Han tocado a rebato en el PP porque la frivolidad y el desahogo con el que llevan afrontando desde hace tres años la gestión de nuestras vidas no les impide intuir que esta vez con lo del ébola la han, literalmente, cagado; que su manera de enfrentarse al contagio de Teresa Romero no tiene nombre y que tanto desatino va a acabar pasándoles factura pero ya, y enviándolos al infierno de una puñetera vez.
Durante la semana que ahora acaba, los presuntos gestores de nuestra sanidad se han pasado tantos pueblos y han coleccionado tantos despropósitos que buena parte de sus paniaguados no han tardado en salir en tromba, despojados de todo recato, y se han aplicado a conciencia a practicar la contrapropaganda volviendo a tomar por estúpido al personal y demonizando el eslabón más débil: la enferma contagiada.
Mejorando los panfletos más abyectos, el ABC acusaba de sus males ¡en portada y con foto! a la propia enfermera infectada, el amoral Jiménez Losantos llegó a culpabilizarla hasta el extremo de decir que en el pecado llevaba la penitencia, en la tele de Castilla la Mancha se burlaron de ella y en Telemadrid les faltó poco para responsabilizarla hasta de la muerte de Manolete: llegaron a colocar gráficos y dibujos a toda pantalla con un mamporrero, al estilo del hombre del tiempo, explicando que Teresa Romero no avisó del posible contagio, no se identificó, hizo vida normal y no comunicó fiebre alta. ¡Miserables!
Para redondear la faena, la COPE llegó incluso a matarla directamente -luego retiró de la página web la información donde afirmaba que había muerto- y el ABC entraba en detalles afirmando que habría incineración directa sin autopsia previa (aquí una pausa, me vais a tener que disculpar porque necesito vomitar antes de continuar).
Toda esta tétrica parafernalia tenía como objetivo intentar cubrir y defender lo que no tenía defensa posible: una ministra más inútil que un cero a la izquierda, un consejero madrileño de sanidad zafio y grosero y un presunto presidente del gobierno desaparecido, como siempre, esperando a que pase el temporal y que no se inmuta ni cuando el personal sanitario le lanza guantes de látex en su tardía visita propagandística al hospital.
Pero esta vez no. Esta vez el asunto se les ha ido de las manos y lo ha hecho por el ángulo menos previsible: el marido de la afectada difunde por las redes que las "autoridades" sanitarias han decidido acabar con el perro familiar y el can se convierte en la imagen mundial del despropósito. La CNN lo cuenta al mundo entero y nuestros hijos, que están en el extranjero buscándose esa vida que aquí no encontraron, se empiezan a acojonar más que nosotros mismos:
- ¿Qué es lo que está pasando e Madrid, papá?, me pregunta mi hija desde Berlín, preocupada por mi salud y por la de su madre porque, visto desde fuera, vivir en estos momentos en Madrid es vivir en uno de los enclaves más peligrosos del universo. Los hoteles se vacían, la bolsa baja... ruina absoluta. ¡Viva el vino y la marca España!
De súbito, quienes residimos en Madrid nos hemos convertido en apestados para el mundo, candidatos al contagio tras el primer caso de ébola fuera de África. ¿Dónde tenía que ocurrir? En Madrid, faltaría más, near from the Plaza Mayor. Entre los árboles que te matan mientras paseas por el Retiro, Esperanza Aguirre conduciendo suelta por la calle y el maldito ébola acojonando a medio Alcorcón y al hospital Carlos III, Madrid se ha convertido -para quienes nos ven desde fuera- en una ciudad de alto riesgo.
Pero el peor de todos los riesgos es este gobierno suelto por la calle. Tras la hecatombe, han puesto a la ambiciosa Soraya SS a gestionar el marrón, y lo primero que se le ha ocurrido ha sido soltar una denuncia afirmando que existe una conspiración para crear falsas alarmas sobre el ébola. Conspiración internacional, le ha faltado decir. Lo del ébola tendrá solución, estoy seguro. y más pronto que tarde, pero lo de este gobierno... ¡jamás!
Me malicio que si Soraya SS es lo inteligente que dicen que es, lo que debe estar buscando, para ella y para sus compañeros de gabinete, es el camino más corto para salir corriendo de aquí antes de que acabemos corriéndolos nosotros a gorrazos.
J.T.
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