lunes, 24 de noviembre de 2025

Doce cosas que un periodista no debe hacer jamás



1. Ponerse de perfil. El periodismo neutral no existe. Existe el periodismo honesto.


2. Chantajear para obtener una información.


3. Acudir a una rueda de prensa donde no se admitan preguntas. Entre otras cosas  porque entonces ya no será una rueda de prensa.


4. No hacer la pregunta que sabes que tienes que hacer por miedo a represalias o a la ira del entrevistado.


5. Aceptar que las personas o instituciones sobre las que has de informar se hagan cargo de tus gastos de desplazamiento u hotel.


6. Hablar de oído sin documentarse ni verificar.


7. Dejarse tentar por la vanidad. Eres quien eres porque trabajas donde trabajas, publicas y llevas a cabo un trabajo. Sin los medios y la infraestructura en la que te apoyas, no serías nada.


8. Ser amigo de los políticos, o de los futbolistas si te dedicas a la información deportiva, o de los directores de cine si haces crítica cinematográfica. Ellos en su sitio; tú en el tuyo.


9. Adoptar la jerga que usan las personas sobre las que informas, ya sea una religión, una institución militar, boy scouts o una marca de electrodomésticos. Se habla y se escribe para informar de lo que pasa, no para promocionar nada.


10. Desperdiciar el tiempo que se debe dedicar a investigar y buscar información propia interviniendo en tertulias de radio o de tele. No a la todología!


11. Olvidar que nuestra situación es un privilegio; que el acceso a los protagonistas lo tenemos en nombre de todos. Representamos a quienes no están y quieren saber, así que nuestra obligación es ser los ojos y los oídos de nuestros lectores, transmitirles lo que vemos y oímos con la mayor fidelidad posible. 


12. Olvidar que los premios son un arma de doble filo. Entiendo que cueste no aceptarlos, pero sé de muchos que desde que recogieron según que galardón o recibieron según que nombramiento vieron mermado para siempre su margen de maniobra profesional.


Y para acabar, dos cosas más:


- Tus jefes te valorarán -y respetarán- solo si tienes criterio propio y lo defiendes; si te limitas a cumplir sus órdenes e instrucciones a rajatabla como si fueras un mercenario, te despreciarán. 


- El periodista es testigo, nunca protagonista.


J.T.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Algo importante se quedó sin hacer


¿Sería mucho pedir que esta semana que entra nos dejaran respirar un poco? No sé a ustedes, pero a mí los días pasados me han dejado exhausto: Mazón exasperándonos a todos (un poquito más si cabe) durante su comparecencia en el Congreso, a Ábalos le piden 24 años de prisión, a Cerdán lo sacan de la cárcel, la cúpula del PP almeriense es detenida por presunta corrupción, se conmemora el cincuenta aniversario de la muerte de Franco, el Tribunal Supremo adelanta ese mismo día el fallo condenatorio al fiscal general del Estado sin haber redactado aún la sentencia, los actos de la llegada de la monarquía se celebran sin la presencia de Juan Carlos porque nadie sabe cómo gestionar esa patata caliente…


A alguien debe parecerle que cincuenta años sin volver a liarla son ya muchos porque en unas fechas que debían tenernos a todos relativamente relajados nos mantienen en cambio inquietos cuando no cabreados y desesperados a tenor de un clima político, jurídico y periodístico cada día más antipático e irrespirable. ¿A quién beneficia esta atmósfera tensa y encanallada? 


Visto como mero espectador, el espectáculo produce vergüenza ajena, así que imagino que visto desde el extranjero debe parecer una ópera bufa. Jueces contra fiscales, periodistas contra políticos, políticos contra periodistas, un jefe de la oposición que cada vez que abre la boca sube el pan, un defraudador confeso, novio de una presidenta autonómica, cantando victoria porque le ha ganado un pulso al fiscal general.


Mientras esperamos conocer la redacción de la sentencia, los fundamentos de derecho por los que se condena a García Ortiz, el esperpento avanza y el guión diseñado por los crispadores sigue su camino. Frotándose las manos están, porque ahora toca ocuparse de la mujer y el hermano del presidente del Gobierno, igualmente encausados de manera absurda y cuyas sentencias, me temo, volverán a ser un insulto al sentido común. 


