domingo, 20 de febrero de 2022

Díaz Ayuso y “mienmano”. La historia se repite


Cuando el jueves escuchaba a Díaz Ayuso una y otra vez pronunciar las palabras “mi hermano” no pude evitar, dado que uno va teniendo una edad, recordar al socialista Alfonso Guerra, cuando este era vicepresidente del gobierno en 1990. Él no decía “mi hermano” sino “mienmano” cuando se refería a su hermano Juan, pero el asunto era el mismo: nepotismo, tráfico de influencias, soberbia y sensación de impunidad. Somos los putos amos y podemos hacer lo que nos dé la gana. Punto. 

El “enmano” de Guerra montó un despachito oficial en un recodo de la delegación del Gobierno en Andalucía, un chiringuito si queremos hablar con más propiedad, donde recibía, repartía favores y gestionaba asuntos de todo tipo. Sobre el papel había sido contratado como asistente de su hermano, pero desde aquel rincón sevillano Juan Guerra amplió el campo hasta conseguir ser acusado y juzgado por tráfico de influencias, prevaricación, cohecho y variadas lindezas más. 

Cuando el asunto empezó a salpicar a Alfonso, su entonces amigo Felipe González salió en defensa suya: si quienes la habían tomado con su vicepresidente, aseguró, continuaban con el acoso, acabarían consiguiendo “dos por el precio de uno”. Amagó con dimitir de la presidencia del Gobierno pero no transcurrió demasiado tiempo desde aquel instante hasta el momento en que González decidió dejar a un lado la solidaridad y en la estacada a su amigo de toda la vida. Alfonso Guerra acabó dimitiendo, se marchó del poder y fin de aquel cuento.  

El cuento de estos días, el de Ayuso y su guerra con su otrora amigo del alma Pablo Casado me devuelve a aquellas atmósferas ¡Ay, la familia!, por cierto término este, “familia” que la presidenta de la Comunidad de Madrid tampoco se quitó de la boca durante toda su comparecencia el pasado día 17 y que a mí me recordó, ¡hay que ver cómo soy!, a Marlon Brando en El Padrino. La familia, mi hermano, mi primo o la madre que me parió con perdón: da igual. Da igual el color político, el lugar geográfico o los años que transcurran. En España somos nepotistas vocacionales.  

Que Ayuso no tenía idea de lo que hacía su hermano no se lo creen ni los niños de cinco años. Entre otras cosas porque esas maneras de funcionar han estado y continúan estando instaladas en la gestión de cualquier institución. En el caso de la Comunidad de Madrid, y por referirnos solo a los últimos tiempos, ¿hace falta recordar, por ejemplo, la suite de Sarasola, el telepizza para niños, los ancianos que murieron por no ser trasladados de las residencias a hospitales, la falta de luz en la Cañada Real, las listas de espera en Sanidad…?  

Cuando yo trabajaba en tve tenías que tener cuidado cuando en un corrillo hablabas de alguien porque era bastante probable que te estuviera escuchando un primo, una hermana o un cuñado de la persona que mencionabas. Si gestionas un presupuesto y no te acuerdas de tu familia eres un mal nacido al que te harán la cruz en tu entorno y te dirán en la cara que tú no es que seas decente, es que eres gilipollas. 

Este es el caldo de cultivo en el que hemos crecido medio país, por no decir el país entero, desde hace ya décadas. Usos extendidísimos en la empresa privada que no parece haber manera de erradicar en el comportamiento de los responsables públicos. Hasta que no se les denuncia, se les condena y se les manda a la cárcel, no parecen entender que su cargo oficial existe para servir a la ciudadanía y no para que él, o ella, y su familia se sirvan de las “facilidades” que supone manejar un presupuesto público, a pesar de tanto interventor y tanta auditoría como existen para evitarlo. 

Mucho me temo que Ayuso, subida a la espiral del trumpismo donde la clave del éxito parece ser echarle cara al asunto, comprar todos los favores posibles y atacar antes de que te ataquen, no va a acabar, en el supuesto de que le gane el pulso a Casado, ni con el nepotismo, ni con el tráfico de influencias, ni con las comisiones discutibles ni con las subvenciones a los medios para que te eleven a los altares. Casado tampoco lo haría, no nos engañemos, porque este tipo de costumbres, que por otra parte hay quien sostiene que están grabados a fuego en el adn de la mayoría de los españolitos de a pie, no se van a dar por acabadas en ningún caso. 

Lo de “mi hermano” y las invocaciones a la familia son solo la punta del iceberg. Como en su día fue lo de “mienmano”. Aquello acabó con la dimisión de un vicepresidente del Gobierno. Esto amenaza con una explosión puede que de mayor calibre aunque no estén, gracias sean dadas a los dioses, sentados en la poltrona monclovita. Una vez más se cumple el famoso adagio atribuido a aquel político italiano llamado Giulio Andreotti: “El poder desgasta, pero la oposición desgasta mucho más”. 

J.T.

No hay comentarios:

Publicar un comentario