lunes, 18 de noviembre de 2024

¿Hay que abandonar la red X?


La respuesta es no. Al menos de momento. Voy a intentar explicar mis razones: El argumento para marcharse no puede ser que en la red X se manipula, circulan mentiras o se contribuye a generar odio. Son muchos los medios de comunicación que vienen haciendo esto desde hace ya demasiado tiempo sin pudor alguno. Las soflamas diarias de ese activista llamado Vicente Vallés, por ejemplo, de ese presunto periodista que utiliza el informativo que presenta en Antena Tres como vehículo de propaganda antigubernamental retorciendo la realidad sin complejos, ¿es menos peligroso que un bot de twitter? 


Los radio predicadores mañaneros madrileños insultando a troche y moche, potenciando las informaciones que quiere la ultraderecha y ninguneando las que no les interesan, ¿acaso salen ganando en las comparaciones con los energúmenos que propagan el rencor por las redes? Que la iglesia católica financie la cadena de radio Cope para que sus oyentes acaben detestando a unos y enalteciendo a otros, atropellando así el sentido común y la inteligencia de quienes les escuchan, ¿es más aceptable que el hecho de que un millonario caprichoso haya comprado la red  X por 44 mil millones de dólares? ¿se sostiene de alguna manera el argumento de que con un dueño así hay que marcharse de sus dominios? ¿es quizás mejor informarse a través de medios como ABC, El Mundo, La Razón, Telecinco, Antena Tres, o La Sexta, todos ellos propiedad de personajes o sociedades cuyos intereses últimos no son menos zafios que los del tal Elon Musk?


Irse de twitter, ahora X, es rendirse, tirar la toalla en un momento en el que todo el que puede y tiene algo que decir es importante que lo difunda por cuanto mayor número de altavoces mejor. De lo contrario los dueños de los mensajes, de eso que últimamente se ha dado en llamar el relato, se quedarán solos campando a sus anchas y gozando de la impunidad más absoluta. Es a lo que aspiran, por eso hay que dar la batalla. Toca plantar cara, toca remangarse, toca contrarrestar la indecencia de quienes mienten, toca defender la lucha contra la desigualdad y la injusticia en todas aquellas trincheras donde sea posible. Y de momento twitter vale para eso, por mucho que manipulen el algoritmo, por mucho que se apliquen a la hora de ocultar unos mensajes y resaltar otros. 


No se puede luchar contra algo desde fuera. Hay que estar. Y la red X permite a quienes todavía somos usuarios tener seleccionados dominios que nos mantienen orientados e informados. Las cuentas de los medios de comunicación con prestigio, tanto nacionales como internacionales, nos vienen alimentando a muchos desde hace más de quince años. Las razones que tanto The Guardian como La Vanguardia aducen para abandonarla no solo no me convencen, sino que me entristecen. Sin estos medios, a día de hoy, mi capacidad de análisis disminuye. No me vale que me digan que estarán en otras redes porque ellos saben, como yo, que no hay ninguna red social que esté libre de culpa, que ninguna estaría en condiciones de tirar la primera piedra. Y si hay alguna que aún mantiene cierta limpieza, solo hay que dejar pasar algo de tiempo para que acabe llenándose de intrusos que buscarán encanallarla como a las demás. A quienes sabemos separar el grano de la paja, eso hace tiempo que no nos preocupa, por mucho que nos incomode.


Abandonar un entorno que resulta útil a muchos es amputar la libertad de elección. Si eso se hace en nombre de la libertad de expresión, me cuesta mucho entenderlo. El argumento de que no podemos contribuir a enriquecer a un amoral como Musk tampoco me vale. En nuestra vida diaria, enriquecemos queramos o no a impresentables dueños de supermercados, grandes almacenes, tiendas de ropa, bancos, eléctricas, petroleras o marcas de telefonía. ¿Qué hacemos para evitarlo? ¿Nos vamos de todos lados y nos pasamos el resto de nuestras vidas subidos a una columna como Simón el estilita? 


No puedo compartir una decisión como la de The Guardian o La Vanguardia a la que, dicho sea con todos los respetos, le encuentro serios tintes de hipocresía. Una vez más, me viene a la memoria la manida secuencia del corrupto y simpático capitán Renault de Casablanca, cuando este aparenta desconocer que en la trastienda del bar de Rick se juega a la ruleta. Los medios y los particulares que estos días comunican que se marchan de la red X, ¿acaban de descubrir ayer que en ella se miente y se genera odio? ¿cuánto tiempo llevan recibiendo insultos de cuentas anónimas? ¿desde cuándo se ven obligados a soportar amenazas solo por opinar? ¿cuánto hace que decidieron no hacerle caso a los ataques que recibían? ¿por qué ahora sí? ¿acaso Trump y Musk serán menos peligrosos para nuestro futuro si nos vamos de lo sitios donde aún podemos denunciar sus fechorías? Que sean ellos los que se encarguen de echarnos, por favor, que puede que lo hagan más pronto que tarde, pero no se lo pongamos tan fácil.


