jueves, 1 de octubre de 2020

La pandemia política, según Muñoz Molina


En el Gobierno, “mal avenido y desnortado, los bocazas y los irresponsables entorpecen el trabajo de los que sí saben lo que hacen.”

Esta frase la podría haber escrito perfectamente Felipe González, incluso el ínclito Vargas Llosa, dedicados ambos como están al acoso y derribo del Gobierno de coalición y a sembrar la discordia entre sus miembros cada vez que pueden pero no: esas palabras iniciales son propiedad de Antonio Muñoz Molina y aparecieron el domingo 27 de septiembre a toda página, impar, por supuesto, en la tribuna de Opinión del diario El País. En el mismo lugar donde el Nobel peruano, el expresidente otrora socialista o el ilustre académico Juan Luis Cebrián suelen adoctrinarnos de tanto en tanto entre insultos a Podemos y apremios a Pedro Sánchez.

Se conoce que el escritor ubetense no debe querer ser menos que sus colegas en ese extraño Parnaso de ilustres conjurados, empeñados ellos en laminar a cualquier precio a los socios minoritarios del Gobierno de coalición. Me cuesta entender las razones por las que Muñoz Molina decidió prescindir de su calidad literaria en el escrito al que me refiero y apostó por la redacción de una soflama en la que mete a todos los políticos en el mismo saco a la hora de reprochar su comportamiento durante estos meses de pandemia.

No se puede hablar de las sesiones parlamentarias como lo ha hecho el autor de Beltenebros. El “vocabulario infecto” que, según él, “sirve sobre todo para envenenar aún más la atmósfera colectiva” es patrimonio de una parte de la bancada, pero no de todo el hemiciclo. Quien llamó terrorista al padre de Pablo Iglesias fue la portavoz del PP, quienes tildaban de mentirosos a los miembros del Gobierno sesión tras sesión, cada quince días, eran Casado, Egea y sus socios ultraderechistas. No creo que resulte higiénico, ni justo, utilizar la misma vara de medir para unos que para otros cuando, en una terrorífica sesión para el olvido, el PP llegó incluso a votar contra la prolongación del estado de alarma.

No hay en “La otra pandemia”, que así se titula el artículo de Muñoz Molina en El País, ni una sola referencia a las caceroladas y las manifestaciones de la ultraderecha, ni tampoco al silencio cómplice de PP y Ciudadanos con aquellas gamberradas. Escribe, eso sí, que en los días más oscuros la derecha española daba tanto miedo en su saña destructiva como el coronavirus”. Pero al mismo tiempo arremete contra el ministro de Sanidad porque a su juicio es lento de reflejos.

Para el autor de “El invierno en Lisboa”, “la clase política española, los partidos, los medios que airean sus peleas y sus bravatas, viven en una especie de burbuja en la que no hay más actitud que la jactancia agresora y el impulso de hacer daño” ¡Ea! Todos malos malísimos, pero él por encima del bien y del mal, au dessus de la melée. Equidistancia que no falte, que eso siempre es una buena inversión, más si se adereza con una generosa ración de petulancia.

El artículo huele a nostalgia por los tiempos del bipartidismo y en él se llega incluso a reprochar la lentitud con la que se está poniendo en marcha el Ingreso Mínimo vital como si el autor de Plenilunio, que conoce de sobra lo que son las dificultades burocráticas y administrativas, no las hubiera sufrido nunca.

Que en el verano del 19 “fueron incapaces de llegar a un pacto de gobierno”, dice, ¿acaso ha olvidado los palos en las ruedas de Carmen Calvo por aquellos días o las dificultades que Sánchez confesaba tener para conciliar el sueño cuando pensaba en la posibilidad de contar con Podemos como socio de Gobierno. “La política española es tan destructiva como el virus”, escribe textualmente el autor de “Ardor guerrero”. Esta gente va a hundirnos a todos”, remata al final del artículo. Imagino que a esa conclusión igual llegó ya hace tiempo, quizás tras su experiencia como responsable en Nueva York del Instituto Cervantes.

En su libro “Todo lo que era sólido”, el Académico de la Lengua aporta sabrosas reflexiones: “En treinta y tantos años de democracia y después de casi cuarenta de dictadura no se ha hecho ninguna pedagogía democrática -escribe. La democracia tiene que ser enseñada, porque es natural, porque va en contra de inclinaciones muy arraigadas en los seres humanos. Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles”. En aquel brillante ensayo, publicado por Seix Barral en 2013 lo bordó, pero en el artículo del pasado 27 de septiembre me cuesta reconocer al Muñoz Molina cuyos libros tanto he disfrutado.

El pasado lunes dos desahogados tertulianos de la Cadena Ser, haciéndole un flaco favor, se atrevieron a comparar “La otra pandemia” con el “Yo acuso” de Émile Zola, célebre artículo donde el gran escritor francés denunció la injusticia de Estado cometida con un capitán judío llamado Alfred Dreyfus y que el diario L’Aurore publicó el 13 de enero de 1898 ocupando la primera página al completo. Un alegato que acabó costándole a su autor la condena judicial y el exilio.

Comparar los dos artículos es una ofensa grave al genial escritor francés que seguro avergüenza a Muñoz Molina, quien a lo más que llegó el otro día fue a escribir, pero sin señalar a nadie, que “la clase política en su conjunto se ha convertido en un obstáculo no ya para la convivencia civilizada, sino para la sostenibilidad misma del país, para la supervivencia de las instituciones y las normas de la democracia.” Quizás consciente de su pleonasmo, introducía una subordinada donde matizaba que “sin la menor duda habrá personas honradas y capaces”. Menos mal.

J.T.

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