Muchos periódicos de los considerados “serios” anunciaron ayer por anticipado la muerte de Guillermo Fernández Vara. Llamarlo lapsus sería hacerles un favor. Hay asuntos con los que no se puede jugar y la muerte de alguien está entre los más importantes. Hay casos es que las prisas son pésimas consejeras. El mandamiento número uno de la profesión periodística es verificar, verificar y verificar. Contrastar, confirmar por varias fuentes y no publicar hasta no estar completamente seguros. No hacerlo así es traicionar a la persona afectada en primer lugar, a sus familiares después y, por supuesto, también a la profesión periodística tal como hay que entenderla. No hay excusa.
Desde hace tiempo, los periódicos que presumen de “serios” acumulan la perversa costumbre de difundir rumores, publicar “últimas horas” sin confirmar y luego, cuando descubren que se han equivocado, publicar un desmentido frío que siempre llega demasiado tarde.
El caso reciente de Guillermo Fernández Vara, a quien medios como La Vanguardia, 20 minutos, ABC o El Correo dieron por muerto bastantes horas antes de que este falleciera, no puede considerarse una simple anécdota; es síntoma de que la fiebre del click inmediato se ha extendido de manera alarmante. Ocurrió no hace mucho, que yo recuerde a bote pronto, y no en tantos medios como en esta ocasión, con Fernando Savater o José Luis Perales. Bulos, rumores indecentes difundidos de manera impune.
Estas falsas muertes, estos anuncios prematuros, no son errores inocentes. Son negligencias imperdonables en una profesión donde cada vez hay más gente a la que la respetabilidad del oficio parece importarle un pimiento ¿Dónde quedó aquello de “verificar con tres fuentes independientes antes de publicar algo grave”? ¿Cuándo se convirtió en monumento ornamental de los cursos de periodismo antiguos, algo que se cita pero rara vez se cumple? Cuando publicas rápido ganas audiencia. Aunque rectifiques después, tu mentira ya está circulando, ya te han creído, ya has dejado la marca.
El periodismo está perdiendo su condición de contrapeso, de vigilante, de poder público esencial. Es verdad que aún quedan profesionales y medios que no publican nada sin comprobarlo bien antes, que dudan, hacen llamadas, esperan comunicados, investigan… Quienes no lo hacen así, no matan solo el nombre de una persona viva. Matan la confianza de millones de personas. Y matan el oficio periodístico un poco más de lo que ya está.
J.T.
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