No acabaremos con la desinformación, los bulos y los mensajes de odio en las redes sociales yéndonos de twitter. Estoy de acuerdo con Pilar Eyre, marcharse me parece infantil, clasista, paternalista, acomplejado, cobarde y miope. En esa red somos muchos los que no insultamos, los que buscamos ahí compañía, información, compartir nuestras cosas y hacer campaña de nuestras causas. Puede ser que twitter esté cavando su propia tumba a juzgar por el empeño que pone en desnaturalizar su sentido pero, como dice Suso del Toro, a día de hoy continúa siendo un instrumento útil alternativo a los medios del poder ¿les dejamos la plataforma entera solo a los difusores de bulos y odio sin ponerles contrapeso? La respuesta es no, por muchas razones pero sobre todo dos: la primera que los fascistas no pueden monopolizar el mensaje; y la segunda que nunca es buen momento para rendirse. Ahora, menos todavía. 


J.T.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Combatir la desinformación es urgente


No hagan caso a todo lo que se publica, dijo el rey a los vecinos de Paiporta durante su desafortunada visita a la zona de la catástrofe, hay mucha intoxicación informativa y muchas personas interesadas en esto ¿Para qué?, le preguntaron, para que haya caos, respondió. El jefe del Estado certificando la desinformación en vivo y en directo, el jefe del Estado denunciando el caos, se supone que con conocimiento de causa ¿Quiénes son esas “personas interesadas en esto” a las que se refería Felipe VI? ¿las conoce, lo sospecha, o sencillamente le salió la vena campechana de su padre en el peor momento, justo cuando algunos cachorros del fascismo desinformador conseguían hacerse una foto abrazados a él? Lo que dijo es verdad y muchos llevamos denunciándolo desde hace demasiado tiempo, pero pronunciadas por el rey y justo en aquel momento, esas palabras adquieren otra dimensión. Ni pueden ni deben pasar desapercibidas.


Ni una rendija de desinformación en la televisión pública, atajó Silvia Intxaurrondo el jueves en tve cuando uno de sus contertulios intentaba justificar alguno de los infectos titulares con los que ABC nos viene angustiando a diario a propósito del espanto valenciano. Me encanta esa declaración de intenciones, ojalá llegue el día en que eso se consiga, pero de momento no existe ni un solo informativo, de medio público o privado, que no haya otorgado pábulo en algún momento a bulos y fakes de la peor especie. 

 

Estamos rodeados, mienten los políticos, mienten los periodistas, unos más periodistas que otros, es verdad, pero mienten; mienten los propagandistas que colonizan las tertulias con venenosas instrucciones aprendidas de antemano. Están acostumbrados a mentir y jugar con el dolor de las víctimas. Puede que esto siempre haya sido así, pero de un tiempo a esta parte es mucho más así que nunca. La desinformación, la información falsa, penetra en el ánimo ciudadano más de lo que parece. En unos casos amenaza la salud, en otros la seguridad o el medio ambiente. Y sobre todo, pervierte y degrada la democracia.


No es algo nuevo, es verdad, ahí tenemos a Aznar proclamando la existencia de armas masivas en Irak y adjudicando a ETA la autoría de los atentados del 11M, a Rajoy con los hilillos de plastilina cuando el Prestige; a Trillo confundiendo a los familiares de las víctimas del Yak-42. Podíamos seguir, pero solo voy a añadir la que más me ha escandalizado de todas las desinformaciones recientes: Felipe González asegurando que se hizo cargo de la gestión durante las inundaciones de Bilbao en 1983 cuando quienes tenemos memoria recordamos que aquella desgracia le tocó administrarla al lehendakari Carlos Garaicoetxea.


Al caos de Valencia estos días solo le faltaban los buitres fascistas revoloteando por allí intentando confundirnos, unos manchándose de barro a propósito antes de entrar en directo, otros haciéndonos creer que la ropa que se recibe como ayuda se desprecia y se tira a los contenedores, otros haciéndose selfies con croma simulando una preocupación que jamás en su vida tendrán por los desfavorecidos. Como ha denunciado mi amigo Emilio Morenatti, se están propagando por redes imágenes que no son de las inundaciones de Valencia, no dejan de subirse declaraciones que no son de personas afectadas por la catástrofe, incluso fotografías hechas con inteligencia artificial… ¡un horror!


El caso es que todo me suena a ya visto, a ya vivido.Otro amigo mío suele decir que cuando alguien muere, muere toda la experiencia acumulada que ayuda a evitar errores y a saber que, de volver a cometerlos, las consecuencias volverán a ser terribles. Se va muriendo demasiada memoria, pero lo grave es que esta también parece estar muriéndose en personas que aún continúan vivas, gente que sabe de sobra que cuando se va cuesta abajo y sin frenos, uno acaba estrellándose.  


