Cualquier piedra de una iglesia sevillana tiene tres veces más años que el edificio más antiguo de Nueva York. En el casco histórico de la ciudad escasean los sótanos con garaje porque pocos se atreven a meter la pala demasiado profunda cuando construyen, dado el alto índice de probabilidad que existe de encontrarse con algún vestigio milenario que acabe parando la obra. No he conocido nunca mayor reticencia a cualquier tipo de innovación que en Sevilla.
No soy nada sospechoso de no tenerle a los sevillanos y a Sevilla, donde pasé más de catorce estupendos años de mi vida, todo el cariño del mundo. Pero reticentes a los cambios son tela marinera. ¿Que van a tirar el muro de Torneo? Gran pollo mediático y ciudadano. Las fuerzas vivas en pie de guerra con la mosca detrás de la oreja. ¿Más puentes sobre el Guadalquivir, pa qué? ¿Que Moneo y Calatrava quieren meterle mano a la arquitectura de la ciudad? ¡Lagarto, lagarto! ¿Unas setas vanguardistas en plena plaza de la Encarnación? Columnas y columnas de airados plumillas poniendo el grito en el cielo por lo que consideran directamente un sacrilegio. ¿Que pretenden construir una torre más alta que la Giralda? ¡Anatema!
Yo nunca había experimentado este tipo de resistencia a los cambios en ninguna otra ciudad de las que he vivido... hasta este cinco de Enero en Madrid. Confieso que cuando comenzó el lío no lo entendí muy bien: primero fue un extraño revuelo en internet; más tarde supe que una aznarista de pro había escrito un indignado tuit jurándole a Manuela Carmena odio eterno como en su día hiciera Aníbal con Roma ¿La razón? Pues que el traje de Gaspar en la cabalgata de los reyes magos no era, al parecer, políticamente correcto y la hija de la susodicha pepera de Faes le había insinuado a su madre que no se tragaba la bola.
Después llegó el revuelo en las radios: locutores afectos a Moncloa y nostálgicos de Botella poniendo a parir a la alcaldesa por haber osado permitir tamaño tuneado en la puesta en escena de la cabalgata. Editoriales en periódicos, declaraiones de consejeros y concejales del pp madrileño: que si los trajes eran como cortinas de ducha, que si Locomía, que si Ikea, que si las coronas parecían del Burger King... Total, un escándalo.
Así que finalmente no tuve más remedio que interesarme por la dichosa cabalgata y buscar algún video en internet ¿Mi impresión? Que los del pp deben estar o muy aburridos, o muy de los nervios, o las dos cosas: no se puede proporcionar mejor propaganda a una iniciativa municipal por menos precio. No es fácil obtener tanta repercusión ni sacar tanto partido de un modesto guiño a la inteligencia del ciudadano medio. La ciudadanía siempre sabe estar por encima de polémicas artificiales, pierde poco tiempo en provocaciones casposas y suele valorar la imaginación y las ganas de innovar.
El éxito de la Cabalgata 2016 en Madrid ha sido indiscutible y rotundo y quienes se han dedicado a denostarla al final, lo que han hecho, ha sido situar el foco sobre un trabajo atrevido y distinto, y en consecuencia ponerlo en valor. Algo que, estoy seguro, halagará a sus promotores. Ocurrirá como ocurre siempre en Sevilla: al final acabará gustándoles la innovación y querrán apropiarse de su autoría apenas tengan oportunidad. Cuando el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín puso en marcha el proyecto vanguardista de las Setas de la Encarnación, le llovieron descalificaciones y hasta insultos durante meses, yo diría que años. Una vez terminadas las obras Juan Ignacio Zoido, su sucesor en la alcaldía por el pp, no perdía oportunidad de presumir de la iniciativa cada vez que se presentaba la ocasión.
Así son: primero ladran y luego reclaman el aplauso para lo que se puso en marcha a pesar de ellos. En Sevilla, esta manera de funcionar supone en sí misma toda una tradición que, si se me apura, hasta tiene su punto. Pero en la cosmopolita Madrid no es de recibo tanta caspa, y menos por tal nimiedad. No sé qué ocurrirá el año que viene, pero me malicio que si Carmena y su equipo continúan en esa línea, apenas la derecha tenga oportunidad de capitalizar el invento (esperemos que pasen muchos años), lo hará. Y cuando eso suceda, lo que eran horrorosas cortinas de Ikea y cutres coronas del burger king se convertirán en reconocidas apuestas de modernidad cuyo mérito no tendrán ningún pudor en adjudicarse.
J.T.
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