran necesarias. La presencia entre ellos del nonagenario golpista Antonio Tejero ponía la guinda que redondeaba el carácter patético de aquella protesta.

Prescindí de la acreditación que, como periodista, me hubiera permitido avanzar apenas unos metros más y preferí quedarme entre aquellos alborotadores light cuya trasnochada liturgia era la más elocuente expresión de su derrota. Salvo cuatro o cinco anatomías imponentes, de esas cuyos propietarios suelen moldear en los gimnasios para poder trabajar como porteros de discoteca, la mayoría eran ancianos decrépitos como Tejero que lo único que consiguieron con su presencia allí, alejados del lugar donde la comitiva y el helicóptero protagonizaban el resto de la ceremonia, fue aportar con sus cánticos, sus banderas y sus brazos en alto imágenes basura a programas desprejuiciados de unas teles que, huérfanas de imágenes –por su carácter privado- de esta segunda parte de la función, se empeñaban en estirar el chicle y sacar petróleo de donde no lo había.

Los miembros de la familia Franco no acaban de digerir que por fin se les ha acabado el poco cuento que aún les podía quedar y se empeñan en continuar actuando como si las cosas fueran igual que cuando su abuelo estaba vivo. Quizás por eso hasta llegaron a atreverse el jueves a enfrentarse con la policía en el interior del cementerio cuando se descubrió que, a pesar de la prohibición, algunos de los Franco se empeñaban en grabar la ceremonia de inhumación del abuelo con sus teléfonos móviles.

Quienes sostienen que aquello fue un funeral de Estado tenían que haber estado, como yo, en el Valle y en el Pardo, percibiendo la irrelevancia de las protestas, por mucho que la retransmisión pudiera magnificar lo que estaba sucediendo, tanto en un lado como en otro. La foto cenital de Emilio Naranjo que la agencia Efe distribuyó a sus abonados, con la explanada vacía y la familia sola, en medio de la nada, con el féretro camino del coche fúnebre, es el mejor resumen de lo que sucedió.

¿Podía haber sido todo más sobrio aún? ¿Podía no haber salido a hombros de sus herederos el ataúd con los restos del genocida? También, pero a mí aquella manifiesta soledad, aquella incontrolada necesidad que, aún así, parecía tener la familia de continuar haciendo el gamberro lo resume todo. Han perdido. Por fin. No son nadie. Ahora solo les queda devolver propiedades y prebendas de las que llevan disfrutando ocho décadas entre ellos y sus padres, y que no les corresponden en absoluto. Al final solo les quedará la soberbia y el gamberrismo. Y las exclusivas en el Hola, claro.

J.T.

viernes, 25 de octubre de 2019

La obscena insolencia de la familia Franco


Ahora, que pidan perdón. Eso es lo que deben hacer cuanto antes los veintidós miembros de la familia Franco, pedir perdón por los crímenes del abuelo y agradecer el respeto y la excesiva generosidad con la que tanto ellos como los restos mortales del dictador fueron tratados este jueves durante su traslado al cementerio de Mingorrubio desde el Valle de los Caídos. No se lo merecían. Estuvieron insolentes, groseros, maleducados y hasta llegaron a transgredir lo estipulado al romper el silencio de la explanada de Cuelgamuros con un par de proclamas cuando introducían el féretro en el coche fúnebre.

Aún así, las imágenes de esos instantes contenían una potencia formidable, la secuencia del momento en que, sin aviso previo, se abrió la puerta de la basílica después de dos horas y veintitrés minutos cerrada, y el plano de la realización institucional mostraba a Luis Alfonso de Borbón y Francis Franco, en la parte izquierda del féretro, llevando a hombros los restos del tirano cubiertos por una bandera granate y una corona de laurel. Ocho porteadores en total, rodeados por el resto de familia presente, mas el díscolo prior de la abadía y el abogado de los Franco, Utrera Molina. A prudente distancia, la ministra de Justicia y dos representantes más del gobierno, se mantenían serios e impasibles a las puertas de la basílica.

Tejieron los Franco, a la sombra del poder de su abuelo, tal red de estómagos agradecidos, que 44 años después cuentan aún con prebendas y propiedades de las que nunca debieron disfrutar. Durante la dictadura, a la familia le bastaba con sacar a pasear su apellido para que cualquier empresario con ganas de prosperar en la vida se mostrara dispuesto a hacerla depositaria de sus favores. Así, a medida que la estirpe crecía, aumentaba el número de impunes urdangarines a quienes nadie osó nuncacontrariar.