¿Se puede solucionar el problema de la desinformación? Por lo menos se puede intentar. Algunas recomendaciones, si me permiten: no hay que quedarse solo con el titular de una noticia; antes de asumirla como buena y mucho más si vamos a redifundirla, debemos comprobar quién la firma y cuándo se publicó, porque a veces nos cuelan declaraciones y datos que no corresponden a la actualidad. Hay que leer el cuerpo de la información siempre, porque en ocasiones este no tiene nada que ver con las frases que aparecen destacadas. Imprescindible además contrastar y verificar a través de diferentes medios, tener claro qué intereses defiende la persona, el periódico o la tele que nos está contando según qué cosas. Los adjetivos y los juicios de valor no son periodismo, mucho menos las expresiones salidas de tono. En la lucha contra los bulos, en la pelea contra esta desinformación que, como admite hasta el jefe del Estado, busca el caos, tenemos que estar todos, la sociedad civil, los profesionales que defendemos el periodismo decente, las instituciones, los medios… 


Desenmascaremos a los mentirosos y, sobre todo, no caigamos en la trampa de repetir lo que estos dicen para refutar sus falsedades. Es lo que buscan. Al desinformador, ni agua. Y si es fascista, característica esta que suele coincidir la mayoría de las veces con los autores de bulos, mucho menos. Aún así, he de admitir que en estos momentos estoy poco optimista, sobre todo cuando recuerdo aquella frase de Albert Camus: "Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa". Pues eso. 


J.T.




lunes, 4 de noviembre de 2024

Feijóo el incendiario


Núñez Feijóo
desaprovechó el jueves pasado la mejor oportunidad de su vida para demostrar si tiene o no talla de hombre de Estado. Y no la tiene. Como no la tuvo Aznar el 11M, como no la tuvo Ayuso en la pandemia. Ser de derechas no es esto, ser oposición no es esto, ser político no puede ser esto. Nos merecemos una derecha con rostro humano, nos merecemos políticos que no olviden la razón por la que nos representan: resolver nuestros problemas en lugar de complicarnos la vida más de lo que por lo general la solemos tener. 

Bien pensado, que el líder de la oposición optara por comportarse de una manera tan miserable en Valencia, mintiendo y atacando al Gobierno de la nación cuando lo suyo era arrimar el hombro, era bastante previsible porque nos tiene ya acostumbrados a comportarse así, a no desperdiciar ninguna ocasión que se le presente para certificar que no sabe hacer otra cosa. Lo normal hubiera sido presentarse en la zona de la catástrofe, remangarse y decir, a ver, qué hay que hacer aquí, en qué puedo ayudar. Pero no, con decenas de garajes aún anegados y personas ahogadas dentro, con innumerables cadáveres todavía entre los escombros, con centenares de coches amontonados que dificultaban la búsqueda de desaparecidos, Feijóo optó por el reproche y el bulo.


Este PP que trafica con la tragedia y el espanto no puede ser la derecha que aspira un día a gobernarnos. Sus propios militantes, hasta sus propios hooligans si me apuran no creo que estén por la labor de secundar este tipo de comportamientos. En algún lugar tiene que estar la derecha razonable, la que apuesta por la convivencia en paz, la solidaridad y la ausencia de crispación, la que piense primero en las necesidades de los ciudadanos y después en la batalla política. Seguro que entre los casi 400.000 vecinos que se quedaron sin agua potable y los 80.000 que dejaron de tener luz, seguro que entre tantas personas como dejaron de poder comunicarse siquiera a través de un triste guasap, existe un buen número de votantes del PP ¿pensó Feijóo al menos en ellos?


Carlos Mazón, el presidente popular de Valencia, evidenció haber captado, aunque tarde, la magnitud del desastre cuando cerró filas con Pedro Sánchez. Tanto él como el andaluz Moreno Bonilla han demostrado algo más de reflejos que su jefe, al menos en esta ocasión. Tiempo habrá de depurar responsabilidades, que las hay, y son muchas, pero cuando la prioridad es salvar vidas, atender heridos y que las personas afectadas dejen de pasar hambre y frío, pasearse por la zonas afectadas con un discurso belicista y sin aportar soluciones es el summum de la mezquindad.


Miedo me da imaginarme cómo tratará la prensa adicta todo lo que rodea a esta espantosa tragedia una vez que enterremos a todos los muertos y los trabajos por devolver a la zona una mínima normalidad empiecen a dar sus frutos. Me acuerdo del furor mediático tras los atentados de Atocha y se me abren las carnes ¿Cuáles serán ahora los bulos? ¿a quién o a quiénes se intentará criminalizar? ¿a qué canallas de la ultraderecha se les otorgarán generosos altavoces para que suelten todas las obscenidades que les de la gana? ¿qué perversiones se le ocurrirán a los profesionales de la desestabilización, cuál será el eco que tendrá en los medios? 


De momento, están empezando a poner en cuestión el funcionamiento del Estado. Los mismos medios que, recordemos, dejaron bien claro ya, la mañana posterior a la noche del desastre, cuál era su orden de prioridades: apostaron por primeras páginas con Begoña Gómez o el fiscal general del Estado a toda plana mientras en Valencia centenares de personas buscaban desesperadas a familiares que nunca volvieron a ver con vida.


Declaraciones como las de Feijóo son gasolina para que los ultras se sientan respaldados cuando encienden las cerillas que provocan el fuego de la insidia. Ya han empezado los de Manos Limpias, emprendiéndola judicialmente contra Aemet. Mientras miles de afectados hacían cola para llenar sus garrafas de plástico con agua potable, mientras las farmacias y las tiendas de los principales municipios afectados continuaban desabastecidas, mientras el número de fallecidos seguía subiendo, los desaprensivos decidieron apostar por la crispación y el frentismo desde el primer momento despreciando el estado de ánimo de una ciudadanía noqueada. 


