Hay un problema muy serio en el mundo de la información: el futuro de los periodistas pocas veces depende de su capacidad profesional. Los factores que intervienen en que puedas llenar la nevera y pagar la hipoteca se parecen poco a los problemas que afronta un arquitecto, un médico o un agente inmobiliario para conseguirlo. Por lo general un profesional depende de las leyes del mercado para ganarse la vida con sus conocimientos. En periodismo no, en periodismo dependes de tu habilidad para hacer la pelota, de tu destreza para olvidarte de las cuatro cosas decentes que aprendiste en la facultad, si es que en la facultad aprendiste alguna cosa decente.
Existe algún que otro medio que de vez en cuando va y recuerda que sus lectores, sus oyentes o sus espectadores merecen un respeto y ahí es donde, en ocasiones, los profesionales que tienen la suerte de trabajar en él consiguen regresar a casa al final de la jornada satisfechos con el trabajo realizado. Sin que les avergüence mirarse al espejo, como debería ocurrirle a tanto mercenario, por lo general mal pagado, que en estos momentos ha hecho del bulo y las noticias falsas el santo y seña de su supervivencia diaria. Claro que estos asalariados al poco tiempo -la capacidad de adaptación del ser humano es infinita- andan ya por la vida encantados de haberse conocido y defendiendo cualquier dislate aparecido en su medio, así se trate de la infamia más grande jamás contada ¡Qué malo es tener hambre!
En estas cosas andaba yo pensando el pasado fin de semana cuando me acordé de algunos compañeros del diario El País a los que respeto, profesionales por lo general con sueldos dignos, de los pocos en el oficio, quienes llevan tiempo haciendo un periodismo que ojalá puedan continuar desarrollando. No he querido hablar con ninguno de ellos antes de escribir estas líneas porque prefiero transmitir aquí lo que percibo como lector desde que hace poco más de un mes se marchó Pepa Bueno y entró Jan Martínez Ahrens a ocupar su puesto como responsable del periódico.
Lo primero que me descuadró fue lo poco que tardó en cambiar el tono de las primeras páginas y de los editoriales. Para peor, claro. O para mejor, si el objetivo del nuevo responsable es robarle clientela al ABC, El Mundo o La Razón ¿Significa esto que a la nueva dirección no le importan ya sus lectores de siempre? Es verdad que los principales espadas continúan sirviéndonos su trabajo con la misma profesionalidad, pero el envoltorio resulta cada día más difícil de digerir. Nunca fue el actual presidente del Gobierno santo de mi devoción, pero no me parece buen síntoma que en la madrileña calle Miguel Yuste, sede del diario El País, se vuelva a abrir la veda contra Pedro Sánchez como sucedió en los tiempos de Antonio Caño, el director más tóxico (mayo 2014-junio 2018) que jamás tuvo el diario hasta que otro, y no miro a nadie, se empeñe en superarlo.
La verdad es que Ahrens se encontrará ahora con menos trabajo que el que tuvo Caño haciéndose eco de bulos y falsas informaciones por ejemplo contra los miembros de Podemos, cuando se decretó una cacería contra la formación morada en la que el periódico no se mantuvo precisamente al margen. Lo que nunca entenderé es cómo Sánchez, que ya supo en sus propias carnes cómo era capaz de gastárselas por entonces El País -lo llamaron “insensato sin escrúpulos” en un editorial y le confesó a Jordi Évole en una entrevista televisiva las presiones que en su momento había sufrido por parte de Prisa-, una vez que consiguió ser presidente del Gobierno y se reconcilió con el grupo editorial decidiera ponerse de perfil frente a los ataques que sus socios de coalición continuaron recibiendo por parte del diario.
Como le ha ocurrido con las cloacas, con los jueces o con la policía patriótica, que ahora van a por él como antes iban a por Podemos, en El País han vuelto a enfilar a Sánchez al tiempo que dan cabida entre sus columnistas a firmas que defienden, por ejemplo, a los activistas de ultraderecha disfrazados de periodistas, esos saboteadores de ruedas de prensa de los políticos de izquierda que torpedean el quehacer de los informadores parlamentarios y consiguen que el ambiente de trabajo en la sala de prensa del Congreso sea cada vez más irrespirable.
Algunos de los periodistas del diario El País han alzado su voz manifestando abiertamente su discrepancia con la publicación en el diario de columnas donde el autor no se toma la molestia de verificar lo que escribe. Hago votos muy sinceramente porque puedan continuar llenando sus neveras como siempre y no vean peligrar sus puestos de trabajo por defender la dignidad del oficio y hacer buen periodismo, ni acaben tampoco conviviendo de nuevo con personajes tipo Alandete o Torreblanca, dos de los lugartenientes más significados en los tiempos de Antonio Caño.
Hago votos porque puedan continuar manifestando su opinión cada vez que no les guste algo de lo que se ofrece en las páginas del periódico para el que trabajan, hago votos asimismo porque la información sobre partidos de izquierda como Podemos sea cabal y no acabe desapareciendo de ellas. Y también, qué caray, porque en ningún editorial del diario se le vuelva a llamar a Pedro Sánchez insensato sin escrúpulos. La posibilidad existe porque El País, es un hecho, ha vuelto a las andadas. En mes y medio no lo reconoce ya ni la madre que lo parió.
J.T.
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