domingo, 25 de junio de 2023

Cosas que no pienso olvidar cuando vaya a votar


No me olvido, ni me pienso olvidar nunca, de las miles de mentiras con las que la derecha ultra y la ultraderecha consiguieron convertir esta legislatura en un auténtico infierno. 

No me olvido, ni me pienso olvidar de los presuntos periodistas que han apostado por agitar el odio sin parar hasta conseguir acabar metiéndonos en un fango maloliente que hace que quienes nos dedicamos a la información sintamos auténtica vergüenza. 

No me quiero olvidar del miedo que las derechas nos hicieron pasar cada vez que comparecían en el Congreso durante los primeros meses de la pandemia, ni de cuantos convirtieron en prioridad absoluta tumbar a toda costa al Gobierno de coalición. 

No me olvido del boicot a cada iniciativa que el ministerio de Sanidad se veía obligado a adoptar en los días más espantosos del confinamiento. 

Tampoco de las pegas irresponsables a los calendarios de vacunación. 

Ni de los muertos en las residencias. Ni del criminal aprovechamiento comercial de la escasez de mascarillas. 

Ni de las caceroladas fascistas. 

Ni de los viajes a Europa del PP para poner dificultades a la llegada a nuestro país de los fondos europeos. 

Ni de la demonización sistemática de las políticas de Igualdad. 

Ni del voto en contra de la subida del salario mínimo, las pensiones o el ingreso mínimo vital. 

No me quiero olvidar de quienes votaron una y otra vez contra la adopción de medidas sociales imprescindibles y urgentes para ayudar a los más desfavorecidos. 

Sé, y lo valoro, que la existencia del Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos ha supuesto un alivio para buena parte de la ciudadanía en unos años de contratiempos como los que acabamos de vivir y aún vivimos. Pero tampoco me olvido que continúan, implacables, los desahucios; que hay cantantes en la cárcel por criticar la monarquía, que la legislatura se acaba con leyes sin aprobar y con otras que iban a ser liquidadas y han acabado despachándose con ridículos remiendos. 

Tampoco me olvido de las tropelías del rey emérito ni del trabajo conjunto PSOE-PP para evitar investigarlas en el Congreso. Ni de la controvertida y estomagante televisión pública que padecemos. 

Ni de la laxitud del ministerio del Interior para con las manifestaciones fascistas, nada que ver con la contundencia aplicada en las protestas de las izquierdas. 

Ni de las críticas de Feijóo a los impuestos a eléctricas, bancos y grandes fortunas, aunque ahora su partido plantee matices. Ni de las astracanadas de tanto pepero, ni de sus alarmantes pactos con Vox que solo anuncian el más espantoso de los futuros si ganan las elecciones el próximo 23 de julio. 

Que, en este contexto, las derechas y las ultraderechas avancen en intención de voto sólo puede ser atribuible a una falta de memoria colectiva o a que nos hemos vuelto todos locos. Cuesta creerse las encuestas. 

La ciudadanía sabe cómo está, y también cómo estaría, si la gestión de los múltiples contratiempos sufridos en los últimos tres años hubiese corrido a cargo de un gobierno compuesto por las derechas y las ultraderechas. 

Tampoco me olvido del lodazal en el que nos han obligado a movernos los medios de comunicación públicos y privados, envenenando a diario el ambiente con toda sarta de mentiras, bulos y fake news

No me olvido de las zancadillas a las políticas de fiscalidad. 

Tampoco me olvido de tanto juez injerente, ni de las maolientes cloacas, ni de esa enfermiza obsesión de las derechas por malmeter en el seno de familias, sobre todo humildes, intentando enfrentar a los jóvenes que solo consiguen salarios precarios con sus abuelos pensionistas porque cobran más que ellos. 

No me olvido del silencio cómplice de la iglesia católica, que ha desaprovechado en los últimos tiempos mil oportunidades de demostrar públicamente su preocupación por los más débiles. 

La vía neoliberal fracasó ya en la anterior crisis y naufragó estrepitosamente en el Reino Unido hace pocos meses, pero aquí las derechas continúan erre que erre, insistiendo en la aplicación de una política económica que ha evidenciado su ineficacia para resolver problemas como los derivados de una pandemia, de un volcán, de una guerra... 

Tampoco me quiero olvidar de tantos momentos en los que los socialistas, con su secretario general a la cabeza, dejaron a los pies de los caballos a sus socios de coalición. 

Quiero, pero no puedo olvidarme, del cainismo vivido en las izquierdas durante los últimos meses. Me gustaría que tantas heridas innecesarias, tantas dificultades hasta lograr un acuerdo a mi entender débil y cogido con pinzas no acabe pasando tremenda factura en las próximas elecciones generales. 

J.T.

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