He de confesar que cuando un sondeo electoral fracasa, porque sus vaticinios no coinciden en absoluto con los resultados oficiales el día de la votación, a mí eso me hace feliz. Lo admito. Siempre espero, hasta ahora en vano, que los monumentales fiascos en que se convierten muchas encuestas cuando se abren las urnas deriven alguna vez en la muerte de tan inútil y exasperante costumbre.
Estoy por hacer una encuesta para conocer cuánta gente se fía de las encuestas.
Si tan extendido hábito suele ser casi siempre prescindible en esta ocasión, este veinte de diciembre, despilfarrar cientos de miles de euros para acabar llegando a la conclusión de que un cuarenta por ciento del electorado potencial no sabe aún a quién demonios va a votar cuando solo quedan días para hacerlo, me parece más inútil que nunca.
Que no se hagan encuestas no significa que los demoscópicos se tengan que quedar sin trabajo: está el análisis y la interpretación de los resultados y ahí, a partir del 20-D, me parece que van a tener faena de sobra.
Entre los conceptos más manejados por quienes se dedican a estos menesteres está el conocido “suelo electoral”: el voto fiel, agradecido, incondicional o cautivo con el que cuenta cada formación política y que constituye un impagable número de sufragios que votará siempre a sus representantes aunque estos los defrauden, los humillen, desprecien, engañen… y hasta se rían de ellos en su cara.
Tenemos suelos y tenemos techos. Pero esta vez parece que los techos se han derrumbado y los suelos se resquebrajan peligrosamente. Si esto es así, si como parece probado las nuevas tecnologías –páginas webs, blogs y redes sociales- hacen un trabajo tan eficaz como difícil de cuantificar, si los carteles en las calles son ya un gasto inútil, a los mítines solo van los convencidos y los debates están descafeinados… ¿qué puñetas andamos encuestando?
Tengo para mí que muchos votos de los llamados “indecisos” están decididos hace bastante tiempo. La ciudadanía tiene mucho más claro de lo que nos creemos su voto para el domingo día 20, pero no le da la gana decirlo. Nos enteraremos esa misma noche, y eso está bien.
Por fin una convocatoria electoral con suspense porque, si algo claro se deduce de las encuestas hasta ahora publicadas, es que ninguna de ellas tiene ni idea de lo que puede llegar a pasar.
Tanto los que ganen como los que pierdan van a necesitar amplia y variada ayuda técnica para entender lo que les acabe ocurriendo y actuar en consecuencia. Trabajo a granel para los demoscópicos, de lo que me alegro, y mucho más útil que las encuestas.
J.T.
Estoy por hacer una encuesta para conocer cuánta gente se fía de las encuestas.
Si tan extendido hábito suele ser casi siempre prescindible en esta ocasión, este veinte de diciembre, despilfarrar cientos de miles de euros para acabar llegando a la conclusión de que un cuarenta por ciento del electorado potencial no sabe aún a quién demonios va a votar cuando solo quedan días para hacerlo, me parece más inútil que nunca.
Que no se hagan encuestas no significa que los demoscópicos se tengan que quedar sin trabajo: está el análisis y la interpretación de los resultados y ahí, a partir del 20-D, me parece que van a tener faena de sobra.
Entre los conceptos más manejados por quienes se dedican a estos menesteres está el conocido “suelo electoral”: el voto fiel, agradecido, incondicional o cautivo con el que cuenta cada formación política y que constituye un impagable número de sufragios que votará siempre a sus representantes aunque estos los defrauden, los humillen, desprecien, engañen… y hasta se rían de ellos en su cara.
Tenemos suelos y tenemos techos. Pero esta vez parece que los techos se han derrumbado y los suelos se resquebrajan peligrosamente. Si esto es así, si como parece probado las nuevas tecnologías –páginas webs, blogs y redes sociales- hacen un trabajo tan eficaz como difícil de cuantificar, si los carteles en las calles son ya un gasto inútil, a los mítines solo van los convencidos y los debates están descafeinados… ¿qué puñetas andamos encuestando?
Tengo para mí que muchos votos de los llamados “indecisos” están decididos hace bastante tiempo. La ciudadanía tiene mucho más claro de lo que nos creemos su voto para el domingo día 20, pero no le da la gana decirlo. Nos enteraremos esa misma noche, y eso está bien.
Por fin una convocatoria electoral con suspense porque, si algo claro se deduce de las encuestas hasta ahora publicadas, es que ninguna de ellas tiene ni idea de lo que puede llegar a pasar.
Tanto los que ganen como los que pierdan van a necesitar amplia y variada ayuda técnica para entender lo que les acabe ocurriendo y actuar en consecuencia. Trabajo a granel para los demoscópicos, de lo que me alegro, y mucho más útil que las encuestas.
J.T.
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