Se están burlando de todos nosotros en vivo y en directo con impunidad y alevosía. Y estamos siendo derrotados, porque la sentencia del Tribunal Supremo contra el fiscal general del Estado es una derrota colectiva. Yo creo que perdemos todos, incluso los que se creen que ganan. Resulta muy pesado lidiar con todo esto; en la España moderna y desarrollada donde vivimos, en la Europa de 2025, es una vergüenza que nuestra justicia haya decidido parecerse a la de según qué países latinoamericanos. 


El magistrado emérito José Antonio Martín Pallín sostiene que el fallo contra García Ortiz es lo más parecido al golpe de Estado contra Lula, Dilma Rousseff, Evo Morales o Rafael Correa y a mí me parece que tiene razón. Solo falta que la ultraderecha gane aquí las elecciones y así, quienes embutidos en sus togas practican el lawfare contra cargos de confianza y familiares del presidente del ejecutivo acaben, como ocurrió con el juez Sergio Moro en Brasil, formando parte del gobierno de nuestro Bolsonaro particular. 


Algo importante se ha quedado sin hacer en estos cincuenta años. Demasiadas puertas se cerraron en falso. Hacer limpieza a medias es dejar la casa sucia. Tanta chapuza, tanto remiendo y roto mal cosido, tanto tacto para no herir sensibilidades de quienes no se merecían ninguna consideración son las que han acabado desembocando en esta especie de distopía de la que no conseguimos zafarnos. El PSOE pudo cerrar el franquismo en 1983 ó 1985 con cuatro o cinco medidas, reconocía Iñaki Gabilondo hace unos días. Ellos sabrán por qué no lo hicieron, pero no se hizo y los devotos de la dictadura volvieron a recuperar músculo.


Esta semana, esperemos, conoceremos en qué se han basado los jueces para condenar al fiscal general. Mucho me temo que los argumentos estarán cogidos con papel de fumar. La sentencia se recurrirá y probablemente se revoque pero el daño ya estará hecho. Hay quienes sostienen que tanto descaro se puede volver en contra de los descarados. Para Soledad Gallego Díaz, el PP podría salir perjudicado de todo esto y según Máximo Pradera, la fachosfera podría estar incubando el germen de una gran movilización de izquierdas. Con un establishment tan cerrado, hostil y dispuesto a torcer las reglas, afirma, el personal acabará diciendo más pronto que tarde hasta aquí hemos llegado.

 

Alabo el optimismo de quienes lo ven así, pero de momento quienes nos llevan al paso que quieren son los enemigos de la convivencia en paz. Como decía más arriba, cincuenta años sin liarla parda les debe parecer ya demasiado tiempo. A ver esta semana que entra qué tal se nos da.


J.T.

sábado, 22 de noviembre de 2025

Tellado el provocador



La intervención este viernes de Miguel Tellado en “La Hora de la 1” de TVE no podemos dejarla pasar sin más. Grosero, provocador y agresivo, parecía resuelto a sacar de sus casillas a Silvia Intxaurrondo como fuera, así que a medida que transcurrían los minutos y no conseguía su objetivo, el secretario general del PP incrementaba su dosis de insolencia y desafío.


Acusó de “manipulación”, habló de “golpismo judicial”, se quejó de la “utilización política de los medios públicos”, y lo hizo olvidando todo el tiempo un pequeño detalle: ningún dirigente de izquierdas podría a día de hoy expresarse así en una televisión autonómica gobernada por el PP, entre otras cosas porque es muy posible que careciera de tal oportunidad.


Los ataques de los populares a RTVE son todo un ejercicio de estrategia política cuya intención es intentar desacreditar al medio público e ir preparando el terreno para la escabechina que piensan consumar apenas tengan la oportunidad. Ya se sabe, la única duda es si entrarán con motosierra o con lanzallamas. 


Este viernes Miguel Tellado estaba aplicando la hoja de ruta tan habitual ya entre las derechas ultras y las ultraderechas de todo el mundo con Trump a la cabeza: convertir al periodista en enemigo y la desinformación en práctica habitual. Además de condicionar el debate, lo que buscan es instalar la narrativa de “ellos contra nosotros” y, en nuestro caso, impedir que la televisión pública les plantee preguntas incómodas. Si criticas su gestión o le pides aclaraciones sobre testimonios confusos, acto seguido te acusarán de parcialidad y no desaprovecharán para intentar intimidar, amedrentar y, por qué no, amenazar llegado el caso. 