Cuentan con palacetes, aparcamientos y edificios, muchos de ellos fruto de donaciones forzosas. Mariano Sánchez, en su libro Los Franco S.A., o Ángel Viñas, en La otra cara del Caudillo entre otros investigadores, repasan el patrimonio que continúa gestionando esta altiva dinastía a la que, al contrario de lo ocurrido con familias de dictadores en otros países, nadie ha revertido aún la legitimidad de sus escrituras de propiedad. Según estos autores, además del Pazo de Meirás, los herederos de Franco cuentan con posesiones en Madrid, Galicia, Asturias, Guadalajara, Costa del Sol, Miami o Filipinas, además de lo que han ido vendiendo durante los últimos años para obtener liquidez. A eso hay que sumar también obras de arte y títulos nobiliarios.

Son muchas las cosas que aún quedan pendientes para cumplir con las disposiciones de la Ley de Memoria Histórica, pero además es preciso indagar, sin más demora ya, la procedencia del patrimonio de esos veintidós Franco que este jueves, dentro de la basílica, osaron hablar de profanación y en ningún momento del acto le dirigieron la palabra a la notaria mayor del reino, ministra de Justicia del gobierno de todos los españoles, presente allí para dejar constancia oficial de lo que sucedía.

¿Cómo no van a estar agradecidos al abuelo? ¿Qué habría sido de sus vidas si el apellido no les hubiera servido para tener, y mantener, los riñones escandalosamente forrados? Forman parte de un linaje que ha perdido la mejor oportunidad de callarse que han tenido en su vida, de acatar la ley, comportarse con elegancia y demostrar que entienden que este país no tiene ya nada que ver con el sufrió los desmanes de su abuelo durante cuarenta largos años.

¿Quién les aconsejó beligerar contra la decisión democrática de trasladar los restos del dictador?, ¿por qué se han dedicado durante año y medio a tocar las narices y marear la perdiz, aún a sabiendas de que las posibilidades de tener éxito en su empeño eran escasas? Al final el genocida ha abandonado el lugar donde nunca debió estar y han sido ellos, su propia familia, quienes lo han transportado fuera de las dependencias regalando a la historia una foto impagable. Conociendo su adeene, repleto de chulería, prepotencia y mala educación, cabe deducir que a pesar de haber tenido que acatar una decisión democrática donde ya no cabía ningún tipo de apelación, no parecen dispuestos a ceder.

¿Por qué el Estado ha sido, y continúa siendo, tan tolerante con esta casta de intolerantes dispuestos según parece a mantener el pulso hasta el infinito? ¿Hasta cuándo tanta obscena impunidad? ¿cuándo se va a investigar a fondo la fortuna de los Franco? Siempre tuvieron fácil reconciliarse con las víctimas del dictador. En lugar de resistirse al cambio de los tiempos, igual habría sido un buen comienzo que en algún momento de los últimos 44 años se hubieran planteado pedir perdón públicamente por los crímenes de su abuelo.

J.T.

martes, 22 de octubre de 2019

Pedro, ¡levanta el teléfono ya, hombre!


En la extraña relación que Pedro Sánchez parece mantener con los aparatos telefónicos, resulta preocupante que confunda lo personal con lo institucional. A Pablo Iglesias lo tuvo en ascuas todo el verano, pendiente este de citas para buscar acuerdos que nunca se produjeron. Ahora es el turno de Quim Torra, cuyas llamadas rechaza una y otra vez. ¡Un presidente de gobierno negándose a hablar con el de una autonomía!

Sánchez es el inquilino de la Moncloa que menos tiempo ha tardado en caer preso del síndrome de aislamiento que la ocupación de esas dependencias parece conllevar sin remedio. No solo transmite la impresión de haber perdido la noción de lo que realmente está pasando en la calle, sino que su reclusión llega hasta el extremo de evitar comunicarse por teléfono con quien en ningún momento debería renunciar a hacerlo.

