Claudia Sheinbaum, presidenta de México, cierra su primer año en el poder con un setenta por ciento de popularidad y portadas laudatorias en medios como La Jornada, Excelsior o El Universal. A pesar de que un 30 por ciento de la población de su país vive en la pobreza, del deterioro del acceso a la salud o de la dificultad para erradicar la violencia, la primera mujer que gobierna en la historia este territorio de 130 millones de habitantes, ha conseguido que la ciudadanía la aprueba con un notable.
¿Cómo es posible que eso ocurra en un país como México y en cambio aquí en España el índice de popularidad de Pedro Sánchez, con mejores cifras de gestión, esté por debajo del 30 por ciento? ¿Por qué Sheinbaum ha estabilizado su "efecto honeymoon" mientras Sánchez sufre una persecución implacable que dura ya siete años y que se traduce en insultos graves hasta en conciertos y fiestas populares?
Quizás una de las razones pueda ser que Sheinbaum parece estar acertando en cuanto a cercanía, control del relato o visibilidad cotidiana. No es muy carismática pero, por ejemplo, las conferencias matutinas que ofrece de lunes a viernes a las siete y media, conocidas como "Mañaneras del Pueblo", la hacen próxima y accesible. Estas comparecencias se emiten en streaming por redes, también por la radio pública y por tres televisiones. En un tono llano y pedagógico, la presidenta informa sobre acciones gubernamentales o avances en políticas públicas y además responde sin problemas a las preguntas de los periodistas. Cada día.
Sánchez tiene herramientas y experiencia, además de un enorme instinto de supervivencia, pero carece de pulso narrativo visceral y conexión emocional. Vende muy mal las cosas que consigue y comparece poco. Sheinbaum, por su parte, ha intentado nadar sin ahogarse: acepta la presión, hace concesiones puntuales como cooperaciones migratorias y decomisos, y al mismo tiempo deja claro que no va a arrodillarse. Esa postura le otorga dignidad a ella y prestigio a su país. De momento parece no perder autonomía, a pesar del incómodo aliento de su vecino de arriba.
En términos políticos internos le permite mostrarse como gobierno soberano, sin entreguismos, y eso casa bien con una izquierda que exige dignidad. Los medios la tratan con una mezcla de deferencia cautelosa, crítica circunstancial y atención constante. Los medios afines celebran cada programa social, cada reducción de homicidios, cada discurso en tono bajo pero firme. Los críticos resaltan los desaciertos: el desabastecimiento de medicinas, la violencia persistente, las promesas incumplidas, pero no esconden los avances.
¿Está Sheinbaum acertando o fracasando desde una mirada de izquierda? Acertando… por ahora. Ha logrado gobernar sin traicionar la esperanza de quienes no tienen nada, sin escándalos públicos excesivos y manteniendo un capital moral alto, por muchos resultados tangibles que aún le falten.
En palabras de Andy Robinson, “a pesar de una batería de aranceles, dudas sobre el futuro del Tratado de Libre Comercio, deportaciones masivas de mexicanos residentes en Estados Unidos y amenazas de intervenciones armadas contra los cárteles de la droga, Sheinbaum emerge triunfante de lo que pudo ser un annus horribilis.” A pesar de Donald Trump y sus piropos envenenados, a pesar de su comprometida situación geopolítica, Claudia Sheinbaum aguanta.
A Pedro Sánchez, que aguanta como puede el hombre, seguro que le gustaría celebrar unos números como los de la jefa del Estado mexicano. Aunque tener de vecino a Trump no parece muy envidiable. Y también es cierto que Sheinbaum lleva solo un año. A ver cuándo sume cuatro o cinco temporadas más.
J.T.
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