Mientras nuestro iracundo personaje se empeñaba en construir un relato de victimismo para su partido, la periodista mantenía la calma, contestaba con educación y repreguntaba con serenidad. Sus réplicas -“Interesantísima su opinión, la anoto, por supuesto”, desarmaban los ataques del dirigente pepero y mostraban a la audiencia que existe manera de mantener la calma frente a la violencia verbal y continuar con tu trabajo periodístico.


Intxaurrondo no cedió al marco que Tellado trataba de imponer, negó con firmeza haber usado términos como “golpismo judicial” y mantuvo sus preguntas incómodas sobre la Sala Segunda del Supremo y los chats de Ignacio Cosidó. En cada intervención dejaba claro que su papel no es ser la voz de nadie, sino hacer cumplir el derecho del ciudadano a estar lo mejor informado posible. Mientras exista un periodismo así y haya quien lo practique, no todo estará perdido.


Es una cuestión de higiene democrática que el periodismo no deje nunca de ser incómodo, que cuestione por sistema y no se someta jamás a la lógica de los partidos. Necesitamos medios públicos capaces de resistir la presión política, proteger la pluralidad informativa.Y profesionales que puedan hacer su trabajo con tranquilidad sin el constante aliento de los intolerantes en la nuca. En la medida en que menos les guste a los políticos su trabajo, mejor lo estarán haciendo.


J.T.


viernes, 21 de noviembre de 2025

Guerracivilista Ayuso



Isabel Díaz Ayuso ha vuelto a convertir una comparecencia en un ejercicio de agitación política. Tras la condena del fiscal general del Estado por parte del Supremo, la “declaración institucional” este viernes de la presidenta de la Comunidad de Madrid no parecía precisamente buscar calma, ni prudencia, ni respeto institucional. Ha buscado, una vez más, incendiar los ánimos para a continuación presentarse como bombera. Su discurso ha sido la recreación de un país al borde de una nueva guerra civil, una exageración calculada para reforzar la idea de que España vive bajo una dictadura mientras que ella, en cambio, representa la libertad.


Calificar de “guerracivilista” la situación actual mientras ella es quien más la empuja hacia ese precipicio es profundamente irresponsable. Muchos juristas llevan meses advirtiendo del peligro que supone convertir la política en un ring donde cada palabra sea un golpe bajo. Lo que Ayuso denuncia como clima de crispación es exactamente lo que ella propicia cada vez que abre la boca. Ese doble juego degrada el debate público y golpea directamente la convivencia entre ciudadanos que, hasta que ella llega con su megáfono, no estábamos en guerra con nadie.


La presidenta madrileña ha tenido el cuajo incluso de afirmar que “el presidente del Gobierno ha decidido dinamitar la separación de poderes”, que “no es el fiscal general del Estado, sino Pedro Sánchez quien se ha sentado en el banquillo” y que en España solo puede ganar “la autocracia o la libertad” ¿Qué tipo de convivencia puede florecer cuando se dibuja así al adversario político? El tono de la presidenta madrileña erosiona y desestabiliza, ese no es el camino.


Ese veneno cae, siempre, hacia abajo: divide familias, enfrenta compañeros de trabajo, alimenta bulos y normaliza insultos. Es un flaco favor, un daño social gigantesco disfrazado de épica libertaria. En el caso García Ortiz, Ayuso insiste en señalar a Sánchez como cerebro de una conspiración cuando el origen de la erosión institucional está precisamente en quienes, como ella y su equipo, llevan años utilizando la justicia como arma política. 


Con su retórica de “ellos contra nosotros”, Ayuso destruye puentes, levanta muros y convierte la política en un duelo permanente. Habla de libertad mientras dinamita cualquier posibilidad de convivencia pacífica, de justicia mientras empuja a la ciudadanía hacia un clima de sospecha mutua. Habla de España mientras la divide en dos bandos irreconciliables.


Si este país quiere avanzar, necesita menos incendios verbales y más responsabilidad institucional. Menos guerra imaginaria y más democracia real. Menos Ayuso en modo trinchera y más políticos capaces de dejar de pelear y dedicarse a gobernar, que es para lo que los elegimos. Necesitamos vivir en paz pero Ayuso, cada vez que habla, lo pone un poco más difícil.


J.T.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Una sentencia judicial con la que perdemos todos


La sentencia del Tribunal Supremo contra el fiscal general del Estado es una derrota colectiva. Perdemos todos y no gana nadie. Calificar de “fallo histórico” o “bombazo jurídico” la  humillante multa y la vejatoria inhabilitación de dos años a que ha sido condenado Álvaro García Ortiz es quedarse muy corto.


