¿Merece la pena que un periodista, cuando está de vacaciones y tropieza con una buena historia que contar, haga un paréntesis en sus planes de viaje y se dedique a mandar crónicas de lo que está viviendo? Diez o quince años atrás, la respuesta hubiera sido sí, sin ninguna duda. Hoy día, en cambio, eso ya tiene poco sentido. Me explico:
Hace unos días estaba yo de visita cultural en Leipzig, Sajonia, y mi estancia allí coincidió con el inquietante episodio protagonizado en aquella zona por un sirio de 22 años llamado Jaber al-Bakr quien, vigilado como sospechoso y perseguido por la policía alemana, consiguió burlar el cerco al que estaba sometido y escapó de su apartamento dejando casi ultimado un artefacto explosivo tan peligroso que los artificieros, tras evacuar todas las casas vecinas, decidieron detonar sin moverlo siquiera del lugar donde lo encontraron.
Dos días después el fugitivo fue detenido en Leipzig, muy cerca de donde yo me alojaba. Me había fijado para esos mismos días un ambicioso programa de visitas culturales y lo estaba cumpliendo minuciosamente: la casa donde murió Mendelssohn, el museo de J.S. Bach, el piso donde vivió Schumann recién casado, el lugar donde nació Wagner y pasaba las vacaciones Grieg... Lo tenía previsto y así lo hice: seguí con mi plan tal y como lo había diseñado mientras que, a medida que transcurrían las horas, se iban conociendo más detalles a propósito de la detención del presunto terrorista.
Se supo que Jaber al-Bakr, desde un rincón de la Hauptbahnhof (Estación Central) de Leipzig, había conseguido entrar en contacto por el móvil con un chat de refugiados sirios. Que había pedido ayuda haciéndose pasar por uno de ellos, como si estuviera recién llegado a Alemania, y que tres compatriotas fueron a buscarlo a la estación, se lo llevaron a casa, le dieron de cenar y habilitaron un espacio para que pudiera dormir.
Al poco rato uno de los anfitriones vio en facebook la foto de su invitado, identificado como el presunto terrorista que toda la policía alemana estaba buscando ¿Es él, verdad? le preguntó a sus compañeros. Indagaron un poco más en internet y, cuando estuvieron seguros, decidieron actuar. Lo más parecido a una cuerda que tenían en casa eran los cables alargadores para enchufar el ordenador y los portátiles. Así que con esa improvisada herramienta consiguieron inmovilizar al inquietante huésped atándolo bien fuerte de pies y manos mientras dormía. Se distribuyeron el trabajo: dos se quedarían vigilándolo y el tercero acudiría a la policía, que inmediatamente se presentó en casa y detuvo al sospechoso.
Cuando iba camino del auditorio Gewandhaus para asistir a un concierto, me enteré que el sirio Jaber al-Bakr, cuyo objetivo último según la policía era haber cometido un atentado masivo e indiscriminado en uno de los aeropuertos de Berlín, acababa de aparecer ahorcado en su celda. Diez o quince años antes, yo habría mandado el concierto a hacer puñetas, me hubiera puesto a indagar y a escribir una crónica contando esta historia, y habría buscado quien me la publicara, pero esta vez no lo hice. Hace tres lustros, lo que me hubieren pagado por mi trabajo me habría permitido amortizar una buena parte de los gastos de mi viaje, pero a día de hoy eso es sencillamente impensable. Si llamas para ofrecer crónicas in situ con historias como la que acabo de contar y tienes la suerte que interesen a algún medio, las cantidades que te pagan en el mejor de los casos son una verdadera miseria aunque tengas una exclusiva mundial. Y eso cuando te pagan. Igual algún día la cosa mejora pero, en estos momentos, así es como estamos en el mundo del periodismo.
Así que decidí continuar con mis planes. Preciosa Leipzig. Si podéis, no dejéis de visitarla alguna vez en vuestra vida, sobre todo si os gusta la música clásica.
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