Olvidar las obligaciones institucionales, confundir ese papel con el del estado de ánimo personal, es una actitud irresponsable que invita a pensar que el candidato socialista ha perdido definitivamente la perspectiva. Mientras Torra sea el legítimo presidente de la Generalitat, la obligación del presidente del gobierno es atender la llamada del máximo representante del Estado en Catalunya, por muy censurable que pueda parecerle el comportamiento que éste ha mantenido durante los disturbios que en las calles de su demarcación territorial han tenido lugar durante los últimos días.

Cuando están sucediendo cosas tan graves, no contribuye en absoluto a serenar el ambiente el comportamiento infantil del presidente en funciones, más propio de la rabieta en un patio de colegio que de quien está obligado a rebajar cuanto antes el clima de crispación que desde el lunes 14 sufre la ciudadanía española en su conjunto. Por si la afrenta a Torra fuera poca, Sánchez remató la faena ignorándolo durante su visita este lunes a Barcelona, y acudiendo solo a la sede de la policía y al hospital donde se recuperan los antidisturbios heridos en los enfrentamientos callejeros. ¿Cómo habrá interpretado el presidente del gobierno que la dirección del centro sanitario no le recibiera, o que una parte del personal le manifestara el malestar que les producía su presencia allí? ¿Habrá entendido que lo que está ocurriendo en Catalunya tiene mucha más importancia de lo que él cree?

Si a los impulsores del procés, como ha reconocido recientemente Carme Forcadell, les faltó empatía para con esa mitad larga de catalanes que no está por la independencia, parece que a Sánchez y a sus consejeros aúlicos les faltan a su vez muchas horas de pisar suelo catalán, de escuchar bastante y hablar poco, para obtener así conclusiones que la reclusión en la Moncloa no pone fáciles. No parece que el punto de vista de Iceta y los responsables del PSC esté consiguiendo tener el peso adecuado en las reflexiones de Sánchez, porque si este escuchara en serio a sus propios compañeros de partido en Catalunya, quizás no mantendría un comportamiento como el que le lleva a negarse a conversar con el presidente catalán. Tiene la obligación de hacerlo por mucho que le moleste y sería bueno que lo entendiera cuanto antes. A partir de ahí que discuta, discrepe y se pelee todo lo que quiera, pero que se ponga al teléfono.

Lo contrario se llama intransigencia, y ese tipo de comportamientos hay que dejarlos para la derecha; el responsable de un partido presuntamente de izquierdas no puede cerrar nunca puertas, hacerlo solo posterga la solución y engorda el problema: pan para hoy y hambre para mañana.

No se puede copiar a Rajoy, el rey del tancredismo, apostando como él por dejar pasar el tiempo, aún a sabiendas de que lo más probable sea que eso empeore las cosas. Procastinar solo es propio de irresponsables. Las rabietas no pueden encontrar espacio en momentos donde nos jugamos tanto, donde están tan cerca unas elecciones que piden a gritos bajar el balón al suelo cuanto antes. ¡Pedro, levanta el teléfono, collons!

J.T.

sábado, 19 de octubre de 2019

Cinco noches de tele y fuego


“Creo que voy a apagar la tele. Me duele tanto lo que veo que no lo puedo soportar”. Cuando, a las once de la noche de este viernes, mi amiga Gemma Soriano colgó esta frase en twitter, yo estaba pensando exactamente lo mismo mientras iba cambiando de canal cada minuto. En TVE1, 24 horas, Antena 3, La Sexta, Telemadrid, TV3, mis compañeras (la mayoría eran mujeres) informaban por quinto día consecutivo ¡con casco! y entre fuegos, carreras, enfrentamientos, detenciones, calles asoladas y mobiliario urbano destrozado. Como en las cuatro noches anteriores, con el móvil en una mano y el mando de la tele en otro, me empeñaba en continuar negándome a mí mismo la importancia de lo que estaba viendo.

Las teles aprovechan para hacer caja, no les importa amplificar lo que está pasando con tal de llenar la hucha, son solo unos pocos cientos de desalmados, defendía ante mi familia, en Catalunya la gente está tranquila y continúa haciendo su vida normal. Las marchas pacíficas han sido un éxito pero a estas horas, cuando están ardiendo muchas esquinas del centro de Barcelona, ya nadie habla de ellas. Es verdad, los provocadores son una maldita minoría, pero esa maldita minoría lleva cinco noches abriendo telediarios y acaparando portadas de periódicos.