Hago mías las palabras del magistrado emérito José Antonio Martín Pallín: “El fallo es lo más parecido al golpe de Estado contra Lula, Dilma Rousseff, Evo Morales o Rafael Correa”. El modus operandi es muy similar, y no olvidemos que Sergio Moro, el juez brasileño que llevó a Lula a prisión, acabó de ministro de Justicia de Bolsonaro. No digo ná y lo digo tó.


La sentencia completa tardaremos unos días en conocerla, pero el fallo ya se ha hecho público, certificando lo que nos temíamos, que el juicio iba a ser un paripé porque, con una mayoría conservadora en el tribunal, la absolución era difícilmente contemplable. Para más inri, se da a conocer hoy 20 de noviembre, cincuenta aniversario de la muerte del dictador. 


Ya no hace falta ejército para torcer la voluntad democrática: basta un puñado de jueces, fiscales, policías y periodistas para poner en solfa el resultado de lo que decidimos en las urnas. Son una minoría articulada en torno a un mismo proyecto desestabilizador. Las togas han apostado de nuevo por el esperpento, como cuando no hace demasiado tiempo decidieron encarcelar a nueve políticos catalanes en penales donde se vieron obligados a perder cuatro años de sus vidas: solo por pensar diferente, por defender sus ideas independentistas, por hacer posible que la ciudadanía votara y expresara su opinión.


Hoy el Supremo  ha homenajeado al dictador, ¿cómo respetar a la justicia cuando esta se empeña en que no la respetes? Iñaki Gabilondo sostiene este jueves en La Vanguardia que el PSOE pudo cerrar el franquismo en 1983 ó 1985 con cuatro o cinco medidas, pero llegó un día en que esos sectores cogieron más músculo”. Exacto. Se les dejó crecer, se les dejó consolidar territorio. Y así andamos nada menos que medio siglo después del 20N, hechos unos zorros.


Hay demasiados jueces que actúan movidos por impulsos políticos, se encarga de recordadnos de vez en cuando Baltasar Garzón, víctima en su día de la persecución de sus propios compañeros. En resumen, que una vez más toca trabajar y pelear para que los mecanismos democráticos que marcan nuestra convivencia se impongan a tanta reminiscencia franquista como se empeña en continuar presente en nuestras vidas.


J.T.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

¡Qué hartazgo de corrupción!


Por mucho que las derechas sean tramposas, mentirosas y corruptas, a ningún partido que diga ser de izquierdas se le puede permitir actuar con esos mismos registros. Mientras entre los socialistas haya quien robe, este partido carecerá de autoridad moral para proclamarse de izquierdas. Ser de izquierdas obliga a ser decente. 


La corrupción en España tiene que dejar de ser una constante histórica que se regenera como una hidra a la que nunca hay manera de cortarle todas las cabezas. Llevamos décadas contemplando el mismo espectáculo, con los mismos actores, cambiando únicamente el color de la camiseta. Desde los años ochenta hasta hoy, el bipartidismo (y adláteres) ha caminado siempre con un pie en la institución y otro en la tentación a la que no parecen hacerle muchos asquitos a la hora de sucumbir.


Ya en los años ochenta del siglo pasado, aquel impoluto PSOE que prometió cambiar las cosas se metió de lleno en el fango con casos como Filesa o Ibercorp. Del lado popular la lista es kilométrica: Gürtel, Púnica, Lezo, Taula, Brugal, los papeles de la caja B… Por no hablar del tres por ciento de Convergència en Catalunya. Cuarenta años repitiendo los mismos patrones. Todo una manera de funcionar, nada de “unas cuantas manzanas podridas”, porque se trata de algo sistémico.


Socialistas y populares se suelen insultar los unos a los otros afeándose todo tipo de transgresiones de la ley, y el común de los mortales andamos muy hartos de tanta indecencia. Estos días los titulares hablan del caso Koldo, que afecta a los dos hombres de mayor confianza en su día de Sánchez, José Luis Ábalos  y Santos Cerdán, este último hoy en libertad tras cinco meses de prisión preventiva. Y en el PP, las detenciones del presidente y el vicepresidente de la Diputación de Almería y del alcalde de un pueblo de la provincia aumentan la lista de escándalos del partido que todavía preside Feijóo.


