domingo, 13 de julio de 2025

Fascismo entre invernaderos




Eugenio tiene seis hectáreas de tierra en el Poniente almeriense y seis subsaharianos que trabajan para él de manera continuada. Cultiva en sus invernaderos judías verdes, calabacines y últimamente tomate cherry.  Cuando tenía una hectárea votaba al PSOE, con tres votó ya al PP; con media docena de empleados y sesenta mil metros cuadrados de terreno ha acabado cayendo rendido en los brazos de Vox. Las mentiras fascistas han calado en su limitada formación acentuando su complejo de inferioridad al tiempo que su patrimonio  aumentaba. No es, o no ha sido, mala persona pero desconfía, se siente inseguro entre otras razones porque no tiene estudios y cualquiera de sus asalariados -jóvenes, fuertes, fibrosos todos ellos- domina tres idiomas mientras que el castellano que él habla está infestado de faltas de ortografía.  


Aún habiéndose dejado envolver por la propaganda ultra, he de decir a su favor que Eugenio se encuentra entre los clientes más moderados del bar de Vícar donde desayuno estos días de verano. Allí me encuentro desde trabajadores de la comunidad de regantes hasta policías municipales, camioneros o agricultores de la zona poniendo verde a Pedro Sánchez apenas ven su imagen aparecer en algún programa mañanero de una tele siempre encendida y sintonizada en antena tres o telecinco. O sin que aparezca. Ni durante toda la mañana, tampoco por las tardes a la hora de los partidos de fútbol, entra nunca un inmigrante en el bar; solo producto nacional encantado de haberse conocido, la mayoría de ellos luciendo prominentes barrigas cerveceras. 


Cuando finaliza la jornada laboral veo pasar a los inmigrantes con sus bicicletas o sus patinetes camino de no se sabe dónde, porque la mayoría desaparecen del paisaje ciudadano. A veces me los encuentro en el Mercadona, en el centro de salud, haciendo cola en un cajero automático o en la oficina de Correos enviando giros postales a sus familias. El fútbol lo ven en bares regentados también por inmigrantes en los que solo se sirve café y refrescos, establecimientos estos donde jamás entra ningún parroquiano de la zona. 


Los que trabajan para Eugenio se sienten afortunados, les paga un salario razonable, los tiene asegurados y un día por navidad comen todos juntos con él. No es lo más común. Buena parte cobran en negro y trabajan a salto de mata, madrugando mucho para acudir a determinados cruces de caminos donde al alba aparecen las furgonetas de quienes necesitan mano de obra para esa jornada. Cincuenta euros al acabar el día y si te he visto no me acuerdo.


Esta es la dinámica desde hace años en una zona próspera donde quienes se encargan de la parte más dura del trabajo diario necesitan que transcurra mucho tiempo hasta que consiguen regularizar su situación. Eso quienes lo consiguen. Aún así, tener papeles no da derecho a votar, lo que significa que su destino no depende de ellos mismos. En el Poniente almeriense estamos hablando de cien mil personas bajo sus plásticos cuyos derechos como ciudadanos están mermados o directamente no existen. Quienes los emplean saben que sin ellos irían a la ruina. Quienes los emplean saben que son trabajadores y pacíficos. Quienes los emplean, como Eugenio y los barrigudos entre quienes desayuno, han escuchado estos días que Vox, ese partido que les cae tan simpático, quiere echar a ocho millones de inmigrantes.


Pero claro, estos pequeños propietarios con tanto dinero como escasa formación, piensan que eso no va con ellos. Que Rocío de Meer no estaba pensando en quienes trabajan en sus invernaderos cuando ha hablado de “reemigrar” extranjeros a sus países de origen, que esa chica tan guapa y que debe oler tan bien se refería a los delincuentes y violadores que se mueven sobre todo por ciudades como Madrid o Barcelona. Que quieren devolver no solo a los marroquíes y a los subsaharianos, les dices, sino también a los hijos que han tenido aquí, los que han nacido en el hospital de El Ejido ¿Aquí? ¡Qué va, eso no es verdad!, te contestan. Si los votas será lo que harán, insistes, y te dicen que estás loco, que Vox lo que quiere es bajar impuestos y acabar con la corrupción y las violaciones, que es el único partido que habla claro y le dice las verdades al gobierno en la cara.


Todos delincuentes menos quienes trabajan conmigo, aunque no coincidamos ni en los bares donde ponen el fútbol. Todos a su tierra menos quienes me sacan a mí las castañas del fuego. Esa es la esquizofrenia en la que viven en estos momentos buena parte de los agricultores del Poniente almeriense quienes, como Eugenio, gastan desde hace un tiempo parte de su dinero, para que sus hijos adquieran la formación que ellos no pudieron tener, en colegios privados la mayoría religiosos donde no solo forman jovencitos y jovencitas a quienes importan poco los derechos sociales y laborales, sino donde tampoco es que se preocupen mucho por combatir el racismo ni la xenofobia. Esto es lo que hay.


J.T.




 


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