Hubo un tiempo en que yo, como tantos de mis amigos, lo reconozco, estuve enamorado de El País. Una reproducción enmarcada de su primer ejemplar, con fecha 4 de mayo de 1976, presidió el salón de mi casa y sobrevivió a mudanzas diversas durante años. Fue duro entender con el tiempo que aquel producto periodístico del que un día estuve enamorado ya no lo reconocía ni la madre que lo parió. Lo quité de la pared.
Fue duro sobrellevar los pesados cuernos que me pusieron. A mi El País me nutria, me satisfacía, me informaba y hasta creo que me formaba. No se me ocurría, ni por asomos, dudar de una información aparecida en sus páginas. Es más, llegó un momento donde consiguió que pensáramos que una noticia no era tal si ellos no la habían publicado. En aquellos analógicos tiempos subrayaba yo los artículos de la sección de Opinión, recortaba sus reportajes, e incluso guardaba y archivaba muchos de sus informes…
Hasta que un buen día, hace ya años, empecé a frotarme los ojos con algunos de sus titulares. No podía ser, aquel no era mi periódico. Y comencé a entender que, como sucede en todos los enamoramientos, yo había estado ciego. El periódico nunca fue ni tan progresista ni tan honesto ni tan guay como me había llegado a creer en algún momento.
Bonifacio Cañibano explicó un día, en su columna “El rincón del ñángara”, cómo la línea editorial de El País siempre se ajustó “como un guante a su cuenta de resultados. Por eso -escribía Cañibano- ha apoyado a gobiernos reaccionarios (Fox y Calderón en México, Alan García en Perú…) e incluso a gobiernos que promovían la violencia y el paramilitarismo (Uribe en Colombia…) Y sin despeinarse ha ensalzado gobiernos de izquierdas, como el de Lula en Brasil y vituperado a los de Chávez o Evo Morales que preconizaban políticas similares”
Es posible que durante un tiempo El País fuera en España una especie de tuerto en el reino de los ciegos, pero mucho antes que Gregorio Morán publicara en su libro “El cura y los mandarines” (Madrid, Akal, 2014) los tejemanejes internos de la sociedad editora del diario desde antes incluso del nacimiento del diario yo ya había dejado, con todo el dolor de mi alma, de acudir al kiosko cada mañana para comprar El País.
La cuesta abajo, que fue lenta pero incesante, la certificó para mí la llegada del primer ERE. No podía creerme las cosas que me contaban algunos compañeros afectados por el expediente. Encajaba todo desde el punto de vista técnico, pero algún rescoldo de enamoramiento debía quedarme aún porque me resistía a admitir según qué asquerosas jugarretas de las muchas que iba conociendo. Y en enero de 2014 llegaría aquella portada infame, como recuerda Carlos Enrique Bayo en la edición latinoamericana de Le Monde Diplomatique, con la desagradable fotografía de un paciente entubado que en absoluto correspondía, como le atribuían, al entonces presidente venezolano Hugo Chávez: se trataba de una captura del mismo vídeo que semanas antes se había tratado de colar como gran exclusiva desde el interior del Centro de Investigaciones Médicas y Quirúrgicas de La Habana, donde el mandatario convalecía de la extirpación del grave tumor cancerígeno que acabaría finalmente con su vida.
La llegada a la dirección del periódico de Antonio Caño, a quien no tengo el gusto de haber tratado, ha sido ya el remate de la faena. Ahora sí, por si quedaba alguna duda, a El País no lo reconoce ya ni la madre que lo parió. Si yo fuera del ABC o La Razón lo denunciaba por competencia desleal. Ya no son solo ellos quienes tienen el patrimonio de las mentiras, los infundios y las injurias en portada: ahora Caño compite a diario con Marhuenda y Rubido por ver quién la suelta más gorda.
A la Defensora del Lector se le amontona el trabajo y me la imagino todo el día con la manguera en la mano intentando apagar fuegos imposibles. Varios redactores abandonan el diario tras publicar informaciones incómodas para Soraya y el comité de redacción no consigue refrendar un comunicado crítico con el director porque éste se niega a facilitar el censo actualizado.
La última ha sido dejar a los pies de los caballos a una de sus redactoras, llamada a declarar junto a él por una información falsa sobre Jaume Roures publicada en diciembre de 2014 y en la que le atribuía al empresario catalán 250 millones en 150 cuentas, un tercio en paraísos fiscales. Invocando un apartado del Código Penal, el 30.2, Caño aspira a desentenderse del asunto a pesar de haberlo publicado en primera página, un espacio de su estricta responsabilidad.
Una vergüenza para quienes, como yo, hemos dado la cara siempre ante los juzgados por todo lo que aparecía en las publicaciones que dirigíamos, lo firmara quien lo firmara y estuviera en la página que estuviera. Una pena, que Caño haya sido capaz de remitir un recurso al juez que lo ha citado a declarar el próximo 10 de noviembre para ser excluido de la querella “al no ser el autor de la información” y amparándose en la “responsabilidad en cascada o escalonada“.
En fin…
J.T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario