Si alguna vez hubo dudas de que el Partido Popular ha perdido toda noción de lo que significa ser un partido de Estado, bastó con asomarse esta semana a su cuenta de X, la oficial, la institucional, la que supuestamente representa a un partido “moderado y de gobierno”, para comprobarlo. Para contestar un tuit de Óscar Puente en el que este hacía notar la diferencia de imagen entre Sánchez y Feijóo, a los populares no se les ocurrió mejor idea que comparar al ministro de Fomento con un mono. Al día siguiente difundieron un vídeo de Halloween en el que se caricaturizaba a ministros y al presidente del Gobierno como personajes de terror barato. Una pieza de propaganda grotesca, una desfachatez.
No es de recibo que la cuenta institucional en redes de un partido político con vocación de gobernar recurra a los mismos métodos zafios, insultantes y maleducados que los peores influencers adolescentes de la ultraderecha. Lo que esto revela no es solo una crisis de comunicación, sino una crisis moral. La derecha española, antaño orgullosa de su sobriedad, se ha convertido en una caricatura de sí misma. Con el vídeo de Halloween, donde se burlaban de Bolaños, Puente, María Jesús Montero, Begoña Gómez o Pedro Sánchez convirtiéndolos en personajes de la familia Adams se han pasado tres pueblos.
Lo del tuit de Óscar Puente va aún más allá. Comparar a un ministro con un mono es un gesto miserable que traspasa todos los límites de lo tolerable. Es algo racista en su connotación, clasista en su intención, y profundamente mezquino en su mensaje, el tipo de deshumanización que los ultras practican para denigrar al adversario, reducirlo a una caricatura, despojarlo de su condición humana.
¿Dónde quedó aquel PP que decía ser “el partido de la moderación”? ¿Dónde está el Feijóo que prometía “rebajar el tono” y “recuperar el respeto institucional”? Pues ahí lo tienen: convertido en el jefe de una banda digital que se comporta como un hatajo de forajidos. Lo que antes era patrimonio de las cuentas ultras, ahora lo lanza sin pudor el principal partido de la oposición.
¿Recapacitar, admitir que se han equivocado? Ni por asomo: ni una disculpa, ni una rectificación, ni un se nos fue la mano. Nada. Solo la habitual mezcla de arrogancia y victimismo: “No tienen sentido del humor”, “no saben encajar una crítica”, “es solo ironía”, replican. El PP ha decidido transmitir en la misma longitud de onda que Vox y por lo visto han entendido que eso significa arrinconar los escrúpulos, si es que alguna vez los tuvieron. Si la extrema derecha insulta, el PP también. Si la extrema derecha ridiculiza, el PP aplaude. Si la extrema derecha convierte la política en espectáculo, el PP pide pista.
El daño no se lo hacen al PSOE ni a Óscar Puente, quien por cierto ha demostrado cintura suficiente para defenderse, sino a la política misma. Cuando un partido que ha gobernado España recurre a vídeos de miedo y tuits de zoológico, el mensaje que envía es devastador. Feijóo, que tanto presume de seriedad, debería preguntarse si quiere pasar a la historia como el hombre que convirtió al PP en una sucursal de Forocoches. Hay bromas, si es que lo son, que desnudan más que mil discursos.
J.T.


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