Las redes confirmaban mi diagnóstico mientras veía imágenes en las que dos policías se llevaban a rastras, detenido, al fotógrafo de El País Albert García. “Lo que faltaba -escribía el compañero Ferran Garrido-. Nos hostian los indepes, nos corren a ladrillazos los radicales, nos insultan los fascistas y ahora nos detiene la policía. De puta madre.” Buscaba sin éxito en la red el punto de vista de los todólogos de las tertulias, esos sesudos próceres que a diario pontifican sobre lo divino y lo humano, pero ninguno bajaba a la arena, ninguno se mojaba. Silencio. Silencio ellos y silencio Torra, Colau, Moncloa…

Me los imagino a unos y a otros, como yo, viendo en las teles cómo pasaban las horas y los fuegos continuaban, ahora en Balmes con Gran Via, con Diputació o Consell de Cent, ahora en Trafalgar; ahora en Roger de Flor, en Roselló, Passeig de Sant Joan… Desbordada la policía, desbordados los bomberos, desbordada la capacidad de asombro. Silencio oficial mientras las horas van pasando. Continúo buscando analistas de guardia en la red, pero permanecen mudos, o de perfil, el periodismo está lleno de maestros en el arte de ponerse de perfil. Expertos en mojarse solo cuando tienen claro que pisan sobre seguro. Esta quinta noche de protestas les ha roto los esquemas, a ellos y a quienes, desde altos despachos, tanto en Madrid como en Barcelona, no saben ya cómo minimizar lo que está ocurriendo. Silencio.

Los días pasan, la tempestad no amaina, y cada minuto está más cerca el diez de noviembre. Son las doce de la noche y los fuegos se reproducen por esporas. Periodistas con casco continúan entrando en directo, cada vez desde emplazamientos  diferentes, reforzando con su presencia la importancia de una imágenes que hablan por sí solas. Un compañero de TV3 enseña a cámara un bate de béisbol y pelotas de goma de distinto calibre, todo ello encontrado entre los restos de la batalla que acaba de tener lugar en la esquina desde la que retransmite. “Vergonzoso -escribe mi compañera de Público Patricia López-, un suicidio organizado que anula el civismo de los independentistas, con el que nos solidarizamos demócratas de todas partes".

Los alborotadores puede que sean cuatro gatos, cuatro desalmados, infiltrados o provocadores venidos de otros lares, lo que se quiera, pero ¿pensamos seguir regalándole al mundo estas imágenes muchos días más? “La gestión de la frustración va a ser compleja. De momento esta semana nadie ha sido capaz de pararla”, escribe este sábado Jordi Évole en La Vanguardia. “No sabemos si esto es el inicio de algo, pero lo que sí sabemos es que siempre que algo terrible empieza, lo hace de esta forma”, señala Fernando Berlín en su video blog de Infolibre…

¿A quién beneficia todo esto? ¿Qué juegos ocultos hay detrás de tanto despropósito? ¿Qué pasa, Pedro, hay alguien ahí, era esto lo que tenías previsto?

J.T.

domingo, 13 de octubre de 2019

24 horas con los pensionistas camino de Madrid


Esta tarde en Tembleque (Toledo), masajistas y fisioterapeutas tienen sobrado trabajo. Desde Madridejos hasta aquí han sido casi treinta kilómetros que este grosero calor de octubre ha hecho más duros de lo previsto… Los claxon solidarios de coches y camiones con los que se cruzaban han supuesto una buena inyección de adrenalina para estos bregados pensionistas que no parecen dispuestos a desfallecer ni en el camino ni en sus reivindicaciones.

Es la etapa número veintiuno desde Rota, donde Ángel Guerra y Ángel Novo se pusieron al frente de una aventura que teóricamente transcurriría en otoño. Ni una gota de agua les ha caído hasta ahora. Dolo, encargada de redes, ha subido a facebook una fotografía tomada al rebasar la señal que indica los cien kilómetros que faltan para llegar a Madrid. El martes 15 estarán en la Puerta del Sol y de nuevo al día siguiente, para ir desde allí hasta el Congreso de los Diputados, donde entregarán sus demandas: pensión mínima de 1.080 euros, revalorización automática con el IPC real, desaparición de la brecha de género…