Como decía al principio, ser de derechas no puede ser comportarse como lo hace Núñez Feijóo. Si lo hace por incapacidad, malo, y si es por miedo a la ultraderecha, mucho peor. Los derechos humanos no pueden estar jamás en cuestión. Que Mazón le comprara el discurso en su día a Vox fueron los polvos que trajeron estos lodos. Parece que ha empezado a entenderlo y por eso ha reaccionado desmarcándose, esperemos que no se desdiga, de la vocación incendiaria de Núñez Feijóo. 


J.T.

lunes, 28 de octubre de 2024

RTVE. Dar con la tecla


Seis años y medio buscando cómo hacerlo y aún está por ver que en esta ocasión el gobierno de Pedro Sánchez haya dado con la tecla. Nada, que no hay manera de arreglar RTVE, y quizás esto se deba a que quienes legislan no tienen como objetivo principal atender los intereses de los ciudadanía que los eligió. Lo primero en lo que piensan los políticos cuando ganan unas elecciones es que el medio público les pertenece y que, por tanto, se han de contar las cosas del tal modo que eso contribuya a favorecer su permanencia en el poder. No parece que esta premisa vaya a cambiar demasiado con el tiempo que se abre desde que, tras el Consejo de ministros del pasado martes, Óscar López anunciara el comienzo de una nueva época. El Consejo de Administración más plural en la historia de Televisión Española, proclamó. 


Ya veremos si esto es verdad. Que en lugar de diez personas, quienes gobiernen la tele a partir de ahora sean quince, y así haya más partidos políticos representados en el Consejo de Administración, no quiere decir que esto acabe redundando en una televisión pública elaborada con mayor criterio profesional y menor dependencia política. El Gobierno todavía llamado de coalición ha decidido acabar de una vez con el bloqueo de la Corporación y por ello reduce de dos tercios del total  a mayoría absoluta el número de diputados necesarios para renovar un órgano en el que muchos de sus miembros tienen ya el mandato caducado.


Y aspiran a conseguirlo sin depender para ello del Partido Popular. No quieren volver a hacer el primo, como en el caso de la renovación del Consejo General del Poder Judicial, así que se proponen desbloquear el nombramiento del órgano de gobierno de la tele ninguneando a la oposición. Los cuatro consejeros que ha de elegir el Senado, según el flamante decreto ley, se los dejan a Núñez Feijóo y compañía, que en la Cámara Alta tienen mayoría absoluta. Pero como en el Congreso los once restantes serán votados por los grupos que favorecieron la investidura de Sánchez, eso les permite sacudirse a las derechas… y puede que hasta aprobar los presupuestos, ¿no es maravilloso?


Que la tele pública sea utilizada como moneda de cambio para manejos políticos es pan para hoy y hambre para mañana. Por un lado porque eso alimenta los ánimos de revancha y anuncia la continuidad del eterno quítate tú para ponerme yo cada vez que haya un cambio de gobierno. Y por otro porque eso tampoco garantiza que los profesionales puedan sacudirse por fin las presiones a la hora de hacer su trabajo y pensar antes en los espectadores que pagamos sus sueldos, como es su obligación, que en aquellos a quienes deben el puesto. 


Que el nuevo presidente de la Corporación de RTVE tenga mayores atribuciones y pueda elegir sin condicionamientos al equipo directivo de su confianza puede ser bueno, es cierto, pero siempre que este actúe con criterios profesionales. Ahora bien, ¿será esto posible? El nuevo Real Decreto no solo no lo garantiza sino que nos hace albergar serias dudas al respecto. Suena bien que en el Consejo haya representantes de EH Bildu, ERC o Junts, claro que sí, pero ¿serán estos elegidos por sus conocimientos sobre televisión o, como ha pasado hasta ahora en el resto de partidos, lo serán por  por su fidelidad política? Ahora, además, estarán pagados y se les exigirá dedicación exclusiva, ¿qué significará exactamente eso?


Hay que celebrar que algo que permanecía anquilosado desde hace tanto tiempo se mueva por fin aunque solo sea un poquito, pero miedo me da imaginarme lo que puede llegar a hacer la derecha con esta ley en vigor cuando recupere el poder, algo que esperemos tarde en ocurrir, pero que acabará ocurriendo tarde o temprano. El blindaje es por seis años, pero eso no garantiza la ausencia de conflictos ni de impunidades. Recordemos cómo en tiempos de Rajoy quien presidia la tele presumía públicamente de su fidelidad al Partido Popular.   


Hay que celebrar también que en el horizonte aparezca por fin la posibilidad (ya veremos si se consigue) de gozar de unos informativos decentes donde las piezas de la sección de Nacional dejen de parecer salidas directamente de los laboratorios de Génova, 13; donde en las tertulias estén presentes por fin las ideas de los partidos minoritarios y acabe la demonización sistemática de quienes no comparten planteamientos bipartidistas. Que desaparezcan los adjetivos de los textos informativos y que quienes dan paso a una noticia no anticipen las mismas frases textuales que luego dirán los entrevistados, sobre todo cuando estos vituperan a Podemos o a los partidos nacionalistas.


