"La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje miedo de decir... Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida... Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo; los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo...."
Comienzo hoy con estas palabras de Eduardo Galdeano, quien se marchó dejándonos huérfanos el pasado lunes, porque me sirven para ilustrar una cuestión a la que vengo dándole vueltas desde hace bastante tiempo: ¿Por qué tenemos tanto miedo?
¿Qué es lo que nos lleva a aguantar un trabajo infecto y mal pagado en lugar de mandar al patrono al carajo? ¿Tan poca confianza tenemos en nosotros mismos para salir adelante? ¿Qué es lo que nos lleva a callarnos cuando escuchamos sandeces o, sencillamente, algo con lo que no estamos de acuerdo? ¿Por qué no acostumbramos a decir lo que pensamos? ¿Qué tenemos que perder? ¿Por qué no ponemos en marcha nuestras ideas, nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestras ambiciones en lugar de vivir atenazados, sometidos y engañándonos esperando a que las cosas cambien por arte de magia ¿A qué esperamos? ¿Qué más nos puede pasar?
¿Qué más le puede pasar a quien, para comer, ha de acudir cada jueves a las colas de Cáritas en su parroquia? ¿Qué más le puede pasar a quien le quitan la casa y además ha de seguir pagando la hipoteca pendiente? ¿Qué más le puede pasar a quien, cuando cae enfermo, no tiene dinero para pagarse las medicinas que le recetan? Cuando inicias la cuesta abajo siempre piensas que la cosa remontará. Y por miedo a perder lo que aún no te han quitado, continúas tragando.
Conozco gente que hace tiempo que no sale de vacaciones, que antes cambiaba de coche cada equis tiempo y un buen día decidió prescindir de él. Siguió tragando para aguantar el tirón, aunque cada año entraba en casa menos dinero y cada trabajo que conseguían era más cutre que el anterior. Un septiembre, al comienzo del curso escolar decidieron no comprar los libros que necesitaban sus hijos para estudiar; cuando llegó el frío no encendieron la calefacción, dejaron de comprar ropa, luego cortaron internet y empezaron a aplazar recibos de luz y agua y aguantar hasta la amenaza de corte. La consumación de la tragedia apareció cuando el dinero no llegaba para pagar el alquiler o la hipoteca. Ya solo quedaba lugar para la desesperación el día que recibió la notificación de desahucio.
Y cuando te quitan la casa y te dejan tirado como una colilla descubres que tenías que haber pegado un puñetazo en el primer minuto de partido. No haber tragado ni un puto contratiempo y haber salido a la calle a partirte el pecho para evitar el desastre. Igual te habrían dado de hostias hasta en el carnet de identidad, pero no habrías tenido miedo. Porque el miedo lo tienen que tener ellos, los que desahucian, los que roban, los que mienten, los que se llevan tu dinero a los paraísos fiscales, los que te están haciendo pagar un desastre financiero del que tú no tienes ninguna culpa...
Siempre hay peligro para los que lo temen, decía Bernard Shaw, y es cierto. Los ricos, y los políticos que defienden a los ricos, huelen el miedo. No les podemos dar esa ventaja, hay que actuar antes que nos muerdan. Más.
Acabemos con esos miedos que tan crudamente denunciaba Galeano. No dejemos hueco al "miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, a la noche sin pastillas para dormir ni... al día sin pastillas para despertar".
J.T.
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