domingo, 10 de marzo de 2013

La rentabilidad de la sumisión

Nicolás Maduro

Desayunaba yo el pasado 9 de diciembre en un bar de El Pedroso antes de iniciar una caminata de seis horas por los senderos de la sierra norte sevillana cuando en la tele apareció de pronto un contrito Hugo Chávez que se expresaba con sobrecogedora determinación. La frase que pronunció y que a continuación reproduzco me permitió deducir que la enfermedad que sufría el presidente venezolano le había condenado ya a muerte de manera irremediable:

"Si se presentara alguna circunstancia -dijo textualmente Chávez- que me inhabilitara para continuar al frente de la presidencia, Maduro debe concluir. Mi opinión firme, absoluta, total, irrevocable es que en ese escenario, ustedes elijan a Nicolás Maduro como nuevo presidente de Venezuela".

Quién era Nicolás Maduro? Mi imperdonable ignorancia me había impedido hasta ese mismo instante conocer el nombre y el apellido de quien, justo tres meses más tarde, ante el féretro de Chávez, juraría el cargo de presidente encargado de Venezuela saltándose la legalidad vigente y comprometiéndose a celebrar elecciones antes del próximo 14 de abril. Allí, en El Pedroso, a punto de dar buena cuenta de una jugosa jornada de senderismo, yo estaba escuchando por primera vez el nombre de Nicolás Maduro.

Cuáles podían ser los méritos, me pregunté aquel día y continúo preguntándome hoy, de un hombre de 50 años que no terminó el bachiller, conductor en su juventud del metro de Caracas, guitarrista en un grupo de rock y guardaespaldas de Pablo Milanés para llegar donde ha llegado?

No creo equivocarme mucho si me aventuro a plantear que entre las virtudes de tan afortunado sucesor deben estar la habilidad para pasar desapercibido, el arte para no decir nunca nada que le pudiera molestar mínimamente al sacrosanto líder, el estómago suficiente para digerir sin inmutarse cualquier exabrupto de su bienamado, la capacidad de aguante, de permanecer en silencio, de no manifestar nunca ninguna idea propia, o mejor, saber expresar como propias justo las ideas que el líder esperaba que expresara.

¡Cuantos Nicolases Maduros debe haber en la política mundial, en el mundo de las grandes empresas, en el de las instituciones, incluso en el de las oenegés o simplemente allá donde se junten más de tres personas y sólo uno de ellas tenga el poder!

Cuando escuché por primera vez el nombre de Nicolás Maduro en boca de quien había decidido delegar en él el producto de su obra de 14 años, acudí rápidamente a documentarme y comprobé que había presidido la Asamblea Nacional y ocupado la cartera de Exteriores antes de llegar a la vicepresidencia. Maduro estuvo siempre en el lugar adecuado en el momento adecuado y supo utilizar para prosperar un arma que muchos llaman discreción o inteligencia y que a mí me parece que se parece bastante más a la sumisión.

Buena parte de la historia de la humanidad la han escrito centenares, miles de sumisos que supieron esperar su oportunidad agazapados y silenciosos. Pero como nos recuerda este domingo Mario Vargas Llosa, "los caudillos no dejan herederos" y nadie a la vera de Stalin, Trujillo o Perón, por ejemplo, fue capaz de perpetuar sus respectivos legados. Es verdad que a la vera de Franco creció durante muchos años un joven callado y discreto, en el que el dictador acabó poniendo todas sus esperanzas y complacencias, y que al final parece que le salió rana. O quizás tampoco tanto.

J.T.

1 comentario:

  1. Juan últimamente estás "sembrado". Genial descripción de esa sumisión que ha traído al mundo justo aquí, donde estamos. Felicidades por el post.

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