¿Se imaginan a Felipe González acosado por el fascista Vito Quiles y su micrófono a la salida de cualquier acto público madrileño?
¿Verdad que no? Quienes manejan los hilos de las insolencias de este cansino profanador del oficio periodístico no tienen ningún interés en molestar a quien, como el expresidente socialista, le está haciendo el trabajo sucio al involucionismo más desprejuiciado. Niño, ni se te ocurra incordiar a Felipe, que es de los nuestros. Nada tiene que temer pues el augusto ex presidente, como tampoco nada han de temer Lambán, Page, Nicolás Redondo, Cándido Méndez o el condenado Barrionuevo, por ejemplo. Zapatero ya es otra cosa, no le perdonan su cuota de responsabilidad en los resultados electorales del 23 J, como no le perdonan a Silvia Intxaurrondo la ya histórica entrevista televisiva en la que desenmascaró a Núñez Feijóo para los anales.
Cuando Zapatero e Intxaurrondo acudieron el miércoles pasado a recoger los premios Público 2025, a la salida del CaixaForum, el lugar donde se celebró el acto, estaban los acosadores esperándolos. Esta vez el quimérico reportero andaba acompañado nada menos que por… ¡el pequeño Nicolás! Todo va encajando ¿Cómo no se nos había ocurrido antes que son la pareja perfecta, los Roberto Alcázar y Pedrín de nuestro días? Como comenté con algunos de mis compañeros, solo les faltaba Froilán, pero todo llegará.
¿Se imaginan a esta parejita de prendas a las puertas del Parlament catalán o del ayuntamiento de Donosti perpetrando las mismas tropelías que llevan a cabo a la salida del Congreso de los Diputados? Claro que no, porque esa impunidad solo pueden exhibirla en los predios del alcalde Martínez (el facha) y del ventrílocuo Miguel Ángel Rodríguez. Igual les estoy dando ideas, porque la verdad es que sí que me imagino algunas ciudades españolas donde aplaudirían estas performances intimidatorias.
Este tipo de personajes, jóvenes por lo general, descarados, que van por el mundo provocando con la seguridad de que nada les va a ocurrir por mucho que se extralimiten, son genuino producto de la madrileñidad mas tóxica, de esa olla a presión que se cree el ombligo del mundo sin serlo, que se niega a admitir la existencia de un país diverso y plural donde todos tenemos cabida, incluso ellos. El problema es que a la inversa, si son ellos quienes acaban teniendo la sartén por el mango, las cosas no funcionarían igual. Hacen uso de una libertad que los suyos no tardarían en recortar, si no liquidar, apenas lleguen al poder.
¿Cómo le puede dar lo mismo a Felipe González que este tipo de cosas acaben sucediendo? Porque sucederán si gobiernan los ultras, y él lo sabe. De gira permanente por radios y televisiones hostiles con el gobierno de coalición, no doy crédito cuando le escucho cabreado con Catalunya, con el hecho de que Sánchez esté apoyado por EH Bildu, un partido tan democrático como cualquier otro, cuando llama barrabasada a la amnistía... Estuvo toda la vida poniéndonos los cuernos y abochorna constatar hasta qué punto nos engañó nada menos que durante trece años; aún cuesta digerir verlo ahora alineado con los protectores de Quiles y el pequeño Nicolás.
Me pregunto qué opinión tendrá el ex presidente, quien no disimula su incomodidad cuando accede a algún canutazo improvisado, de la persecuciones callejeras a las que Vito Quiles y compañía someten a muchas personalidades de izquierdas. ¿Qué ocurriría si la desfachatez con la que los ultras se comportan la ejerciera alguien con él? ¿Qué pasaría si, cada vez que salen del Congreso Cayetana Álvarez de Toledo o José María Figaredo el sobrinísimo de Rodrigo Rato, se encontraran, como le ocurre a Gabriel Rufián, con una mosca cojonera que, micrófono en mano, se dedicara a proferirles insultos disfrazados de preguntas?
Porque las preguntas que estos tipos hacen no son preguntas, sino juicios de valor, provocaciones para poner a prueba la capacidad de aguante de quien se ve obligado a contar hasta cien para no caer en la tentación de acabar haciendo algo de lo que tendrían que arrepentirse. El interpelado no puede perder los nervios si no quiere buscarse la ruina, tiene que respetar el despreciable comportamiento de quien le asalta, porque a la mínima que invadas su espacio ya te están diciendo no me toques que llamo a la policía. Se trata de una trampa infernal, de una pesadilla que la convivencia en paz no se merece. Esto es crispación, provocación auspiciada por personajes como Eduardo Inda o Alfonso Rojo, periodistas que en su día mamaron de las enseñanzas de Pedrojota y con el tiempo se convirtieron en alumnos aventajados.
Una vez más nos vemos en la tesitura en que los demócratas se han visto tantas veces a lo largo de la historia. No nos gusta ni lo que dicen ni lo que hacen, nos molesta profundamente cómo se comportan, pero seguiremos luchando para que, incluso ellos, continúen teniendo ese derecho.
J.T.
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