Éramos pobres, pero ellos eran más pobres todavía. Eran "nuestros pobres": La "Muda", cargada de hijos y de moratones cuyo autor, su marido, claro, tenía como única ocupación arrear los caballos del coche fúnebre cada vez que alguien del pueblo pasaba a mejor vida; Ramona, una viuda mayor cuya sonrisa de agradecimiento al recibir la limosna nunca se me olvidará; el "Matamoros", un entrañable anciano, impedido, que debía su apodo a haber estado combatiendo en Marruecos...
Por la noche, década de los cincuenta, primeros sesenta, en mi remoto pueblo de la Alpujarra almeriense escuchábamos Radio Intercontinental, Pepe Iglesias "El Zorro", Matilde, Perico y Periquín... y en la Ser "Ustedes son formidables", un programa de incuestionable éxito cuya sintonía eran los primeros compases del cuarto movimiento de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorak. Lo conducía un monstruo de la radio, Alberto Oliveras, tan eficaz en su trabajo como inconsecuente -al menos así me lo pareció a mi siempre- entre lo que predicaba y lo que practicaba.
Primero se presentaba el caso: alguien que necesitaba unas simples muletas para caminar, o dinero para ser operado de un tumor, o muebles por haber sido víctimas de una inundación... Se abrían los teléfonos y gente a la que en muchos casos le faltaba para cubrir sus necesidades más primarias se desprendía de unas cuantas pesetas entre lágrimas, emoción y aplausos, y se comprometía a ingresarlas en la cuenta de "Ustedes son formidables".
Caridad, beneficencia, compasión. Ese era el mundo que, desde hace ya un par de décadas largas, habíamos dejado atrás hasta la reciente aparición de bochornosos programas en la televisión pública afortunadamente eliminados ya de la parrilla. Pero no, parece que volvemos: Overbooking en los comedores sociales; caridad, no derechos; limosnas, no posibilidades de tener trabajo; favores, no conquistas sociales.
La Red Europea de Lucha contra la Pobreza calcula que hay más de trece millones y medio de personas en riesgo de pobreza y exclusión en España en estos momentos. En un año se han sumado más de ochocientas mil personas a este grupo de exclusión; más de un treinta y cinco por ciento de los menores de edad en nuestro país se encuentran en riesgo de pobreza; de cada cien personas con empleo son ya catorce quienes, ni trabajando, consiguen salir del umbral de la pobreza dada la miseria de sueldos que cobran...
El programa de Alberto Oliveras resolvía problemas que tenía que resolver el Estado, pero el Estado estaba, como parece que vuelve a estar, más interesado en blindar los privilegios de los poderosos que por ocuparse de los problemas de los más desfavorecidos.
Los ricos, para sentirse verdaderamente ricos, han de mantener "sus pobres" a los que graciosamente socorrer para así poder garantizarse que los tienen pillados por los huevos, serviles y agradecidos.
Que el fantasma del programa de Alberto Oliveras vuelva a planear sobre nuestras cabezas -lo que significa que los pobres volvemos a ayudarnos los unos a los otros mientras los ricos nos sacan la sangre- es un trágico síntoma de que no sólo vamos para atrás como los cangrejos, sino de que quienes últimamente han estado a cargo del chiringuito nunca tuvieron interés alguno en que las cosas fueran mejor. Hasta que ha llegado el momento de pedir el voto. Y ahora, sin pudor alguno, vuelven a salir de sus cuarteles a cazar incautos prometiendo, mintiendo y asegurando, sin que se les caiga la cara de vergüenza, que las cosas están empezando a mejorar .¿Será posible que les vuelva a funcionar el timo de la estampita? "Ustedes son formidables", decía Oliveras. Lo que somos es gilipollas.
J.T.
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