Miras estas dos imágenes y entiendes enseguida demasiadas cosas. Este fin de semana de parón liguero por los partidos de la selección española, el estadio de San Mamés acogió un encuentro entre las selecciones de Euskadi y Palestina. Más de cincuenta mil personas de todas las edades acudieron al campo, hubo banderas, y mucha emoción, tras una jornada de fiesta en Bilbao dedicada a manifestar la solidaridad de sus gentes con el sufrimiento de quienes desde hace dos años, víctimas de los ataques israelíes, han perdido a más de setenta mil de sus compatriotas. A muchos no nos importaba el resultado (3-0 ganó Euskadi), lo que conmovía era conocer la existencia de una iniciativa hermosa que enseñó al mundo la capacidad de compromiso y empatía del pueblo vasco a la hora de denunciar injusticas y solidarizarse con los más débiles.
Al día siguiente en Madrid, Florentino Pérez promovió un encuentro de fútbol americano en el Bernabéu de cuyo espanto aún no me he repuesto: los Miami Dolphins contra los Washington Commanders. Casi ochenta mil personas en un acto diseñado a la mayor gloria de un presidente Pérez, cada día más encantado de conocerse, que apareció flanqueado por sus dos acólitos más incondicionales, Almeida y Ayuso, alcalde de la ciudad y presidenta de la Comunidad. Encantados de la vida, ambos contribuyeron a la celebración con una pasta. Ellos no; nosotros.
Mientras en Bilbao la gente se emocionaba y homenajeaba al pueblo palestino, en Madrid se representaba una obra maestra del artificio ¡Qué abismo más grande entre estas dos maneras de entender la vida, entre quienes ven el deporte como un punto de encuentro y quienes lo entienden como una caja registradora, entre quienes poseen una identidad y quienes se la alquilan al mejor postor!
San Mamés enseñó al mundo que todavía queda gente que sabe ponerse del lado correcto de la historia. El Bernabéu dejó claro, a los que andamos pelín despistados con estas cosas, que hay quien está dispuesto a disfrazar de modernidad cualquier marcianada, incluso un espectáculo ajeno que aquí no interesa a casi nadie. Los vascos defendieron el sábado una causa noble y proporcionaron al pueblo palestino el altavoz que necesitan. Los madrileños aprovecharon este fin de semana sin competición liguera para meternos con calzador un elemento más de la cultura del fast food, los Halloween y demás horteradas que los estadounidenses se empeñan en expandir por el mundo.
San Mamés apostó por hacer justicia y comunidad, el Bernabéu por nichos de mercado que nos importan un pimiento. Bilbao evidenció que el deporte es también memoria; en Madrid, prebostes como Florentino prefieren apostar por la anestesia colectiva.
J.T.


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