Si eso se consigue estará bien, es verdad, pero la pregunta es hasta cuándo permanecerá, y no veo yo que el Real Decreto garantice la ausencia de enconamiento a medio plazo.  En breve conoceremos los nombres de los candidatos al Consejo de administración que propone cada partido. En breve también comenzarán sus comparecencias en el Congreso y en el Senado para demostrar su “idoneidad”. Y en menos de un mes han de celebrarse las primeras votaciones. La experiencia nos dice que no faltarán las piedras en el camino durante el proceso.Y que hasta que se celebren todas las votaciones y queden refrendados los nombramientos, tanto de los consejeros como del nuevo presidente de la tele pública, más vale no cantar victoria. Por muy pírrica que esta nos parezca.  


J.T.

















lunes, 21 de octubre de 2024

La mano que mece la cuna


Carezco de información suficiente para afirmar quién o quiénes son. Como también carecen de ella tantos infelices tertulianos de los que van vendiendo su honorabilidad por radios y teles a cambio de doscientas o trescientas lentejas, que diga euros, la sesión. Se les nota a la legua que no tienen ni idea. Desde luego Miguel Tellado tampoco es urdidor de nada; un personaje así, con cara de haberse llevado en su infancia la mayor parte de los tortazos que se rifaban en el recreo, solo puede aspirar a triste comparsa, a tonto útil dispuesto a repetir la consigna que le manden con tal de seguir en el sillón. En el ajo no está, seguro. Tampoco creo que mueva hilos la estirada Cayetana, ni la chillona Cuca, ni el mediocre Rafa Hernando. No, ellos no son la mano que mece la cuna de la crispación y el filogolpismo, no creo siquiera que les dejen entrar en los oscuros aposentos donde se traman las conspiraciones. Como tampoco le dan demasiada bola al resabiado Abascal, cada vez más desconfiado él con la cohorte que le rodea, de los que se va desprendiendo uno a uno apenas cree que le roban protagonismo. No, quienes calientan en el Congreso la bancada de la derecha y la ultraderecha son solo las doñas Rogelias o los Macarios de esos desconocidos e inquietantes ventrílocuos que no nos dejan vivir en paz. 


¿A quiénes obedecen Peinado, Marchena, Larena, Escalonilla, García Castellón y compañía? Ya que no independientes, se les supone al menos personas instruidas y competentes, ¿cómo es posible pues que no les importe poner en juego su prestigio abriendo sumarios imposibles uno tras otro y dilatándolos en el tiempo hasta que no tienen más remedio que cerrarlos? ¿Qué está pasando aquí? No es posible que esto sea solo inquina contra Pedro Sánchez. La operación es sin duda de mucho mayor calado, a pesar de que buena parte de los componentes del Gobierno no son precisamente rojos peligrosos. Robles, Marlaska, Albares, López, Bolaños o Rodríguez no creo que molesten mucho a los amantes de lo políticamente correcto. Por no hablar de los cinco ministros de ese desacierto llamado Sumar, cuyos miembros se diluyen más cada día que pasa, al tiempo que desacreditan el verdadero sentido que ha de tener formar parte de un Gobierno de coalición.


¿Quién o quiénes son la mano que mece la cuna? ¿Acaso Felipe cuando declara que “Sánchez no gobierna, sino que se limita a estar en el Gobierno”? ¿Quizás Aznar cuando soltó aquello de “quien pueda hacer, que haga” abriendo así las compuertas de la insidia? ¿Qué saben estos ex presidentes que el común de los mortales no podamos saber? ¿A qué le temen? ¿Ante qué o quiénes se doblegaron para el resto de sus vidas? ¿Qué hicieron que no quieren que se sepa? ¿Qué les mueve, a qué aspiran? ¿Qué futuro es el que desean para este país? Cuando la ciudadanía les otorgó en su día mayorías absolutas para gobernar no eran como son ahora ¿O sí? Aznar ni siquiera se llevó bien con el viejo monarca, ¿por qué con el tiempo se ha convertido en el más cerrado defensor de la institución? Tanto González como él pactaron y se apoyaron alguna vez para gobernar en partidos nacionalistas cuyos postulados políticos eran los mismos que ahora vituperan, ¿qué ha cambiado entonces? ¿qué intentan tapar? ¿por qué hay tanto medio de comunicación, tanto periodista que compra este discurso? ¿dónde se cuecen los argumentarios desestabilizadores, quién los dicta, quién dictamina “propáguense”? ¿Se reduce todo a volver al “tranquilo” bipartidismo de hace años o hay detrás mucha más canela?


Parece claro  que desde que nació Podemos hace ya más de una década, todo cambió para siempre. Quienes ahora trabajan para tenernos de los nervios (con los amorales Esperanza Aguirre y Miguel Ángel Rodríguez como mascarones de proa) se dieron cuenta ya por entonces que había que cargárselos como fuera si querían continuar chupando del bote. Lo que ocurrió lo conocemos bien, bombardeo infinito para acabar con Podemos cuanto antes pero con tan mala fortuna, ¡pobres!, que hete aquí cómo aún a estas alturas, los muertos que intentaron matar gozan de excelente salud. El ultra Jiménez Losantos, cuyo olfato nadie discute, así ha debido percibirlo cuando ha vuelto a alertar a sus huestes al grito de “¡Que vuelve Podemos!”. La verdad es que volver no vuelve, sencillamente porque ni sus ideas ni su presencia en las instituciones, por escasa que ahora sea esta, se fueron nunca.


