Hace ya más de un mes que México está hirviendo y los medios de información españoles, como siempre, pasando ampliamente del asunto. Claro que se trata de México, y como ocurre también con Colombia, apenas si nos llega información de las tragedias que están ocurriendo en esos países, donde ¡oh, casualidad! importantes empresas españolas tienen intereses comerciales. Empresas que a su vez son propietarias o tienen parte del capital -otra casualidad- de distintos medios en nuestro país.
Les resumo lo que pasó el 26 de Septiembre en el Estado de Guerrero, en una ciudad llamada Iguala, a unos 200 kilómetros de Ciudad de México: ese día, un centenar de estudiantes de magisterio que estaban ya hasta las narices de la impunidad con la que se mueven los narcos en esa zona del centro del país y de la connivencia entre estos y los cargos políticos, decidieron manifestar su repulsa y se presentaron en la zona a bordo de varios autobuses. La versión de los supervivientes es que fueron a recaudar fondos; la de quienes les atacaron que se proponían boicotear un acto electoral de la mujer del alcalde de Iguala.
El caso es que nada más entrar en la ciudad, fueron seguidos en camionetas por sicarios que apoyaron a la policía y, tras un primer enfrentamiento, dio comienzo poco después un tiroteo indiscriminado contra los jóvenes. Hubo seis muertos, bastantes heridos y muchas detenciones durante la estampida general.
La Policía Municipal trasladó a buena parte de los detenidos hasta la comandancia y ahí empezó la tragedia. Cuando ha transcurrido ya un mes de aquello, quedan pocas dudas de que los estudiantes fueron entregados a miembros del crimen organizado y que estos acabaron con ellos. Tenían entre 18 y 23 años, y según todos los indicios los quemaron apiñados en una o varias piras a las que prendieron fuego con ramas, troncos y gasóleo. Algunas víctimas pudieron ser mutiladas antes.
¿Por qué se habla tan poco aquí de esa monstruosidad con todas las papeletas para ser calificada como crimen de Estado?
Una de las razones es la escasez de corresponsales, la ausencia de profesionales que trabajen en el extranjero para medios de nuestro país. Desde hace ya años, recorte a recorte, apenas quedan periódicos, radios, revistas o televisiones en España que mantengan algún periodista propio fuera. Ni dentro, en algunos casos. Así que de gastarse pasta mandando un enviado especial a algún acontecimiento relevante, de eso... ni hablamos.
Hablábamos antes, eso sí, de la presencia de empresas españolas en Méjico: esa es otra de las razones para que apenas se hable aquí de la tragedia de Iguala, aunque tampoco hay que olvidar otro tipo de "casualidades". Por ejemplo que Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, es mejicano y cuenta entre sus amigos y consejeros al mismísimo Felipe González.
El salvaje estallido de violencia que el 26 de septiembre tuvo lugar en Iguala es una letal advertencia del narco ante quien ose cuestionar sus desmanes y su poder. Pero se les ha ido tanto la mano que el hecho ha puesto sobre la mesa una espantosa evidencia: que México se ha convertido en un país canalla trufado de fosas con miles de muertos. Buscando a los estudiantes desaparecidos han aparecido fosas con otras muchas personas asesinadas.
Cuando Enrique Peña Nieto, el actual presidente de México tomó el poder en diciembre de 2012, heredó un país con más de 26.000 desaparecidos durante los seis años de mandato de Felipe Calderón, su predecesor. El alcalde de Iguala y su mujer, a quienes se les acusa directamente de autores intelectuales de la represión del 26 de septiembre y la posterior desaparición de 43 de los manifestantes, se fugaron a los pocos días y andan en paradero desconocido; el gobernador de Guerrero, el estado al que pertenece Iguala, ha dimitido; el alcalde sustituto está muerto de miedo y el director del colegio de Ayotzinapa donde estudiaban los desaparecidos, dice continuar esperando a sus alumnos a pesar de la terrible evidencia que se niega a admitir: nunca volverán.
Por lo menos esta vez el caso ha conseguido romper el habitual e imperdonable silencio internacional. Ese silencio cómplice que Occidente, con Estados Unidos al frente, suele tener con lo que sucede en aquellos países latinoamericanos cuyos gobernantes le son sumisos.
No quiero imaginarme cuál hubiera sido el caudal de información en periódicos españoles como El País, La Razón o ABC si una fechoría de tal calibre, incluso diez veces menor, hubiera tenido lugar, por ejemplo, en Cuba o en Venezuela.
J.T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario