Vergüenza ajena me producen los lametones y las genuflexiones de tantos susanistas conversos que hace solo tres meses no la podían ver ni en pintura. Cuando se le hace la pelota a alguien descaradamente, ese alguien suele tener poder y el pelota miedo a pasar hambre.
En el caso andaluz, los almibarados halagos prodigados a Susana Díaz durante los últimos días evidencian el miedo de muchos a dejar de seguir mamando de la suculenta teta de la que hay quien ha chupado diez, veinte y hasta treinta años seguidos o más. Ha sido tanto tiempo que hay quien descubre ahora que no tiene más oficio ni beneficio que el derivado de su capacidad de adular.
Me maravilla la transmutación de tantos y la conversión con armas y bagajes de quienes hasta hace solo semanas la llamaban “la niña” y ahora les faltan tres telediarios para empezar a tratarla de “alteza“.
¿Por qué ha sucedido esto? ¿Cuáles son los “méritos” de Susana Díaz? Parece claro que trabajando a la órdenes de Pepe Griñán debió hacerlo con tal eficacia a sus ojos y granjearse su confianza hasta tal extremo que éste no dudó en proclamar ante el mundo, recién nacido el pasado verano, que Susana Díaz era “su hija muy amada en la que había decidido poner todas sus complacencias”.
Aún no han transcurrido cinco meses. Las reticencias, las resistencias y las desavenencias de los primeros días, crueles en algunos casos, han dejado paso a una sospechosa unanimidad de la que cabe deducir que se respalda a Pepe Griñán y a su tan criticada decisión de abrir la caja de los truenos. Un Griñán que ha conseguido irse difuminando a medida que su insospechada hoja de ruta iba adquiriendo forma.
Ahora ya está. Susana Díaz, la “niña” de hace seis meses, ya no escucha menosprecios ni sufre ninguneos. La música ha cambiado y ahora solo suenan halagos y adulaciones a su alrededor. De cómo administrar estos comportamientos en el seno de su organización yo no osaría decir ni palabra, a tenor de cómo ha demostrado ella manejar las claves.
Pero sí me gustaría dejar constancia aquí de mi empacho ante el comportamiento de los medios a la hora de tratar el fenómeno Susana Díaz. De los medios andaluces fundamentalmente, claro: Demasiado jabón. Parecían la prensa deportiva hablando de CR7: “Susana, la gran esperanza blanca”…
Con tan poco tiempo como presidenta de la Junta de Andalucía, ni siquiera tres meses, todavía no existen datos objetivos para meterle mucha caña, de acuerdo. Pero tampoco para elevarla a los altares, por favor. Vamos a esperar un poco, ¿no? Pues no, el periodismo orgánico andaluz ha gastado estos días tanto incienso, a propósito de su proclamación como secretaria general del socialismo andaluz, que los vendedores de esta resina aromática van a tener que reponer existencias si no quieren quedarse cortos para semana santa.
Yo no digo que Susana Díaz no sea la caña. Algo debe tener el agua cuando la bendicen, que dicen los católicos, pero si yo fuera ella no olvidaría aquel axioma que sostiene que las plumas más complacientes suelen convertirse en los peores rifles cargados y dispuestos a hacerte trizas al menor tropezón.
Si en la política los cuchillos están afilados, en el mundo del periodismo, y más en estos tiempos en que tantos medios luchan por no desaparecer y tantos profesionales por sobrevivir, podemos estar hablando de verdaderos barriles cargados de pólvora.
Si las subvenciones llegan en tiempo y forma y si los grifos de dinero no se cortan, tendrá menos problemas. Pero si a la presidenta Díaz se le ocurre meterle mano a los vicios adquiridos por un sector acostumbrado a funcionar durante treinta años de una manera cuya fecha de caducidad nadie cuestiona, empezarán los problemas. Los lametones y las genuflexiones continuarán, sea su destinataria sensible a ellos o no. La inercia de más de treinta años es mucha inercia. Y el miedo a pasar hambre, no te digo ya.
J.T.
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