Agotar la paciencia de la ciudadanía nunca sale gratis. La victoria electoral de Mauricio Macri en Argentina tiene algo que ver con eso y la derrota del partido de Nicolás Maduro en Venezuela también. El cansancio, la pérdida de esperanza y la indignación se traducen en voto de castigo apenas te ponen una urna delante, aunque no esté nada claro que eso sea lo que más te conviene. ¿Qué otro mecanismo mental, si no, puede explicar los resultados de Francia? El treinta y cinco por ciento de los jóvenes franceses entre dieciocho y veinticuatro años votó al partido de Marine le Pen. ¿Cómo ha sido eso posible? No votaron la solución, votaron la amenaza, como el cuarenta y tres por ciento de la clase trabajadora, ¿qué está pasando?
No siempre es la cabeza la que manda cuando nos toca adoptar decisiones que determinan nuestro futuro. La mayoría de las veces hay que contar también con el componente pasional: el amor, el odio, la ilusión, el desencanto, la rabia… Por eso, en ciertos momentos, el voto puede significar para muchos ciudadanos una especie de remate de las protestas y las reclamaciones realizadas durante años sin éxito alguno. Un desahogo, un desquite con el que pasar factura a imperdonables, y larguísimos, memoriales de agravios. Pero la papeleta, cuando llega a la urna, ya no funciona solo contra algo o contra alguien sino que se contabiliza irremediablemente, salvo que votemos en blanco, a favor de alguien… y de algo.
¿Consecuencias? Ahí tenemos las de los últimos días: un nefasto alcalde de Buenos Aires premiado con la presidencia de la República Argentina; un torpe Maduro, cuyo cargo estaba claramente por encima de su nivel de competencia, zarandeado el domingo pasado en las urnas venezolanas de manera inmisericorde, y una peligrosa ultraderechista racista y xenófoba como Marine le Pen convertida en la líder de la formación política francesa más votada.
Es trágico que la indignación de tanto agraviado por el abuso de los poderosos acabe cristalizando en el ascenso de amorales y desaprensivos a los puestos de decisión. Que el voto de tanta víctima de injusticias y desigualdades acabe utilizándose justo para potenciar e incrementar aquellos agravios con cuyos responsables se pretendía ajustar cuentas. Es terrible que acabemos metiéndonos nosotros solitos, voto mediante, en la mismísima boca del lobo.
¿Recuerdan? Eso fue justamente lo que hicimos en nuestro país en 2011: castigamos aGuatemala Zetapé por patoso y mentiroso y nos entregamos atados de pies y manos a un Guatepeor Mariano que nos machacó sin piedad durante cuatro interminables años que parece que no van a acabar nunca. Con los votos de bastantes jóvenes, de un buen porcentaje de gente trabajadora y también de muchas personas desempleadas, caímos en las fauces de un caradura aún más metepatas y mentiroso que su predecesor. Un bienmandao de los bancos, de Merkel y la troika que acabó robándonos derechos y libertades cuya recuperación costará bastante esfuerzo y mucho más tiempo del deseable.
Les llevamos cuatro años de ventaja a Argentina, Venezuela o Francia. Cuatro años de nefasta experiencia que por fin acaban el veinte de diciembre. Esta vez una mayoría de ciudadanos españoles creo que tiene motivos más que suficientes para hacer coincidir, a la hora de votar, lo que piensa su cabeza y lo que siente su corazón. ¿O vamos a dejar pasar también esta oportunidad?
J.T.
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