El sistema de contratación pública español es un buffet libre para quien ocupa el cargo adecuado y conoce a la empresa adecuada, y ese es el problema que nadie corta de raíz. Mientras un político pueda decidir quién gana un contrato, y un empresario sepa que “conviene llevarse bien” con quien firma, habrá corrupción en el bipartidismo (y adláteres). Da igual la generación. Da igual el discurso regenerador. El mecanismo es el mismo porque la tentación es mucha y el control escaso.

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Seguimos padeciendo escándalos porque la corrupción es rentable, rápida y, en demasiadas ocasiones, sin consecuencias reales para quienes se benefician de ella. Ninguno de los dos grandes partidos ha tenido jamás la voluntad de desmontar el tinglado que les ha dado financiación, poder territorial, favores cruzados y lealtades interesadas durante décadas.


¿Se puede parar esta inercia? Sí. ¿Lo van a hacer quienes viven de ella? Lo dudo. Y mientras nadie corte de raíz la relación directa entre el político que adjudica y el empresario que cobra, mientras no exista un muro infranqueable entre uno y otro y no haya supervisión independiente y automática seguiremos como hasta ahora: con escándalos viejos, escándalos nuevos y un país entero preguntándose cómo es posible que no consigamos acabar con los sinvergüenzas.


J.T.

martes, 18 de noviembre de 2025

Juan Carlos y el aniversario de Franco: entre la historia que pudo ser y la que él mismo arruinó


El debate sobre si Juan Carlos de Borbón debería aparecer en los actos por el 50º aniversario de la muerte de Franco dice más de España que de él. A estas alturas, insistir en rescatar al rey emérito del rincón borroso de la historia en que él mismo se ha metido es un ejercicio de nostalgia mal entendida. Pero aun así, hay quien sigue empeñado en vestirlo de símbolo democrático, ignorando décadas de sombras que ya nadie puede esconder bajo de la alfombra.


Los defensores de su presencia se aferran a ese relato oficial que lleva repitiéndose medio siglo: “el rey que trajo la democracia”. El historiador Charles Powell, uno de los intérpretes más amables con su figura, escribió hace años que Juan Carlos “facilitó” la transición política, aunque sin exagerar su papel porque “las fuerzas del cambio venían de la sociedad española”. Santos Juliá fue claro: “La democracia no la trajo el rey, sino los ciudadanos que la conquistaron”. Pero esta frase, que debería estar grabada en mármol, sigue siendo ignorada por quienes se empeñan en convertir al emérito en un héroe a la fuerza.


Desde sectores conservadores se insiste en mantenerlo en el canon institucional. El PP defendió hace poco una moción para reafirmar su papel “determinante” en la Transición. Su relato sigue siendo el de 1978, como si nada hubiera pasado desde entonces y el tiempo se hubiera congelado antes de conocerse sus andanzas, los escándalos financieros o las obscenas irregularidades que precipitaron su salida abrupta de España. 


Por otra parte, voces que conocen de cerca la Transición desmontan esos mitos. Cristina Almeida recuerda siempre que “la democracia la conquistó la gente en la calle, no en los despachos del poder”, y que el rey fue “un elemento más, pero no el protagonista que quieren vendernos”. Paul Preston, en uno de sus análisis más incómodos para los monárquicos, matiza que Juan Carlos jugó un papel útil en momentos cruciales, pero que su reinado “se vio empañado por actuaciones posteriores que dañaron gravemente su legitimidad”.


Incluso dentro de la memoria histórica, organizaciones como la ARMH han sido contundentes: el rey emérito fue “designado por el dictador” (asunto este del que el viejo monarca se jacta sin ambages en varias páginas de su reciente libro) y su presencia en actos que recuerdan aquel periodo “no es un homenaje a la democracia, sino un recordatorio de la continuidad del régimen”. 


Y ahora, en pleno aniversario de la muerte de Franco, vuelve el debate. ¿Debe aparecer Juan Carlos? ¿Debe blanquearse su figura bajo el paraguas de la reconciliación? Para quienes creen que la historia se escribe con brochazos gruesos y sin revisar nada, parece que sí. Pero va a ser que no: Juan Carlos I hace mucho que desaprovechó su oportunidad, que tiró su dignidad por la borda. Pudo haber sido, como decía Manuel Vázquez Montalbán, “un rey que entendiera que su destino era marcharse sin ruido” pero eligió los excesos, los privilegios y el insulto a la inteligencia de muchos ciudadanos que en su momento llegaron a admirarle.


