sábado, 8 de enero de 2022

Y la mentira se instaló entre nosotros


Abro el twitter de algún que otro director de periódico y no leo más que mentiras; consulto el instagram de desprejuiciados informadores y compruebo cómo sus hooligans aplauden cada bulo que reproducen; miro el Facebook o el youtube de tanto falso comunicador ahora llamado infuencer y constato escandalizado cómo, sin el menor recato, se dedican a difundir entre sus decenas de miles, a veces cientos de seguidores, las mayores infamias. Esta siembra reverbera primero en webs ultras como The Objective, Ok Diario, Periodista Digital… a continuación radios y periódicos amplifican el mensaje y así un material, cada vez más incendiario acaba llegando a las televisiones convertido ya en verdad incontestable que pasa a ser “analizada en profundidad” por tertulianos que, mire usted por dónde, son en muchos casos los mismos que horas antes habían fabricado y difundido la mentira.

He ahí el círculo infernal al que toca combatir cada día, he ahí la trampa de cada mañana, he aquí el fake envenenado nacido de mentes calenturientas ante el que cualquier opción para conseguir neutralizarlo se convierte en una trampa: si lo dejas pasar y callas, malo, y si entras al trapo peor, porque hay muchas probabilidades de no salir bien parados en la contienda dado que tú tienes vergüenza y ellos la desconocen.

En esas estamos desde hace ya demasiado tiempo y, particularmente en nuestro país, el año nuevo ha llegado con un tedioso catálogo que nos permite imaginar por dónde pueden ir los tiros en los próximos meses. La esencia del periodismo es ayudar a tener opinión propia, ofrecerle datos al lector o al espectador que le sirvan para extraer sus propias conclusiones pero cuando la mentira le roba el protagonismo a la información contrastada, cuando en redes, en las portadas de las webs, en las newsletters o en las alertas del móvil aparecen mezcladas las mentiras y las verdades, ¿cómo distinguir unas de otras? La dimensión del fraude, dada su enorme capacidad de propagación, está empezando a ser de un calibre tan escandaloso que al final acaba consiguiendo relegar la información contrastada a un segundo o ercer plano.

Los medios y los profesionales que no mienten se encuentran a día de hoy en inferioridad de condiciones. No resulta nada fácil que la verdad acabe imponiéndose, si es que finalmente consigue hacerlo. Contrarrestar la mentira es tan agotador que te acaba robando el espacio, el tiempo y hasta la energía necesarias para hacer bien tu trabajo.

Entre los muchos bulos con los que los facinerosos nos han “felicitado” este año recién nacido se encuentran las torticeras referencias al patrimonio de la ministra de Igualdad o las opiniones del titular de Consumo sobre política alimentaria. Por no hablar de quienes han atribuido falsamente el descenso del paro al crecimiento del empleo público o de quienes, como el alcalde de Madrid proclaman, a sabiendas de que mienten, que la economía en nuestro país mejora porque “Madrid tira de España”.

Ante la perversa eficacia de esta manera de comunicar, quienes nos esforzamos por contrastar nuestras informaciones y documentar cada cosa que dejamos por escrito nos encontramos en inferioridad de condiciones. Por eso me desalienta el certificado de honorabilidad que nos exigen muchos de quienes jamás en la vida se han atrevido a toserle a los desprejuiciados. Las barbaridades de Tertsch, la desmesura de Azúa, las afirmaciones de Marhuenda o las salidas de pata de banco de Pedrojota se suelen solventar con un “ya sabes cómo son”, “no hay que hacerles ni caso”, pero a ti te exigen que cada dato que aportas contenga un vínculo, o una nota a pie de página, que demuestre que no estás mintiendo.

En resumen, que el desparpajo y la amoralidad de los desestabilizadores acaba afectando a tu propia credibilidad. Tu honestidad la tienes que demostrar, mientras que los impúdicos disfrutan de barra libre para emponzoñar la convivencia. “Es que no eres lo mismo de crítico con unos que con otros, Juan”, me llegan a decir en algún caso incluso amigo míos ¿Pero qué me estáis diciendo, no veis que están ganado la partida por goleada?, les contesto, ¿no veis que estamos bailando al son que tocan ellos y, además de estar perdiendo calidad democrática, estamos poniendo el futuro y el prestigio de la información en juego?

La equidistancia no es la solución, ponerse de perfil es de supervivientes, no de profesionales comprometidos. A riesgo de repetirme hasta la saciedad denunciaré una y mil veces el comportamiento criminal de quienes usan lo medios para engañar, calumniar, crispar, difamar y dividir. No a los bulos orquestados, no a la propagación de fakes, ni a la insidia, no puede ser que a unos se nos exija aval de honradez añadido, diploma de pureza de comportamiento, casi certificado de penales cada vez que publicamos algo y a otros se les deje mentir como bellacos a diario y en medio de la mayor de las impunidades.

Así fue como nacieron, crecieron y se reprodujeron los Trump, los Bolsonaro, los Johnson, los Ayuso… ¿Es eso lo que queremos? ¿Que los insidiosos continúen ganado terreno y que quienes no lo somos nos la cojamos con papel de fumar cada vez que usamos este u otro adjetivo o aportamos un dato cuya veracidad es incontestable y acreditamos con la solvencia de nuestra propia firma? Como el poeta maldigo, una vez más y sin ambages, la prosa y la poesía de los tibios y los equidistantes que procuran no pronunciarse intentando así no verse en la obligación de tomar nunca partido ni mancharse.

J.T.

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