Hacer la pelota sin límites. En esta frase creo que pueden resumirse todos los libros de autoayuda que en el mundo han sido. Haz la pelota y te sonreirán; haz la pelota y allanarás tu camino; haz la pelota, en resumen, y tendrás menos problemas en la vida. Paulo Coelho y demás vendemotos de parecido perfil deben buena parte de su fama y su dinero a la capacidad para convencer a tanto pardillo inseguro como anda suelto por el mundo de que el éxito en la vida consiste en decirle al personal solo lo que quiere oír.
Coelho, Bucay y compañía se olvidan de un pequeño detalle cuando predican este tipo de cosas que ellos saben de sobra que son mentira: se olvidan de que, por lo general, las relaciones humanas al ser relaciones de poder, solo obligan a ser simpático al que está en desventaja. El poderoso se puede permitir ser soberbio, maleducado y hasta maltratador. Pero el desheredado, si quiere prosperar en la vida, ha de aplicar de manera permanente todas las técnicas de seducción que estén a su alcance: flores, bombones, genuflexiones, halagos... y la más importante, el silencio antes que la metedura de pata.
Ojo, no se me confunda, no estoy queriendo hacer aquí una defensa de los antipáticos, los malafollás o los malencarados. Pero sí quiero reivindicar la dignidad como método de funcionamiento en la vida en lugar del arrastre permanente, conducta ésta última que a tantos produce tantos y tan suculentos dividendos. Hay arrastrados que prosperan, claro que sí, pero si estamos dispuestos a pagar el precio, lo suyo es ser capaces de mantenernos fieles a nosotros mismos, a nuestra manera de ser y de pensar. Esa cualidad tan escasa llamada coherencia.
Mal tiene el poderoso delegar o elegir sucesor si no sabe rodearse de gente íntegra en lugar de lameculos que le hagan la ola y le rían las gracias. Parte de los males de este país provienen de aquel momento en que Aznar, en lugar de someter su relevo a una elección democrática, decidió ser él mismo quien designara sucesor: solo tenía a su alrededor corruptos y pelotas y eligió a un pelotas pero, como está escrito en todos los manuales de historia desde que el mundo es mundo el pelota, apenas consiguió cortar el cordón umbilical que le unía a su mentor, le salió rana: incompetente, inculto... y traidor. Supo halagar la vanidad del líder hasta que éste cayó en la trampa y doce años después aún lo tiene ladrando su rencor por las esquinas y lamentando haber caído en las redes del gallego adulador, tan hábilmente tejidas de peloteo y vergonzosa sumisión.
Los libros de autoestima fomentan el peloteo y eso es directamente denunciable, sobre todo porque en esos manuales para desorientados se suelen callar la segunda parte: los pelotas son siempre los más peligrosos. Quien cuenta con la vanidad de los demás como instrumento de trabajo, a la hora de gestionar pensará que todos son como él. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a alguien con poder: acabará llevando al desastre a sus administrados sin remedio. Mariano Rajoy es el paradigma del pelota peligroso, y hemos tenido la mala suerte de que nos toque sufrirlo en nuestras carnes cuatro largos años ya.
No, Paulo Coelho, Jorge Bucay, Eduardo Punset y compañía, no. Al lado de los poderosos no es bueno que sobrevivan los pelotas, sino la gente honesta y decente. Aunque sonrían menos y no halaguen vanidades, pero digan a los jefes lo que estos no quieren oír. Quien dice al jefe lo que no quiere oír pone la primer piedra para unas relaciones de lealtad. A menos que tropiece con la vanidad. Con esa vanidad que los malditos libros de autoestima se empeñan en que hay que procurar halagar.
J.T.
Coelho, Bucay y compañía se olvidan de un pequeño detalle cuando predican este tipo de cosas que ellos saben de sobra que son mentira: se olvidan de que, por lo general, las relaciones humanas al ser relaciones de poder, solo obligan a ser simpático al que está en desventaja. El poderoso se puede permitir ser soberbio, maleducado y hasta maltratador. Pero el desheredado, si quiere prosperar en la vida, ha de aplicar de manera permanente todas las técnicas de seducción que estén a su alcance: flores, bombones, genuflexiones, halagos... y la más importante, el silencio antes que la metedura de pata.
Ojo, no se me confunda, no estoy queriendo hacer aquí una defensa de los antipáticos, los malafollás o los malencarados. Pero sí quiero reivindicar la dignidad como método de funcionamiento en la vida en lugar del arrastre permanente, conducta ésta última que a tantos produce tantos y tan suculentos dividendos. Hay arrastrados que prosperan, claro que sí, pero si estamos dispuestos a pagar el precio, lo suyo es ser capaces de mantenernos fieles a nosotros mismos, a nuestra manera de ser y de pensar. Esa cualidad tan escasa llamada coherencia.
Mal tiene el poderoso delegar o elegir sucesor si no sabe rodearse de gente íntegra en lugar de lameculos que le hagan la ola y le rían las gracias. Parte de los males de este país provienen de aquel momento en que Aznar, en lugar de someter su relevo a una elección democrática, decidió ser él mismo quien designara sucesor: solo tenía a su alrededor corruptos y pelotas y eligió a un pelotas pero, como está escrito en todos los manuales de historia desde que el mundo es mundo el pelota, apenas consiguió cortar el cordón umbilical que le unía a su mentor, le salió rana: incompetente, inculto... y traidor. Supo halagar la vanidad del líder hasta que éste cayó en la trampa y doce años después aún lo tiene ladrando su rencor por las esquinas y lamentando haber caído en las redes del gallego adulador, tan hábilmente tejidas de peloteo y vergonzosa sumisión.
Los libros de autoestima fomentan el peloteo y eso es directamente denunciable, sobre todo porque en esos manuales para desorientados se suelen callar la segunda parte: los pelotas son siempre los más peligrosos. Quien cuenta con la vanidad de los demás como instrumento de trabajo, a la hora de gestionar pensará que todos son como él. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a alguien con poder: acabará llevando al desastre a sus administrados sin remedio. Mariano Rajoy es el paradigma del pelota peligroso, y hemos tenido la mala suerte de que nos toque sufrirlo en nuestras carnes cuatro largos años ya.
No, Paulo Coelho, Jorge Bucay, Eduardo Punset y compañía, no. Al lado de los poderosos no es bueno que sobrevivan los pelotas, sino la gente honesta y decente. Aunque sonrían menos y no halaguen vanidades, pero digan a los jefes lo que estos no quieren oír. Quien dice al jefe lo que no quiere oír pone la primer piedra para unas relaciones de lealtad. A menos que tropiece con la vanidad. Con esa vanidad que los malditos libros de autoestima se empeñan en que hay que procurar halagar.
J.T.
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