Cada día que pasa vuelve a haber más gente que asume y valora la enorme importancia de los diagnósticos que Podemos puso en su momento sobre la mesa, los argumentos y los postulados que le hicieron irrumpir con la fuerza que lo hicieron en el panorama político de nuestro país. La inmigración, la vivienda, la tibia y asustadiza política internacional, la igualdad, el infinito poder de los bancos o la monarquía son solo algunos de los asuntos clave que continúan sin resolverse. Ni el PP ni el PSOE tienen interés en que esto suceda. 


Sánchez y su gobierno, antes llamado de coalición, inquietan e incomodan más bien poco a la mano que mece la cuna de la crispación y el filogolpismo, pero aún así no se fían de él y quieren cargárselo. Como decía al principio, carezco de información para saber quiénes son y a qué aspiran. Lo único que sé es que no parecen tener ningún interés en dejarnos vivir en paz. 


J.T.



lunes, 14 de octubre de 2024

Inmigrantes. Usar y tirar


Suelo pasar buena parte del año en una de las zonas más tensionadas de España en materia migratoria, el Poniente almeriense de los invernaderos, territorio comanche, jugoso caladero de votos para la ultraintransigencia fascista. Camino del bar donde desayuno, paso por cruces de caminos donde decenas de subsaharianos supervivientes de las pateras más recientes esperan que algún agricultor se digne escogerlos para subir a la camioneta y ser explotados bajo los plásticos por cuarenta o cincuenta euros jornada. En negro, por supuesto, nunca mejor dicho. Pido el café con leche y la tostada rodeado de lugareños que gastan la mañana insultando antes a Podemos, ahora a Pedro Sánchez, o cantando las excelencias de Alvise o Abascal. Al atardecer, mientras cumplo con mi caminata diaria, veo a los migrantes en bicicletas o patinetes regresar de sus trabajos camino de no se sabe dónde. Desaparecen como por arte de magia, para satisfacción de quienes los usan durante el día pero por la noche no quieren enterarse de que existen ni de los sitios donde a veces se reúnen para charlar o para ver los partidos de la Champions, nunca en los bares de cerveza y tapa típicos de la zona. Allí todos son blancos de piel y de afición futbolística. Y anti Barça, faltaría más.


Los inmigrantes que residen en el Poniente almeriense se acercan ya a los cien mil, superan la cuarta parte de la población total pero no existen. No quieren que existan. Es verdad que algunos alcaldes los empadronan porque más habitantes en el municipio significan más dinero para las arcas, pero ni se les ocurre pelear porque tengan derecho a votar. Sin los inmigrantes, la próspera actividad de la zona sería imposible; los originarios del lugar lo saben de sobra pero, aún así, no solo los ignoran sino que, cuando llegan las elecciones, votan a quienes prometen expulsarlos. Les molesta encontrárselos en los centros de salud, y se asustan cuando descubren que el número de bebés hijos de extranjeros que nacen en el Hospital del Poniente son aplastante mayoría. El Opus y demás colegios confesionales hacen su agosto abriendo nuevos centros donde los propietarios de invernaderos en los nueve municipios de la comarca matriculan a sus hijos por un pastón que pagan encantados con tal de que no compartan pupitre ni aula con niños de color. 


Me pregunto cuántos Ponientes almerienses habrá en España, y me lo pregunto porque mucho me temo que estos microclimas, estas atmósferas envenenadas, son el verdadero huevo de la serpiente. Según el Banco de España, el 13,5 por ciento de las personas que actualmente trabajan en nuestro país nacieron en el extranjero, y hablamos solo de aquellos que se pueden contabilizar. Son quienes contribuyen además a elevar el PIB pero nos da igual, ¡leña al inmigrante! ¿Qué nos pasa? ¿Por qué ese empeño en despreciar al diferente? ¿Será acaso el síndrome del nuevo rico? 


Recuerdo junio del año 1985, cuando nuestro país fue por fin admitido en Europa. Durante los tiempos del franquismo, los españoles habíamos sido mano de obra barata para alemanes, franceses, belgas u holandeses, pero aquello se nos olvidó muy pronto. Desde que nos convertimos en europeos de pleno derecho, gracias a las ayudas económicas de Bruselas y a nuestro nuevo estatus, cambiaron las tornas y empezamos a mirar por encima del hombro a los que eran más pobres que nosotros, a los países del Este que se fueron incorporando también a la UE… Rumanos, búlgaros y polacos vinieron a España para realizar el trabajo que antes hacían los andaluces en las casas bien. También los sudamericanos, también miles de africanos que, jugándose la vida patera a patera, cayuco a cayuco, llegaban y llegan hasta nuestras costas reclamando su derecho a sobrevivir en un flujo imparable que no tienen marcha atrás y los ultramontanos se resisten a entender. Por muchos impedimentos que se les quiera poner, siempre encontrarán el hueco. Como al campo, al mar tampoco se le pueden poner puertas. Las asustadizos agricultores almerienses, así como tantos otros que se dejan colonizar por las doctrinas fascistas, lo viven como una amenaza sin darse cuenta que la verdadera amenaza es no propiciar políticas de natalidad, de estímulo y de integración, de convivencia y complicidad en lugar de perpetuar relaciones a cara de perro. 