La sala del centro social donde dormirán este viernes es el lugar habitual de ensayo de la banda de música local. Los colchones de gomaespuma, sin sábanas, sobre los que colocan sus sacos de dormir, hay que juntarlos más de lo que viene siendo habitual en otros lugares porque en la otra estancia andan preparando los actos para celebrar la fiesta de la patrona de la guardia civil. Antonio, escultor malagueño de 83 años que se incorporó a la marcha en Córdoba, acepta encantado un masaje mientras presume de no haber necesitado ni un solo día recurrir al coche de apoyo. Cada jornada sigue el ritmo sin dificultad, lo que eleva el listón de quienes sienten la tentación de lamentarse, aunque la media de edad supere con creces los sesenta años. Ampollas, rozaduras, vendas, olor a linimento… Ese es el panorama, pero nadie osa quejarse.

Cuando iniciamos la etapa de este sábado 12 de octubre María, jienense del Sindicato Andaluz de Trabajadores, ha decidido no sentir dolor por muy reventados que lleve los pies. Como la mayoría de compañeros de caminata, su currículum de lucha es largo: marcha por la dignidad, ocupaciones de fincas, multas judiciales… Esto merece mucho la pena, me dice, somos gente pequeña haciendo cosas pequeñas, pero así es como dice el refrán que se consiguen las cosas grandes, ¿no?

Un grupo de jóvenes nos recibe a la entrada de La Guardia, pasada la una de la tarde, con aplausos y una pancarta: “Gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden”. “Levanta del sillón y defiende tu pensión”, corean los caminantes a medida que se adentran por las calles del pueblo, “Menos ladrones y más pensiones”, “Hoy por mí, mañana por ti”. Entre aplausos de los vecinos llegamos hasta la sede local del Pce, con bandera republicana en el balcón, donde nos han preparado un cocido poco recomendable para los catorce kilómetros que aún quedan hasta Dos Barrios, el ú A Juan, de Alcalá de Henares, o a Antonio, de Alameda (Málaga), no se les nota nada preocupados por la envergadura del desafío. Otro Juan decide arrancarse por fandangos a los postres: “Ni curas, ni dios, ni rezos./Cuando yo muera mañana,/poned sobre mi pecho/bandera republicana”.

Aplausos, abrazos, fotos y vuelta al camino. Elvira, tinerfeña de 64 años acostumbrada a subir al Teide con frecuencia, demuestra su pericia dejando a todo el mundo atrás cada vez que abordamos una cuesta, pero nadie se arredra: agua en las gorras para refrescar el empuje y determinación, que no se embarcaron en esto para andarse con remilgos ni desalientos. Son unos treinta, quizás pocos, pero saben que no es un empeño menor el que están promoviendo y que, junto con los compañeros que caminan desde Bilbao, contribuyen a proporcionar mayor dimensión a la manifestación del día 16 en Madrid. Los políticos han entendido que solo hacerse fotos con ellos no cuela y se remangan. En Dos Barrios gobierna la derecha pero los reciben con la misma cortesía, o más, que en muchos de los municipios con gobiernos de izquierda en los que han pernoctado.

Como llevan haciendo en cada pueblo donde finalizan una etapa, Ángel Novo y Ángel Guerra se dirigen megáfono en mano a la gente concentrada en la plaza del ayuntamiento y van exponiendo las reclamaciones de la Plataforma en defensa de las pensiones públicas: “Queremos que la pensión de viudedad sea del 85%. Ahora está en el 60, y eso porque fue una condición del PNV para aprobar los últimos presupuestos de Rajoy; hay que eliminar ya el copago farmacéutico y restablecer todos los derechos sanitarios; las pensiones tienen que ser un derecho constitucional, blindado de los vaivenes políticos…”

Salvo alguno de los organizadores, que ha debido atender llamadas de prensa o de Protección Civil durante la marcha, nadie ha mirado el móvil en todo el día. La energía, me dice Olga, de Mérida, hay que administrarla para poder gritar con fuerza en Madrid el miércoles 16, desde Sol hasta el Congreso de los Diputados, en la manifestación convocada por la coordinadora estatal. Hay quien habla de dejar allí, además del manifiesto con las reivindicaciones, las zapatillas con el polvo de casi setecientos kilómetros. Otros prefieren llevárselas a casa, lavarlas bien y colgarlas en la pared, quizás con un marco, dicen, o solo una inscripción en la que pueda leerse algo así. “Este fue el calzado con el que empecé la lucha por las pensiones de mis hijos y mis nietos”.

