M. Sandra, 36 años. Ganaba dos mil euros y hace tres años se metió en un piso de 165.000. Le dieron 195.000 de hipoteca a 40 años. Paga 750 euros al mes. Hace poco más de un año que se quedó en el paro: 900 euros. Para poder comer hace chapuzas en negro, entre ellas organiza reuniones tipo tuperware y vende material de sex-shop. Está sin pareja, sin hijos y sin perspectiva de tenerlos.
María S., 34 años. El mismo día que su pareja y ella firmaban ante notario el hipotecón que los mantendría "unidos" durante los próximos 35 años empezaron los movimientos en su empresa que derivarían en absoluta inestabilidad y flagrante amenaza para sus dos mil cien euros de sueldo. Un mes antes se había planteado la posibilidad de quedarse embarazada. Le espera el paro o trabajar lo mismo por la mitad de lo que cobra ahora.
M.L. Fernández, 37 años. Hipoteca a 30 años de 900 euros largos al mes. Ganaba 2.200. Su pareja, autónomo, no vende una escoba desde hace un año. Ella se acaba de quedar en el paro justo cuando deshojaba la margarita de si quedarse embarazada o no.
A.N. Gómez, 35 años. Lo han puesto de patitas en la calle con su mujer embarazada de su segundo hijo y obras en una casa de la familia donde ella piensa abrir un pequeño negocio: préstamo para la obra, por supuesto, mas hipoteca a veintimuchos años de la casa donde viven.
Estas cuatro historias, que conté en mi blog hace ya casi dos años y medio (el 3 de marzo de 2011) no tuve que salir a buscarlas a la calle. Las tenía muy cerquita mío. Se trataba de la situación por la que estaban pasando cuatro personas a las que quiero mucho.
¿Cómo diréis que están hoy, 8 de agosto de 2013, dos años y medio después, esas cuatro personas?
Pues os cuento:
A M.Sandra, que está a punto de cumplir 39 años, le quedan todavía 35 de hipoteca. Con lo que gana ahora trabajando a salto de mata apenas si le llega para cubrir la cuota. Así que ha decidido alquilar una de las habitaciones del piso y, por supuesto, sigue vendiendo material erótico de casa en casa. Continúa sin pareja, sin hijos y sin perspectiva de tenerlos.
María S. tiene un trabajo para ir tirando en el que le pagan bastante menos de lo que cobraba antes. Ahora está de baja porque, valiente ella, acaba de ser madre. Desde que ha vuelto de la clínica su pareja y ella no paran de hacer cuentas. Del todo, la verdad, no les salen.
M.L. Fernández se cambió de ciudad para ganar cuatrocientos euros menos que antes en un trabajo que no le gusta y que no sabe cuánto le durará. Se ha separado y se ha visto obligada a rebajar sus expectativas tanto personales como económicas. Cuando llega fin de mes y comprueba que le han ingresado la nómina, respira aliviada. Muy aliviada.
A.N. Gómez, desde que fue padre por segunda vez, empleó la mayor parte de su tiempo en ayudarle a su mujer en el negocio recién abierto y en ocuparse de los niños. La prestación por desempleo que cobraba se le acabó y ahora va de chapuza en chapuza, con algún contrato a tiempo parcial que, cuando dura un mes, lo celebra con los amigos.
Hace dos años y medio, cuando conté estas historias, confieso sinceramente que abrigaba la esperanza de celebrar con ellos, a estas alturas ya, la alegría de haber dejado atrás tanto machaque. ¡Iluso de mí! A día de hoy los cuatro deben prácticamente lo mismo, son más mayores, tienen más obligaciones y cobran mucho menos.
Cobran mucho menos... desde nuestro punto de vista, porque desde el del FMI o la Comisión Europea aún hay que rebanarles los sueldos un diez por ciento más.
J.T.
Pues a mi, tener un hijo sin dinero, no me parece valiente, me parece egoísta e irresponsable. ¿Qué vida le vas a dar a esa criatura?
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