Que al estafador la jugada le saliera bien y que tras el timo estuviera ni más ni menos que la extradición de un ladrón español que había sido director general de la Guardia Civil y a quien el gobierno de su país quería apresar vivo o muerto donde quiera que estuviera, refuerza la impresión de estar presenciando la historia de un guionista y un director propietarios de una imaginación prodigiosa. La tienen, pero aquí no les hizo falta: el relato está basado en hechos completamente reales.
Ese guión hace ya más de veinte años que figura, marcado a fuego para siempre, en la historia de España. En el transcurrir de unos años negros y trepidantes en los que cada mañana nos desayunábamos con historias de policías y ladrones, a cuál más inquietante y escandalosa. No es que se pueda decir que hayamos mejorado mucho con el paso del tiempo, pero lo que Alberto Rodríguez, director de "El hombre de las mil caras", nos cuenta que ocurría en la España de los noventa ayuda a entender muchas cosas de las que aún continúan sucediendo en 2016. "Thriller de tramposos e impostores", lo ha subtitulado.
Aunque se presenta este sábado 17 en el Festival de Cine de San Sebastián, he tenido el privilegio de haber visto ya la película, basada en un libro de mi amigo Manuel Cerdán cuya primera edición se publicó hace diez años, y me alegro por dos cosas: por lo que significa de reconocimiento al documentado trabajo de mi viejo colega y porque creo que es bueno que la historia de Roldán y Paesa no se olvide jamás. Todo lo que se narra en el film es sobradamente conocido, la fuga de Roldán cuando iba a ser llamado a declarar, su misteriosa reaparición tras diez meses en paradero desconocido, el papel que jugó el ex espía Paesa durante el tiempo en que el ex director general de la Guardia Civil anduvo desaparecido, la rocambolesca entrega-detención del prófugo en el aeropuerto de Bangkok, capital de Tailandia, el doble juego del hombre de las mil caras, que por un lado engaña a Roldán y se apropia del dinero que éste había acumulado procedente de comisiones ilegales de obras y de fondos reservados (1.500 millones de pesetas) y por otro le cobra 300 millones más a Belloch, ministro de Interior y Justicia con Felipe González, a cambio de traicionar a su protegido...
Es conocido, sí, que el famoso sinvergüenza Francisco Paesa, a quien en la película da vida el actor Eduard Fernández, nunca pisó la cárcel y que llegó incluso a simular una muerte falsa pero aún así, el trepidante ritmo con el que está contada la historia hace que nos vuelva a interesar casi como si no la conociéramos. Aquellos acontecimientos ocuparon decenas de primeras páginas en los periódicos españoles y extranjeros, y abrieron muchos informativos de radio y televisión. Los seguimos durante meses, durante años incluso, incrédulos y escandalizados. Ahora, al verlos resumidos en una película de dos horas, parece como si fuera imposible que todo eso hubiera podido llegar a suceder.
Sorprende constatar, por mucho que conozcamos la historia, que con la manera chapucera de desenvolverse que tenía Paesa, éste fuese capaz de tener en vilo a todo un país durante casi un año dejando además en ridículo a los servicios secretos españoles, al gobierno y a las fuerzas de seguridad del Estado. Roldán nunca estuvo en Laos, pero Paesa nos hizo creer a todos, empezando por el gobierno español, que era ese país quien lo extraditaba y accedía a entregar al fugado en el aeropuerto de la capital de Thailandia, cuando en realidad mercenarios pagados por Paesa lo tenían escondido en un barrio de París. Nos hizo creer que un falso militar laosiano al que bautizó como capitán Khan -pitorreo puro- en homenaje a un célebre personaje televisivo de los programas infantiles de los sesenta llamado el capitán Tan, estaba al frente de la operación: en realidad se trataba de un conocido suyo, cocinero vietnamita en París, al que pagó por prestarse al juego. Y redondeó la faena porque contaba con la fidelidad de un piloto aéreo, que fue quien trasladó a Roldán (Carlos Santos) hasta Bangkok con documentación falsa. Piloto que en la ficción encarna José Coronado y bajo cuyo punto de vista está contada la historia.
El guión de Cobos y Rodríguez, que como ya hemos dicho no se ajusta a la realidad en todos sus detalles, transmite sin embargo con mucha fidelidad la atmósfera del momento y el ambiente en el que se movían los personajes. A Cerdán, autor del libro en el que se inspiran, le parece bien el trabajo resultante. A los extranjeros y a quienes por edad no conozcan la historia de aquellos dos pícaros españoles de finales del siglo veinte llamados Roldán y Paesa, este nuevo trabajo de Alberto Rodríguez, como siempre ocurre con las películas del director andaluz, les permitirá aprender y ayudará a pensar.
J.T.
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