martes, 30 de julio de 2013

Vacaciones de verano, ¿para quién?


El día treinta y uno te despedías de muchos compañeros, que se marchaban en agosto de vacaciones, y el día uno besabas y abrazabas a los que volvían, que llegaban todo relajados y lustrosos. Durante los desayunos y los pasilleos de ese día y los siguientes te enterabas de lo bonito que estaba Praga o te empapabas, nunca mejor dicho, de fotos y detalles de las cataratas del Iguazú.

Mi costumbre de no hacer vacaciones por estas fechas me ha llevado a vivir variados momentos como los que acabo de contar. Toda una sabrosa liturgia en épocas de vino y rosas. Por lo general la gente tenía una cosa llamada trabajo fijo, el concepto "ere" no había aparecido en el horizonte -por lo que ni siquiera existía tal término- y en las empresas periodísticas, que son las que mejor conozco, el becario que llegaba en julio era becario, y no sustituto explotado, y en los medios de comunicación aún mandaban los periodistas, no los gerentes.

Pronto llegaron los contratos por obra, promovidos por cierto por un ministro, entonces socialista, llamado Boyer; se oteaba en el horizonte la aparición de los contratos basura y algunos desmanes más, pero la gente todavía solía contar con las vacaciones como parte de la rutina familiar y laboral. Ahora, para quien todavía pueda hacerlo, empieza a resultar arriesgado planificar cualquier descanso con demasiado tiempo de antelación.

Las últimas tropelías en materia de legislación laboral, y la torticera aplicación que los empresarios se han apresurado a hacer de ella, han llevado a muchos trabajadores a no diseñar ya demasiados planes a largo plazo. Ahora casi nadie sabe qué va a ser de su vida no el año que viene, sino ni siquiera dentro de seis meses. ¿Cerrará la empresa? ¿Me echarán? ¿Harán otro ere? ¿Me bajarán el sueldo?

Miles de empresas donde se producían esos entrañables relevos vacacionales de julio y agosto ya no existen. Muchas de las que quedan en pie han metido tales tijeretazos, gracias a la reforma laboral, que las plantillas se han quedado esqueléticas, desmotivadas, con los sueldos rebajados y con el miedo metido en el cuerpo.

España iba a cambiar tanto que no la iba a reconocer ni la madre que la parió, dijo alguna vez alguien. Creo que el autor de esta frase no se podía imaginar que ese cambio iba a ir por donde ha ido: Casi seis de cada diez jóvenes, en paro -de los jóvenes que quedan aquí, porque decenas de miles se han marchado ya fuera del país. Seis millones de personas que, queriendo y pudiendo trabajar, no encuentran el modo de hacerlo. Decenas de miles de trabajadores obligados a darse de alta en autónomos para continuar haciendo el mismo trabajo que hacían pero ya como proveedores y facturando, es decir, cobrando mucho menos por lo mismo que hacías antes y buscándote tú la vida con hacienda y la Seguridad Social. ¡Ah! y allá tú si te tomas vacaciones...

Es verdad que este miércoles y este jueves las carreteras y los aeropuertos vuelven a un trasiego muy por encima de lo habitual.  Pero mucho me temo que en los maleteros de los coches y en las mochilas de las estaciones va metido mucho menos optimismo que en otras épocas. Nos han hecho más pobres, más indefensos, menos seguros. Han quitado un buen bocado de protección a los jubilados y muchas esperanzas a los más jóvenes...

Y el figura que ha perpetrado todo esto en tan sólo dieciocho meses, el responsable máximo del desaguisado, es quien comparece este jueves para contarnos que la cosa mejora que es un primor, que nos espera un estupendo futuro y para negar, antes que cante el gallo, a su correligionario y otrora amigo Bárcenas tres y tres mil veces si es necesario.

En aquellas empresas que aún no han cerrado, este uno de agosto no creo que se hable de Praga ni del Iguazú: quizás sintonicen la tele o la radio para ver qué cuenta el elemento. El millón de familias que ya tiene a todos sus miembros en paro estarán en casa, así que de ellas no se va a librar tampoco. Ni de los que estén en la carretera, que para eso existe la radio. Hay expectación, por mucho uno de agosto que sea.

J.T.

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