Me avergüenza el papelón que ha hecho el barco militar enviado a “escoltar” a la Global Sumud Flotilla. Suena a pitorreo que la patrullera en cuestión se llame “Furor”. Digno de un cómic, menuda furia! Sales de Cartagena casi un mes más tarde, te lo tomas con filosofía para llegar hasta donde están tus presuntos protegidos ( “Si hay que ir, se va, pero ir pa ná es tontería”, debían pensar Margarita y compañía) y, cuando por fin apareces y compruebas que la expedición humanitaria está resuelta a rebasar límites peligrosos para quienes te han enviado hasta allí, lo que haces es decirle a tus “escoltados” que dejen de hacer tonterías y se den la vuelta. Que si ellos se empeñan en continuar hasta la costa gazatí, no serás tú quien los proteja ¿Puede haber misión más ridícula? A la altura de los mejores episodios de Mortadelo y Filemón. Bueno, los famosos agentes de la "TIA" igual se hubieran arriesgado un poquito más.
Lo del “Furor” ha sido cobardía pura y dura, pero nuestro gobierno prefiere llamarlo prudencia, sentido común. Le resultaba más práctico pedirle a los barcos humanitarios que se detuvieran en lugar de exigírselo a Israel que, tras intimidar a la flotilla con drones noche tras noche, remataron la faena el miércoles uno de octubre asaltando desde buques militares a cuatro decenas de embarcaciones con medicinas y alimentos, deteniendo y reteniendo a quinientas personas desarmadas entre las que hay sesenta y cinco que son españolas.
Los llaman provocadores. A gentes de casi cincuenta países que este verano decidieron dejar de ser meros espectadores del genocidio los llaman provocadores. Por hacer lo que el gobierno español tendría que haber hecho, lo que Europa y el mundo tendrían que haber hecho en lugar de tanta declaración gradilocuente, de tanta condena con la boca pequeña y de limitarse a salir de la sala de Naciones Unidas cuando Netanhayu pronunció su perverso discurso el pasado 26 de septiembre. Y no todos, hay que dejar constancia que además de Estados Unidos, se quedaron sentados representantes de países como Alemania, Canadá, Inglaterra, Francia o China.
No son tiempos para la cobardía. Ha llegado el momento de ser contundentes. Los paños calientes y la pusilanimidad no llevan a ningún sitio. Siempre ha habido momentos en la historia donde, frente a la injusticia, es necesario pegar un puñetazo encima de la mesa y decir hasta aquí hemos llegado. Este es uno de ellos. Frente a los desmanes y la impunidad con la que actúa Israel, las buenas maneras quedan ridículas. Nuestro país está siendo humillado, Europa está siendo humillada, el mundo está siendo humillado. Gobernar desde el miedo es ir muriendo poco a poco, concesión tras concesión, limitarse a ser diplomático con los matones es dejarle todo el espacio a ellos.
No fue solo el “Furor”. Hubo dos “intrépidas” embarcaciones más que hicieron lo mismo. Barcos de tres países europeos, España, Italia y Turquía, decidieron detenerse o darse la vuelta. Un proceder vergonzoso que supone reconocer por la vía de los hechos la supremacía del estado de Israel en unas aguas que no son suyas y dejar tirados a quienes no estaban cometiendo delito alguno y solo aspiraban a auxiliar a una población que lleva dos años siendo masacrada sin parar.
La Global Sumud Flotilla tenía la legalidad de su parte para llegar hasta las costas de Gaza que son parte de un país, Palestina, reconocido por España. Pero tanto al país agresor como a sus cómplices y a quienes decidieron permanecer al margen les dio igual. No solo Israel y Estados Unidos son responsables de lo sucedido, nuestro gobierno y los gobiernos europeos también lo son, porque atacar y secuestrar a los miembros de una misión humanitaria en aguas internacionales es un crimen de guerra. Repitámoslo cuantas veces sea necesario hasta que a nadie le quede ningún tipo de duda.
¿Cuándo vamos a romper relaciones diplomáticas con Israel? ¿Hasta cuándo vamos a estar mareando la perdiz con el asunto del comercio de armas? Porque el anuncio de embargo y las declaraciones rimbombantes pueden ser útiles electoralmente o para responder a la presión social, pero si el embargo no abarca todas las licencias, si hay excepciones o “letra pequeña”, todo quedará en algo simbólico. Maquillaje de cara a la galería.
Insisto, no son tiempos para la cobardía. Los líderes que gobiernan desde el miedo van muriendo en pequeñas concesiones, en discursos que no asumen la complejidad, en decisiones que no arriesgan. Cuando se actúa así, el resultado suele ser que el miedo, si no le plantamos cara, acaba convirtiéndose en el motor de la acción política y eso solo es una manera de autodestruirse.
El miedo a perder poder acaba convirtiéndose en obsesión por mantenerse en él como sea, el miedo al fracaso lleva a rehuir la toma de decisiones valientes. Quizás sea esta la razón por la que haya tantos políticos que actúan de manera cobarde, tantos vocacionales de pintar la mona que evitan afrontar la responsabilidad de sus decisiones y prefieren refugiarse en la retórica, la dilación o la diplomacia. Puede que no haya política sin miedo, pero la diferencia ha de estar en cómo se gestiona ese temor. El valiente reconoce el miedo y le planta cara; el cobarde lo disfraza con gritos, con silencios o con maniobras evasivas.
En el acto II escena II de Julio César, Shakespeare le hace decir a Casio: "Los cobardes mueren muchas veces antes de su muerte; los valientes solo mueren una vez". Pues eso.
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