miércoles, 3 de diciembre de 2025

Un paciente jamás puede ser un cliente


La reciente filtración sobre las fechorías cometidas en el Hospital de Torrejón no revela un simple escándalo: es la prueba sonora, desnuda, de un modelo que convierte un derecho fundamental en un producto y a los pacientes en mercancía. Un modelo que las derechas llevan años presentando como “eficiente”, “moderno”, “flexible”, cuando en realidad es una maquinaria calculada para exprimir beneficios a costa de la salud pública. 


Gracias a la grabación donde se escucha a Pablo Gallart, director general del grupo Ribera, instando a aumentar las listas de espera, en un hospital público de gestión privada, para poder así ganar cuatro o cinco millones de euros más, empezamos a percibir la dimensión de una infamia que mucho me temo sea mucho mayor de lo que hasta el momento conocemos.


Escuchar a Gallart pedir que “desanden el camino” de bajar listas de espera porque no les salen los números es la confesión de que en el corazón del modelo privatizador hay un principio sagrado que no es proteger la salud, sino blindar el EBITDA. Cuando un directivo habla de los tiempos de espera como si fueran el termostato de un hotel, algo está roto en la salud moral de nuestro día a día. Cuando se gestionan procesos, patologías y pacientes según su rentabilidad o se analiza si la “actividad con temas de farmacia” conviene o no conviene, el barniz de “sanidad pública gestionada por privados” se cae de golpe y deja a la vista aquello en lo que realmente se ha convertido, en un supermercado cutre atendido por batas blancas.


Aquí se ha cruzado una línea que jamás debió rebasarse. Un paciente puede estar angustiado, puede estar enfermo o asustado, pero jamás puede ser un cliente. Un cliente elige, compara, “da beneficios” o “sale caro”. Un paciente es obligatorio atenderlo sin más cálculo que el de qué tratamiento le corresponde y cuándo lo necesita. Todo lo demás es una perversión moral, un fracaso del sistema y una indecencia política.


La Comunidad de Madrid se ha limitado a responder con el tono cínico-tecnocrático que le caracteriza: “gestión transparente”, “criterios de control”, “seguimiento continuo” Palabras vacías propias del doble lenguaje que practican, cara lavada hacia afuera, hoja de Excel hacia dentro. Lo grave no es que no se desmienta lo que se escucha en esos audios; lo grave es que sabemos que forma parte de la lógica del sistema que el Partido Popular, sobre todo en Madrid, lleva practicando con todo descaro desde hace ya demasiado tiempo.


Cuando un servicio público empieza a seleccionar a qué enfermo le interesa atender y a cuál no, no estamos en una discusión ideológica sino ante una clara vulneración del derecho a la salud. Si algo demuestra este infame episodio es que, en el modelo privatizador, la salud se vuelve una variable, no un fin.


El director del grupo Ribera lo dijo sin pudor, hay “muchísimas teclas que podemos tocar”. No se puede exhibir mayor desfachatez. Por las buenas o por las malas, hay que hacerles entender a estos amorales especuladores de pacotilla que donde hay un paciente, nunca puede haber un cliente. Jamás.


J.T.

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