La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ha vuelto a retratarse. Su última intervención, con el episodio entre el ministro Óscar Puente y el periodista de ABC/COPE David Alandete, ha servido para confirmar lo que muchos sospechábamos: la APM tiene el reflejo muy rápido… pero solo cuando el agraviado viste la etiqueta ideológica adecuada.
Veamos. El ministro Puente publicó un tuit en el que, con su estilo habitual, ironizaba sobre la pregunta que Alandete había hecho en la Casa Blanca: “Otro patriota del ABC con acreditación para preguntar en la Casa Blanca… que la utiliza para darle a Trump la oportunidad de criticar a España.” Ni insultos, ni amenazas, ni censura. Una crítica política, tan legítima como la pregunta que la provocó. Pero bastaron esas líneas para que la APM saltara como un resorte, difundiendo un comunicado exprés donde pedía al ministro “respetar la libertad de expresión” del periodista y el “derecho a formular las preguntas que considere oportunas”.
¡Qué diligencia, qué celo! Casi parecía que la APM hubiera estado esperando el aviso con el comunicado ya redactado. No es la primera vez que arremeten contra Puente. También lo hicieron en marzo para posicionarse a favor de Elisa Beni. Curioso contraste con su letargo cuando los atacados son periodistas que no comulgan con la derecha mediática. Cuando los criticados (acosados en muchos casos) se llaman Javier Ruiz, Silvia Intxaurrondo, Sarah Santaolalla, Esther Palomera, Cristina Fallrás, Ana Pardo de Vera, Laura Arroyo o Jesús Cintora, la asociación no emite ni siquiera un triste tuit corporativo. El altavoz institucional se queda, de repente, sin pilas.
Por otra parte...¿dónde está la APM cuando los activistas ultras Vito Quiles, Bertrand Ndongo y compañía acosan micrófono en mano a políticos, a periodistas o a cualquiera que se cruce en su camino? ¿Por qué no hay comunicados urgentes ante el hostigamiento, los insultos y las provocaciones en nombre del periodismo? ¿Por qué tanto rigor para condenar un tuit de Puente y tanta tibieza frente al espectáculo indecente de los falsos reporteros que convierten la profesión en un reality político?
Esa doble vara de medir es la bala que mata cualquier credibilidad. Si la APM solo actúa con reflejos de urgencia cuando el periodista agredido es de un determinado sesgo ideológico, entonces no está defendiendo la libertad de prensa. Si calla cuando la extrema derecha señala, difama o amenaza, deja claro que su brújula ética apunta hacia donde sopla el poder mediático dominante.
Como socio de la APM desde hace más de treinta años, me resulta doloroso decirlo: no me siento representado. La asociación se ha convertido en una oficina de relaciones públicas al servicio del conservadurismo mediático. Ha perdido el pulso ético y la capacidad de distinguir entre periodismo y propaganda. No, esto no es un conflicto menor, sino una cuestión de decencia profesional. De coherencia. De si la APM quiere ser un referente de dignidad o un eco servil del poder.
La Asociación de la Prensa sabe que su razón de ser es defender a todos los que ejercemos la profesión periodística. A todos, no solo a una parte. Hoy la APM corre a proteger a unos y mira hacia otro lado cuando los ultras amenazan o difaman. Y eso no puede ser.
J.T.
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