domingo, 22 de junio de 2025

¿Y ahora qué hacemos?




Me niego a admitir que el trabajo de las izquierdas durante cinco décadas se pueda acabar yendo al carajo en cinco semanas porque el PSOE no sabe dejar de ser corrupto. Me niego a pensar que el esfuerzo que hizo la generación a la que pertenezco para que nuestras hijas vivieran en un mundo mejor que en el que nosotros crecimos no ha servido de nada y que existe además un alto riesgo de regresar a la casilla de salida.


Algo sin duda hemos hecho mal. Muy mal. Pero… ¿tan mal como para que pueda llegar el momento en que se arranquen las placas dedicadas a Marcelino Camacho o Tierno Galván, por ejemplo, y vuelvan a ponerle a las calles General Yagüe, General Mola o Avenida Francisco Franco?


Me imagino al jefe de los obispos españoles, que desde que murió el Papa Francisco no deja de meterse en política, frotándose las manos porque el negocio reflota. Nunca lo vieron peligrar, adoctrinados como tienen a la mitad de los jóvenes del país en colegios concertados gracias a Alfonso Guerra, pero quieren más. Aborto fuera, matrimonio igualitario fuera, hijos con padres o madres del mismo sexo fuera que ya está bien, hombre!


Me imagino las cantinas de los cuarteles, con esos militares, policías o guardias civiles brindando ya por el regreso inminente de los que a su entender nunca tenían que haber permitido que los rojos llegaran al poder ¡Los rojos! Le llaman rojo a Pedro Sánchez, a Marlaska, Robles, Carlos Cuerpo… le llaman rojo a Ábalos, a Santos Cerdán, ¡madre mía! y ahora también, claro, sinvergüenza y ladrón, esto con toda la razón del mundo. 


También los bancos y los empresarios se frotan las manos, hartos ya de ganar menos de lo que les gustaría, cabreados con los impuestos, con las subidas de salarios y pensiones, cuestionando las becas a quienes no tienen recursos, pugnando por acabar con las subvenciones a oenegés, con las ayudas a los desfavorecidos… Me imagino, claro, a los sindicatos avergonzados. O no.


Me imagino a los ultras cada vez más crecidos, bueno, no me los imagino, los veo y escucho, y se me ponen los pelos de punta con sus diatribas contra catalanes y vascos, contra las autonomías en general, con su demonización del inmigrante y su reivindicación del machismo más casposo, con su banderas del aguilucho… Me imagino centros de atención a la mujer maltratada clausurados, teatros cerrados, libros y conciertos prohibidos, películas censuradas ¡Muera la inteligencia, carajo! “Indecente, corrupto, traidor”, le gritan los fachas a Sánchez por las esquinas emulando las diatribas de su admirado Abascal cada miércoles en el Congreso de los Diputados…


Algo sin duda hemos hecho mal. Muy mal. Creíamos que se podían mejorar las cosas y quienes nos han ido representado en las instituciones nos han estafado sin compasión alguna. El caso más escandaloso es el de Felipe González y el de los muchos amorales que le rodeaban, que desde la impunidad cometieron todo tipo de desmanes aparte de hacerse ricos. Creíamos que aquello era agua pasada, que a día de hoy eran ya solo viejos gruñones y que el equipo de Sánchez era otra cosa, que con ellos se podía mejorar y promover más políticas sociales, aunque solo fuera porque los números no le daban a los socialistas para gobernar sin contar con la izquierda transformadora. 


Pues no. Apenas pudo, Pedro Sánchez se quitó de en medio a quienes apostaban por cambiar las cosas de verdad y prefirió una izquierda light y sumisa que lleva dos años protestando con la boca chica, traga con todo (monarquía, OTAN, aumento del gasto armamentístico) y no propone nada nuevo. En esas estábamos cuando llegó el tsunami, cuando nos pilló el toro como jamás se nos habría ocurrido imaginar, al menos a mí. La estrepitosa cornada tiene a muchos aún en la enfermería preguntándose qué he hecho yo para merecer esto.


En esta tercera semana de pasión que ahora empieza veo y escucho a mucha de la gente que me rodea todavía desconcertada ¿No vamos a poder sacarnos la corrupción nunca de encima? ¿Nos van a seguir engañando como a chinos unos y otros, prometiendo regeneraciones que nunca llegan y compitiendo entre ellos a ver quien es menos ladrón, ¿pero qué es esta vergüenza?


¿Y ahora qué hacemos, cómo se sale de aquí? ¿Cómo conseguir que el mundo de quienes vienen detrás no vuelva a vivirse en el blanco y negro donde nos tocó crecer a quienes tuvimos la oportunidad de mejorar las cosas y no lo hemos hecho? La mayoría de las propuestas que se escuchan son pan para hoy y hambre para mañana. Quienes piden elecciones saben que a corto plazo eso significaría la ruina, la llegada del fascismo. Continuar con el mismo gobierno cambiando a Sánchez sería prolongar el viaje a ninguna parte que comenzó tras la aparición en escena del escándalo Ábalos-Cerdán. Con otras propuestas, como gobierno de concentración o pactos PP-PSOE, se me abren las carnes.


La única opción política que podría cambiar las cosas, preservar la educación y sanidad públicas, defender y aumentar los avances laborales y sociales ya conquistados y ayudarnos a recuperar la dignidad perdida tiene en este momento cuatro diputados tras fracasar todos los intentos del sistema por hundirlos en la miseria. Cuatro diputados que tenían y tienen razón. Formularon el diagnóstico correcto en el momento adecuado y no les dejaron hacer su trabajo. Como tantas veces ocurre, la importancia de lo que se tiene no se ve hasta que se pierde. 



J.T.  


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