El silencio como escudo, el silencio como refugio, el silencio como arma. El silencio como agresión, porque lo de este sábado es una agresión a la buena fe del ciudadano medio y al Estado de Derecho. Lo de este sábado es un repugnante y denunciable trato de favor: todos los resortes del Estado, el judicial, el policial, el mediático, el político… llevan semanas dotando a la comparecencia ante el juez de la ciudadana Borbón y Grecia de un carácter de excepcionalidad que no habría debido tener nunca.
Cristina Borbón de Urdangarín es una ciudadana de pleno derecho que, tal como contempla nuestro ordenamiento jurídico, está obligada como todo el mundo a acudir a declarar ante un juez cuando éste la requiera para ello. El asunto tiene un interés que no voy a ser yo quien lo discuta pero admítaseme que, de las exageradas dimensiones que ha acabado adquiriendo esta historia, los principales responsables son quienes, durante demasiado tiempo, han apostado por la estrategia del escaqueo en lugar de por plantar cara.
Con lo fácil que hubiera sido hace meses, digo yo, llegar, escuchar las preguntas que tuvieran que hacerte, contestarlas… y a casita. Así tendría que haber sido, ¿no? Así, y no de otro modo, habría tenido que suceder en esa sociedad normalizada a la que aspiramos y en la que no acabamos de convertirnos.
¿Por qué no lo conseguimos? La hija del todavía rey de España lo hubiera tenido más fácil si no se hubiera dejado proteger tanto. Alguien, si es que ella no ha sido capaz de verlo, tenía que haberle dicho que tanto escudo protector la vulnerabilizaba. Que tanta defensa la condenaba. Sea cual sea el veredicto, sea cual sea el dinero que tenga que pagar, todo le habría resultado mucho más llevadero si no se hubiera refugiado en el silencio.
Menos mal que su padre no ha potenciado los cortesanos, porque la verdad es que, esta vez, arribistas y pelotas a su alrededor haciendo méritos para proteger a su hija no le han faltado. Hasta un egregio “padre de la Constitución” tenemos en medio de la ensalada.
Yo no sé por qué se ha callado Cristina. No entiendo por qué ha estado escondida. Hay silencios y ausencias que estigmatizan por su elocuencia. Con lo fácil que le hubiera resultado copiar a papá, salir a la palestra y soltar aquello de “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”… y miel sobre hojuelas. ¿O había miedo de que esta vez ya no colara? Pues en eso llevan razón: esta vez no habría colado.
Pase lo que pase este sábado, diga lo que diga en el juzgado, creo que Cristina Borbón de Urdangarín, 48 años, casada y madre de cuatro hijos, se sabe condenada por el ciudadano medio. Creo que sabe que la gente suele ser más comprensiva con los sinvergüenzas que dan la cara que con quienes, aún siendo inocentes, esconden la cabeza debajo del ala.
Es verdad que uno es prisionero de lo que dice y dueño de lo que calla, pero la cosa cambia cuando quien calla termina siendo dueño de lo que, presuntamente, entre silencio y silencio, se ha estado llevando crudo.
J.T.
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