J.T.

sábado, 5 de octubre de 2019

El impune descaro fascista


Tras las vomitivas declaraciones del ultraderechista Ortega Smith intentando lanzar estiércol sobre la memoria de las trece rosas, y la interrupción en Valencia de la película de Amenábar más reciente, quizás no esté de más, cuando nos encontramos a 35 días de elecciones generales, realizar unas cuantas reflexiones, obvias, por otra parte, pero de esas que más vale repetir mil veces antes que correr el riesgo de que alguien acabe olvidándolas:

El fascismo es frentista por definición. Mentiroso, racista, xenófobo, clasista, rechaza a las minorías, a los pobres, a la izquierda, a la democracia, humilla y desprecia a las mujeres… Busca el exterminio de quienes no piensan como ellos y aprovecha las plataformas que le ofrece el sistema democrático para sembrar el odio. Tribunas estas que, si ellos estuvieran en el poder, jamás permitirían utilizar a quienes osaran discrepar de sus planteamientos.

Odian al diferente por miedo porque, como cobardes, no son nadie sin una pistola en las manos. Se aprovechan de la frustración social, buscan su clientela entre las clases medias golpeadas por la crisis económica, la mentira es su bandera, son chulos, prepotentes, amantes de las consignas que remueven las tripas de una parte de la ciudadanía cabreada, esa que acaba votándolos sin tener en cuenta (aunque lo intuyan) que si la ultraderecha consigue el poder, sus primeras víctimas serán precisamente quienes los votaron.

Los fascistas se resisten al progreso y se aferran a las tradiciones, ven complots por todas partes, viven en la conspiración permanente y andan buscando culpables que les sirvan para crecer. Salivan con los desfiles militares, desprecian la homosexualidad (de puertas para fuera, como es obvio), se declaran enemigos rotundos del derecho al aborto y se divierten reprimiendo el libre ejercicio de la sexualidad… de los demás. Sus tres principales patas son la religión, los militares y la explotación de los más desfavorecidos.

Como escribió Umberto Eco, el fascismo no deja nunca de merodear a nuestro alrededor, “a veces con traje de civil. Sería muy cómodo, sostenía el intelectual italiano, que alguien se asomara a la escena del mundo y dijese: « ¡Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas!» Por desgracia, la vida no es tan fácil. El fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus nuevas formas, cada día, en cada parte del mundo”.

“Si la democracia americana deja de progresar como una fuerza viva, si no mejora día y noche la libertad de nuestros ciudadanos, avisó Roosevelt en 1938, la fuerza del fascismo crecerá. Libertad y liberación son tareas que no acaban nunca. «No olvidemos», este ha de ser nuestro lema”. Pues parece que han olvidado. Ahí tienen a Trump, y en Filipinas a Duterte, y en Brasil a Bolsonaro, y en nuestro país a Ortega Smith y compañía soltando monstruosidades de tele en tele sin que nadie les pare los pies.

¿De verdad hay que dar cancha a los fascistas en los medios de comunicación como si se tratara de un partido político más? ¡Menudo debate! Que quienes no creen en la democracia usen sus mecanismos plurales de funcionamiento para conquistar el poder y luego eliminarlos, no puede ser el camino. Algo estamos haciendo mal. Algo se está yendo de las manos cuando, como recuerda Juan Carlos Monedero, acosado por cierto por la ultraderecha en su propio despacho de la universidad, “Ecuador anda incendiado, Perú con dos presidentes, Macri en el basurero de la historia argentina, Duque en Colombia presidiendo asesinatos, Piñera condenando a Chile a la oscuridad y Bolsonaro aterrando Brasil.”

Y a la cabeza de todos ellos, papá Trump escandalizándonos a diario vía twitter mientras el mundo entero se despierta cada mañana preguntándose hasta dónde será capaz de llegar este “insensato sin escrúpulos”. ¡Ay, si Roosevelt levantara la cabeza! La verdad es que al lado de Trump, Ortega Smith y compañía son unos aprendices. Pero aún así, más vale que no nos despistemos mucho.

J.T.