Podemos creció muy rápido porque era un estado de ánimo que desde el 15M fue siempre a más, a medida que transcurrían las semanas y los meses. Un estado de ánimo que cristalizó en las propuestas de unos osados profesores universitarios que supieron ponerle a la indignación cara, nombre, mensajes claros y digeribles… y dieron en la diana. Estaban en el sitio justo en el momento adecuado, y ya se sabe que más vale llegar a tiempo que rondar cien años.
Como bandera de la indignación colectiva, la propuesta política de Monedero, Iglesias, Urbán y compañía cuajó hasta tal punto que acabaron saltando las alarmas en los despachos de mayor postín y los apoltronados de siempre, abandonando por un tiempo su habitual desidia, se dispusieron a planificar un sólido e inmisericorde contraataque por tierra, mar y aire que dura ya casi dos años.
Si, por lo que proponían y por cómo lo proponían, los promotores de Podemos habían conseguido ser escuchados, respetados y por tanto temidos, los ataques de los que estos comenzaron a ser objeto acabaron añadiendo atractivo y simpatizantes a una oferta que consiguió cinco escaños en Europa a las primeras de cambio, presencia e influencia en muchos ayuntamientos y autonomías y, finalmente, más de cinco millones de votos en las elecciones al congreso de los diputados del pasado 20 de diciembre. Más de cinco millones de votos para una propuesta política cuyo punto de partida fue cuestionar la manera de funcionar del sistema, darle la vuelta como un calcetín y creer firmemente que las cosas se pueden hacer justo al revés de cómo se hacen para que a la mayoría le vaya un poco mejor y a la minoría un poquito menos bien.
“El miedo tenía que cambiar de bando”, ¿recuerdan? Bueno, pues ocurrió. Los resultados demuestran que mucha gente votó sin miedo y que esos millones de votos que respaldaron a Podemos estaban certificando el declive de una infame y rastrera etapa con vocación de perpetuarse per secula seculorum. Desde la misma noche en que se conocieron los resultados del 20D, quienes no votaron a Podemos no han parado de intentar acojonarnos a todos. En nombre de las matemáticas y de la “insuficiencia” de las sumas, llevan más de cien días presionando y amenazando para conseguir la bajada de pantalones de quienes ya no pueden ningunear ni despreciar como les gustaría.
Pero Podemos no nació, al menos eso creo yo, para venderse a las primeras de cambio por un plato de lentejas. Podemos es una sensibilidad y un grito de rebeldía que está muy por encima de cada una de las siglas que conforman el proyecto, que va mucho más allá de las caras visibles y los apellidos de quienes ahora lo capitanean. Igual que una canción va dejando de pertenecer a quien la compone a medida que más gente la canta y la incorpora para siempre a su memoria sentimental, Podemos hace tiempo que dejó de ser el proyecto de unos pocos para convertirse en una obra colectiva. Eso es lo que han descubierto en Prisa, en el ABC, en 13TV, en el Santander, el BBVA, Bruselas, el PP y toda su cohorte de locutores y tertulianos paniaguados. Que los ataques a personas concretas no van a acabar con el proyecto.
Por eso andan desaforados auspiciando grandes coaliciones o intentando hacer morder el polvo a estos díscolos e imberbes profesores universitarios no dejándoles en paz ni un minuto. Por eso hurgan en sus discrepancias internas sin saber que las discusiones entre ellos existen desde el primer día y eso no tienen por qué ser necesariamente malo. Por eso intentan amilanar a los votantes de Podemos, promoviendo la idea de que es mejor la puntita nada más que marcharse a casa sin mojar. Pues mire usted, pues va a ser que no. Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas.
No creo que Podemos acabe bajándose los pantalones, no creo que después de todo el camino recorrido se apueste por un pacto light descafeinado y con sacarina. No se puede ceder ante quienes nunca cedieron, ante quienes llevan cuarenta años haciendo siempre lo que les salió de las narices, llevándoselo calentito y riéndose de nuestra pobreza en nuestra mismísima cara.
Quienes no se quitan las encuestas de la boca, quienes esgrimen ridículas cábalas y solo hablan de resultados electorales, olvidan que la lucha protagonizada por los movimientos sociales en los últimos años en nuestro país es algo demasiado hermoso para dejar el trabajo a medias.
Puede que haya quien esté tentado a vender la primogenitura por un plato de lentejas -la puntita nada más- pero en ese caso venderá solo la suya, no la del estado de ánimo que propició el nacimiento de Podemos, un sentir ciudadano que permanece vivo y vigoroso y que no se conformará con maquillajes ni pactos de medio pelo.
Si no se tuvo miedo para votar, no se puede tener miedo a las consecuencias a las que nos tiene que llevar ese voto. Sería triste que tanto trabajo, tanto esfuerzo y tanta expectativa acabaran derivando en “la puntita nada más”.
J.T.
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