lunes, 11 de diciembre de 2023

Cinco escaños de oro


Lo que más me gusta de la existencia de Podemos es su capacidad para poner de los nervios al personal, para hacer que se remuevan inquietos en sus sillones quienes desean que la vida fluya sin sobresaltos. Nunca fui de Podemos pero desde que nacieron se ganaron mi simpatía. Agitaron el patio y continúan agitándolo. En el gobierno o en el grupo mixto, con setenta diputados o con cinco, son siempre el imán que atrae todas las indignaciones. 

Me fascina esa habilidad para crispar a los biempensantes, para sacar de sus cabales tanto a los militares con veleidades golpistas como a los “socialistas de toda la vida”. Con un arco de enemistades tan amplio y colorido, ¿es necesario, desocupado lector, entrar en más detalles para sacar conclusiones? Estarán ustedes conmigo en que hagan lo que hagan, van a por ellos. Si se van porque se van; si se quedan, porque se quedan... 

Cuando eran muchos había que liquidarlos, a Podemos ni agua, era y continúa siendo la consigna en los altos despachos donde anida la madrileñidad tóxica. Ahora que parece que son pocos continúa abierta la caza y captura: solo falta que coloquen por las esquinas carteles de “Se busca” con la foto de los cinco irreductibles. Me encanta continuar escuchando a los tertufachas poniéndoles a parir sin descanso como llevan haciendo desde el primer día, hace ya casi diez años. No saben cómo acabar con ellos y mira que lo intentan. El bipartidismo quiere volver a vivir en paz y no hay manera. 

Hasta que Albert Rivera -¿se acuerdan de él?- no le dio calabazas aquel verano del 19, Pedro Sánchez nunca quiso tener nada que ver con Podemos. De no poder conciliar el sueño por su culpa pasó a compartir la misma cama con ellos. Haciendo uso de sus propias palabras, convirtió “la necesidad en virtud”, pero aquel matrimonio de conveniencia nunca le hizo feliz. Cuando ahora, gracias a su fiel Yolanda, el peligro parecía haber pasado, hete aquí que ¡alé, hop!, llega otro divorcio y vuelta a tener problemas para conciliar el sueño. 

Adolfo Suárez siempre lo mantuvo: a veces con pocos escaños se manda más en España que con muchos. Felipe González le dio la razón cuando decidió apostar por Jordi Pujol en el 93 y se olvidó de Julio Anguita. Así ocurrió también cuando el siempre malhumorado Aznar confesó hablar catalán en la intimidad. En 2023, décadas más tarde, cuando parecía que Puigdemont iba a ser el último sapo que Pedro Sánchez tendría que tragarse para afrontar esta legislatura, llegan los cinco de Podemos y le amargan la navidad. 

A juzgar por la reacción de los pocos medios presuntamente afines con los que cuentan los socialistas –el editorial de El País el pasado jueves 7 de diciembre no tenía desperdicio, como tampoco lo tienen según qué homilías mañaneras de Barceló- en el gobierno de coalición light no saben cómo demonios sacudirse esas cinco pulgas que acaban de desgajarse de una coalición que siempre estuvo cogida con pinzas. Son cinco escaños nada más, pero cinco escaños que valdrán su peso en oro mientras dure la legislatura. 

Buena parte de quienes se integraron en Sumar saltando de oca a oca y tiro porque me toca pretenden desacreditar ahora a las cinco diputadas de Podemos llamándolas tránsfugas. Hace falta tener poca vergüenza. Resulta divertido escuchar estos días a bastiones de la derecha como, por ejemplo, Carlos Alsina o alguna tertuliana de El Español actuando de abogados defensores de las diputadas de Podemos y enumerando todos los avances sociales que, gracias al empeño de las ministras del anterior Gobierno de coalición, salieron adelante. Que Yolanda Díaz parece haber entendido que eso significa que ahora van a por ella lo reflejaba su semblante el día de la Constitución, cuando no daba pie con bola para valorar
ante los micrófonos la marcha al Grupo Mixto de Belarra y los suyos. Tanto su cara como la del resto de ministras de Sumar que la arropaban era todo un poema. 

Como decíamos al principio, hagan lo que hagan, van a continuar yendo a por Podemos a muerte. Pero la caza y captura de Yolanda y los suyos ya ha sido también decretada. El bipartidismo pugna por regresar cuanto antes a la casilla de salida, a la zona de confort en la que se encontraba antes del 15M, la que tanto le gustaba a Felipe y Rubalcaba, al ahora emérito, o a Florentino, Villar Mir, Botín y compañía. Inventaron Ciudadanos y no les valió de nada, tampoco Vox, a los que pronto se quitarán de en medio. Y las aguas volverán a su cauce: socialistas y peperos con sus muletas nacionalistas de siempre. Ese es su sueño húmedo. 

Por eso molesta tanto que Podemos se resista a desaparecer, por eso han vuelto a saltar todas las alarmas cuando anunciaron que se desgajaban de ese triste invento llamado Sumar. Alguien más de esta coalición (o álguienes) acabarán también más pronto que tarde en el Grupo Mixto. Al tiempo. O en el PSOE del tirón. Verán ustedes qué risas. 

J.T.

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