sábado, 6 de agosto de 2022

La indecencia que no cesa


En este preciso instante, en muchas redacciones españolas, hay sicarios y mercenarios -unos excelentemente pagados y otros pobres pringaos- urdiendo canalladas, mentiras y bulos con los que mantener viva la llama de la desinformación y el ataque sistemático al Gobierno de coalición.

En este preciso instante, da igual cuando se lea esto como se suele decir en redes, hay un tertuliano o tertuliana mintiendo por aquí, difundiendo bulos por allá, o sacando punta a insustancialidades sin trascendencia por acullá. Palabrería que acabará derivando en doctrina, en consigna tóxica que acto seguido comienza a reproducirse en bares y chiringuitos sin que nadie sepa muy bien dónde oyeron lo que cuentan.

En este preciso instante, y eso que estamos en agosto donde según los expertos hay mucha menos actividad, una radio está mintiendo, una televisión tergiversando y un periódico cogiendo el rábano por las hojas a la vez que perpetra un infecto titular. Habrá menos actividad pero quienes sustituyen a los manipuladores titulares, deseosos quizás de demostrar que han estado bien elegidos, queriendo estar a la altura, elevan aún más el listón de los desafueros de lo que este ya suele estar durante el resto del año.

Hay colegas que todavía defienden el periodismo decente y que, muy indignados ellos, se cogen un rebote diario con alguna primera página, o con lo escuchado en algún programa canalla, antes de rasgarse las vestiduras en redes proclamar acto seguido a voz en grito que esto no puede seguir así. A mi juicio cometen un error, dicho sea con todo el cariño, cuando hacen pública su indignación: reproducir la infamia que les ha provocado el cabreo, el texto y a veces hasta las fotos. Entendería que esto se hiciera así si la calumnia fuera una excepción, pero cuando el despropósito se convierte en algo generalizado, no sé si es bueno proporcionarle a los canallas más aire del que ya tienen, por mucho que la intención sea condenar lo que cuentan y cómo lo cuentan.

Habrá quien me diga que no es bueno generalizar y que no todos los medios son iguales. De acuerdo, vale, pero cuando lo son la mayoría, y esto es un hecho irrefutable, sí creo lícito plantear las cosas como intento hacer en estas líneas. Porque en este preciso instante, insisto, se están cometiendo en España varios atentados contra la obligación ética que tiene la prensa de ser rigurosa, honesta y de contar las cosas como son y no como se quiere que sean.

Ni en tiempos de la censura más insoportable se cometieron tantos atentados contra el derecho del ciudadano a estar informado. En tiempos de dictadura aprende uno a leer entre líneas, a buscar información alternativa, a que los corresponsales extranjeros escriban en sus periódicos lo que pasa en nuestro país… Igual sería bueno que a día de hoy existiera un José Antonio Novais que contara en Le Monde, como ocurría en tiempos del franquismo, lo que pasaba en España. Pero claro, si somos una democracia “avanzada”, pensarán fuera, qué necesidad hay de cuestionarla. Pues la hay, queridos colegas extranjeros, la hay y mucho, créanme. Los corresponsales extranjeros que en la actualidad están acreditados en nuestro país suelen hacer bien su trabajo, pero no encuentro que en las crónicas que publican trasladen a sus lectores el nivel de encanallamiento del que es víctima el oficio periodístico en España en estos momentos.

Por alguna razón, que seguro quienes lo propician saben, se ha instalado aquí una dinámica de leña al mono, es decir, al Gobierno de coalición, que impide que el ciudadano medio conozca algo que no sea la inquina indisimulada y el ataque sistemático al gobierno sin que este parezca ser capaz de reaccionar, algo que no entiendo.

Espero que a ningún badulaque se le ocurra plantear que con estas reflexiones estoy defendiendo un planteamiento informativo propagandista del trabajo del gobierno, pero convendrán conmigo que resulta bastante difícil de entender el predicamento que nuestros gobernantes y su trabajo tienen en el extranjero frente a la insidia sistemática de que son objeto por quienes tienen la obligación de contar en qué consiste el trabajo que hace. Criticándolo si lo consideran oportuno, faltaría más, pero contándolo. Y no lo cuentan.

Hagan la prueba cuando les parezca, busquen la primera página de no importa qué periódico en este mismo instante, sintonicen una radio o un programa de televisión cualquiera: existe un 90 por ciento, y quizás me quede corto, de posibilidades de que estén contando cualquier nimiedad que desemboque en poner a caldo a algún miembro del Gobierno de coalición. El diez por ciento restante quizás no esté mintiendo ni propagando bulos, pero en pocos casos estará cumpliendo con su obligación de servicio público contándonos las cosas que de verdad nos conciernen. Es lo que hay.

J.T.

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