Quienes hablan de invasiones y avalanchas, argumentan que el avance de los postulados ultraderechistas es algo que está ocurriendo en toda Europa.Y yo me pregunto: ¿tan complicado es deducir que en la medida en que Europa se quiera parecer más a un club selecto con derecho de admisión, más méritos estará haciendo para labrar su ruina? La inmigración y las situaciones derivadas de ella van a ser el gran asunto de las próximas décadas y no acabamos de asumirlo. No vale mirar para otro lado. En el fondo se trata, simple y llanamente, de una cuestión de Derechos Humanos. Y nos empeñamos, como en el Poniente almeriense en limitar nuestra relación con los inmigrantes a explotarlos de día e invisibilizarlos de noche. Y a aplaudir a quienes quieren echarlos ¿Estamos tontos, o qué?


J.T.


lunes, 7 de octubre de 2024

La banalidad de la mentira


“Cuando un pueblo no puede distinguir ya entre la verdad y la mentira, tampoco puede distinguir entre el bien y el mal”, dejó escrito Hannah Arendt  en La banalidad del mal”. En este mundo nuestro de inspiración judeocristiana, donde la mentira es considerada pecado mortal, la clase política –y gran parte de la periodística- está claro que comen aparte. La mentira está haciendo imparable el avance de la ultraderecha en Europa y crucemos los dedos para que el mes que viene no suceda lo mismo en Estados Unidos.

El campeón por estos pagos del bulo y el fake se llama Alberto Núñez Feijóo. La competencia que tiene es dura, pero la destreza con la que se desenvuelve el todavía líder de la oposición lo hace imbatible. Esa impasibilidad con la que suelta las mayores burradas, esa habilidad con la que ni se inmuta en las entrevistas cuando le demuestran que habla sin documentarse y hasta se contradice, deja a la altura del betún al mismísimo Aznar, y mira que este situó alto el listón cuando afirmó que Irak poseía armas de destrucción masiva o cuando llamó a los directores de los periódicos para asegurarles que había sido ETA la responsable de los atentados de Atocha. Para justificarse se amparan en teletipos, en torticeros titulares de prensa adicta o sencillamente se lo inventan. Esparcen basura insultando la inteligencia de quienes les votamos olvidando que son nuestros empleados y que su obligación es respetarnos, mejorar nuestras vidas y rendirnos cuentas.


Estos días se suele escuchar con frecuencia, a propósito del espantoso conflicto en Oriente Medio, que la primera víctima de una guerra es la verdad. Parece que no solo en las guerras es así. Cuca Gamarra, Bendodo, Semper, Abascal o Pepa Millán, además de convertir cada semana el Congreso de los Diputados en una jaula de grillos, se han instalado en la mentira y el insulto como forma de vida sin preocuparse apenas por actuar con sentido de Estado, elaborar propuestas y contribuir a mejorar la vida de los ciudadanos, que es el trabajo por el que les pagamos.


En su escalada de desatinos, las derechas han dado un paso más hace algún tiempo ya: empotrar entre los periodistas acreditados al Congreso auténticos profesionales de la provocación que suelen campar a sus anchas por los pasillos y ruedas de prensa. Presuntos informadores que profanan el oficio de sus compañeros utilizando los bulos y las mentiras como argumentos para formular preguntas hostiles a los políticos de izquierda. Incluso para acosarlos, como en el caso de José Luis Ábalos, quien estos días ha vuelto a pedir amparo a la presidenta Francina Armengol por la “violencia, falta de escrúpulos y señalamientos” de los que afirma ser víctima por parte de personajes como Vito Quiles o Bertrand Ndongo. He aquí una comprometida china en el zapato ¿Quién le pone el cascabel a ese gato? ¿Se les quita la acreditación? ¿Es eso democrático?


Uno de los talones de Aquiles de la democracia es que en ella caben también quienes aspiran a cargársela, ya sea desde los partidos políticos o desde los medios de comunicación. Nadie parece conocer la manera de frenar el avance de los intolerantes, como lo demuestra el alarmante crecimiento de la ultraderecha en toda Europa. En nombre de la libertad, ¿tenemos que admitir la posibilidad de perderla? ¿tenemos que ser tolerantes con los intolerantes? ¿tenemos que aceptar que los políticos mientan sin parar y haya periodistas que mancillen nuestro oficio haciendo uso de esas mentiras para ayudar a crecer el fascismo?


"Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada”, afirmaba también Arendt, y eso es lo que nos está pasando. El ciudadano escéptico y desmotivado es una bomba de relojería porque llega un momento en que deja de cuestionar a los sátrapas. Vemos a diario cómo estos van ganando terreno sin que nadie parezca decidido a salir de ese estado de perplejidad que permite el avance de personajes como Donald Trump, indiscutible experto en el arte de la mentira, el insulto y el desafuero. 


Al final tendrá razón el amoral y desprejuiciado Roger Ailes: “Hay que darle a la gente lo que quiere, aunque no sepa lo que quiere; la gente no quiere estar informada, quiere sentirse informada; les proporcionaremos una visión del mundo como ellos quieren que sea”, proclamaba quien fuera director de la derechista cadena de televisión estadounidense Fox News. Que tanto progreso y tanto avance tecnológico hayan desembocado en el distópico momento que estamos viviendo resulta francamente descorazonador. 


