La tolerancia con la picardía, la complacencia con el tramposo, hacerse el tonto cuando descubrimos, o incluso convivimos, con una irregularidad… Ese es el problema que tenemos en nuestro país con la corrupción: nuestro problema es la actitud.
En su post de este lunes en “Público” Tica Font explica que, para que en un colectivo se instale la cultura de la corrupción, es preciso que exista consenso social, que mayoritariamente la población considere que “aprovecharse de la posición en beneficio propio es normal“. Quizás derivado de un comportamiento de siglos, elocuentemente descrito en “El Lazarillo“, “El Buscón” y otras obras maestras de la novela picaresca española, nuestro problema es la actitud.
- ¿Cómo iba yo a decirle que no al duque de Palma? Si quien me lo proponía era el duque de Palma! explicaba hace unos meses con aire candoroso Jaume Matas en un programa de televisión para justificar que el duque se lo llevara crudo a costa de las arcas públicas de Baleares, la comunidad que Matas presidía y por cuya controvertida gestión sigue visitando juzgados y recibiendo condenas.
- ¿Cómo que lo que hacemos es ilegal? solía preguntarle Jesús Gil a sus acólitos. Capullos, que sois unos capullos: de la cárcel se sale más fácil que de la miseria. Sois unos pringaos y como no espabiléis lo vais a ser toda vuestra vida. Y claro, con ese tipo de arenga, ¿quién no se pone inmediatamente a la faena, llámese Julián, Isabel o Marisol?
- ¿Cómo, qué me pagas un sobresueldo en negro? Muchas gracias, tío… Luis
- ¿Cómo, que me piensa pagar parte del sueldo en negro y si no busca a otro que lo acepte? ¿Doce horas de trabajo pero contrato de media jornada? Bueno, vaaale.
- ¿Cómo, que me cobra el doble si me hace factura? Bueno, pues sin factura.
- ¿Cómo, que has echado del despacho a ese constructor que nos podía haber sacado de pobres? – le podría decir su pareja al concejal o concejala que llega a casa contando orgulloso que ha sido capaz de rechazar un soborno-. Pero ¿tú eres gilipollas o qué? Niños, espero que vosotros no seáis tan tontos cuando os hagáis mayores.
Urdangarín seguro que tenía miedo el pobre a que le regañaran en casa si no le sacaba partido al braguetazo como es debido. Y además, puede que le dijera algún amiguete, o se dijera él a sí mismo, no seas tonto, ¿no sabes lo que Peñafiel ha contado de tu suegro, del céntimo que cobraba por cada barril que entraba de Arabia Saudí tras su gestión durante la crisis del petróleo de 1973? Se lo puso Franco y se lo mantuvieron, por lo menos, Adolfo Suárez y Felipe. Pues total, tú lo que tienes que encontrar es la manera de hacer algo parecido. Y el muchacho parece que se lanzó. Sin paracaídas. El pobre.
Del rey abajo ninguno nos libramos. Es como si estuviera en nuestro adeene, como si no lo pudiéramos evitar. Ni escarmentamos ni queremos escarmentar. Para eso hace falta contar con una conciencia de transgresión que parece que no tenemos demasiado desarrollada. No he cubierto información en ningún juzgado de España, y he visitado muchos, donde el alcalde detenido por presunta corrupción no haya gritado a voces su inocencia antes de que lo empuraran. Y como recuerda Tica en su post, en muchos casos continúan votándolo.
Lo verdaderamente trágico es que no haya institución que se salve: ni empresarial, con un presidente de la patronal en la cárcel; ni sindical, con un secretario general recién dimitido, ni política, cuya relación completa más que un post necesita las páginas de un vademécum. Hasta al cura del pueblo del famoso “Ecce homo” lo han pillao con el carrito del helao.
La mucha porquería acumulada durante decenios va saliendo a la luz poco a poco. Pero muy poca aún. Tiene razón Tica Font cuando sostiene que “regenerar la cultura de la corrupción implica regenerar la cultura de todo el mundo“. Es algo que se dice poco y que yo creo que hay que repetir mucho. Todas las veces que lo repitamos serán pocas. Por eso me he permitido escribir este post, al hilo de sus reflexiones.
Los corruptos tipo Mario Conde o Javier de la Rosa que roban millones, y más si meten la mano en los dineros públicos como Munar, Fabra o Roldán, tienen que pagar por ello con muchos años de cárcel y devolviendo, por supuesto, todo el dinero trincado. Pero admitamos, si queremos plantearnos de verdad cómo acabar con esto, que “la diferencia entre nuestras actitudes cotidianas y las prácticas de políticos y empresarios, aunque eso no signifique poner ningún tipo de paño caliente, radica en las cuantías“.
Nos tenemos que regenerar todos para que esto no continúe siendo la misma aburrida y vergonzosa historia otros quinientos años más. Se trata de no dejar pasar ninguna conducta irregular a tu alrededor, por nimia que sea. De lo contrario, tanta vestidura rasgada se quedará siempre en un mero ejercicio de hipocresía y como Lázaro de Tormes, seguiremos comiéndonos las uvas del ciego de tres en tres cuando él lo haga de dos en dos. Eso sí, arriesgándonos a que si nos pillan, del pedazo de tortazo que nos calcen acabemos con el ojo a la virulé y los dientes por el suelo. Pero mientras tanto…
No hay comentarios:
Publicar un comentario