Su presencia en los actos del 50º aniversario de la muerte de Franco sería, más que un gesto institucional, una ofensa simbólica, una falta de respeto al país que se supone que representó. Juan Carlos tuvo su ocasión de oro y la dejó escapar. España no le debe nada.


J.T.

lunes, 17 de noviembre de 2025

San Mamés y el Bernabéu: dos maneras muy diferentes de entender el mundo


Miras estas dos imágenes y entiendes enseguida demasiadas cosas. Este fin de semana de parón liguero por los partidos de la selección española, el estadio de San Mamés acogió un encuentro entre las selecciones de Euskadi y Palestina. Más de cincuenta mil personas de todas las edades acudieron al campo, hubo banderas, y mucha emoción, tras una jornada de fiesta en Bilbao dedicada a manifestar la solidaridad de sus gentes con el sufrimiento de quienes desde hace dos años, víctimas de los ataques israelíes, han perdido a más de setenta mil de sus compatriotas. A muchos no nos importaba el resultado (3-0 ganó Euskadi), lo que conmovía era conocer la existencia de una iniciativa hermosa que enseñó al mundo la capacidad de compromiso y empatía del pueblo vasco a la hora de denunciar injusticas y solidarizarse con los más débiles.


Al día siguiente en Madrid, Florentino Pérez promovió un encuentro de fútbol americano en el Bernabéu de cuyo espanto aún no me he repuesto: los Miami Dolphins contra los Washington Commanders. Casi ochenta mil personas en un  acto diseñado a la mayor gloria de un presidente Pérez, cada día más encantado de conocerse, que apareció flanqueado por sus dos acólitos más incondicionales, Almeida y Ayuso, alcalde de la ciudad y presidenta de la Comunidad. Encantados de la vida, ambos contribuyeron a la celebración con una pasta. Ellos no; nosotros.


Mientras en Bilbao la gente se emocionaba y homenajeaba al pueblo palestino, en Madrid se representaba una obra maestra del artificio ¡Qué abismo más grande entre estas dos maneras de entender la vida, entre quienes ven el deporte como un punto de encuentro y quienes lo entienden como una caja registradora, entre quienes poseen una identidad y quienes se la alquilan al mejor postor!


San Mamés enseñó al mundo que todavía queda gente que sabe ponerse del lado correcto de la historia. El Bernabéu dejó claro, a los que andamos pelín despistados con estas cosas, que hay quien está dispuesto a disfrazar de modernidad cualquier marcianada, incluso un espectáculo ajeno que aquí no interesa a casi nadie. Los vascos defendieron el sábado una causa noble y proporcionaron al pueblo palestino el altavoz que necesitan. Los madrileños aprovecharon este fin de semana sin competición liguera para meternos con calzador un elemento más de la cultura del fast food, los Halloween y demás horteradas que los estadounidenses se empeñan en expandir por el mundo. 


San Mamés apostó por hacer justicia y comunidad, el Bernabéu por nichos de mercado que nos importan un pimiento. Bilbao evidenció que el deporte es también memoria; en Madrid, prebostes como Florentino prefieren apostar por la anestesia colectiva.

J.T.


Cómo los periódicos construyeron (y maquillaron) el final del franquismo

Cincuenta años ya. Medio siglo desde aquellos días de noviembre de 1975 en que España olía a hospital viejo, a incienso de capilla ardiente y a miedo escondido bajo las gabardinas. Medio siglo desde que los periódicos amanecían cada día convertidos en partes médicos, como si el país entero estuviese enganchado al gotero del dictador. 


“Infección intestinal grave”, titulaba ABC el lunes 17 de noviembre de 1975, tal día como hoy de hace cincuenta años. “Estado crítico”, rezaba el nacional católico diario Ya. “Complicaciones”, añadían otros mientras Franco se iba a apagando como una bombilla barata. Seguía siendo, hasta el último suspiro, el padre protector al que había que velar con discreción, como si el país fuese menor de edad y no tuviera derecho a enterarse de qué demonios estaba pasando.