Acaben como acaben conflictos como el de Oriente Medio o Ucrania, sabemos que ganarán las fábricas de armas y las compañías petrolíferas pero también la mentira, porque cuando somos incapaces de distinguirla de la verdad, eso acaba privándonos del poder de pensar y juzgar. Y con una ciudadanía escéptica y desmotivada, el poder puede permitirse hacer lo que quiera.  


J.T.



lunes, 30 de septiembre de 2024

El efecto Broncano


Si el éxito de una película estuviera asegurado antes de su estreno, el cine lo harían los bancos. Nadie supo predecir triunfos tan rotundos como Casablanca o El Padrino, por ejemplo, y puede que algo parecido esté sucediendo con el programa de David Broncano, el revulsivo de mayor impacto en muchos años vivido en el mundo de la televisión de nuestro país. Si la empresa que produce “La Revuelta” hubiera sido capaz de predecir lo que iba a suceder, seguro que habría pedido bastante más dinero antes de cerrar un contrato cuya firma se llevó por delante al director de contenidos y a la presidenta de rtve. Un 9 ó un 10 por ciento de audiencia media habría sido considerado un dato excelente por los directivos supervivientes, que aún no salen de su asombro mientras estudian cómo gestionar tamaño pelotazo.


Incluso a día de hoy, cuando ya han pasado tres semanas desde su estreno, sé de expertos que sostienen que se trata de una burbuja, de un globo que pinchará más pronto que tarde. También conozco avezados críticos a quienes cuesta digerir la sorpresa y continúan sin entender que una oferta que rompe con la ortodoxia de los programas del género, que transgrede el abc de la mayoría de los códigos del entretenimiento se haya cargado en un plis plas a uno de los programas de la competencia y tenga en un sinvivir al que ningún otro, durante dieciocho años, ha sido capaz de disputarle la hegemonía en su franja horaria. 


Lo mejor de todo esto es el descoloque de las derechas y sus palmeros mediáticos ante el fenómeno, incapaces de meterle mano a pesar de intentarlo desde todos los ángulos posibles. Cada día mueren en el intento mientras aguardan el primer desliz, el primer traspiés, con el cuchillo entre los dientes. Sostiene mi amiga Pilar Eyre que lo de Broncano, más que hacer televisión es crear ambiente, y puede que esta sea la clave de lo que está sucediendo porque el ambiente es vida, naturalidad, es la atmósfera donde nos reconocemos con nuestras imperfecciones, nuestras veleidades transgresoras y nuestras ganas, o nuestra necesidad, de reírnos de todo empezando por nosotros mismos. 


Así lo hacían ya Broncano y compañía en su anterior etapa y así lo continúan haciendo ahora en la televisión pública sin haber retocado apenas ninguno de los ingredientes que hicieron popular el formato. Ya se burlaban de todo lo que siguen burlándose, ya hablaban de todo lo que hablan ahora. Y eso significa que un día exhibes y mantienes la bandera gitana en la mesa del presentador, que otro te lanzan al escenario una camiseta donde se defiende la educación pública y el actor al que estás entrevistando en ese momento va y la enseña, que otro una espectadora habla del pasado estudiantil de la reina Letizia contando que bebía, era de izquierdas y no quería casarse…


Eso significa también que dejas clara tu apuesta por combatir el machismo, el racismo y la visibilidad de los cuerpos no normativos, que cuando tienes que decir que la vivienda o la sanidad son el problema más importante que tenemos lo dices, que darle voz a personas anónimas es instructivo y elocuente y que se puede mantener el interés sin necesidad de recurrir a nombres o caras conocidas ¿Es esto hacer política? No veo dónde está el problema en el caso de que lo fuera. ¿Hacen acaso menos política aquellos medios, aquellos programas, aquellos presentadores y presentadoras que acusan a “La Revuelta” de hacer política?


Como decía más arriba, Broncano y su equipo se dedican a hacer lo mismo que llevan haciendo desde hace años, “no sabemos hacer otra cosa”, sostienen en sus cuentas de redes sociales. Aunque puede que exista algo que sí haya cambiado, según resumía el jueves pasado Jorge Ponce con la retranca que le caracteriza: “Ahora mi mente es pública, universal y gratuita -decía quien resulta ser uno de los codirectores del programa- ahora mis pensamientos, mis deseos y mis anhelos son públicos, incluso la información de mi teléfono es pública”. No se me ocurre mejor resumen cáustico como réplica a tanto defensor de la crispación, a tanto manipulador, a tantos demagogos y demagogas como andan por los periódicos, las radios y las teles destilando bilis y vendiendo odio.


Es higiénico que “La Revuelta” se emita en la televisión pública, como lo es el estreno de “Las abogadas”, serie que recuerda la vida de cuatro jóvenes letradas, compañeras de los abogados asesinados el año 1977 por la ultraderecha en un despacho de la calle Atocha; como lo es también la labor de Silvia Intxaurrondo en el programa matinal. Ahora solo falta que la información nacional de los telediarios esté por fin elaborada con la misma competencia profesional que la de sus compañeros de Internacional, donde estos días complicados para las relaciones entre España y México destaca el trabajo de José Antonio Guardiola, corresponsal en aquel país. 


J.T.