No hay escrúpulos que valgan. Sánchez y Feijóo se disputan su amor. Carles Puigdemont es el oscuro objeto de deseo de dos desesperados. Si la pasada semana Feijóo se humilló implorando ayuda a los empresarios catalanes de Foment del Treball para que intermediaran con Junts y consiguieran su apoyo en una posible moción de censura, este martes fue el turno de Pedro Sánchez, que quiere seguir siendo la pareja oficial de los nacionalistas catalanes cueste lo que cueste.
El presidente concedió ayer dos entrevistas: una a TVE, pero en la 2 y a Gemma Nierga, cuyo programa se realiza por lo general en catalán y otra a Jordi Basté en RAC1. En ambas comparecencias no tuvo reparo alguno en propinarse todos los golpes de pecho que hicieron falta y asumir que “hasta ahora” había incumplido acuerdos con Junts per Catalunya pero que eso se iba a arreglar, aseguró.
Sus genuflexiones no llegaron tan bajo como las humillaciones de Feijóo, pero les hizo la pelota todo lo que pudo y más. Se flageló sin reparos, admitió “incumplimientos” y “retrasos” de su Gobierno respecto a lo pactado con Junts y prometió inmediato propósito de la enmienda. De hecho, poco después de las entrevistas, el Consejo de Ministros aprobó un real decreto para sacar adelante varias de esas promesas incumplidas.
Durante las entrevistas a Basté y a Nierga, el presidente del Gobierno volvió a poner sobre la mesa la “normalización” de Cataluña, la plena vigencia del catalán en las instituciones del Estado, y hasta dejó la puerta abierta a un hipotético reencuentro con Carles Puigdemont. Depende Sánchez de los demás para sobrevivir en el poder y si para eso hay que asumir culpas, pues se asumen; si hay que corregir rumbos, se corrigen y si a cambio de lealtades hay que ofrecer migajas, pues se ofrecen.
No pareció que el objetivo fuese defender su proyecto, sino más bien complacer al socio —o exsocio— para mantener vivo el bloque parlamentario. El cálculo se ve claro: con unas cuentas públicas detenidas, con el gran desgaste que le están produciendo los escándalos internos y con una mayoría parlamentaria en equilibrio inestable, el presidente se emplea a fondo intentando asegurar por tierra, mar y aire cualquier apoyo que evite un salto al vacío.
El gesto, sin embargo, no ha calado. Desde Junts se ha recibido con escepticismo, reconocen el anuncio, valoran tímidamente los avances pero mantienen el “diálogo congelado”, escépticos ante lo que consideran una maniobra de estricta supervivencia. En su momento le dieron calabazas al pedigüeño Feijóo y ahora hacen lo propio con un Sánchez angustiado. Se lo deben estar pasando bomba los nacionalistas sintiéndose tan deseados.
Ya no les vale con concesiones programáticas -vivienda, inversiones locales, catalán en la administración- para otorgar de nuevo la confianza al ejecutivo del Estado; tampoco se fían de las promesas de un PP que miente más que habla como tiene sobradamente demostrado. Me temo que ambos lo tienen pelín crudo, por mucho que unos coreen “Puigdemont, campeón, vótanos la moción” y otros entonen el “Vuelve a casa vuelve”, esa melodía tan apropiada para estos días de vísperas navideñas.
J.T.


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