Aquella prensa, disciplinada como un batallón, construyó la agonía del dictador como se había construido todo durante cuarenta años: de arriba abajo. El relato oficial se redactaba en El Pardo y se distribuía en los quioscos. Aún así,en aquellos mismos años de opacidad y mordaza hubo quien arriesgó. Por ejemplo el semanario Triunfo, que acumuló multas y secuestros y se convirtió en la revista que explicaba el país lo que el régimen prohibía mirar. También Cambio 16, que en cada número caminaba por el alambre, fue pionera en señalar las grietas del franquismo tardío y pagó su osadía con algún que otro cierre de la publicación durante meses. Cuadernos para el Diálogo practicaba un reformismo ético que irritaba a los ministros del Movimiento y despertaba a los lectores. A estas tres publicaciones, y a algunas otras menos influyentes, les confiscaban tiradas completas o les ordenaban tachar artículos y eliminar portadas


Todo eso convivía -y chocaba- con los periódicos de aquel noviembre del 75 que fingían normalidad mientras el franquismo entraba en sus últimas horas. La contradicción era brutal: en los periódicos diarios, la España oficial agonizaba; en las revistas semanales, la España real asomaba la cabeza. Pero el mensaje dominante lo seguían escribiendo los obedientes. 


La verdadera España, la de los estudiantes, la de los trabajadores, la de los barrios, la de los partidos clandestinos, la de los sindicatos perseguidos, ni existía ni tenía permiso para existir en la prensa diaria, quizás un poquito en el periódico Informaciones la única cabecera que, con todas sus hipotecas, abrió sus páginas a análisis culturales y sociales que eran, de hecho, pequeñas clases de respiración en un país asfixiado. Cuando llegó la llamada transición, los mismos periódicos que durante décadas habían callado se vieron de pronto obligados a hablar. Y claro: no sabían. Era más fácil vender un país que despertaba sonriendo que admitir que veníamos de una dictadura que había dejado cicatrices en la justicia, en los cuerpos policiales, en los medios, en las universidades, en la memoria y en las tripas de la gente.


La verdad es que, a pesar de la aparición meses después de diarios como El País o Diario 16, el periodismo en España no ha sabido hacer sus deberes. Por eso estamos como estamos. Medio siglo después, hay quienes continúan debatiendo si Franco fue un dictador, las fosas se siguen vaciando con cuentagotas y vemos cómo quienes se llenan la boca con la palabra “libertad” se inspiran en los mismos reflejos autoritarios de entonces. Seguimos también tragando con televisiones públicas que, en manos de ciertos gobiernos autonómicos, funcionan hoy con una estructura de manipulación similar a aquella que retransmitió en directo, la mañana del jueves 20 de diciembre de 1975, las lágrimas de un presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, hundido el pobre porque Franco acababa de morir. 


No es casual que la ultraderecha avance. Estos fenómenos no surgen por generación espontánea: crecen con cada silencio, cada impunidad, cada equidistancia, en cada manual escolar que pasa de puntillas por el franquismo o en cada medio de comunicación que sigue tratando a los enemigos de la democracia como si fueran una corriente política más. 


Por eso mirar atrás continúa siendo una necesidad democrática, porque un país que no entiende lo que fue, tampoco puede entender lo que es. Y si entonces la prensa contó la agonía de un dictador sin contar la agonía del país, hoy tenemos aún la obligación de explicar que la democracia no cayó del cielo, que la libertad no la regaló nadie, que hubo muertos, encarcelados, torturados, exiliados. Que aquel rey que tanto tiempo tuvo engañados a tantos no “heredó la paz”, sino un aparato entero construido para evitarla.


Cincuenta años después no puede seguir habiendo excusas. La ultraderecha crece porque sabe leer el malestar mejor que nosotros. Porque mientras nosotros dudamos, ellos gritan. Mientras analizamos, ellos señalan. Mientras debatimos, ellos avanzan. Y porque todavía quedan demasiadas sombras del franquismo incrustadas en nuestras instituciones, en nuestras calles y en nuestros medios de comunicación. Demasiadas dos Españas, demasiado ruido, demasiada trinchera.


Decía Umbral que en España se transita del luto al jolgorio sin pasar por la reflexión. Quizá. Pero el 50 aniversario del final del franquismo debería servir precisamente para eso: para reflexionar, para recordar que la democracia no se sostiene sola. Y que, si no la defendemos con convicción, la terminarán ocupando de nuevo quienes, hace cincuenta años, lloraban al dictador en silencio y hoy vuelven a levantar la voz y a ocupar las calles brazo en alto. No supimos, o no quisimos, acabar con los silencios ni desmontar a tiempo sus mentiras, y hoy continuamos pagando el precio.


J.T.