sábado, 31 de octubre de 2020

Monedero y el corporativismo periodístico

Pocas cosas hay más nocivas que los corporativismos. Y si es en periodismo, para qué les voy a contar. No hace mucho que tropecé con el tuit de un colega, indignado él porque alguien criticaba el empleo del verbo “tumbar” para referirse a rechazar o derogar (los Presupuestos, una propuesta de ley, un acuerdo que se creía cerrado…) “¿Me va usted a decir cómo tengo que titular”? –preguntaba el periodista, ofendidísimo por la precisión que alguien se había “atrevido” a hacerle, alguien que por cierto era lingüista.

Al margen de si está mejor o peor emplear el verbo tumbar en lugar de sinónimos como anular o suprimir, lo que más me llamó la atención de aquella reacción fue su apestoso tufo a corporativismo rancio: “yo titulo y titularé como me dé la gana, faltaría más, qué se habrá creído este metiéndose en mi trabajo”. Seguro que el tal “ofendidito” traga carros y carretas mucho más graves, dentro y fuera de su trabajo pero… que le cuestionen el empleo de un verbo… ¡hasta ahí podíamos llegar!

Me acordé de esto el otro día cuando Joaquín Prat sermoneó a Juan Carlos Monedero a propósito de la cancha que se le dio en el programa televisivo Cuatro al día a una negacionista de 21 años que presumía de ir sin mascarilla por la vida porque a ella le daba la gana. A Monedero se le ocurrió decir que ″algo de culpa tienen los medios de comunicación cuando hacen algo tan poderoso como ponerle un altavoz a una persona que no está preparada para hacerlo”, y a Prat (que seguro que es periodista de carrera, no lo dudo) le faltó tiempo para indignarse y decirle a Monedero: “¡Qué narices tienes, Juan Carlos! Dándonos lecciones de cómo tenemos que hacer nosotros periodismo”.

Nunca me pareció que para saber informar hubiera que tener el título de periodista y así lo llevo defendiendo toda mi vida. De hecho hay muchos no periodistas ejerciendo el oficio, unos con más suerte que otros a la hora del reconocimiento de su trabajo, pero lo que me parece grave es que un presentador arremeta contra un contertulio porque este se permite opinar sobre la conveniencia o no de entrevistar a según qué descerebrados. O descerebradas.

Monedero tiene acreditado poseer conocimientos suficientes para expresarse como lo hizo, es un intelectual preocupado por el funcionamiento de los medios y ha leído mucho sobre ellos, presenta programas, interviene en tertulias, conoce el funcionamiento del oficio periodístico, la dinámica interna, incluso los trucos del día a día, porque no le falta preparación ni capacidad de observación. Pero aunque no tuviera ese bagaje, cualquier persona con un mínimo sentido común podría haber llevado a cabo la misma reflexión que hizo él cuando la joven toledana empezó a soltar barbaridades.

Estoy de acuerdo con lo que dijo Monedero y lo amplío: no puede ser que a una niñata desahogada, por el hecho de haber comentado algo en redes y declararse insumisa a las recomendaciones para luchar contra la pandemia se le busque, se le ponga un micrófono y se le pasee de tele en tele a pelo, argumentando que es lícito proporcionarle altavoz a sus barbaridades cuando en lo único que están pensando es en el incremento de audiencia que suele acompañar a la emisión de este tipo de desafueros.

A eso no podemos jugar. Eso no es periodismo ni nada que se le parezca. Ni espectáculo tampoco, porque ni siquiera tiene interés objetivo. Dos reglas que siempre le dije a los periodistas que trabajaron conmigo: una, el micrófono lo sostienes tú, nunca el entrevistado y dos, no puede ser usado al azar ni de manera irresponsable, a la ligera, y mucho menos en directo.

Porque si hacemos lo contrario y elevamos al absurdo esta demoníaca práctica que nada tiene que ver con el periodismo, ¿por qué no ponerse a buscar todos los días, por ejemplo, alegatos a favor de la pena de muerte, del maltrato a las mujeres o contra la presencia de vecinos de raza negra en nuestra vecindad? Hagámoslo así y démosle todo el altavoz posible, ¿no? Parte de esas siembras infectas son las que han acabado desembocando en los lodos fascistas que han llevado a Vox al parlamento.

Esa manera de hacer las cosas no puede traer nada bueno. Hay códigos éticos que no se pueden estar traspasando continuamente, mucho menos es de recibo ofenderse cuando viene alguien y nos dice que eso le parece mal y acto seguido espetarle que cómo se atreve, que a ver si va a ser el invitado quien le va a decir a él, presentador de rancio abolengo, cómo tiene que hacer las cosas.

Funcionar así en los platós televisivos es pornografía. No vamos bien por ahí, ni tampoco buscando canutazos en las calles comerciales del centro de las ciudades para conseguir las respuestas que queremos, otra práctica tan generalizada como deleznable.

Esto es lo que piensan: “Somos periodistas y a nosotros nadie nos dice lo que tenemos que hacer ni cómo hacerlo, ni a quién ponerle un micrófono”. Claro que no, faltaría más, como tampoco hay que opinar sobre si es correcto o no abusar del verbo tumbar en los titulares, ¿verdad?

J.T.

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