- Al PP, ni agua; a Podemos, ni el aire
Quien acaba de pronunciar esta frase es un agricultor almeriense que tengo a mi lado, en el bar de Vícar donde desayuno muchas mañanas, y por poco se me atraganta el trozo de tostada integral con aceite cuando lo escucho. Son las ocho y cuarto de la mañana de un miércoles con resaca futbolera. En circunstancias normales estaríamos hablando del Barça, del Arsenal, de los dos goles de Messi... Pero no, en un rincón perdido del Poniente almeriense, estamos hablando... de política. En tres horas saldrán Sánchez y Rivera en la tele. Con su firma, sus besos y sus abrazos le darán la razón a mi contertulio mañanero: ni agua para el PP, ni aire para Podemos.
- ¿Pero tú no querías que la gente normal como tú y como yo, sin corbata ni camisas de marca, estuvieran en la política y le cantaran las verdades a los trajeados de siempre? -le pregunta el camarero al cliente filosocialista.
- Sí, pero el Coletas ese no me gusta. Se cree el rey del mambo
- Y además recibe dinero de Venezuela y de Irán -tercia otro parroquiano.
Venezuela, siempre Venezuela. El agricultor almeriense, jubilado para más señas, que desayuna a mi lado, le ha comprado a los propagandistas antipodemos, como Felipe González, el arsenal de argumentos que ahora repite con la misma soltura con la que en su infancia debió aprenderse el catecismo. El agricultor almeriense que desayuna a mi lado representa el perfil medio del andaluz que ha votado socialista toda su vida. Su "idea-fuerza" es que le ha ido bien en la vida gracias a los socialistas y de ahí no lo sacas.
Hay que precisar que en el Poniente almeriense, los agricultores son pequeños propietarios de invernaderos que se libraron, allá por los sesenta, de emigran a Catalunya o a Alemania merced a la puesta en marcha de la agricultura intensiva bajo plástico que revitalizó la zona y permitió prosperar a dos generaciones de lugareños. Lugareños que ahora votan en su mayoría al PP y contratan inmigrantes para las labores más ingratas que antes realizaban ellos mismos, todos los miembros de la familia. Que el agricultor que tengo a mi lado defienda al psoe es casi una excepción.
La conversación se anima entre los diez o doce propios -ninguna mujer- que desayunamos en la barra. Fran, el camarero, experto en templar gaitas a diestro y siniestro, interviene cordial:
- Yo creo que se tienen que entender. Para que las cosas cambien, se tienen que poner de acuerdo con Podemos. Como sean capaces de repetir elecciones, yo voto en blanco.
Las ganas de que los partidos se pongan de acuerdo para gobernar sin el PP es algo en lo que, a pesar del predicamento con el que cuenta la derecha en la provincia, coinciden muchas de las personas con las que mantengo conversaciones estos días en Almería. Familia, amigos, vecinos, el chico de la gasolinera, la empleada de la farmacia... todos desean que se dejen de pamplinas, echen a los corruptos, y los demás pacten y se pongan a gobernar cuanto antes.
- Estoy hasta las narices de tanta tontería. No hacen más que perder el tiempo
- Como repitan elecciones, yo no voto
Me pregunto en cuántos bares de este país andará la gente manteniendo estos días, a la hora del desayuno, conversaciones parecidas a ésta en la que yo participo en Vícar un miércoles de febrero. Me pregunto hasta qué punto se puede llegar a perder las más preciosa de las oportunidades que existió en este país en mucho tiempo para intentar darle a esto un cambio histórico.
Me pregunto qué tendrá que pasar para que Pedro y sus votantes, votantes como el agricultor almeriense que desayuna a mi lado esta mañana, admitan que la solución ha de pasar por entenderse sí o sí. Nunca por negarle a nadie ni el agua ni el aire.
J.T.
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