sábado, 2 de julio de 2022

Ultras en las ruedas de prensa, ¿qué hacer?


“Me has demostrado que eres una mala persona y en este momento dejo para siempre de contestar a tus preguntas".

El pasado martes, durante un receso en los cursos de verano de la Universidad sevillana Pablo de Olavide, comentábamos esta frase de Joan Baldoví dirigida no hace mucho al ultraderechista Negre en la sala de prensa del Congreso de los Diputados, en Madrid. No sin cierta desazón, nos hacíamos preguntas para las que no acabábamos de encontrar respuesta.

¿Es aceptable que alguien use una acreditación periodística para provocar a según qué políticos comparecientes convirtiendo así la sala de prensa del Congreso en una prolongación de los enfrentamientos que Vox suele protagonizar en el hemiciclo?

¿Es contemplable no facilitar acreditaciones a quienes se sabe a ciencia cierta que las van a utilizar para agredir a quien comparece?  ¿Dónde están los límites? ¿Se les puede negar el acceso? ¿Se les puede poner condiciones? “Soy periodista, estoy acreditado”, repetía Negre como un mantra tras las palabras de Baldoví.

¿Cómo impedir la presencia de estos personajes sin que eso acabe convirtiéndose en un peligroso precedente para recortar libertades a quienes hacen su trabajo de manera respetuosa y profesional?

¿Cuándo una pregunta deja de ser correcta para convertirse en incorrecta, dónde está la frontera? Es más, ¿hay preguntas incorrectas? Los ultras provocadores no alzan la voz, no insultan, sencillamente encanallan el ambiente con directos al hígado retorciendo argumentos y distorsionando la realidad pero ponen la misma cara que si estuvieran diciéndote qué guapo eres.

Por lo visto, en los reglamentos no se había contemplado que este tipo de cosas pudieran suceder, así que mientras le acaban encontrando una solución al galimatías si es que se la están buscando, ¿qué hacemos los políticos y los periodistas demócratas que nos vemos metidos en charcos que nunca llegamos a imaginar?

Nos hacíamos estas preguntas, decía, justo durante el receso de un curso organizado por la Asociación de la Prensa de Sevilla cuyo enunciado era “¿Hacia dónde camina el periodismo? Entre el poder, la mentira, la tecnología y un futuro por determinar”.

José Antonio Zarzalejos, en su ponencia de apertura, sostuvo que el periodista debe ser un “activista de la veracidad”, Ramón Lobo reivindicó el derecho del informador a que prevalezca su punto de vista profesional aunque este no coincida con las opiniones, o las instrucciones, de sus propios jefes; Paloma Jara nos recordaba que el periodismo es un instrumento de la democracia; Aimar Bretos exponía que el enfoque de cualquier mesa de análisis debe ser “te voy a escuchar”, en lugar de “te voy a matar”; José Yélamo advirtió de la obligación que los periodistas tenemos de luchar para no perder la credibilidad; Olga Rodríguez alertó del peligro que supone la sumisión del periodismo al poder…

Pero el asunto de la irrupción de los hooligans ultraderechistas en las ruedas de prensa, aunque sobrevoló, puede que merezca un mayor desarrollo en posteriores ediciones de estos estimulantes cursos de verano. Como fenómeno nuevo que es, la presencia de estos malencarados nos desconcierta y abruma a quienes creemos en las reglas del juego de la democracia; nos hace sentir en cierta manera indefensos.

En resumen, usan la libertad por la que los demás luchamos, una libertad que, apenas puedan, ellos y quienes piensan como ellos la utilizarán para quitárnosla a los demás.

En las ruedas de prensa que se celebran en el Congreso, cuando un diputado de Vox sube al atril lo hace altivo, con aires de suficiencia, contando además con la educación y el respeto que suele caracterizar a cualquier informador a la hora de preguntar, excepto a los ultras de los que estamos hablando y de cuyas provocaciones ellos, lógicamente, se saben a salvo. En cambio, los diputados de Unidas Podemos, los vascos, los catalanes, incluso muchos socialistas, han de ir preparados de antemano para soportar groserías y escuchar los bulos más infames en boca de estos inquietantes caballos de Troya procurando además no perder la compostura por insoportable que pueda llegar a ser la insolencia. 

Eres una mala persona”, le espetó Baldoví a Negre cuando ya no pudo, no supo o no quiso contenerse más. En la respuesta del diputado valenciano creí percibir un cierto aire de impotencia, de verse desbordado por una situación que ni él ni nadie parece saber muy bien cómo gestionar ni mucho menos resolver. La ultraderecha está dentro, juega sus cartas de amoralidad, provoca y es malo que no se les conteste, pero cuando se les replica suele acabar siendo peor.

Que en disyuntivas de este tipo, mucho más serias y trascendentes de lo que en principio pueda parecer, salgan ganado los intolerantes, es un talón de Aquiles, un déficit que urge resolver si no queremos continuar cediendo terreno sencillamente porque no sabemos cómo defenderlo. Algo falla aquí, algo falla y nadie parece dar con la tecla que permita salir del embrollo. 

J.T.

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